DE LA SANTA COMPAÑA A LA SANTA PSICODELIA
En 1919 Vicente Risco, fumador de kif, psiconauta y experto en mitologías arcanas y esoterismos varios, publicaba su primer texto literario: "Do caso que lle aconteceu ó Doutor Alveiros". No sería la primera incursión del autor orensano en la literatura macabra-fantástica-humorística, en línea con algunos relatos de Edgar Allan Poe, Lord Dunsany y otros maestros del género. Unos pocos años después, en 1922, apareció "Un ollo de vidro. Memorias dun esquelete", uno de los primeros escritos de Castelao, en el que reconocemos una vena esperpéntica y sobrenatural muy afín a la de Risco; aunque con una mayor carga satírica a lo Jonathan Swift. Todavía no se trataba de una "cousa", es decir de una de sus características piezas narrativas acompañadas de un dibujo que les sirve de complemento, pero se conservan varias ilustraciones del autor creadas especialmente para servir de portada al libro o para acompañar al texto.
Portada de "Run for the Roses" (1982) por Victor Moscoso |
Casi medio siglo más tarde, en pleno California Dreamin' de los años 60, surgió en Palo Alto una banda de Folk-rock , los Grateful Dead, cuyo alma mater era el guitarrista, cantante y compositor de origen gallego Jerry Garcia (su familia paterna, para ser más concretos, era oriunda del municipio coruñés de Sada). Este grupo. de dilatada trayectoria musical, fundado en 1965 y conocido inicialmente como The Warlocks ("Los Brujos"), contribuyó como ningún otro a lanzar un nuevo estilo, la psicodelia o Acid Rock, del que serían exponentes junto con otras bandas icónicas de aquellos años como The Byrds, los Moby Grape, los Doors, los texanos 13th Floor Elevators, Jefferson Airplane, etc.
Al otro lado del charco y de forma simultánea el fenómeno psycho tendría como cultivadores nada menos que a los Beatles y daría lugar a una corriente alternativa, representada por Led Zeppelin y Pink Floyd entre otros.
Hoy en día fenómenos como la contracultura hippie y el irracionalismo y hedonismo, asociado al consumo de "sacramentos" o sustancias psicotrópicas como el LSD, la marihuana y el mescal, suelen producir una lógica desconfianza entre las mentes bien amuebladas. ¿Hasta qué punto fue aquel un movimiento "liberador" de la conciencia o se trató más bien de un gran experimento manipulador y de control de las voluntades?
La introducción de las drogas en la llamada "cultura juvenil" con fines lúdicos o recreativos es muy probable que obedeciera a estrategias de poder de organizaciones como la CIA, que llevaban experimentando con ellas desde los años 50, por lo menos. En el caso del LSD, su descubridor y sintetizador, el químico suizo Albert Hofmann comprobó sus efectos embriagadores y alucinantes en 1943 consigo mismo y con su amigo Ernst Jünger, quien vislumbró ya entonces su potencial para abrir la mente a otros estados alterados de consciencia. Este escritor alemán acuñó el término "psiconauta" ("navegante de la conciencia") para referirse al que utiliza ciertas drogas (enteógenos) como medio de exploración y conocimiento, a la manera de los chamanes o los budistas tibetanos. En 1952 escribió sus experiencias en "Visita a Godenholm", abriendo un camino que, mejor o peor, recorrerían otros autores, como Aldous Huxley, Robert Graves, Carlos Castaneda (con su "vía del guerrero"), Antonio Escohotado o Fernando Sánchez Dragó, contribuyendo algunos de ellos a crear más confusión que otra cosa entre un público ávido de sensaciones novedosas y supuestamente "místicas".
Ya en 1949 la farmacéutica Sandoz comercializaba el ácido lisérgico como un medicamento más. Pocos años después, la CIA empezó a administrarlo en sus experimentos como el MK Ultra, de control de la población, usando cobayas humanas, que no sabían que estaban siendo utilizadas así, para probar sus efectos como suero de la verdad o (según algunos) para fabricar zombis teledirigidos. Se dice que estos ensayos, realizados con fines militares en el contexto de la Guerra Fría, fueron un fracaso, aunque la Comisión Rockefeller de 1975 se encargó muy bien de que las investigaciones oficiales sobre este asunto se cerraran en falso.
Entretanto en la otra orilla de la Anglosfera, en el Reino Unido, un psiquiatra llamado Humphrey Osmond, inventor del término "psicodélico" ("manifestación del alma") estaba probando la mescalina como tratamiento para sus terapias y ofreció una dosis a Aldous Huxley. lo que llevó a este escritor interesado en aquel entonces en la mística, a emprender un "viaje", que describió en su célebre libro "Las puertas de la percepción" (1954). De nuevo en los USA, Oscar Janiger, otro psiquiatra (primo del poeta Allen Gisberg) se convenció a sí mismo de que el LSD era la droga ideal para alcanzar los estados de plenitud de los que hablaba Huxley, y se la ofreció a algunos músicos y actores de Hollywood. También en 1959 propuso a un grupo de cincuenta artistas gráficos que probaran a pintar bajo los efectos del LSD, persuadiéndose la mayoría de que esa sustancia había logrado estimular su creatividad.
Pero sería el controvertido doctor Timothy Leary quien más estudiaría estos alucinógenos, promoviendo un uso lúdico con su famoso eslogan "Conecta, sintoniza y déjate llevar"... Uno de los pioneros a los que convenció para que probara la experiencia fue Allen Gisberg, exponente con Kerouac de la Generación Beat, uno de los más claros precedentes de la contracultura americana y del viaje iniciático a San Francisco.
Además de Leary, hay que hablar de Ken Kesey , autor de la novela "Alguien voló sobre el nido del cuco", quien antes había participado como voluntario precisamente en los experimentos del MK Ultra, y que en el verano del 64 recorrió el país junto con los "Merry Pranksters" (los Alegres Pillastres) conduciendo el "Furthur", un autobús escolar pintado de colorines, que iba repartiendo LSD y organizando fiestas con ácido a diestro y siniestro.
Michael Hollingshead, difusor del zen y del orientalismo y amigo de Huxley y de Leary, fue el que dio a conocer el LSD a músicos británicos como Eric Clapton, los Rolling Stones o John Lennon.
Este último haría años después una declaración sorprendente: "Debemos estar siempre agradecidos a la CIA y al ejército por el LSD. La gente suele olvidarse de esto. Es todo al revés de lo que debería ser ¿no? Lanzaron el LSD para controlar a la población, y lo que consiguieron fue que nos liberásemos."
En esa ocasión el partenaire mangina de Yoko Ono se mostró extremadamente sincero al señalar el oscuro origen de la contracultura del ácido.
"Anunciación" (1961) de Mati Klarwein |
Muy pronto se pondría de manifiesto que los "viajes" no siempre acababan bien. Ya en 1968 Syd Barret, el líder de Pink Floyd, mostraba los síntomas del abuso del LSD: depresiones, alucinaciones, episodios de catatonía y amnesia. Se fue restringiendo el acceso al ácido con normativas más duras, mientras su combinación con otras adicciones de las que era puerta de entrada la golosina del LSD iba pasando factura; acababa de inaugurarse el tristemente famoso "Club de los 27", contando entre sus miembros a Brian Jones, Janis Joplin, Jimi Hendrix o Jim Morrison, quienes con su estilo de vida malsano y autodestructivo no dejaron precisamente "un bonito cadáver" detrás de ellos.
Puede que la CIA se los quitara del medio, como afirman algunos de los llamados "conspiracionistas", aunque es más que probable que el individualismo hedonista que orientaba sus vidas cavara su propia tumba. Cabe decir a nivel general que, si es cierto que a los servicios de inteligencia de determinadas potencias pueden estar interesados en introducir las drogas duras en sectores de la población juvenil para contrarrestar su espíritu rebelde y contestatario, esto no sería posible si no se hubiera interiorizado unos hábitos de consumo y una demanda por probar nuevos productos y sustancias cada vez más fuertes, aleccionada por esa sociedad del espectáculo y de consumo (que paradójicamente los hippies afirmaban combatir), que promueve las modas gregarias y el hedonismo por encima de todo. Es frecuente además que estas adicciones, al igual que las ideas "progres", empiecen a cundir primero entre los hijos de las familias acomodadas.
En cualquier caso, se ha dicho que tras el LSD, la heroína se introdujo en el movimiento hippie y en el de los Panteras Negras para desactivar la utopía comunitaria, las protestas contra la guerra del Vietnam o la lucha por los derechos civiles en los USA, como más tarde la cocaína se asociaría a fenómenos como la música disco y el funk. Tras la Guerra del Vietnam, la CIA se convirtió en el mayor traficante de heroína a nivel internacional y parece probada su involucración en la "epidemia del crack" que en los años 80 laminó a la población negra de los barrios conflictivos de Los Ángeles. Incluso hay, quien afirma como Monedero y los abertzales, que el "caballo" fue un arma de los servicios secretos del "estado español" para eliminar a los jóvenes contestatarios de "Euskal Herria", soslayando el detalle de que esa "epidemia" afectara por igual a la juventud de los 80 en toda España.
Póster de los Grateful Dead por Stanley Mouse |
La puntilla del sueño hippie y de la psicodelia la dio el famoso Festival de Woodstock de agosto de 1969, organizado en el estado de Nueva York, gobernado por aquel entonces por el nefasto Nelson Rockefeller. Aquellos tres días infernales en que la CIA y el Instituto Tavistock experimentaron a mansalva con más de 400.000 jóvenes prácticamente aislados, con el tráfico paralizado, sin apenas asistencia médica y aturdidos con la música psycho y las drogas (entre ellas la heroína). Aquí está muy claro que sí se quiso controlar, desmovilizar y alienar a toda una generación, sin reparar en los medios para lograrlo. Y así seguimos en la actualidad, aunque ahora se emplean sistemas tecnológicamente más sofisticados.
No obstante, no todo en la contracultura fue tan malo. Aquello sirvió al menos para que se pusieran en valor ciertos universos literarios, desde el "Dune" de Frank Herbert, hasta las obras de Lovecraft, de Tolkien y de otros autores como el psicólogo Carl Gustav Jung, que los hippies asociaban abusivamente con las visiones que ellos tenían con sus "tripis". También el "arte psicodélico", además del surrealismo a lo André Masson o Salvador Dalí o el realismo mágico de Ernst Fuchs, revalorizaba estilos y artistas del pasado que habían sido olvidados o eran poco conocidos por el público en general, como el Modernismo, la pintura de El Bosco, Brueghel o William Blake. Autores que es poco probable que necesitaran probar del ácido para aumentar su creatividad, bastante superior a la de los artistas lisérgicos.
Después de este apunte, tan prolijo como necesario, acerca de la psicodelia, volvemos a los Grateful Dead. La banda de García destacaba especialmente entre todas las habituales del barrio Haight-Ashbury de San Francisco por su virtuosismo, las improvisaciones del sonido en directo y el cuidado grafismo de las portadas de sus discos, en las que solían aparecer esqueletos danzarines, tocados con coronas floridas, un poco a la manera de las Danzas de la Muerte medievales o las "calacas" del dibujante mexicano José Guadalupe Posada. En ellas había algo de ese toque inconfundible de humor negro tan común entre gallegos y mexicanos, así como una premonición de hacia donde conduciría tanto "viaje lisérgico" a los desventurados. Muy pronto se creó una legión de fans incondicionales suyos, conocidos por el sobrenombre de los "Dead Heads", que mantuvieron vivo el espíritu de la banda aún décadas después de que la psicodelia pasara definitivamente a la historia.
Los mejores artistas del incipiente "arte psicodélico" se aplicaron en hacer posters y carteles para ellos, como Bonnie Mac Lean, Stanley Mouse, Rick Griffin, Wes Wilson o Alton Kelly. En ellos es fácil reconocer las características de ese estilo gráfico que se asociaban con las visiones del ácido: las letras de diseño deformes y fantásticas, los patrones caleidoscópicos inspirados en los alucinantes diseños de las alfombras persas, los colores brillantes o altamente contrastados, el recargamiento y la abundancia de los detalles, los elementos mutantes o los motivos fosfénicos o entópticos. Abdul Mati Klarwein, quien aprendió a pintar con Ernst Fuchs, participó en los delirios de Dalí y acabó viviendo en Mallorca, también trabajó para ellos, siendo célebres además sus portadas para los discos de Santana o Jimi Hendrix.
Pero cabe destacar por encima de todos ellos al también gallego Victor Moscoso, uno de los más importantes creadores de la iconografía musical psicodélica, que nació en Vilaboa (La Coruña) y pasó su infancia en Oleiros, antes de emigrar con su familia a Nueva York en 1940. En Yale recibió clases de arte nada menos que de Josef Albers, maestro de la Bauhaus y teórico de la interacción del color. Desde 1959 se mudó a San Francisco, siguiendo los pasos de Jack Kerouac tras haber leído "On the road". Allí logró la fama al realizar carteles para las principales bandas de rock psicodélico, muy reconocibles por su vibrante colorido y por el uso de fotos de la belle époque ensambladas; aparte de los Grateful Dead, también trabajó para Joplin, Hendrix, 13th Floor Elevators o The Doors. Así mismo, diseñó los carteles para los recitales colectivos, donde se daban cita los poetas de la Beat Generation como Gregory Corso o Allen Gisberg. Muy importante fue también su contribución a los inicios del cómic underground, creando junto con Robert Crumb y Rick Griffin la revista "Zap Comix" en 1968. Allí realizó, además de numerosas portadas para esa revista, comics con un grafismo dinámico y un estilo irreverente, parodiando a los personajes de la factoría Disney.
Moscoso es un artista polifacético, que ha diseñado también camisetas, logotipos, vallas publicitarias, animaciones para estaciones, y ha logrado que algunas de sus obras figuren en las colecciones permanentes del Louvre, del MOMA y otros museos y galerías.
Póster de Victor Moscoso |
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