LA ROMERÍA DE LOS RESUCITADOS
Foto antigua de la procesión de Santa Marta |
Nosa Santa Marta,estrela do Norte,que lle deche a vidaao que estaba á morte...
Y terminada la procesión, el "finado" abandona el ataúd y se siente con la familia a blancos manteles, en los que comparecen el pulpo, las empanadas, los pollos, el lacón, sardinas asadas en braseros de sarmientos de vid, y en las jarras, el buen vino del condado de Salvatierra, blanco o tinto, que es uno de los más honestos vinos de Galicia. Y luego toda la tarde, música y baile, y el "resucitado" le vuelve a tomar gusto a la vida. Pero tendré que insistir en la enorme emoción de la procesión mañanera. Así como Jesús resucitó a Lázaro, Marta ha resucitado a todos aquellos ofrecidos, hombres, mujeres y niños, que ahora le dan gracias con sus ofrendas y sus cánticos. En pocas ocasiones he visto al gallego tan creyente., tan arrodillado, podía decir que tan iluminado, tan asombrado y estremecido, como en santa Marta de Ribarteme, cuando pasan ante él los "difuntos" en sus cajas, las madres y los hijos cantando la monótona letanía de la santa. El difunto va en el ataúd protegido del sol de julio por el paraguas de un hermano o un amigo, los brazos cruzados sobre el pecho, mostrando el reloj de pulsera, regalo de uno de los suyos que trabaja en Suiza. Yo he asistido más de una vez, como curioso, a la romería de santa Marta de Ribarteme, más o menos emocionado, pero ahora...
Resulta que habiendo estado yo enfermo, una campesina amiga, que me trae huevos de sus gallinas y leche de sus vacas, decidió ofrecerme por su cuenta a Santa Marta, y ahora que me ve repuesto de mis achaques y ya paseante por las alamedas de este mundo, me recuerda que, en cierto modo, aunque yo no haya hecho la ofrenda y sí ella, sin consultar conmigo, estoy obligado a ir a la romería, si es posible con ataúd y si no, a rezar y dar limosna. Esto es lo que los antiguos celtas llamaban "geasa". Fulano hace una promesa por Mengano y éste no tiene más remedio que cumplirla. En las antiguas historias de Irlanda, esta "geasa" da lugar a grandes y peligrosas aventuras, como salir a matar un dragón. Cosa que parece que Marta de Betania hizo cuando llegó a Provenza. Hay dos versiones: una, la de que dio muerte al dragón haciendo la señal de la Cruz, y otra, que convenció al dragón de que abandonase su furor homicida y se retirase, vegetariano, a una charca camarguesa. Este dragón sería ahora la "tarasca" de tantas fiestas provenzales. Tomando de nuevo el hilo de mi discurso, yo me encuentro ahora obligado moralmente, a causa de mi amiga proveedora de huevos y de leche, a ir a Ribarteme el 29 de julio. El uniforme de ataúd no es de rigor, aunque no estaría de más.
Quisiera que los que lean estas líneas no crean que estoy haciendo folklore. Respeto profundamente esta devoción gallega y en su día, cuando un clérigo joven e impetuoso puso reparos a esta forma de gratitud a la santa que fue amiga de Jesús y hermana de Lázaro, yo salí en defensa de ella, en parte porque me parecía muy propia de un pueblo creedor como el mío y para la que van tan unidas la salud del cuerpo y la del alma. Un pueblo que reza como el gallego en Santa Marta de Ribarteme es un pueblo que sabe que "aquello" es verdad. En cierto modo ya se ha hecho ante sus ojos aquello que aseguramos en el Credo: resucitaremos con los mismos cuerpos y almas que tuvimos.
En verdad que me gustaría poder decir unas palabras en Ribarteme, si voy allá en romería. Palabras de gratitud a la santa, desde luego, y palabras de confraternidad a todos los "difuntos" que esperan en sus ataúdes el desfile procesional. Y de saludo a la tierra verde y fecunda, a los viñedos y maizales, a los pinares y al gran río. A todo lo que amo y vuelvo a ver. Georges Bernanos pidió, una vez, que cuando muriese, le dijesen en su nombre al dulce reino de la tierra que lo había amado mucho más de lo había osado decir... Algo parecido es lo que a mí se me ocurre ahora."
Hasta aquí el texto de Cunqueiro. Como se puede comprobar, ya existían curas bergoglianos de aquella, empeñados en lidiar y confrontar con las tradiciones populares e imponer una versión más aséptica, y por decirlo así, más luterana, del catolicismo. No en vano, ya se había desencadenado el Concilio Vaticano II sobre las cabezas de los fieles a Roma.
Desde que se inventaron la Plandemia, asistimos a un proceso acelerado de protestantización de la Iglesia católica, y muchas procesiones y fiestas que se suspendieron en aquel momento por las "medidas sanitarias" no han vuelto a celebrarse como antaño o han tropezado con el veto eclesiástico.
Cual seguidores de Voltaire estos clérigos, desde su supuesta superioridad teológica e intelectual, fustigan estas costumbres ancestrales de los que ellos consideran pueblerinos incultos, a los que tachan de "supersticiosos". No combaten con tanto ahínco, sin embargo, otras supersticiones algo más modernas, si no que las fomentan con fruición; ergo, el culto a la mascarilla sacrosanta, los test para detectar herejes asintomáticos, y la inyección salvífica, el nuevo sacramento del NOM... Y como manda su pastor montonero, secundan la cruzada contra los "pecados ecológicos", en pro del veganismo y las cero emisiones, para combatir el cambio climático.
Resulta alentador que haya todavía gentes que hacen oídos sordos ante estas prédicas y sigue viviendo la religiosidad tal y como la vivieron sus padres y el resto de sus antepasados. Más núcleos de resistencia como el de Santa Marta de Ribarteme es lo que nos hace falta.
Uso sacrílego de la iconografía católica al servicio de la OMS |
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