lunes, 15 de septiembre de 2025

WAGNER EN EL CINE 

Richard Burton como Wagner

 Aunque los dramas musicales de Wagner, con su idea del "Arte total" o de la fusión de todas las artes (poesía, música, teatro, arquitectura, pintura) en una sola, se han querido ver por algunos como un claro precedente del gran cine, no son tantas las obras del Séptimo Arte que se refieren directamente al genio de  Leipzig, ni a su legado musical. Sí son bastantes más, sin embargo, las que han aprovechado con descaro las partituras wagnerianas para animar algunas de sus escenas más recordadas; no en vano fue el propio Wagner el que acuñó el concepto de leitmotiv, tan utilizado (y a veces de forma harto abusiva) por los cineastas desde la invención del sonoro.
En el día de hoy estamos muy acostumbrados a ver como el cine con pretensiones de histórico es capaz de adulterar los datos biográficos de un personaje célebre para hacer que encajen con el discurso dominante. Así ha sido en el caso de Alejandro Magno o ahora mismo de Miguel de Cervantes, convertidos por obra y gracia de cineastas progres en portaestandartes de la ideología woke. A Wagner, por motivos obvios, no se le ha podido reclutar para este tipo de causas y se le ha dispensado un tipo de tratamiento diferente  la mayoría de las veces en que se ha abordado su figura.
Al tratarse de un artista bastante polémico, no debe extrañar que haya sido a menudo malinterpretado, cuando no atacado y tergiversado. Baste recordar aquella película en la que Woody Allen soltaba aquel ripio de que cuando escuchaba la música de Wagner le entraban ganas de invadir Polonia... Siendo Hollywood un archiconocido instrumento del lobby judío norteamericano para controlar las mentes, es natural que sus promotores hayan aprovechado cualquier oportunidad para condicionar el cerebro del público o maltratar a un personaje que, sin duda y mal que les pese a sus incondicionales, tenía como cualquier ser humano sus luces y sus sombras. 
En el apartado de los biopics, cabe destacar como pionera la película alemana "Richard Wagner: una biografía cinematográfica" de 1912, dirigida por  Carl Froelich para conmemorar el centenario del nacimiento del compositor, que aún tratándose de una película muda alcanzó la categoría de largometraje al superar los 80 minutos, algo poco frecuente en el cine europeo de aquella época. La cinta narra con mucho detalle la vida del compositor, el cual aparece muy bien caracterizado por el actor  Giuseppe Becce. Aunque los productores tuvieron la idea de emplear la música del propio Wagner para acompañar la película, Cosima, la viuda del compositor que todavía vivía, se negó rotundamente a autorizarlo, por considerar al cine como un entretenimiento vulgar y poco artístico.

Giuseppe Becce en la película de Froelich

Pasarían varios lustros y un par de guerras mundiales para que de nuevo se llevara la biografía de Richard Wagner a la gran pantalla, esta vez por un estudio de Hollywood (Republic Pictures, especializado en westerns, como el famoso "Johnny Guitar" de Nicholas Ray) y a cargo de un director de origen alemán, William Dieterle
"Fuego Mágico", del año 1955, es una película que empleó el sistema de Trucolor, al igual que el western anteriormente mencionado, y que tuvo el mérito de contar con un casting de interpretes de primera fila, como Alan Badel en el papel de Richard Wagner (sería el primer actor  británico que lo encarnaría, ya que más tarde harían lo propio Trevor Howard y Richard Burton) Yvonne de Carlo como su primera esposa Minna o Peter Cushing como el rico comerciante y mecenas Otto Wesendonck. El guion se inspiró en la novela biográfica de la popular escritora alemana Bertita Harding, que a través de unos breves episodios aborda momentos decisivos de la vida del músico. Se contó para la banda sonora con la orquesta estatal de Baviera bajo la dirección de Alois Melichar.  Aunque debió contar con un presupuesto importante, ya que algunas escenas se rodaron en localizaciones europeas vinculadas a la vida del compositor, como el castillo de Neuschwanstein o la mansión de los Wesendonck, la película obtuvo un escaso éxito entre el público norteamericano.
Como corresponde al cine hollywoodiense de la época, se centra sobre todo en la tumultuosa vida sentimental del músico, y da mucho protagonismo a las mujeres con las que tuvo una relación afectiva: Minna Wagner, Mathilde Wesendock y Cosima Liszt. Minna es representada como una mujer interesada, que sólo aspira a  que su marido alcance una posición acomodada que le permita llevar una vida burguesa. El romance con Mathilde aparece como más bien platónico e inspirador del drama de Tristán e Isolda. En cuanto a Cosima, ésta se enamora de Wagner desde la primera vez que lo ve y no le importa sacrificar su matrimonio con el director de orquesta von Bulow y su posición social para estar a su lado y convertirse en su esposa. Alan Badel, conocido por haber interpretado a Juan el Bautista en la película de "Salomé" que protagonizó Rita Hayworth, no acaba de convencer del todo en el papel del genio de Leipzig, porque sus expresiones de arrobo místico llegan a ser  algo excesivas. 
En conclusión, la película no profundiza mucho ni en la vida ni en la obra del genio, si acaso nos lo muestra como un hombre enamoradizo y algo egocéntrico al que no le preocupa demasiado ser desleal hacia sus amigos Wesendock y von Bulow, pero eso sí tocado por un don divino para la música, que es capaz de aplacar la justa ira paterna de un Franz Liszt, muy disgustado por la relación adúltera que el artista mantenía con su hija Cosima. Sin embargo, el director Dieterle, que era judío,  puso gran cuidado en ocultar en esta película cualquier alusión al "antisemitismo" del protagonista, lo que casi es de agradecer viendo posteriores producciones que se recrearon en este tema espinoso, con el objetivo de maltratar y denigrar al personaje.



Algo más controvertida es la producción británica-húngara de 1983 "Wagner", de Tony Palmer, un director anglosajón especializado en películas y documentales musicales. Se estrenó algunos años después del "Ludwig" (1972) de Luchino Visconti, en el que el italiano, en su panegírico homoerótico del llamado "rey loco" de Baviera, supo al menos hacer un uso exquisito de la música wagneriana, y del "Excalibur" (1981) de John Boorman, que con su banda sonora de Trevor Jones contribuyó a popularizar algunos pasajes wagnerianos, como los preludios de Parsifal y de Tristán e Isolda o la Marcha Fúnebre de Sigfrido.
El proyecto inicial de Palmer de hacer un largometraje acabó convirtiéndose en una serie para la televisión de 600 minutos de duración y de diez capítulos en total. El director contó con la colaboración de una productora cinematográfica húngara en una época anterior a la caída del muro de Berlín, lo cual resulta un caso bastante peculiar. La música de Wagner aparece a lo largo de la serie, gracias a los oficios de George Solti y las orquestas filarmónicas de Londres, Viena y Budapest.
La ambientación y la fotografía están muy cuidadas (no tanto la documentación histórica ni la caracterización de los personajes, porque en el guion de Charles Wood se deslizan varios "errores" e inexactitudes garrafales) y el plantel de actores no puede ser mejor:  un magnífico Richard Burton como Wagner, Vanessa Redgrave en el papel de Cosima, y varios sires como sir Lawrence Olivier, sir John Gielgud y sir Ralph Richardson. 
Sin embargo, el ritmo de la producción se resiente mucho, quizás por haberlo adaptado al formato serie y se vuelve lento y reiterativo, incluso infumable en ocasiones, salvándose solo gracias a la soberbia interpretación de Richard Burton. También se ha acusado a la serie por parte de los muy wagnerianos de incurrir en los consabidos topicazos contra el compositor (excéntrico, ruin, aprovechado, egocéntrico, antisemita) y de un uso desmesurado y sin conocimiento de los temas musicales, como los del Anillo, que aparecen sin venir a cuento y acompañados por la grotesca escena de un enano golpeando un yunque.
Tampoco el guion se resiste a proyectar en ocasiones una especie de juicio condenatorio y retroactivo sobre el músico, al que se culpa de exaltar el nacionalismo alemán encarnado entonces por el ascendente poderío de Prusia, con las funestas consecuencias belicistas y holocáusticas que todos conocemos. No obstante, esa adhesión al prusianismo del Segundo Reich no fue siempre así, como aparece al comienzo de la serie, cuando se nos presenta a un revolucionario Richard Wagner en las barricadas de Dresde en 1848, lanzando soflamas antimonárquicas y hasta celebrando la quema del teatro de la opera de Dresde, del que era director, por parte de los anarquistas seguidores de Bakunin. En todo caso, el guionista Charles Wood tuvo la ocurrencia de presentarlo arengando a las masas revolucionarias en nombre de un anacrónico "nacionalsocialismo" (???) en un descuido involuntario o no tanto.

Fotograma de la serie "Wagner"


A pesar del ritmo tan a menudo tedioso, hay escenas casi divertidas, como cuando el músico recibe la inesperada invitación para acudir a la corte de de Luis II de Baviera, su gran protector,  justo cuando se disponía a huir de sus acreedores y de los sabuesos de la policía sajona. O cuando vemos el complejo sistema  de tramoyas para transportar a las walkirias  por los aires en el teatro de Bayreuth. Con demasiada frecuencia escuchamos las opiniones poco afectuosas de Wagner hacia el pueblo elegido, quizás más exageradas y vehementes de lo que fueron en realidad, como en el caso de su confrontación con Meyerbeer, el cual aparece regodeándose del boicot sufrido por Wagner durante el estreno parisino de Tannhäuser ante Napoleón III. No obstante, hay que reconocer que al menos algo del tema de fondo de su libro "El judaísmo en la música" sale a relucir en la película cuando se alude a cómo la influencia de algunos representantes del Pueblo Elegido habían contribuido a mercantilizar y degradar las artes, como siguen haciendo de un modo  superlativo en la actualidad.
Pero como conclusión, es cierto que en conjunto la imagen que en está serie se nos ofrece de Wagner no resulta demasiado favorable, sino más bien parece la de un engreído y megalómano, bastante caradura y amante del lujo y de los trajes de seda. Y no se puede decir que los  retratos de las personalidades  de su círculo de amigos y admiradores, como Luis de Baviera, Franz Liszt, Hans Richter o Nietzsche, les hagan tampoco demasiada justicia, no pareciendo otra cosa que una panda de pardillos que revolotea deslumbrados alrededor del genio, salvo en el caso de Nietzsche, que al final se le acaba rebotando para cantarle las cuarenta. Si hiciéramos caso de lo que cuenta la serie, concluiríamos que el filósofo del Zaratustra, aparte de onanista, era una especie de pacifista con ribetes de profeta, como cuando le reprocha a Wagner su nacionalismo y antisemitismo, y le espeta que sus obras podrían animar a prender fuego a un tren  entero cargado de judíos. 
En fin que en este caso ocurre como con la mayoría de las producciones británicas que,  
fieles a su costumbre, no pueden evitar enlodar todo lo que pueden la cultura y la historia de sus rivales consuetudinarios, aunque eso sí, con mucho estilo y glamour.

Otra cinta que hay que mencionar en el apartado de los biopics wagnerianos es la película franco-alemana "Wahnfried: Richard y Cosima" (1986) del  director de cine austriaco y también pintor Peter Patzack. En comparación con otras resulta algo más respetuosa en el tratamiento que hace de Wagner y de otros personajes de su entorno, a pesar de que en alguna escena aparece el compositor vistiendo enaguas en la intimidad de su hogar (sin duda a Wagner le iban las telas suaves, pero de ahí a sugerir que tuviera inclinaciones travestis hay un gran trecho). Está localizada principalmente entre el lago de Lucerna y Bayreuth, y se centra en la relación escandalosa y que rompía todos los convencionalismos de la época entre Cosima, esposa del aristócrata prusiano Von Bulow, y el artista Wagner. Tras varios años en los que el matrimonio entre ambos al fin se consuma, aparecerán en sus vidas Nietzsche, que según la película desarrollaría una especie de pasión oculta por Cosima, hasta llegar incluso al fetichismo, y la joven Judith Gautier, hija del escritor Teófilo Gautier, que llegará a inspirar al músico  en su etapa otoñal y se convertirá en una seria rival para la propia Cosima. En cualquier caso la película se acerca a ests asuntos en general con cierta discreción, lo que contrasta con otras producciones, como las del controvertido cineasta británico Ken Russell , como "Danza de los siete velos",  "Mahler" o "Lisztmania", una serie de engendros delirantes en los que, a ritmo de rock progresivo, la emprende contra Wagner y Richard Strauss, y llega a acusar directamente al de Leipzig de ser el principal precursor del nacional socialismo, y por tanto del Holocausto.
Los ataques a Wagner se extienden a posteriori a toda su familia, señalada como filonazi y como la  máxima beneficiaria de los festivales de Bayreuth, en el telefilme "El clan Wagner: Una historia familiar" (2013) de la directora alemana Christiane Baltashar.

Escena de "La muerte de Sigfrido" de Fritz Lang

 
A parte de las películas biográficas están las que abordan temas extraídos de las óperas wagnerianas, como el clásico del cine expresionista alemán "Los Nibelungos" (1924) de Fritz Lang, basado en el ciclo de El Anillo de Wagner, pero más directamente en el poema épico germánico del siglo XIII, el Cantar de los Nibelungos. El guion corrió a cargo de la mujer del director, la escritora Thea von Harbou. Esta monumental obra maestra del Séptimo Arte  consta de dos partes, "La muerte de Sigfrido" y "La venganza de Krimilda"; la primera, más mítica y romántica, gozó del entusiasmo de los dirigentes del nacional socialismo alemán, hasta el punto de llegar a proponer a Lang cuando llegaron al poder que dirigiera la industria cinematográfica de su país. La segunda parte, algo más oscura, muestra la oposición entre los antiguos germanos, representantes de los pueblos arios, y las bestiales hordas asiáticas de Atila. 
Este mismo cantar de gesta ha sido llevada al cine varias veces, en particular por Harald Reinl en 1966 y Uli Edel con la miniserie "El reino del Anillo" (2004).
La historia de Parsifal y el Santo Grial, relatada por primera vez por Chrétien de Troyes en el siglo XII y concluida brillantemente por el poeta y caballero alemán Wolfram von Eschenbach, siendo esta la versión que inspiró la obra homónima de Wagner, también ha sido llevada al cine en varias ocasiones. Está "Perceval el galés" (1978) de  Eric Rohmer, curiosa por sus decorados naíf pero que utiliza como banda sonora canciones del Medievo. Mucho más wagneriana es el "Parsifal" (1982) de Hans Jürgen Syberberg, quien reproduce íntegro el drama musical de Wagner pero aportando una escenografía tan hipnótica como innovadora. Es como si el director alemán hubiera querido hacerse perdonar por los wagnerianos otras película anterior  suya en la que había atacado sin piedad a Winifred Wagner, la nuera del compositor.

Otra película que no podemos olvidar porque nos atañe más de cerca es la española "Parsifal" (1951) dirigida por un ingeniero químico (y uno de los descubridores de la mercromina), el catalán Daniel Mangrané y por Carlos Serrano de Osma, con una magnífica fotografía en blanco y negro de Cecilio Paniagua. Se trata de una insólita producción de cine fantástico de la época franquista, que por su puesta en escena podría recordar a "La corona de hierro" (1941) de Alessandro Blasetti y a algunas películas de Jean Cocteau, pero también a Fritz Lang o a Eisenstein. De los escenarios se encargaron José Caballero y Enrique Bronchalo, con algunos guiños a la pintura simbolista y al surrealismo de Dalí, y de la banda sonora Ricardo Lamotte de Grignon y Enric Ribó, incluyendo algunos pasajes de Wagner en los momentos clave, lo que la convierte en la primera película de la historia del cine que adaptó una opera wagneriana con su propia música. 
En los papeles protagonistas aparecen el actor mejicano de origen español Gustavo Rojo como Parsifal y la francesa Ludmilla Tchérina, que hizo un doble papel como madre de Parsifal y como Kundrya. La trama combina muy libremente elementos del Anillo del Nibelungo y del Parsifal, con otros que pueden recordar al western, al cine religioso o incluso a los tebeos de la época. Se inicia de un modo sorprendente en plena tercera guerra mundial, cuando unos soldados buscan refugio en la abadía de Montserrat y encuentran un libro antiguo en el que se explica la leyenda del Grial, una esperanza para los hombres, cuyo origen se sitúa en la Hispania del siglo V. Enseguida vemos aparecer a los bárbaros visigodos, que parecen más bien hombres de las cavernas, y al padre de Parsifal, Roderico, y  a su antagonista Klingsor, quien al final lo termina matando a traición. El pequeño protagonista y su madre consiguen escapar y cuando al fallecer su progenitora se queda huérfano del todo, Parsifal es criado por los animales salvajes, como una especie de Tarzán medieval. Cuando pasados los años, se convierte ya en un "loco puro" se dirige hacia su destino, luchar para que prevalezca el Bien, y sus pasos lo llevarán a Montserrat en busca del Grial y la lanza de Longinos. Uno de los momentos más alucinantes y logrados de la película es cuando el héroe penetra en el Bosque Maldito o  "El Jardín de los Pecados Capitales", que parece sacado de una pesadilla de El Bosco o Salvador Dalí.

"Parsifal" de Daniel Mangrané


"La montaña sagrada" era el título que originariamente se le había ocurrido a Mangrané, y esa identificación del santuario de Montserrat con el Montsalvat de Parsifal es una creencia muy arraigada entre los wagnerianos catalanes desde siempre (aunque en Francia sostengan que se trata de la fortaleza cátara de Montsegur, ya que el propio Essenbach apelaba a fuentes occitanas). La historia del Grial y de Parsifal, además de su simbolismo cristiano se relaciona con mitos célticos como el caldero del Dagda y con leyendas persas como la del heroico rey Kay Khosrow, de la que es probable que Wagner tuviera algún conocimiento. De hecho él, en vez de emplear el nombre de Perceval o Parzival (como aparece en los textos medievales) escogió Parsifal, que recuerda a Fal-Parsi, una interpretación del origen del nombre de raíz persa  Estaban de aquella en boga en Alemania los estudios sobre la cultura irania y de los antiguos arios, y de ese mismo mundo extrajo Friedrich Nietzsche también la inspiración para crear su Zaratustra, que algunos interpretan como una especie de Anti-Parsifal con el que el filósofo puso de manifiesto su ruptura con su antiguo amigo y mentor Richard Wagner.

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