jueves, 1 de febrero de 2024

 15 DE FEBRERO DE 1944:

OCHENTA AÑOS DE LA DESTRUCCIÓN DE MONTECASSINO. ¡MALDITOS BASTARDOS!




Para aquellos que sufren de trastorno de memoria histórica hemipléjica, y sólo les funciona el ventrículo inferior-izquierdo del cerebelo, si es que les funciona algo, recordarles que este mes se cumplen ochenta años de la destrucción por parte de la aviación aliada de la abadía benedictina de Montecassino, en Italia, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Aquel acto atroz no sólo destruyó uno de los enclaves más emblemáticos del cristianismo, patrimonio artístico y espiritual de la Vieja Europa, sino que además segó la vida de muchos campesinos italianos que habían buscado refugio en ese recinto sagrado, con la idea ingenua de que podrían salvarse así de las bombas de los "amici liberatori americani". Aparte de constituir un brutal crimen de guerra y de lesa humanidad, por el que nunca respondieron los culpables, que se dedicaron a echar balones fuera como suelen hacer siempre en estos casos, se trató de un acto de crueldad sin sentido ni justificación, porque como ha quedado demostrado no había soldados alemanes  ni posiciones de artillería destacadas dentro del monasterio. Y esto lo sabían perfectamente los aliados, que habían sido avisados con antelación por el alto mando germano.
La abadía de Montecassino, antes del bombardeo aliado


El monasterio, todo un símbolo de la cristiandad en occidente, era el más antiguo de Europa , con casi 1.500 años de antigüedad, pues fue fundado por el propio san Benito en el 529, sobre una colina donde antes existía un santuario pagano del dios Apolo. Tuvo una azarosa historia, pero resistió durante siglos los ataques de las más diversas hordas invasoras: desde los lombardos y los sarracenos hasta las tropas de Napoleón. Fue arrasado y vuelto a reconstruir varias veces, la penúltima tras un terremoto en 1349. El Gran Capitán anduvo también por allí, pero respetó las reliquias y enseguida restituyó todo lo que la soldadesca había saqueado a los monjes.
 En su interior se albergaban cuantiosos tesoros artísticos (mosaicos, pinturas del Renacimiento, estatuas, frescos) y una inapreciable biblioteca compuesta por miles de códices y manuscritos muy valiosos y que era célebre en el mundo entero. Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial, y a medida que el frente bélico se iba desplazando y  que los aliados en su avance desde Sicilia, a través de la península italiana, se aproximaban cada vez más a la Línea Gustav, se presentía que todo aquel patrimonio corría un serio peligro.
El Vaticano, cuya diplomacia ya por entonces nadaba entre dos aguas y estaba decidida a tender puentes hacia los "amici americani", confiaba en que los aliados garantizarían la neutralidad del monasterio. De ese modo muchos campesinos desplazados y heridos  buscaron refugio allí, porque creían que era un lugar seguro. Sin embargo, el coronel de la Lutwaffe Julius Schlegel, que además de historiador del arte era católico, no se fiaba de las buenas palabras de los angloamericanos e intentó convencer al abad Gregorio Diamare de que los monjes desalojaran el recinto o que al menos se pusieran a salvo las reliquias y una parte de los tesoros artísticos, llevándolos a la Ciudad del Vaticano. Finalmente el abad permitió esto último y confió el transporte a las tropas alemanas, que así lo hicieron en noviembre del 43. También se trasladaron algunas piezas arqueológicas pompeyanas que se habían guardado con anterioridad en la abadía para protegerlas de los bombazos americanos. Así que gracias a las tropas del III Reich y en particular al coronel Schlegel y al general Frido von Senger se pudo salvaguardar todo aquel patrimonio milenario.

Así quedó tras el bombardeo aliado


Entretanto , y viendo que la cosa se les estaba ponendo muy cuesta arriba, los chicos del Tío Sam y de John Bull, que tenían prisa por llegar a Roma cuanto antes, no tardaron en hacer uso de los bombardeos estratégicos, que eran la especialidad de los que combatían por la "libertad y los derechos humanos". No en vano, fueron los británicos los pioneros en usar el arma aérea para desarrollar un plan de exterminio masivo y a gran escala sobre la población civil, como ya se estaba comprobando en varias ciudades italianas como Nápoles (doscientos ataques en cuatro años que en total costaron unas 25.000 víctimas civiles)  o Milán (donde en agosto del 43 cayeron 2.268 toneladas de bombas causando casi un millar de muertos) Turín , Génova, Bolonia, Padua, Trento, Mesina, Foggia, Palermo... Treviso, una población del Véneto, fue arrasada en cinco minutos el día de Viernes Santo de 1944, haciendo caer 2.636 bombas, que asesinaron a 1.600 habitantes y destruyendo el 80% de sus edificios.
Y luego vendrían las masacres sobre las ciudades alemanas, en las que las víctimas se contaron por centenares de miles: Dresde, Colonia, Hamburgo...
 La ciudad de Roma, pese a las promesas de Roosevelt, sufrió numerosos ataques entre mayo del 43 y marzo del 44, siendo el más atroz el que tuvo lugar el 19 julio de 1943, en el que 521 aviones  de la USAAF y la RAF lanzaron 10.000 bombas, segando la vida de 2.000 habitantes y causando cuantiosos daños a edificios históricos. Incluso llegaron a caer "por descuido" varias bombas en la Ciudad del Vaticano, explosionando cuatro de ellas que causaron algunos daños. Poco faltó para que las pinturas de la Capilla Sixtina corrieran la misma suerte que los frescos de Mantegna en Padua. Sólo la declaración de Hitler de Roma como "ciudad abierta" y la retirada de las tropas alemanas evitó el desastre, ante un enemigo sin escrúpulos y empeñado en ganar la guerra costara lo que costase.
En un raid nocturno el 24 de agosto del 43 se destruyó una parte significativa de los restos que aún quedaban en pie de la antigua ciudad de Pompeya, sólo para comprobar la eficacia de esa clase de vuelos. Como resultado de aquel "experimento" en el que se tiraron 190 bombas, se perdieron el fresco de Diana y Acteón, el más grande del mundo romano, la Vía de la Abundancia, la Porta Marina, los arcos del Foro, el Teatro Grande, la Schola Armaturarum, la Casa de Triptólemo, la Casa de Rómulo y Remo, parte de la Casa de Diana Arcaizante, el Atrio de la Casa de Epidio Rufo y las pinturas de la Casa de Salustio. Lo que no pudo destruir el Vesubio, lo destruyeron las bombas que tiraban los mascadores de chicle.
Además de los bombardeos estratégicos (o "humanitarios", como se dice ahora) estaban los tácticos que tenían una finalidad puramente terrorista, para infundir el pánico y la desmoralización entre la población civil. Así se produjo la matanza en un colegio de Gorla, que causó la muerte de unos 200 niños que asistían a clase, o la masacre de Grosseto en la que un avión aliado atacó un carrusel donde jugaban unos pequeños, veinte de los cuales perdieron la vida. Aparte de estos actos crueles y sádicos, imputables a los que se suele considerar como "los buenos de la película", cabe reseñar los ataques indiscriminados contra barcos de pasajeros, trenes , tranvías, autobuses, etc. que en Italia costaron la vida de muchos civiles inocentes.


Así vio Boccasile a los causantes de las masacres


 Parece ser que el propio Churchill avaló y hasta apremió a sus subordinados para que llevaran a cabo la operación que habría de destruir el monasterio de Montecassino, según telegramas que han salido a la luz en fecha reciente. El 15 de febrero se encargó el comandante neozelandés Bernard Freyberg de realizar un raid con una flota de 142 fortalezas volantes 47 B-25 y 40 B-26 que arrojaron 600 toneladas de bombas sobre el monasterio de Montecassino, donde sólo había monjes, heridos y refugiados de los pueblos y aldeas de los  alrededores; ningún soldado alemán estaba entre ellos. Así lo reconoció uno de los supervivientes de la masacre, el abad Gregorio Diamare. Se calcula que al menos doscientas  personas murieron allí, bajo el peso de las bombas, en el transcurso de aquella jornada, que curiosamente constituyó el bombardeo estratégico número 666. En los días sucesivos, 17 y 18 de febrero, siguieron machacando el recinto, arrojando un total de 2.500 toneladas de explosivos hasta reducirlo a un montón de escombros sobre un siniestro paisaje lunar sembrado de cráteres y de cadáveres.
Enseguida surgieron reacciones de protesta contra lo sucedido, en particular desde la Iglesia católica que consideraba aquello como un "horrible sacrilegio". No se esperaban los de "L'Osservatore Romano" que los campeones de la "democracia" se iban a comportar de un modo tan salvaje, y contraviniendo su línea más bien favorable a los aliados calificó el bombardeo de "ofensa irreparable que se ha hecho a la Iglesia y a la civilización".
No obstante no hubo condena papal por parte de Pío XII, un pontífice al que se ha querido presentar por ciertos autores como bien avenido con el III Reich, y que sin embargo en aquella ocasión mantuvo un perfil más bien bajo, para no molestar a los que ya se veía como los más que probables vencedores de la contienda mundial.
En cualquier caso, tras el aniquilamiento del monasterio, los paracaidistas alemanes se atrincheraron y se hicieron fuertes entre las ruinas y ofrecieron una tenaz y heroica resistencia a las tropas aliadas, que ni con cuatro batallas ni dejando unos 55.000 muertos pudieron tomarlas al asalto. Solo tras la retirada de la Línea Gustav el 18 de mayo de 1944 pudieron ocupar por fin el lugar.
Cuando la abadía fue reconstruida en 1964, poco antes de que se pusiera término al nefasto Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI hizo algunos tímidos comentarios lamentando "uno de los episodios más  tristes de la guerra". Pero se quiso echar tierra rápidamente sobre el asunto; no era cuestión de incomodar a la potencia ocupante y principal sostén de la "democracia cristiana" y de los valores del mercado libre de occidente.



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