Palas Atenea expulsa a los vicios del Jardín de la Virtud, por Mantegna (1499-1502) |
GASTOS SUNTUARIOS EN TIEMPOS DE CRISIS (1)
Arte, poder y corrupción
Siempre se han alzado voces críticas para denunciar el afán de lujo de los potentados, así como su constante pretensión de poner el arte a su servicio, para convertirlo en un mero ornato de su poder. Habría que remontarse a las condenas de los profetas bíblicos contra la Gran Ramera de Babilonia, o de los padres de la Iglesia y otros santos varones contra la concupiscencia en el mundo antiguo (arremetiendo de paso, también hay que reconocerlo, contra todas las artes y las ciencias de su tiempo, y contra toda clase de refinamiento, incluidas la más elementales nociones de higiene personal ).Retomando esta tradición, en el siglo XV el fraile dominico Savonarola despotricaba contra la licenciosa corte de los Médici y del papa Borgia, entregados al cultivo de los placeres mundanos, al arte y las humanidades, mientras buena parte de la población a ellos sometida, es cierto, vivía en la pobreza o sucumbía por culpa de las plagas y las guerras. Los seguidores de este predicador arrojaban a las hogueras de vanidades todo aquello que les pertenecía y que pudiera ser tildado de pecaminoso: joyas, afeites, libros, pinturas, esculturas... Y hasta algunos célebres artistas, como Botticelli o Miguel Ángel, quedaron tan impresionados por sus sermones (en los que exigía la supresión del desnudo en el arte) que estuvieron tentados de destruir parte de sus creaciones. Finalmente ya sabemos lo que pasó con el pobre fraile, que terminó siendo pasto, él también, de las hogueras de la Inquisición. No obstante, parte de sus ideas fueron tenidas muy en cuenta por algunos humanistas posteriores a él.
La Muerte de Sardanápalo(1827),de Delacroix. El lujo y el poder efímeros condenados por la Biblia |
Otro famoso monje, el alemán Lutero, volvería a enfrentarse poco después con la curia papal por la venta de bulas e indulgencias que servían, entre otras cosas, para sufragar las costosas obras del Vaticano. De nuevo se trataba de una condena moral de la corrupción de los poderosos, basada en los pricipios del Evangelio, pero esta vez mucho más radical ya que la escasa instrucción de los frailes que la dirigían al principio amenazaba con arrasarlo todo a su paso. Se recrudecían así las revueltas del campesinado contra la nobleza y el alto clero de la Baja Edad Media, capitaneadas a menudo por frailes franciscanos radicales, como los dulcinistas o los joaquinitas. El furor iconoclasta de protestantes y calvinistas (el beeldestorm), semejante al de los modernos talibanes, alcanzó su cenit en la Inglaterra de los siglos XVI y XVII, en los que la chusma de fanáticos (que serían la simiente del movimiento puritano) se aplicó a fondo en su tarea destructora, llevando adelante una auténtica cruzada contra la inmoralidad en las bellas artes.
Girolamo Savonarola |
El Anticristo de Signorelli, representa a Savonarola. A sus pies,las vanidades que sus seguidores le entregan para ser quemadas |
Inspirados en parte por el protestantismo, los "filósofos" de la Ilustración arremetieron algún tiempo después contra la pompa barroca y rococó del antiguo régimen y la iglesia, aunque esta vez el enfoque fuera algo diferente, alejándose progresivamente de los planteamientos religiosos. Los críticos más racionalistas como Voltaire ponían en la picota lo grotesco del estilo, la alteración de los preceptos clasicistas, contrariando a la razón y a la mesura, el derroche exagerado y ridículo en ocasiones, el oropel caduco de las viejas instituciones, pero no la opulencia y la acumulación de riquezas en sí. No en balde las ideas ilustradas allanaron el camino al ascenso de la burguesía, clase social que si por algo se caracteriza es por su codicia desmedida. Habría que recordar a Mandeville, Adam Smith y a otros, que pusieron las bases del liberalismo económico imperante hoy en día, la madre de todas las burbujas, inmoralidades y corruptelas.
Otra corriente de "filósofos" ilustrados sería la de los "sentimentales", con Rousseau a la cabeza, que en sus discursitos de salón abogaba, al menos en teoría, por la igualdad, el comunitarismo y la supresión de las injusticias sociales. También, como si fuera un discípulo de Savonarola, acusaba a los artistas de corromper a los estados. Más bien debió inspirarse en Platón, quien en el Libro X de la República condenaba al destierro a los poetas trágicos, por mentirosos y por no ofrecer a los hombres modelos de virtud (afortunadamente, estas condenas platónicas fueron ignoradas por los antiguos y por los humanistas del renacimiento, permitiendo que las artes prosperaran sin tantos tapujos morales). A partir de las ideas roussonianas surgirían el romanticismo y también el llamado socialismo utópico, con los Fourier, Saint-Simon, Owen, etc. que iniciarían una crítica al nuevo orden surgido tras la revolución francesa. Proudhon, Tolstoi y otros pioneros del anarquismo abogarían por un arte social, comprometido con la justicia, y en cierta forma "moralista" y "pedagógico". Volvemos de nuevo a Platón y a su empeño por imponer una política cultural a los estados, sometiendo el arte a la autoridad de la filosofía (o la ideología). Esto tendrá sus consecuencias en las relaciones entre arte y poder en la primeras décadas del siglo XX, como veremos. En cuanto a los ácratas, el ideal del perfecto apóstol anarquista parece haber consistido desde entonces en una especie de rapsoda, que va recitando poesías mientras prepara algún artefacto explosivo; algo así como el protagonista de V de Vendetta, aunque ya se sabe que la realidad suele ser bastante más prosaica y ruin que la ficción.
Pero volviendo atrás en el tiempo, pudiera parecer natural que si unos pocos disfrutaban de toda clase de privilegios y caprichos (los pastelitos de crema y el faisán), mientras la mayoría del pueblo malvivía en la miseria, este último acabara por sublevarse. Ese argumento ha justificado la mayoría de las revoluciones, si bien muchas veces las desigualdades reales se han exagerado de forma intencionada, para promover los cambios políticos y económicos. En el transcurso de ese proceso, el populacho se entregaba con frecuencia a matanzas y orgías de destrucción, que sólo servían para dar rienda suelta a los instintos más bestiales. Casi siempre esas mismas revoluciones, desencadenadas en nombre de la equidad y la austeridad, han ido degenerando hasta traicionar la pureza de sus principios, a medida que los nuevos jerarcas veían aumentar su patrimonio y su poder. Después, las condiciones reales de la gente del común no mejoraban o solían empeorar: había más hambruna, guerras civiles e injusticia que antes, además de implantarse regímenes represivos, policiales y despóticos. Y la pompa regresaba siempre, con más vehemencia, una vez que se consolidaban los nuevos sistemas, como sucedió en la etapa de Napoleón.
"El fin de un reinado" Jean Delville,1893 |
Un escritor del siglo XIX, Huysmans (experto en corrupciones), describió muy bien este estado de cosas:
"Más malvada, más vil que la nobleza despojada y que el clero decaído, la burguesía tomaba de ellos su ostentación frívola, su jactancia caduca, degradándolas con su falta de mundanidad ; les robaba sus defectos, convirtiéndolos en vicios hipócritas. Y autoritaria y ladina, baja y cobarde, ametrallaba sin piedad a su eterna y necesaria víctima, el populacho, a quien ella misma había desencadenado y soltado para que saltase a la garganta de las viejas castas". (A rébours)Cuando se desencadenó la revolución francesa, justificada en parte por las ideas de los ilustrados, las hordas de sans-culottes dieron rienda suelta a su furor destructivo (las llamadas jacqueries) y a su resentimiento contra la nobleza y el poder eclesiástico. Muchas obras de arte sacro y profano se despedazaron también, tomándolas como efigies de sus poseedores o de aquellos que las habían encargado. Estas nuevas hordas de Atila protagonizarían varios episodios revolucionarios en Francia a lo largo del siglo XIX, siendo el más conocido el de la Comuna de París, donde pondrían de manifiesto qué entendía la izquierda de aquél entonces por "cultura". Y el fenómeno se repetiría en otros países latinos, como en España, donde se hicieron trístemente frecuentes las bullangas (la genética bereber manda mucho y retorna cada cierto tiempo) hasta bien entrado el siglo XX.
Sans-culottes haciendo de las suyas |
Miliciano exhibiendo su trofeo |
La burguesía fue cambiando de gustos a medida que se afianzaba en el poder, y se fue dejando tentar por el lujo y la opulencia, olvidándose de las "virtudes" tan ensalzadas en el pasado por los puritanos y calvinistas: el ahorro, la racanería,etc . Se intentaba imitar en lo posible el estilo de los antiguos amos, con bastante torpeza kitsch y pompier al principio, y poco a poco se empezaron a interesar por adquirir objetos artísticos, a modo de inversión. Nació así el moderno mercado del arte, al que se vieron empujados los artistas al desaperecer la iglesia y la aristocracia, sus antiguos mecenas, y que los condenaba a formar parte del engranaje capitalista. Ludwig II, el "rey loco" de Baviera, puede considerarse uno de los últimos mecenas a la manera antigua. Era a la vez una especie de sibarita a lo Des Eissentes y un friki con corona (de hecho, el Señor de los Anillos o Star Wars no son más que sucedáneos de la Tetralogía del Anillo del Nibelungo) que se había mandado construir un mundo de fantasía a su medida, a base de palacetes de cuentos de hadas y teatros, para que su protegido Richard Wagner pudiera representar las óperas que escribía a su gusto. Los ministros del joven rey, como buenos y sensatos burgueses (Wagner los llamaría "filisteos"), vieron con preocupación como se malgastaban las arcas del tesoro en los caprichos de su soberano o en mantener el lujoso tren de vida del genial compositor. Esa fue la excusa para destronarle e incapacitarle por loco, situación que le llevó a suicidarse en las frías aguas del lago Starnberg.
Beardsley supo representar como nadie los ambientes depravados y decadentes. Ilustración para "Salomé"(1893) |
Hay que reconocer que por lo menos los Lorenzo de Médici, Alejandro , Julio II, Ludwig , y compañía tenían buen gusto y amparaban a artistas de genio como a Leonardo, Miguel Ángel o Wagner, cosa que no volverá a suceder una vez que la burguesía los reemplazó en las riendas del poder, tras haber comprado sus títulos y posesiones. A lo máximo que llegará será a promover esa arquitectura de perfumistas que fue, salvo honrosas excepciones, el modernismo (bella sí, pero algo amanerada y blandengue), al tiempo que se levantaban espantosos y grandilocuentes bodrios como la Torre Eiffel o los primeros rascacielos en Estados Unidos. Es la sofisticada Belle Époque, que vivirá su momento de gloria al mismo tiempo que muchos obreros, arrancados del campo a la ciudad y hartos de la suerte que les había tocado vivir, empiezaban a organizarse y a escuchar a los nuevos apóstoles como Karl Marx.
Las ideas estéticas del marxismo no han estado nunca demasiado claras, pese al supuesto rigor del enfoque materialista y científico, tal vez porque a Marx (dígase lo que se diga) le interesaba escribir sobre economía, y no tanto sobre arte o cultura. En algunos de sus textos alude vagamente al arte como una expresión de la naturaleza creadora del hombre, asimilable al trabajo en general, un potencial que el orden burgués pretende domeñar, y que se desplegará con plenitud cuando eclosione el nuevo hombre socialista. En otras ocasiones afirmaba que el arte del pasado formaba parte de la superestructura creada por las clases dominantes aristocráticas o burguesas (algo nocivo y decadente, por tanto), y que al cambiar la infraestructura por la vía revolucionaria también se vería nacer un arte nuevo, esta vez sí, proletario y revolucionario. En todo caso, las teorías marxistas resultaron atractivas para muchos que se quisieron subir al carro, como los Picasso y cía, aunque sin renunciar por ello a su lujoso tren de vida a lo bon vivant, al menos mientras las condiciones de la infraestructura se lo permitieran (ellos no hacían gran cosa por cambiarlas).
También tuvieron bastante difusión en aquella época la filosofía vitalista de Nietzsche, que daría lugar a una especie de nuevo idealismo, aunque muy diferente al de Platón o Hegel. El arte trágico vertebra en realidad todo el pensamiento de Nietzsche, quien creía firmemente que el artista no debía someterse ningún credo moral o catecismo, como propugnaban cristianos y socialistas. En todo caso, el arte debería ser regenerador y estar al servicio de la vida y de la salud del cuerpo, de los valores e instintos del hombre superior.
"La Gran Ciudad"(1927-28) por Otto Dix |
La Primera Guerra Mundial daría un vuelco radical a la situación, disolviendo para siempre el dulce sueño de la belle époque y sustituyéndolo por la pesadilla demasiado real de las trincheras. Muchos artistas, como muchos jóvenes exaltados e idealistas, marchan voluntarios ("vanguardias" se llamarán desde entonces las nuevas corrientes estéticas) porque piensan que la guerra cambiará para siempre las cosas. Cuando los excombatientes regresen del frente, volverán transfigurados, ya no estarán dispuestos a transigir por más tiempo con el viejo orden que llevó al matadero a tantos jóvenes en los campos de batalla, rechazarán el individualismo burgués y lo sustituirán por la camaradería forjada en la lucha. No sentirán más que asco por la corrupción nauseabunda y obscena que a todos los niveles se despliega en las democracias en los felices años veinte: empezando por los Estados Unidos donde el derroche exhibicionista a ritmo de fox trot y el gangsterismo florecen a la par, mientras se incubaba el escenario para la Gran depresión; en la Francia salpicada de escándalos políticos de la III República; en la Alemania de la república de Weimar, donde con cada crisis aumentaba la brecha entre los ricos y los miserables, etc. Es en esta época en la que el mercado del arte comienza a convertirse en pura especulación, manejando cifras multimillonarias que benefician casi siempre a los mismos (los marchantes y galeristas), cuando los pintores "bohemios" o "malditos" (como los impresionistas o los de la Escuela de París), que entretanto habían reventado en alguna oscura buhardilla de Montmartre, empiezan a cotizarse. Las vanguardias se convierten en un lucrativo negocio, explotando fenómenos como el de la "pintura expresionista" o el del cubismo para hacer caja. Poco después del crack del 29, los artistas empezarán a abrir los ojos ante la dura realidad y a ofrecer visiones menos complacientes del mundo social que les ha tocado vivir.
Continuará...
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