MÁS CINE DEL BUENO, POR FAVOR
"La Vendée es una llaga que es una gloria" (Víctor Hugo)
Parece que este verano toca hablar de estrenos cinematográficos. Ya nos hemos referido al revuelo causado por la película de Alejandro Monteverde "Sound of Freedom", que sigue recibiendo toda clase de ataques malintencionados por parte de la progresía, para intentar desacreditarla por todos los medios posibles. También aludimos al "Napoleón" de Ridley Scott, que se estrenará el próximo otoño, y que no sabemos si estará a la altura de lo que se espera. Y habría que añadir la película de Christopher Nolan sobre Oppenheimer, el papá de la bomba atómica. Esta última, según dicen, un producto algo descafeinado, que se queda corto si lo comparamos con la novela gráfica europea "La Bomba", de la que ya hablamos largo y tendido en este mismo blog:
No podemos olvidarnos de reseñar otra película muy reciente y que está dando mucho que hablar en nuestro país vecino; nos referimos a la francesa "Vencer o morir", primer filme de ficción producido por Nicolas de Villiers, presidente del Parque de Puy de Fou, y dirigido por Vincent Mottez y Paul Mignot.
Estamos ante una obra épica, de esas que son cada vez más escasas en el cine que se hace en el hemisferio occidental, sobre todo en la UE (no así en otras filmografías como la rusa, la china o la coreana) y que tiene, además de sus cualidades artísticas, el gran mérito de atreverse con uno de los dos grandes tabús existentes en Francia en lo tocante a su propia historia: la guerra civil que se produjo tras el estallido de la Revolución de 1789 y la posterior represión de los insurgentes, especialmente en la región de La Vendée (el otro gran tema tabú sería el del colaboracionismo en la Segunda Guerra Mundial, pero eso ya es otra historia).
Este es un episodio que sigue explicándose muy mal en las escuelas de Francia, porque existe todo un aparato censor encargado de velar por que nada empañe la imagen inmaculada de la République y las celebraciones del 14 de julio. No obstante, cada vez se oyen más las voces de los historiadores que plantean la necesidad de revisar a fondo qué sucedió de verdad en aquella época, y que no dudan en emplear como Jacques Villemain el término "genocidio" para referirse a los crímenes y matanzas perpetrados por los revolucionarios franceses contra su propio pueblo. En muchas ocasiones se emplea esta palabra con mucha ligereza, pero pronto veremos lo apropiado del término en este caso concreto que nos ocupa.
En el pasado hubo algunos grandes escritores galos que se atrevieron a deslizar algunas críticas, más o menos audaces acerca de este tema. Podríamos citar a Víctor Hugo (cuya madre era natural de La Vendée) o al bretón Julio Verne, autor de la novela histórica "El conde Chantelaine", una valiente apología de la causa vendeana y una denuncia de la atroz represión republicana, que llegó a publicar por entregas en un periódico, pero que no pudo reimprimir en forma de libro ante la negativa de su editor Hetzel. Otro destacado autor, simpatizante de los insurgentes de su tierra natal normanda (los chuanes) fue Jules Barbey d´Aurevilly, autor entre otras novelas de "El caballero des Touches".
En cualquier caso, el gran especialista moderno sobre este asunto, tan espinoso como políticamente incorrecto, es el historiador Dr. Reynald Secher, quien también ha apadrinado este proyecto cinematográfico del que hablamos, y que realiza además, junto con otros colegas suyos, una breve charla a manera de presentación al comienzo de la cinta.
Pero la gran promotora de la película es sin duda la Asociación Puy de Fou, responsable de un magnífico parque temático creado entorno al castillo renacentista del mismo nombre, situado en la región de La Vendée, y que fue destruido en el curso de aquella guerra y más tarde reconstruido, con el fin de dar a conocer al gran público los sucesos históricos que allí acaecieron y que la historiografía oficial francesa intentó ocultar sistemáticamente durante largos años. Por contra, nada ha podido impedir el inmenso éxito que el parque ha tenido desde su fundación, sólo interrumpido durante el cierre obligatorio durante la "era Covid". Precisamente, la idea de hacer la película surgió durante ese nefasto periodo; si el público no podía acudir al parque por culpa de las restricciones "sanitarias", Puy de Fou encontraría al público en las salas de cine. No hace mucho esta asociación ha creado un parque temático hermano también en España, en la ciudad de Toledo.
La película, que contó con un presupuesto no muy abultado e incluso irrisorio si se compara con las superproducciones de Hollywood, resulta sin embargo sensacional por la gran profesionalidad de sus intérpretes, la perfecta recreación del pasado histórico y el asombroso realismo de las escenas bélicas y de acción. Y sobre todo, por su rigor histórico; toda una lección de veracidad que deberían aprender los cineastas de nuestro país, tan preocupados como están por los dilemas de la "memoria", histórica o democrática.
Se centra en los acontecimientos de 1793, cuando se produjo la gran sublevación comandada por el oficial de Marina retirado François Charette, y que fue motivada por la constitución civil del clero (que desató una persecución de los sacerdotes "refractarios", que eran ocultados por los campesinos en sus casas) y por la leva en masa ordenada por la Convención Nacional para combatir a la Corona de España. Ya antes había habido otros levantamientos contra el Nuevo Orden, protagonizados por el pueblo campesino, muy descontento con los derroteros anticatólicos de la joven República masónica, que iba derribando por donde pasaba las antiguas cruces de piedra (algunas milagrosamente quedan en pie todavía en la Bretaña) para sustituirlas por el llamado "árbol de la libertad".
Además se debe entender que desde la perspectiva vendeana, la tan cacareada Revolución sólo había servido para beneficiar a la incipiente burguesía capitalista de París, que ansiaba enriquecerse apoderándose de los antiguos bienes que la Iglesia poseía en las zonas rurales.
Y sobre el supuesto "patriotismo" de los revolucionarios también habría mucho que decir, ya que obedecían por lo general a consignas de las logias masónicas, hermanas de la Gran Logia de Inglaterra. Las consecuencias inmediatas del caos revolucionario (la guerra civil y otros problemas internos y externos) beneficiaban principalmente a la monarquía británica, que así pretendía eliminar a su principal competidor, la Corona francesa, a la que no perdonaban haber ayudado junto con la española a la emancipación de sus colonias en Norteamérica (a los españoles les llegaría el turno poco después, con la "intervención" británica en nuestra Guerra de la Independencia y con el desmantelamiento del Imperio de ultramar). Claro que antes de afianzar su hegemonía como el gran Imperio colonial del siglo XIX, los anglos tropezarían con un pequeño "contratiempo"; un tal Napoleón Bonaparte, casi tan maquiavélico como ellos.
En cierto modo, la revuelta de La Vendée fue un precedente histórico de lo que más tarde sería el carlismo en España o el movimiento de los cristeros en México, una confluencia de tradicionalismo católico con reivindicaciones populares que confrontaban con el liberalismo político y económico que se estaba imponiendo en las sociedades modernas.
Hubo varios capitanes vandeanos muy carismáticos, como Jacques de Cathelineau, que había sido antes vendedor ambulante y tenía fama de santo o el joven conde Henri de la Rochejaquelein, el verdadero acuñador de la famosa frase: "¡Si avanzo seguidme; si retrocedo matadme y si muero vengadme!", que más tarde citaría Mussolini y que se apropiaría descaradamente haciéndola pasar por suya el Che Guevara. El general François Charette se distinguió sobre todo por su proceder caballeroso y por practicar una ética del honor que empezaba a estar ya en desuso en los campos de batalla, llegando a tener por costumbre liberar inmediatamente a los enemigos que derrotaba, sin aplicarles ninguna clase de castigo. Con sus proezas militares este Ejército Católico y Real del sur del Loira se convirtió en la pesadilla de la República, y el propio Napoleón no ahorró elogios hacia estos combatientes que, según él, luchaban por un ideal y no por la simple paga, como sí hacían muchos de los soldados del ejército republicano, dispuestos a cometer las mayores atrocidades, como veremos.
También hubo levantamientos de un signo muy parecido en la Bretaña, Maine y en Normandía, aunque allí no estaban organizados de forma regular, sino que formaban guerrillas como las de los llamados "chuanes". Incluso hubo ciudades que se resistieron a la República, como Nimes, Burdeos, Lyon o Marsella. En particular, la ciudad de Lyon fue prácticamente arrasada, en represalia por haberse enfrentado a la Convención, controlada ya por entonces por los jacobinos.
En La Vendée y tras la derrota de los cabecillas sublevados, denominados como"contrarrevolucionarios", la represión fue si cabe aún más sanguinaria. Durante la Época del Terror, los jacobinos del Comité de Salud Pública enviaron allí a las Columnas Infernales, al mando del general Louis Marie Turreau de Lignieres, un carnicero que "sólo cumplía órdenes" de Robespierre, como alegaría más tarde para eludir toda responsabilidad por aquellos crímenes. Los soldados de la República se cebaron en la población civil a la que masacraron sin piedad: niños, mujeres, ancianos, heridos... En palabras del propio Turreau:
"Emplearemos todos los medios para descubrir a los rebeldes, todos serán pasados al filo de la bayoneta, las ciudades, las granjas, los bosques y todo lo que pueda ser quemado, será entregado a las llamas."
Contar con el respaldo absoluto del Comité de Salud Pública, que bendecía sus "actos puros y virtuosos" permitió a la canalla jacobina ensayar toda clase de experimentos "creativos" para asesinar a la población civil de las más variadas maneras posibles: fusilamientos, bayonetazos, envenenamiento de las aguas y ahogamientos en masa de los lugareños en los ríos para así ahorrar balas, destrucción de las casas e iglesias a cañonazos con los paisanos achicharrados o reventados dentro, etc. Hay testimonios que afirman que se llegaron a emplear hornos para tostar a algunas mujeres y niños vendeanos. "La República quiere cocer su pan", es una frase que fue acuñada por aquel entonces. Y no sólo la cuisine française encontró allí un terreno abonado para la creatividad, sino que también la moda prêt-à-porter aprovechó aquella coyuntura para confeccionar pantalones con la piel de vendeanos varones desollados, más resistente al parecer que la de las mujeres. Hablando con la seriedad que el tema requiere, y se traten estos últimos testimonios de casos puntuales o no, lo cierto es que en La Vendée se llegó a unos extremos de salvajismo y crueldad desusados desde hacía tiempo en Europa. Se estima que hubo, y calculando por lo bajo, unas 200.000 víctimas de la represión jacobina sólo en La Vendée.
Otro personaje que recibió el apodo de "carnicero de La Vendée" fue el general François-Joseph Westermann, que con sus húsares realizó una auténtica "limpieza étnica" indiscriminada en los bosques de Sem, cerca de Prinquiau, sin perdonar la vida siquiera a los simpatizantes de la Revolución que quedaban por la región; y terminado este trabajo no tardó en informar a sus jefes del Comité de Salud Pública:
"No hay más La Vendée, ciudadanos republicanos. Murió bajo nuestra espada libre, con sus mujeres y sus niños. Lo acabo de enterrar en los pantanos y los bosques de Savenay. Sigiendo las órdenes que me disteis, aplasté a los niños bajo los cascos de los caballos, masacré a las mujeres que, por lo menos, no parirán más bandoleros. No tengo un sólo prisionero que reprocharme. Los he exterminado a todos (...) Las carreteras están sembradas de cadáveres. Hay tantos que en algunos puntos levantan pirámides."
No faltarán no obstante quienes intenten blanquear a Robespierre, Turreau, Westermann and company sosteniendo que en el Antiguo Régimen también se produjeron matanzas y salvajadas, sirviéndose muchas veces de pretextos religiosos. Habrá quien recuerde, sin salir del territorio francés, la cruzada contra los albigenses, donde alguien dio la orden de exterminar la población entera de Béziers, "porque Dios ya reconocería a los suyos". También cabría recordar la matanza de los hugonotes en la Noche de San Bartolomé. Desde luego, en aquel tiempo tampoco se andaban con chiquitas. Pero comparado con el genocidio de La Vendée todos esos ejemplos son peccata minuta, si consideramos el número de víctimas y el ensañamiento con que fueron "eliminadas"..
Y está además el agravante de que los que ordenaron estas masacres fueron los mismos que redactaron y suscribieron sólo cuatro años antes la llamada Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Resulta un acto apabullante de hipocresía que se dieran tanta prisa en pisotear esos mismos derechos, no reconociéndoselos a sus enemigos políticos o considerando a estos últimos como no-humanos. Un bonito precedente que más tarde imitarían los norteamericanos y los soviéticos, como ha quedado patente a lo largo de la última centuria.
La película, que está dando a conocer estos horrores ha sido recibida, como no cabía esperar otra cosa, con aceradas críticas por parte de los medios oficiales, sobre todo de izquierdas como los periódicos Le Monde y Libération, en los que se pueden leer comentarios como el siguiente: "película antirrepublicana de ideología reaccionaria e integrista" o "producción maniquea". Como en el caso de "Sound of Freedom" se pretende influir en el público para que en vez de ir a verla a las salas, dirijan sus pasos hacia el último Indiana Jones o "Barbie"; pero de momento les está saliendo el tiro por la culata. Tendrán que ensayar otros "experimentos" para impedir que la gente vea las películas que quiere ver.
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