LA "GENTE PEQUEÑA" EN LAS ISLAS BRITÁNICAS, FRANCIA Y ESPAÑA
Detalle de "The Fairy Feller´s Master-Stroke" de Richard Dadd |
Este artículo complementa al que publicamos en este blog allá por el 2017 y que titulamos como "El pavoroso reino de las hadas": http://morenoruizignacio.blogspot.com/2017/06/del-pavoroso-reino-de-las-hadas-fairy.html
Hace más de un siglo que el escritor galés Arthur Machen escribió "El pueblo blanco", considerado por algunos como el mejor relato de horror de todos los tiempos, y que llegó a servir de inspiración a una obra clásica del cine australiano, me refiero al "Picnic en Hanging Rocks" de Peter Weir. En esa historia, Machen nos habla de la iniciación en la brujería o en los cultos paganos de una chiquilla por parte de su niñera, y entre otras cosas alude a la existencia de pueblos subterráneos que habitan escondidos todavía en ciertos lugares de la Vieja Europa. Los menciona como Ninfas, Dôls o Jeelo, pero quizás nos resulten más familiares los nombres de hadas, duendes, trasgos o criaturas de encantamiento.
Los franceses, tan dados ellos al cartesianismo y a clasificarlo todo por categorías científicas creen ser los padres de la Elficología, una paraciencia que estudia la genealogía, aspecto y costumbres de esos seres que pueblan los cuentos de hadas. Un tal Pierre Dubois, guionista de cómics entre otras cosas, fue el que se sacó de la manga hacia 1967 el término para denominar esta rama de las ciencias naturales o de las ciencias ocultas. Y aunque se podría remontar a Parecelso y su "Libro de las ninfas y silfos", señala como su precursor a un personaje probablemente apócrifo llamado Petrus Barbygère, al que atribuye unas imaginarias "Chroniques alfiques". Otros autores franceses como Édouard Brasey se declaran ellos mismos como elficólogos.
Pero mucho antes, al menos desde el siglo XIX, ha sido en la Gran Bretaña donde se desarrolló con gran pujanza lo que allí se conoce como la Fairyology o Feericología. Entre sus cultivadores se pueden citar diversos autores como Anna Franklin, Brian Froud, Theresa Bane, Janet Bord, etc., pero su principal antecesor, al que se cita como una autoridad en la materia, fue sin duda el reverendo del siglo XVII Robert Kirk.
En realidad, en las Islas Británicas han tenido cabida siempre toda clase de supersticiones y creencias extrañas e irracionales, siendo las heredadas del sustrato celta y precristiano al menos las más simpáticas e inofensivas. Mucho peores y más devastadoras han sido, y están siendo, las supercherías más modernas, como bien avisaba G.K. Chesterton; en particular, las que trajo consigo el protestantismo y sus derivados (como la doctrina de la predestinación o la quema de brujas) en el siglo XIX el cientifismo, el malthusianismo y el darwinismo o en la actualidad el wokismo progre (animalismo, calentología, veganismo, transgenerismo, etc.)
Robert Kirk (1644-1692) fue un eclesiástico presbiteriano escocés que estudió el folklore de su país natal, interesándose especialmente por todo lo referente al mundo de las hadas (fairies) faunos, elfos, gnomos y otros longaevi. Su libro más famoso "La comunidad secreta de elfos, faunos y hadas"" o "La República Misteriosa" (1691) causó no poca polémica, porque en él se sostenía la creencia, avalada por múltiples testimonios, de que existía un enigmático "pueblo subterráneo". Kirk llegaba a afirmar que existía una capacidad especial de naturaleza mediúmnica que permitía observarlos a algunas personas dotadas de ella, y que denominaba "segunda visión". Para él, lejos de ser una cuestión pecaminosa se trataba más bien de un don de Dios. Resulta probable que Machen conociera bien este tratado, y seguro que también sabían de su existencia William Blake y el desdichado pintor Richard Dadd, autor del célebre cuadro "The Fairy Feller´s Master-Stroke" Hay quien afirma que el clérigo pagó con su vida haber revelado los secretos de las hadas.
Pero varios años antes de que el reverendo Kirk publicara su tratado, y de que revolucionase y escandalizase a toda su feligresía, un fraile capuchino de Zamora, de nombre Antonio de Fuente de la Peña, escribió "El ente dilucidado" (1676) demostrando que en España estábamos en la vanguardia no sólo en las ciencias en general, como están demostrando los discípulos de Gustavo Bueno y diversos historiadores actuales, sino también en las ciencias paranormales, y eso mucho antes de que naciera Friker Jiménez.
En este voluminoso estudio el monje indagaba sobre la naturaleza de duendes, trasgos y fantasmas, a los que consideraba animales corpóreos, vivos e irracionales (no ángeles o demonios, ni tampoco ánimas separadas o unidas al cuerpo). Se trata de un minucioso y colosal catálogo de esas entidades preternaturales que podían salir al encuentro del viajero que se adentrara por los senderos de aquella España mágica, tan parecida a las ensoñaciones de un Lord Dunsany.
Como era de esperar el padre benedictino Benito Jerónimo Feijoo (no confundir con el politicastro) se dedicó en el siglo XVIII a atacar con furia ilustrada la magna y copiosa obra del otro cura, que encima pertenecía a una orden monástica rival. Básicamente el tomo III del "Teatro crítico universal" está consagrado a desmontar los asertos del Padre Fuente de la Peña, arremetiendo contra su libro, al que cita a porfía, y condenando de pasada lo que él consideraba supersticiones populares, como por ejemplo la creencia en duendes y trasgos. El benedictino era un continuador de la corriente realista y hasta materialista del pensamiento hispano, frente a la corriente mágica que defendía el fraile de Zamora. Algunos han querido ver aquí esa confrontación entre platonismo y aristotelismo, idealismo y prosaísmo que, de alguna manera representan a su manera Don Quijote y Sancho Panza, y que ha estado siempre presente en el arte y la filosofía de los españoles desde hace siglos. Claro que Don Benito, cuando encontraba alguna fuente de prestigio y con autoridad que pudiera respaldar la existencia de alguna criatura fantástica, estaba dispuesto a corroborarla. Por ejemplo, llega a admitir que tritones y nereidas podrían ser entes reales, citando textos clásicos. De la existencia real de los sátiros tampoco albergaba dudas, ya que lo afirmaba Plutarco, pero dice que se trata de seres no humanos, del todo animales, engendrados por la "abominable conmixtión". En cambio, las afables sirenas tal y como se representaban en el medioevo (mitad mujeres mitad pescados) no le merecían demasiado crédito. Como se ve, el Padre Feijoo era descreído, pero no tanto como se piensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario