UN VERANO WAGNERIANO
Siempre que me desplazo en coche, tengo la costumbre de sintonizar el dial y poner Radio Clásica de RNE, la única emisora que soy capaz de soportar en la actualidad, a pesar de que la diversidad inclusiva con perspectiva de género que tantos estragos está causando le está haciendo mella últimamente y también se haya colado entre las ondas hertzianas. Estando en una estación como la estival que invita a la movilidad (mientras el sistema nos lo permita) he tenido más ocasiones de escuchar la programación de Radio Clásica, y en particular he podido disfrutar a ratos con las audiciones del Festival wagneriano de Bayreuth, que se celebra en estos días de julio y agosto en esa localidad de Alemania.
Este evento se ha venido celebrando todos los veranos desde su creación hace 149 años , en 1876, y casi de forma ininterrumpida, salvo un periodo de siete años (entre 1944 y 1951) durante los cuales el teatro sirvió para otros fines, como por ejemplo de lugar de entretenimiento para las tropas de ocupación norteamericanas, que supongo que en lugar de escuchar ópera preferían mover el culo con el jolgorio que ofrecían las orquestas de jazz o solazarse con los espectáculos de striptease.
Aunque considero una auténtica proeza, digna de superhombres, aguantar enteras y seguidas todas las funciones del Festival, que se extienden durante varios días, confieso que me complace este acompañamiento musical, y que a veces (cosa inusual en mí, que suelo ser un ciudadano probo y modélico) subo a propósito el volumen de mi radio receptor, si quiera para épater le bourgeois o contrarrestar a los energúmenos que ponen reggaeton a toda pastilla. Considero estos momentos impagables como una especie de regalo de cumpleaños, ya que me cuento entre aquellos favorecidos que nacieron bajo el signo de Leo.
Supongo que a muchos les parecerá esta afición mía algo censurable, abominable, incluso monstruoso, ya que muchos han crecido aprendiendo a odiar la música de Wagner (y la música clásica en general) por "fascista", elitista o antimesita. Los que tanto denuncian a los supuestos odiadores pero no se cansan de odiar, nos han llegado a convencer de que Wagner debe ser estigmatizado porque era el compositor favorito de cierto pintor austriaco. En Israel, si no se ha prohibido expresamente, se lleva boicoteando de forma oficiosa su música, al menos desde 1938, desencadenándose siempre alguna monumental escandalera cuando a alguna emisora pública de aquel país se le ha ocurrido incluir algún pasaje wagneriano, por anecdótico que este fuera. Las numerosas asociaciones de víctimas del Holocausto y las más diversas entidades sionistas de todo pelaje ponen casi siempre el grito en el cielo, rasgan sus vestiduras y se dan golpes de pecho cuando sus sacrosantos oídos son agredidos por los acordes y leitmotivs del Anillo del Nibelungo, ya que según dicen les retrotrae recuerdos traumáticos de un tiempo pasado en el que tanto sufrieron los hijos de Moisés. Consideran la música de Wagner la banda sonora de un régimen odioso, porque era la que se escuchaba en sus manifestaciones públicas o aviesamente servía de hilo musical en los campos de concentración. Digo yo que los reclusos tenían suerte, y que hubiera sido para ellos mucho peor que hubieran tenido que soportar la tortura del rock, el rap, el reggaeton y toda la mierda sonora que el dinero judío nos ha traído en los últimos 30 ó 40 años.
Estamos muy acostumbrados a ver como en las películas de Hollywood fragmentos wagnerianos como la Cabalgata de las Walkirias son utilizados como sinónimos de la maldad, y a los malvados, los torturadores y los sádicos deleitarse escuchando la música de Wagner, como sucede en "El gran dictador", "Los niños del Brasil" o hasta en "Apocalipsis Now". Incluso en nuestro cine patrio tenemos algún ejemplo ilustre como "Siete días de enero" de Bardem, en la que un guerrillero de Cristo Rey se embelesa escuchando fragmentos del Anillo antes de perpetrar la matanza de Atocha.
En fin, que el lavado de cerebro ha sido de proporciones colosales, ya que condenar a un genio como lo fue sin duda Wagner en base a planteamientos ideológicos (en este caso sionistas) por lo que ocurrió en Europa más de medio siglo después del fallecimiento del compositor es a todas luces abusivo y denota una inquina y fanatismo desmedidos por parte de los unos y una ignorancia supina por parte de los otros.
Los mataniños tienen su Hava Nagila, su A-ba-ni-bi y hasta cuentan con todo un himno como Harbu Darbu, en el que se festejan las hazañas de Netanyahu "el elegido" en Gaza y se hace apología del infanticidio, llamando a destruir la semilla de Amelek. He aquí la banda sonora de un genocidio en marcha, queridos amigos españoles de Israhell de Vox y de la Fundación Gustavo Bueno.
Así que si ellos disfrutan con esa basura que supura odio por los cuatro costados, dejadnos al menos que los europeos disfrutemos con nuestra propia música, no pedimos más.
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