domingo, 25 de abril de 2021

Ilustración de Russ Manning

EL MÁS INTRÉPIDO CAMINANTE 

 "Al cruzar el suelo del barranco vio, en la base del muro de rocas al que se acercaba, una cosa que formaba sorprendente contraste con cuanto le rodeaba, y que sin embargo parecía parte tan integrante de la sombría escena, que sugería la idea de un actor en medio de una decoración bien montada; y como para dar más fuerza a la alegoría, los implacables rayos de Kudu coronaban el cantil oriental, haciendo resaltar lo que yacía al pie del muro de poniente, como a la luz de un reflector gigantesco.

"Y cuando se acercó más, vio Tarzán el cráneo y los huesos blanqueados de un ser humano, a cuyo alrededor había restos de ropas y de artículos de vestuario, los cuales, cuando los examinó más de cerca, le llenaron de una curiosidad tan grande, que por un momento olvidó su propia situación al pensar en la notable historia que relataban aquellos mudos indicios de una tragedia de tiempos remotos.

"Los huesos estaban bastante bien conservados, denotando con ello que la carne habría sido roída probablemente por los buitres,  pues ninguno de ellos estaba roto; pero  las prendas del equipo daban indicio de su mucha vejez. En aquel resguardado paraje, en que no había heladas y probablemente la lluvia sería escasa, los huesos podían llevar siglos sin descomponerse, porque no había allí  otras fuerzas que los tocaran o separasen.

"Cerca del esqueleto se veía un casco de metal trabajado al martillo y una orinienta coraza de acero, en tanto que a un lado yacía una espada larga y recta en una vaina y un antiguo arcabuz. Los huesos eran los de un hombre altísimo, que debió ser de maravillosa fuerza y vitalidad, pensó Tarzán, cuando pudo adentrarse tanto en los peligros de África con un armamento tan pesado y al propio tiempo tan inútil.

"El Tarmangani  experimentó un sentimiento de honda admiración por aquel innominado aventurero de tiempos pasados. ¡Qué hombre tan vigoroso debió ser, y qué gloriosa historia de batallas y vicisitudes kaleidoscópicas debió encerrarse en otro tiempo dentro de aquel cráneo calcinado! Tarzán se bajó a examinar los jirones de ropa que todavía yacían en torno de los huesos. Toda partícula de cuero había desaparecido, indudablemente devorado por Ska. No quedaban botas, si es que el hombre las llevaba, pero varias hebillas esparcidas sugerían la idea de que gran parte de su atavío era de cuero o piel; y bajo los huesos de una mano se veía un cilindro de metal, de unas ocho pulgadas de largo por dos de diámetro. Al cogerlo Tarzán vio que estaba muy bien lacrado, y que así había resistido tan bien los leves estragos del tiempo, que se hallaba en perfecto estado de conservación, lo mismo que cuando su dueño cayó en su largo sueño postrero, quizá siglos atrás.

"Examinándolo vio que uno de sus extremos estaba cerrado con una tapa, que no tardó en desprenderse mediante un leve movimiento de torsión; dentro había un rollo de pergamino, que Tarzán sacó y desenrolló, dejando al descubierto unas cuantas hojas, amarillentas por los años, escritas con una letra muy apretada en un idioma que debía ser español, pero que no pudo descifrar. En la última hoja había un mapa toscamente trazado con muchos puntos de referencia, todos ininteligibles para Tarzán; el cual, después de un breve examen de los papeles, los devolvió al tubo, cerró este con su tapa, y se disponía a dejarlo caer al suelo al lado de los mudos restos de su primer poseedor, cuando un capricho de la curiosidad no satisfecha lo impulsó a guardarlo en el fondo de su aljaba, aunque lo hizo con el irónico pensamiento de que acaso pasaran nuevos siglos antes que volviera a verlo ningún hombre al lado de sus propios huesos calcinados."

                            Fragmento de "Tarzán el  indómito" de Edgar Rice Burroughs (traducción de  Emilio M. Martínez Amador, Editorial  Gustavo Gili, S. A.)

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