"LA BOMBA" Y LAS OTRAS BOMBAS
Ahora que esos gobernantes que tanto se preocupan por nuestra salud y nuestro bienestar, vuelven a las andadas y a jugar a sus "guerras frías", a cuenta de Crimea, Kyiv o vaya usted a saber qué, resulta muy recomendable la lectura de un cómic como "La Bomba", publicado en el plandémico año de 2020. Se trata de un grueso tomo de 460 páginas dedicado al siempre espinoso tema de desentrañar el origen de la bomba atómica, los agentes involucrados en su desarrollo y las consecuencias que trajo ese "logro científico" para la humanidad, consecuencias que arrastramos todavía a día de hoy. Un cómic que puede ayudar a explicar, hasta cierto punto, cómo fue posible que un arma tan brutal y devastadora pudiera ser utilizada hasta dos veces por parte del ejército useño para coronar su victoria en la segunda Guerra Mundial y sobre un enemigo que ya estaba prácticamente derrotado.
Los autores son el escritor belga Didier Alcante (pseudónimo de Didier Swysen) y el francés L.F.Bollée, a cargo del guión, y el canadiense Denis Rodier, responsable de la parte gráfica. Este último es conocido por haber trabajado para el mercado norteamericano en series exitosas de la DC Comics. El resultado es una obra que aúna el rigor en la documentación, propia de los guionistas europeos y el estilo dinámico y atractivo de los dibujantes estadounidenses, para ofrecernos las claves del proyecto Manhattan con gran detalle, al menos la parte de la historia que hasta ahora ha sido desclasificada.
El narrador del relato es el uranio, la materia prima con la que se hizo la bomba atómica, que de una forma fantástica nos va introduciendo en la historia en primera persona. Pero enseguida se impone el tono realista y van cobrando protagonismo los científicos, políticos y militares involucrados en esta trama.
Entre los hombres de ciencia, muchos de ellos emigrados desde Europa ante el avance del nazismo, encontramos nombres como el del húngaro Leo Szilard o el italiano Enrico Fermi, ambos responsables de la primera reacción nuclear en cadena controlada. El primero, que era judío y amigo de Einstein, presionó al principio para que los Estados Unidos desarrollara la bomba, pero luego se arrepintió e intentó por todos los medios que no se utilizase. El segundo, premio Nobel de Física en 1938 y algo desafecto al régimen de Mussolini, parecía más interesado en corroborar sus teorías científicas que en reflexionar sobre los efectos que su uso por parte de los gobiernos pudieran acarrear.
El "Enola Gay", depositando su regalo a los habitantes de Hiroshima |
Otro personaje clave es el coronel Leslie Groves, encargado por la administración Roosevelt para supervisar la construcción del Pentágono y del Proyecto Manhattan. Fue el mayor defensor de la bomba, llegando a decir que "la radiación es una forma muy placentera de morir". Fue una decisión suya poner al frente del equipo de científicos de Los Álamos a Robert Oppenheimer, personaje algo místico y cabalista, amante de la poesía, al que vemos recitando algunos pasajes del Bhagavad Gita, como aquel que dice: "Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de los mundos." Tiempo tendría para lamentar, también él, las consecuencias de su "invento", aunque eso no le impediría dirigir años más tarde el General Advisory Committee, el organismo que determinaba la política nuclear de los USA, hasta que Hoover lo puso en su punto de mira y lo acusó de ser un agente al servicio de la Unión Soviética.
También aparecen en esta historia otras naciones que se vieron involucradas en esta telaraña atómica, empezando por Alemania, que es donde se habían dado pasos de gigante en el estudio de la radioactividad, donde trabajaban físicos como Werner Heisenberg, el formulador del principio de incertidumbre, y donde el Tercer Reich había puesto en marcha el Uranverein (el club del uranio) con vistas de aprovechar la nueva energía para aumentar el radio de acción de sus submarinos y aviones, y para obtener una bomba basada en la fisión nuclear. El caso es que también en este tema se acaba echando la culpa a Hitler, a pesar de que el proyecto nazi naufragó hacia 1942, cuando tras la operación Telemark y otras similares los alemanes no pudieron disponer ya del agua pesada que necesitaban para la construcción de su bomba. Además, parece ser que Heisenberg y su equipo de Haigerloch no llegó tan lejos como sus colegas norteamericanos en sus investigaciones ni consiguió la reacción en cadena controlada, tras ocho intentos fallidos. Pero aun así la administración Roosevelt siguió adelante, a pesar de que ya había sido eliminado su principal competidor.
Había otras potencias envueltas en la contienda que al mismo tiempo se interesaron por desarrollar un programa nuclear para no quedarse atrás, como Gran Bretaña, la Unión Soviética o el propio Japón. Stalin contaba con un espía en Los Álamos, Klaus Fuchs, que le tenía al corriente de los progresos yankis. De modo que en la conferencia de Postdam, cuando Truman al fin le reveló a Josif que disponía de la bomba y que pensaba a usarla contra Japón (y contra cualquier enemigo en lo sucesivo de los United States) no le pilló por sorpresa, porque ya estaba planeando fabricar su propia bomba H.
El cómic tiene el gran mérito de denunciar las flagrantes violaciones contra los derechos humanos y los crímenes contra la humanidad que supuso el proyecto Manhattan. Los propios científicos que participaron en él fueron confinados, espiados y purgados, a menudo por sospechas infundadas. El uso de mano de obra esclava para la extracción del uranio en las minas del Congo, y de cobayas humanas ("human products" los llamaban) para probar los efectos del plutonio, como los realizados por el Doctor Haskel Langham en pacientes sin su consentimiento, jalonan el camino de los useños hasta el exitoso logro de la bomba atómica.
El hecho de que para 1945 el Japón estuviera prácticamente derrotado, su ejército destruido y que sus principales ciudades como Tokio hubieran sido arrasadas sin piedad, arrojando un cuantioso número de víctimas, no fue un obstáculo para probar la eficacia del "invento".
La deflagración de Hiroshima, equivalente a unas 15.000 toneladas de TNT, llegó a calentar el suelo a casi 3.000 grados centígrados, y ocasionó, según cifras oficiales, más de 70.000 muertos al instante, la mayoría civiles. Se calcula que hubo más de 200.000 fallecidos en los años posteriores, entre víctimas directas e indirectas de la radiación. El cómic también habla de los habitantes de Hiroshima que sufrieron esta barbarie, como el anónimo ciudadano que fue desintegrado en el acto estando sentado en los escalones de un banco, a 250 metros del hipocentro de la explosión, y del que sólo quedó su sombra.
No contentos con esto, otra bomba estaba lista para ser arrojada sobre otra desafortunada ciudad nipona. El objetivo inicial, Kakura, fue sustituido por Nagasaki por razones climatológicas, o al menos eso reza la versión oficial, ya que se trataba del lugar que concentraba a la mayor población católica del Japón, y que conservaba el mayor legado histórico de la predicación del cristianismo en aquellas islas. No es descartable que los maestros francmasones que ordenaron el bombardeo tuvieran en cuenta este matiz, habida cuenta de su escasa importancia militar. Allí también la devastación fue terrible, llegando a morir al instante 40.000 japoneses, más un número incalculable de víctimas posteriores.
Un superviviente de la pesadilla atómica, un "hibakusa" como los llamaron los japoneses, llamado Keiji Nakazawa, dibujaría el manga "Los Pies Descalzos" en 1983 donde contaba su propia historia. En 1960 Alan Resnais estrenó "Hiroshima Mon Amour" y ese mismo año Krysztof Penderecki compuso su "Treno a las víctimas de Hiroshima". Se debe destacar la obra pictórica del matrimonio japonés Maruki Iri y Toshi Maruki "Los Paneles de Hiroshima", realizados entre 1950 y 1982, supervivientes ambos de los bombardeos de Tokio.
Bonito historial el de los angloamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, aquella "guerra justa", y que no se limita sólo a lo que hicieron en Japón. Conviene recordar que tal día como hoy, un 13 de febrero de 1945, 4.000 toneladas de bombas incendiarias cayeron sobre la ciudad-hospital de Dresde (Alemania) causando la muerte de 300.000 alemanes, en su inmensa mayoría civiles inocentes. La que se conocía como la Florencia del Norte quedó totalmente destruida. Otras ciudades germanas, como Berlín y Hamburgo, también recibieron los "regalos" de los buenos chicos de Roosevelt y de Churchill. Y tampoco se libraron ciudades francesas como El Havre, aun cuando la guarnición alemana que estaba en las afueras ya se había rendido. Las víctimas de estas salvajadas, hay que insistir, fueron en su gran mayoría civiles. Lo de infundir terror se les da muy bien a los anglocabroncetes, y han sabido sacarle partido desde que terminó aquella guerra, para asegurarse su hegemonía en el mundo.
Ahora nos calientan la cabeza con sus cuentos de "guerra fría", y con otros paripés para distraer el foco de la atención de lo que se está cociendo en Canadá y en otros países, donde ya están contestando a la Plandemia en las calles. Son terroristas, llevan más de 75 años practicando el terrorismo con nosotros, inventándose amenazas ficticias sin fin o creando otras bien reales en sus laboratorios de Frankenstein, pero la única amenaza real para nosotros, las personas normales, es la que representan los dueños de esas marionetas que son, a día de hoy Biden, Macron, Trudeau, Sánchez, Draghi, etc. Cuanto antes nos demos cuenta de esta realidad, antes despertaremos del sueño hipnótico en el que nos tienen sumidos.
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