DEL "PROHIBIDO PROHIBIR" AL "POLITICAL CORRECTNESS"
CULTURA Y CENSURA EN EL SIGLO XXI
La cosa no deja de tener su lado divertido, a pesar de los daños sociales, personales y hasta punitivos que puedan acarrearnos a cualquiera de nosotros. El progresismo liberal, esa nebulosa ideología que empezó a enseñorearse de occidente tras irrumpir con enorme ruido y alharacas en los años 60, bajo la consigna libertaria del "prohibido prohibir", y que ha acabado por ser la doctrina dominante del establishment, ya ha establecido su Tribunal del Santo Oficio. Lo componen una constelación de oenegés y organismos subvencionados que se dedican a perseguir, criminalizar , censurar y (si pudieran) a ejecutar a todo aquel disconforme que no encaje dentro de la horma de su zapato. En nombre de la tolerancia y del respeto a determinados "colectivos" y "minorías" supuestamente discriminados o marginados, todo se somete a examen y a donoso escrutinio: opiniones, pensamientos, obras de arte, etc.; por si pudieran contener algún mensaje cifrado de origen machista, sexista, antiecologista, xenófobo, homófobo, islamófobo, zoofobo, etc, etc. Se juzga y se sentencia en base a presunciones, a "delitos de odio", a "delitos de opinión o de pensamiento". Este es el clima asfixiante que hoy padecemos, gracias a aquellos que nos iban a hacer más libres; el precio a pagar por el disfrute de la utopía progre.
Una periodista irlandesa, Danielle Ryan, ha dado en el clavo en un comentario reciente: "Los predicadores de la tolerancia fracasan a la hora de ver la ironía de su propia intolerancia, y son cada vez más intolerantes en su misión de purgar el mundo de los pensamientos y opiniones que no vayan bien con su propia agenda moral y visión del mundo".
El tema ya lo habíamos abordado en una anterior entrada de nuestro blog: https://morenoruizignacio.blogspot.com.es/2016/01/la-policia-del-pensamiento-llega-hasta.html#more
pero hemos de insistir de nuevo, a la vista de que lo "políticamente correcto" es una tendencia que, lejos de remitir, se refuerza cada día más en nuestro decadente mundo occidental.
Y vaya por delante que en este blog no somos ni "liberales" ni hipócritas. Claro que hay muchas actividades humanas (entre ellas algunas supuestamente artísticas) que el Estado debería regular y hasta, en caso necesario, prohibir porque son nocivas para la comunidad, porque pueden perjudicar a las personas más vulnerables que la componen y porque la defensa del grupo y de la "salud social" es un deber inexcusable y prioritario de todo aquel que aspire a gobernar un cuerpo político. La "salud social" debería ser el criterio correcto a la hora de valorar qué es admisible o inadmisible, y por supuesto todas esas aberraciones que hemos comentado otras veces, y que se presentan bajo el rótulo de "arte contemporáneo", constituyen demasiado a menudo ejemplos de manifestaciones nocivas y contrarias a cualquier norma ética o social.
Cuando lo degradante, lo blasfemo, pornográfico o simplemente repugnante es el perejil más frecuente en el arte de hoy, a veces pensamos (delito de pensamiento) que no llegaría con prohibir y censurar esas obras, sino que sería conveniente enviar a sus autores a alguna especie de Gulag, para reeducarlos como es debido. Pero como ese deseo hoy por hoy no es posible de realizar, al menos nos contentaríamos con que no se les diese tantas facilidades para exponer por parte de los organismos públicos o privados, que se les "cerrara el grifo", como se dice ahora, y se les dejara de subvencionar con tanta pasta gansa...
Hace pocos días se representó en el Teatro del Canal de Madrid un espectáculo de Jan Fabre llamado "Mount Olympus", que consistía en una "orgía escénica" que duraba 24 horas y en la que los actores realizaban toda clase de prácticas sexuales delante del público , incluyendo el "fisting" (introducción del puño por el ano). Todo muy instructivo, como se ve, y muy en la línea de una civilización en avanzado estado de podredumbre.
Pues bien, resulta que estas cosas no se censuran. Si se censuraran, habría que prohibir el 80% del arte contemporáneo, y el sistema no está por la labor, sino más bien al contrario, se patrocina esta especie de basura porque cumple una función des o transhumanizadora, o como se la quiera llamar.
Y sin embargo las hermanas ursulinas que hacen actualmente de inquisidoras dirigen su lupa hacia los aspectos más cotidianos e insospechados, allí donde descubren síntomas de "micromachismos" o de "indeferencia racial", u otros muchos delitos habidos y por haber... porque no paran de inventar nuevos "peligros" y modalidades de perversión, como los viejos inquisidores, que no se deben dejar impunes, faltaría más.
Patricia Hearst, secuestrada y abducida por el Ejército Simbiótico de Liberación (SLA) |
Su afición favorita es meterse con lo que se dice o no se dice en los periódicos, la televisión, las redes sociales, las conversaciones privadas, el piropeo en la calle, prohibir las corridas de toros, vetar el "Despasito" o las fallas de Valencia etc. Recordemos que este clima actual entorno al acoso sexual y a un feminismo desmadrado tiene un claro origen intelectual en el freudomarxismo, elaborado ya en los años veinte por la Escuela de Frankfurt e impulsado después por las universidades de los Estados Unidos. Lejos de defender la creatividad o la libertad de expresión o de pensamiento, aquella intelectualidad jázara puso los cimientos de lo políticamente correcto, promoviendo un tipo de cultura (contracultura la llegarían a llamar más tarde) al servicio de la ingeniería social, ensalzando los anti-valores que a ellos les interesaban, para corromper y debilitar occidente desde sus cimientos ("deconstruirlo" como diría Derrida) al mismo tiempo que se atacaban los valores tradicionales o se censuraba a todo aquel que sostuviera un punto de vista discrepante.
Así los guardianes del Nuevo Orden orwelliano han venido tachando de "revisionistas", o mejor aún, de "negacionistas" a todos aquellos que no comulgan con sus dogmas, ya sean historiográficos, climatológicos, antropológicos, etc. De ese modo, el mundo intelectual y cultural ha venido sufriendo una implacable censura al menos desde finales de la Segunda Guerra Mundial, y más aún desde los años 60. Al mismo tiempo, los medios de comunicación y en especial la industria de Hollywood, la televisión y la industria discográfica se ha ido plegando cada vez más a las exigencias de la policía del pensamiento, autocensurándose en algunos casos y haciendo apostolado progre en otros.
En estos momentos, por ejemplo, se recrudecen las campañas feministas contra Trump, "marchas de mujeres", campañas anti-acoso, etc. ya que se considera que el actual inquilino de la Casa Blanca es un machista y un xenófobo. Claramente no se trata de movimientos espontáneos, sino que tienen intencionalidad política, y están orquestados por financieros jázaros como George Soros (el mismo que paga las performances de las Femen).
Oprah Winfey y Wienstein |
El caso es que este nuevo feminismo progre está desembocando en una especie de nuevo "puritanismo" en cascada, contra el que se han manifestado hace poco un centenar de intelectuales y actrices francesas como Catherine Deneuve, Catherine Millet o Brigitte Bardot, que no tragan y rechazan que se esté haciendo en nombre de todas las mujeres lo que no es más que una jugada hipócrita que, más que denunciar un abuso de poder, esconde un resentimiento hacia los hombres y la sexualidad. Pero lo paradójico del tema es que todas estas campañas para cosechar denuncias contra los varones (vistos como lo peor y más abyecto del género humano) se está volviendo contra sus propios promotores: contra la intelectualidad progre de Hollywood y las vacas sagradas de la cultureta oficial.
Aunque a decir verdad los escándalos por toda clase de perversiones (promiscuidad y homopedofilia incluida) les han acompañado siempre a esta clase de gentes: recuérdese entre los escritores a Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Gil de Biedma, Luís Goytisolo, etc, etc. y entre los cineastas a Woody Allen, Roman Polansky, etc, etc. Pero hasta ahora estaban más o menos blindados, y amparados en una sociedad cada vez más "permisiva" y comprensiva con las debilidades de las luminarias progres.
El caso del productor Weinstein está dando un vuelco a esta situación, porque para contentar al feminismo amazónico anti-Trump se ha desatado una auténtica "caza de brujas", aunque no al estilo de Mc Carthy, dirigida contra todos los varones, sin presunción de inocencia posible, incluidos destacados personajes de la cultureta de izquierdas americana. Woody Allen, entre otros, servirá de víctima progre al holocausto feminista, al igual que en su día sucedió con Andy Warhol al sufrir aquel atentado en 1968 a manos de la demente Valerie Solanas, autora del manifiesto Scum, tan celebrado por las hembristas actuales. Lo mismo que James Franco, Dustin Hoffman o Kevin Spacey. Una larga lista de actrices, modelos y coimas de todo pelaje, después de hacerse famosas tras pasar por la piedra, hacen ahora cola para aportar su granito de arena, su denuncia verdadera o falsa que las acredite como militantes del #MeToo. Y los actores y modelos gays también se apuntan a la fiesta.
"Desnudo recostado" (1918) de Amadeo Modigliani |
"El sueño de Teresa" (1938) de Balthus |
Se han recogido ya 10.000 firmas para retirar del Metropolitan Museum de Nueva York una obra de Balthasar Klossowski de Rola, más conocido como Balthus, en la que aparece el retrato de una preadolescente enseñando las braguitas. Si bien es cierto que a este pintor de origen askenazi (como Modigliani) le persiguó durante su vida la fama de pedófilo, su calidad como pintor ha permanecido hasta ahora como indiscutible. Su hermano era un especialista en la obra del Marqués de Sade y ricos mecenas jázaros le encargaban esta clase de cuadros que estaban en el límite entre lo platónico y lo perverso, al igual que se los encargaron a Picasso (pensemos en el cuadro "Le douleur" del pintor malagueño, redescubierto recientemente en los sótanos del Metropolitan Museum). Otra pintura de Balthus, "La lección de guitarra", había provocado el escándalo al exhibirse en 1934, ya que una modelo de corta edad (como las que le gustaban al artista) posaba desnuda sobre las rodillas de una mujer adulta, componiendo lo que algunos llegaron a calificar como una pietà lésbica.
"Le douleur" (1900) de Picasso |
En 2016 el Partido Popular de Austria (FPÖ) censuró una retrospectiva en el Kunstforum de Viena sobre las fotografías eróticas que un ya octogenario Balthus le hizo con su Polaroid a Anna, su modelo favorita, cuando esta contaba entre ocho y dieciséis años.
Muchos artistas a lo largo de la historia han tenido reputación de promiscuos o de desviados (Botticelli, Caravaggio, Cellini) o han escandalizado por su atrevimiento al tratar los temas eróticos (Rodin, Klimt, Egon Schielle) pero su calidad los han situado siempre por encima de cualquier otra consideración. Antes decían los papas que los genios estaban más allá del bien y del mal. Si aplicásemos la rígida norma de retirar de los museos cualquier desnudo que nos parezca "ofensivo" o "pedófilo", nos llevaríamos por delante muchas grandes obras de arte de la antigüedad, y estaríamos prejuzgando a sus autores con criterios del presente.
"La lección de guitarra" (1934) de Balthus |
Otro tema aparte es que desde finales del siglo XIX, y más marcadamente durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI, los artistas modernos hayan competido entre ellos por ver quién escandalizaba más o quién conseguía "epatar más a los burgueses". Muchos de estos enfants terribles de las vanguardias, de calidad más bien irregular cuando no mediocre, y algunos de ellos auténticos enfermos mentales, como son los casos de Munch, Bellmer o Dalí (quien llegó a alimentar sus propias neurosis hasta acabar rematadamente loco de verdad) gozaron del aliento y la protección de los marchantes, coleccionistas de arte y críticos de la tribu jázara, los "progresistas" de la época. Así, a base de surrealismo, expresionismo y dadaísmo, se fueron sentando las bases que legitiman el actual manicomio del arte contemporáneo, auténtica letrina nauseabunda donde abundan toda clase de pervertidos, además de un gran número de farsantes también.
Cuando parecía que el público occidental ya estaba inmunizado contra todas las aberraciones del arte contemporáneo, hete aquí que alguien está descubriendo que algo olía ya a podrido en el arte de comienzos del siglo pasado. No estaría de más que los censores progres se dieran un paseo por algún museo de arte contemporáneo de su parroquia más cercana, y que vieran las barbaridades que perpetran los artistas (y sobre todo las artistas) de hoy. Seguro que ante las obras de Tracy Emin, Marina Abramovic, Win Delvoye, Damien Hirst, Biljana Djurdjevic, etc. tendrían más ocasiones de que se les pusieran los pelos de punta, porque en todas ellas no falta el sadismo, el satanismo, la coprofilia, la pederastia y toda suerte de obscenidades.
A su lado, Balthus, Otto Dix o cualquier otro de los de antes no eran más que mansos corderitos.
Nota: algunas imágenes que ilustran este artículo aparecen debidamente censuradas, no sea que no tengan el visto bueno de google...
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