sábado, 3 de febrero de 2018

LOS BELICOSOS ORÍGENES DEL ANIME JAPONÉS

Representación heroica de un kamikaze

Pocos aficionados al manga y al anime japonés sabrán que el primer largometraje nipón de dibujos animados se realizó en 1944 y sirvió como un filme de propaganda bélica durante la Segunda Guerra Mundial. Se titulaba "Momotaro-umi no shinpei" y fue dirigido por el dibujante Mitsuyo Seo, que había tenido simpatías izquierdistas antes de colaborar con el militarismo nipón. La película cuenta la historia de un niño y un grupo de simpáticos animalitos, ositos y monitos, que (al igual que los personajes de Disney y otros de factura americana, conviene recordarlo) son movilizados para combatir al odiado enemigo, yanki en este caso, y para proteger de su amenaza a las paradisíacas islas del Sol Naciente. Acabada la contienda y derrotado el Mikado, el filme fue prohibido y secuestrado por las tropas de ocupación americanas, que procedieron a quemar todas las copias que pudieron encontrar. Salvo un negativo, escondido en los sótanos de Sochiku Ofuna, y que salió de nuevo a la luz en 1983.





Resulta patente al final de este filme el odio al, al extranjero blanco, los "narices rosadas"(los anglosajones y gringos) y extensible al  gaijin, a  todo aquel que proceda de fuera del archipiélago en general. El carácter insular explica muchas cosas de la agresividad y del racismo japonés, del que poco se habla porque, como es bien sabido, todas las condenas se suelen reservar para los racistas blancos, como si el resto de los pueblos practicaran como regla general  la tolerancia hacia los extranjeros. En la época del Eje se hablaba de la raza Yamato, la raza superior japonesa, el equivalente en Extremo Oriente a la raza Aria de los alemanes. Ahora que están llegando a Japón inmigrantes asiáticos empiezan a asomar los casos de xenofobia, que en el pasado afectaron también a poblaciones autóctonas como los ainus o incluso a castas sociales marginadas como los burakumin, considerados como hinin ("no humanos") o eta ("masa repugnante").
Pero es justo reconocer que el racismo de "Momotaro" no era más que una réplica a la constante propaganda anti-jap de los americanos, que tampoco se quedaban cortos a la hora de ridiculizar a la raza amarilla, a la que despreciaban e insultaban, como puede verse en esta animación de Looney Tunes ,"Tokio Jokio", del año 1943. Como ya sabe todo el mundo, porque aparece en la Wikipedia que es la nueva palabra de Dios, millares de ciudadanos norteamericanos  y de Hispanoamérica de origen japonés fueron tratados de la peor manera posible, como enemigos, e internados en campos de concentración en California cuando empezaron las hostilidades entre las dos naciones.







Entre las historietas japonesas o mangas de la época (de man-ga: "imágenes caprichosas") que ya entonces formaban parte de una industria próspera, también hubo algunas destinadas a un público infantil, cuyos personajes fueron enrolados en la guerra para combatir por la patria contra sus enemigos mortales. Entre las más populares destacó la del perro "Norakuro", del mangaka Suiho Tagawa. En ella el autor plasmó, entre otras cosas, sus recuerdos del servicio militar japonés, que por aquel entonces duraba unos tres años, y sirvió con eficacia a la causa de despertar en las nuevas generaciones de nipones el ardor guerrero. El personaje dio lugar a todo un merchandising relacionado con él, y que no tenía nada que envidiar al de los personajes de Disney y similares.



"Norakuro"



Nada tenía de extraño esta utilización patriótica y militarista de las historias infantiles entre los nipones, si tenemos en cuenta la educación espartana que recibían los niños en las escuelas japonesas, con instrucción paramilitar desde la más tierna infancia. La restauración  Meiji supuso por un lado la hegemonía del sintoísmo como religión del Estado, y por otro la rápida imitación de usos y tecnologías occidentales por parte de los japoneses. En la era Shôwa, el "período de la paz ilustrada" inaugurado por el emperador Hirohito en 1926, la tendencia militarista como respuesta al imperialismo americano en aguas del Pacífico, que había crecido a expensas del desastre del 98 (Filipinas, Guam,etc) se fue radicalizando cada vez más, hasta desembocar en  la "Vía Imperial"  (Kodo-ha): la invasión de China, culminada en 1937 y la Guerra del Pacífico de 1941.
El gran profeta del renacimiento del espíritu samurái fue Tomaya Mitsuru, fundador de la Orden secreta ultranacionalista del Dragón Negro, obsesionado por recuperar el yamato-damashii, "el puro estilo nipón", inspirándose para ello en el código del Bushido. Su ideología panasiática se puede considerar pionera de todos los movimientos de liberación asiáticos que se enfrentaron al imperialismo anglosajón, llegando a establecer vínculos con líderes chinos e hindúes que se sumaron al grito: "¡Hay que expulsar a los blancos!"


Niños japoneses desfilando, durante la Primera Guerra Mundial


Esto empezó a hacerse realidad cuando en 1904, en la batalla de Port Arthur, una escuadra japonesa dirigida por el Mikasa Togo se bastó y sobró para torpedear y hundir a toda la flota imperial del Zar, lo que supuso una gran humillación para el pueblo ruso, y de paso una  conmoción en todo occidente, al comprobar como un pueblo "de color" era capaz de derrotar de forma aplastante al hombre blanco.
A partir de entonces fue en aumento el militarismo y el afán conquistador de los japoneses, que empezaron a ser conocidos como los "prusianos de Asia". La ocupación de Corea en 1910 provocó la enemistad entre Toyama Mitsuru y Rabindranath Tagore, quien acusaba a los japoneses de imitar el imperialismo de los europeos y comportarse igual que aquellos, sometiendo a otros pueblos asiáticos.
En 1931 les tocaría el turno a los chinos, con la invasión de la región de Manchuria o Manchukuo como pasaría a llamarse a partir de entonces, donde se creó un gobierno títere presidido por el ex-emperador Hsüang-tung. Desde allí avanzarían los japoneses sobre la provincia de Yejé en 1933, obligando al gobierno chino de Chang-kaig-shek a refugiarse en Nankin.


Toyama Mitsuru

Entre tanto, entre los jóvenes oficiales del ejército y los campesinos se propagaba una ideología ultranacionalista de marcado acento anticapitalista, que se difundía a través de círculos conspiratorios como la Sociedad del Cerezo, y que atentaban contra los banqueros y los políticos reaccionarios. Su exigencia era que desaparecieran los partidos burgueses y que el Ejército asumiera todo el poder.Finalmente, en 1936, se convierte en primer ministro Hirota Koki y empieza a ser una estrella ascendente el general Tojo Hideki, ambos identificados en gran medida con ese espíritu samurái,  que inspiraría el llamado "Estado de consenso" o "Estado defensivo" japonés entorno a la figura del Emperador.
 Al tiempo que se firmaba el pacto anti-komintern con las potencias del Eje, volvía a renacer el viejo sueño de la Gran Asia de Mitsuru, con el llamamiento de crear una "esfera de prosperidad común de la Gran Asia oriental", que comprendería China, Manchuria, Mongolia, Indochina, Thailandia, Malasia, Birmania, Indonesia, Filipinas, e incluso India y Australia. Era la versión japonesa de la doctrina Monroe: "America para los americanos", del Norte, se sobreentiende.
En 1937 se da el golpe definitivo a los chinos con la captura de Shangái y la matanza de Nankin, donde se aplicaron a fondo los cachorros del Imperio del Sol Naciente. Se afirma que llegaron a masacrar a cientos de miles de civiles y soldados desarmados , y a violar a miles de mujeres, llegando a producirse escenas de infanticidio y canibalismo... Aunque los "revisionistas" japoneses  sostienen que se trata de un puro montaje y de exageraciones de la propaganda enemiga, y pretextos para cobrar millonarias indemnizaciones de guerra. Chi lo sa?



Ilustración falangista de los años 40, con el símbolo del Amaterasu


En 1940 se crea una especie de partido único, el "Tasei-yokusanki" (Asociación nacional para el servicio del Trono) y al año siguiente Tojo asume la presidencia del Consejo y los ministerios de la guerra y de Interior. El pacto del Eje presuponía que cuando Alemania atacara a la URSS, los japoneses abrirían otro frente contra los rusos al este de Siberia. Pero al morder el anzuelo de Pearl Harbour, acuciado por el embargo de materias primas, el Japón entró en guerra contra los Estados Unidos, lo que permitió a estos últimos declarar a su vez la guerra a Hitler. La guerra del Pacífico fue un conflicto salvaje y bestial en grado sumo, en el que se significaron ambos bandos con masacres y horrendos crímenes, aunque en las películas de Hollywood los japs destacan casi siempre por su cruel sadismo, mientras que los inmaculados yankis se portan como unos auténticos héroes de la Tabla Redonda. La realidad es que, como en Europa, los angloyankis se impusieron a sus adversarios por el uso masivo de las bombas y el armamento pesado y no por su superioridad táctica o su heroísmo; baste recordar cómo terminó todo en Hiroshima y Nagasaki.
Si hubo un mito heroico en esa guerra fue el de los valientes soldados nipones que iban cantando hacia la muerte con sus cargas Banzai o en las llamadas unidades tokkotai, entre las que destacaban los famosos pilotos kamikazes, que llevaban con ellos en sus misiones suicidas, tras consagrarse a sus ritos sintoistas, las katanas de sus antepasados samuráis. La guerra moderna creó un nuevo estilo de seppuku, el jibaku. Hoy este mito está muy empañado,; se compara a los kamikazes con los terroristas yihadistas, asesinos de seres inocentes, y se afirma que antes de subir a los aviones se ponían hasta las cejas de metanfetaminas y otras drogas. Pero lo mismo cabe decir de los soldaditos anglos y americanos, que iban bastante puestos también (el uso de las anfetaminas estuvo muy extendido en todos los ejércitos de la Segunda Guerra Mundial). Aunque la diferencia la marcaba un código del honor guerrero del que carecían los mascachicles de Yankilandia.



Portada de Tate no kai, manga publicado en este mismo blog


 El régimen de Franco, agradecido al Eje por la ayuda prestada durante la guerra civil, sentía cierta  simpatía en sus primeros tiempos por el Imperio japonés. El código del Bushido había inspirado al fundador de la Legión, Millán Astray, quien llegó a prologar el ensayo de Inazo Nitobe sobre el espíritu samurái. Algunos sectores del Régimen como los falangistas se sentían identificados con la retórica imperial de los japoneses.
Pero este idilio empezó a enfriarse a partir de la campaña de Filipinas, llegándose a la ruptura de relaciones diplomáticas. Y cuando se produjo la llamada Matanza de Manila, en febrero de 1945, en la que fueron asesinados 300 españoles, algunos de ellos religiosos, se llegó incluso a barajar la posibilidad de declararle la guerra al Japón por parte  del Generalísimo. Los vientos soplaban en otra dirección y la hábil diplomacia  franquista se inclinaba ya de parte de los Aliados, ante el inevitable colapso del Tercer Reich.

 Años más tarde, un célebre nacionalista japonés, Yukio Mishima, vería un resurgimiento del espíritu samurái en el movimiento estudiantil Zengakuren, aunque estando en desacuerdo con su inspiración comunista decidió crear su propia organización patriótica, el Tate no kai. En varias ocasiones confesaría este autor japonés su fascinación por la cultura española, en especial por la del Siglo de Oro y el sentido del honor que entonces se estilaba en nuestra tierra. Consecuente con sus ideas, y hastiado del Japón moderno,se  hizo el seppuku en 1970.



No hay comentarios:

Publicar un comentario