LA INQUIETANTE RELACIÓN ENTRE LA PINTURA DE TETSUYA ISHIDA Y EL CORONAVIRUS
"Invernadero" (2003) |
Este artista japonés, autor de culto en su país de origen aunque hasta hace poco fuese un perfecto desconocido en Europa, es uno de los pintores que mejor ha sabido reflejar la alienación que produce la sociedad capitalista contemporánea. El contexto en que nació su obra fue el de la crisis económica que sacudió a Japón en 1991, pero muchos de los temas que pintó, al estar relacionados con el aislamiento y la deshumanización de los individuos son bastante aplicables a la situación de confinamiento que ahora estamos padeciendo en buena parte del orbe.
Hay quien dice que "Ex Oriente Lux", y ya que de Oriente llegó el virus chino, tal vez un artista japonés nos ayude a comprender en qué podemos convertirnos si seguimos obedeciendo con mansedumbre a nuestros enloquecidos gobernantes. Tetsuya Ishida (1973-2005) fue un pintor que se salía de los cánones, y más todavía en una sociedad tan rígida y reglamentada como la nipona. Perteneció a la llamada "generación perdida", aquella en la que causó un mayor impacto la recesión japonesa de 1991, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera. La sustitución de las manufacturas por el sector servicios y la automotización robótica del trabajo trajeron como consecuencia los despidos masivos y la desolación del típico "salary man", ese trabajador de traje y corbata que sacrifica su vida a la empresa para la que trabaja.
El universo kafkiano de Ishida retrata a la perfección las patologías de la sociedad japonesa, pero que también se están dando con algo de retraso en cualquier lugar del mundo capitalista y globalizado, como el "karoshi", la muerte por exceso de trabajo, o el "síndrome de hikikomori"o el encierro voluntario de los adolescentes, enganchados a Internet o a los videjuegos. Cabe decir que en los países del mundo comunista y globalizado, como China, la cosa pinta aún peor. Y es posible que el futuro que nos preparan los impulsores del futuro Gobierno Mundial se parezca mucho al modelo asiático de producción, una mezcla de lo peor del chino y del japonés. Ya nos podemos ir despidiendo de la proverbial "alegría de vivir" de los países del Mediterráneo.
"Despertar" (1998) |
Ishida trabajaba al margen del mercado del arte de su país, ya que lo aborrecía por completo. Pintaba de día y trabajaba de noche como guardián en una imprenta, y vivía en completo aislamiento en la ciudad de Sagamihara, muy cerca de Tokio, en un pequeño piso de un barrio obrero. Escogió este sitio como domicilio porque cerca había una tienda de pinturas, y no tenía que desplazarse en metro para ir a comprarlas. Durante los últimos diez años de su vida vivió consagrado al arte y pintó un buen número de cuadros de temática social, con un estilo que tiene influencias del manga pero también del realismo social americano a lo Benn Shahn.
Con el tiempo sus obsesiones paranoides fueron in crescendo más a más, llegando a sentirse permanentemente vigilado por sus propios vecinos. Moriría con tan solo 32 años de edad atropellado por un tren y en extrañas circunstancias, por lo que no se descarta el suicidio.
El ambiente kafkiano de las escenas que pintaba no necesita mucha explicación, porque salta a la vista: escenas pobladas por personajes sin identidad, deshumanizados, incluso transformados en productos o engranajes de una cadena de producción, cuando no en híbridos entre humanos, objetos e insectos. Son seres enfermizos que viven aislados e
y son idénticos los unos a los otros, como repetidos en serie, y perfectamente sustituibles por el sistema que los ha creado. El propio Ishida se sentía identificado con estos personajes, y como él muchos japoneses de nuestro tiempo. Su visión del mundo que nos ha tocado vivir oscilaba entre la amarga sátira social y la melancolía más desoladora.
Con el tiempo sus obsesiones paranoides fueron in crescendo más a más, llegando a sentirse permanentemente vigilado por sus propios vecinos. Moriría con tan solo 32 años de edad atropellado por un tren y en extrañas circunstancias, por lo que no se descarta el suicidio.
El ambiente kafkiano de las escenas que pintaba no necesita mucha explicación, porque salta a la vista: escenas pobladas por personajes sin identidad, deshumanizados, incluso transformados en productos o engranajes de una cadena de producción, cuando no en híbridos entre humanos, objetos e insectos. Son seres enfermizos que viven aislados e
y son idénticos los unos a los otros, como repetidos en serie, y perfectamente sustituibles por el sistema que los ha creado. El propio Ishida se sentía identificado con estos personajes, y como él muchos japoneses de nuestro tiempo. Su visión del mundo que nos ha tocado vivir oscilaba entre la amarga sátira social y la melancolía más desoladora.
"Repostar comida" (1996) |
Esta alienación del individuo es la que están fomentando las políticas de reclusión llevadas a cabo por los gobiernos que obedecen ciegamente los dictados de los beneficiarios del coronavirus: la élite financiera globalista, las Big Pharma y los magnates de Silicon Valley y las telecomunicaciones, los dueños de las plataformas de Internet y los inversores sionistas habituales que se aprovechan siempre de las crisis que ellos mismos han creado. Hay que cumplir con la Agenda 2030 y si para ello es preciso apretar el acelerador para eliminar a un porcentaje de la población improductiva y convertir en esclavos al resto, pues no se hable más.Para ello se recurre a las técnicas desarrolladas en el Instituto Tavistok basadas en el conductismo, como el efecto Hawthorne, o a ideas como la del panóptico, el dispositivo carcelario inventado por Bentham y desarrollado por Foucault, un filósofo muy apreciado por los paladines del globalismo aureolar. La ventaja del panóptico es que el "sentimiento de omnisciencia invisible" convierte a cada prisionero en su propio guardián, que es ni más ni menos lo que está pasando con el famoso confinamiento al que nos someten. Se trata de un perfeccionamiento de la distopía que imaginó Orwell en su novela de "1984", y que ya se ha convertido una terrorífica realidad.
Gracias sean dadas a la izquierda indefinida fundamentalista, a los social globalistas con rastas y a las feministas de la tercera ola, que han devenido en los más fieles servidores del NOM.
Gracias sean dadas a la izquierda indefinida fundamentalista, a los social globalistas con rastas y a las feministas de la tercera ola, que han devenido en los más fieles servidores del NOM.
"Cinta transportadora de personas" (1996) |
Muy Buen Articulo, es muy tarrde aqui, mañana debo releer tu articulo enorme cantidad de veces ya que cada segmento me invita a reflexionar.
ResponderEliminarClaro esta sin querer me estoy convirtiendo en un hikikomori sin intencion alguna.
No me extraña. Todos nos estamos volviendo un poco hikikomoris durante estos meses de confinamiento forzoso. Celebro que te haya gustado el artículo.
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