miércoles, 8 de mayo de 2024

DON QUIXOTE EN CIPANGO 

"Los japoneses son los españoles de Asia" (El Criticón, II-8, Baltasar Gracián)

"Kabuto" o yelmo japonés inspirado en el morrión español

 

 Pese a encontrarse casi en las antípodas del globo terráqueo, japoneses y españoles comparten muchas cosas, y existen ciertos paralelismos culturales e históricos que llaman poderosamente la atención. Los contactos entre ambos pueblos son muy antiguos, puesto que en el mismo año 1543 en el que desembarcaron por primera vez los portugueses procedentes de Macao (llamados por los nipones "namban-jin", o sea "los bárbaros del sur") una expedición española comandada por Ruy López de Villalobos arribó a las islas más meridionales del archipiélago japonés. Seis años más tarde llegaron a Kagoshima San Francisco Javier  ("Savieru" para los nipones) y los primeros jesuitas, que desplegaron una enorme actividad misionera. También los contactos de tipo político y comercial se hicieron cada vez más frecuentes a partir de la conquista de las Filipinas por Legazpi en 1565, y se establecieron relaciones diplomáticas formales en 1592. A lo largo del siglo XVI, durante el proceso de unificación que pondría fin a la guerra civil y  establecería el shogunato Tokugawa, ambas naciones mantuvieron relaciones cordiales y hasta colaboraron entre sí, intercambiando arte, mercancías y conocimientos tecnológicos. En 1570 se fundó la ciudad de Nagasaki, puerta de entrada del comercio europeo, por iniciativa del jesuita español Cosme de Torres. El daimio Oda Nabunaga, gran amigo de España y Portugal, se sirvió de las técnicas de fortificación y de las armas de fuego y los arcabuces traídos por los españoles (los tanegashima) para resolver las disputas internas entre las distintas facciones señoriales y unificar el Imperio.


Panel atribuido a Kano Naizen :"Carraca española" (detalle)

Durante aquellos años Japón enlazó con la ruta del Galeón de Acapulco y con Manila, el centro mundial de la plata de Indias. Los japoneses ofrecían muchos productos artesanales y artísticos, destacando el llamado "arte namban", que consistía en la pintura de iconos religiosos y sobre todo de biombos con escenas donde se representaban los encuentros con los portugueses y los españoles. Al mismo tiempo, los nipones iban adquiriendo otras aportaciones procedentes de la Península, y curiosamente hasta en el terreno culinario, como el bizcocho o "pan de Castilla"(llamado por ellos "castella" o kasutera).
La visión que los españoles tenían de "Cipango" estaba inmersa en lo maravilloso, tal como aparecía en las crónicas de Marco Polo, como una remota isla de oro en la que era posible encontrar toda clase de riquezas y de prodigios. Algo de todo esto se puede rastrear en algunas alusiones del Teatro del Siglo de Oro, por ejemplo. Por su parte, los nipones no quedaron menos asombrados por la singularidad de sus visitantes, por sus largas narices, sus extraños atuendos, sus curiosos barcos y por los objetos que traían, y así lo reflejaron en las pinturas.
A medida que ambos pueblos se fueron conociendo mejor, surgieron curiosas corrientes de simpatía. Por ejemplo, el filósofo español Baltasar Gracián fue el primero en comparar el carácter japonés con el español, y en su magna obra El Criticón llegó a afirmar que los japoneses eran los  españoles de Asia, por su acometividad en el combate, porque siempre avanzan todos juntos. En la actualidad, muchos empresarios japoneses tienen, junto al "Arte de la guerra" de Sun Tzu, la obra de Baltasar Gracián como su libro de cabecera.
Mientras a los señores japoneses les interesó contrarrestar la influencia de las sectas budistas, el cristianismo pudo establecerse y prosperar en aquellas tierras, llegando a contabilizarse unas 200 capillas y unos 150.000 bautizados en 1580, duplicándose su número a partir de 1610. Pero esto ya empezó a cambiar cuando Oda Nabunaga murió asesinado y le sucedió su vasallo Toyotoni Hideyoshi, quien emprendió la invasión de Corea y tras un incidente con un buque español en 1596 procedió a perseguir a los cristianos con el célebre episodio de los 26 mártires de Nagasaki. Parece que este señor feudal japonés temía que Felipe II organizara una invasión desde Manila, y consideraba a los misioneros como agentes al servicio de una potencia extranjera.

Retrato del samurái Hasekura Tsunenaga (1615)


Para terminar de complicar las cosas irrumpieron en escena los holandeses y los ingleses, llamados los "Diablos rojos" por los japoneses, que pretendían desplazar a los ibéricos en el comercio con el Japón. Durante la subida al poder de Ieyasu Tokugawa, fundador de la dinastía del mismo nombre, hubo un intento de restablecer las relaciones con España por parte del daimio Date Masumune (el "Dragón de un solo ojo") quien tenía simpatía por los cristianos y convenció al shogun de que necesitaba que los españoles le instruyeran en la construcción de barcos y en la minería, para la extracción de plata. 
Así se produjo la Misión Keicho, una fabulosa odisea dirigida por el caballero samurái Hasekura Tsunenaga, quien a bordo del galeón Date Maru y tras pasar por la Nueva España llega en 1613 con otros representantes del shogun a la Península, visitando Sevilla y Madrid, donde se convirtió a la fe católica y fue recibido cordialmente por el rey Felipe III, para proseguir luego su viaje hasta el Vaticano. No obstante, la misión diplomática no obtuvo el éxito esperado al enterarse el monarca español de que los cristianos en Japón volvían a ser perseguidos. A su regreso algunos de los sirvientes  de Hasekura decidieron quedarse en la localidad andaluza de Coria del Río, dejando una progenie que aún perdura en nuestros días con el apellido Japón.
Sin embargo, poco duró este idilio, y los sucesores de Ieyasu Tokugawa prefirieron entenderse con los neerlandeses, que les convencieron de que España y el catolicismo suponían un peligro para el Japón. 

Pintura del Quirinal que representa a la delegación de Hasekura Tsunenaga con el Padre Sotelo

Ya el propio Ieyasu, oyendo los consejos de su asesor inglés William Adams, desató en 1614 una persecución generalizada contra los católicos, proscribiendo esta religión, y en 1624 el shogun Iemitsu prohibió la entrada de los barcos españoles en sus puertos. El cristianismo, tras la rebelión de Shimabara y la posterior derrota, prosiguió en las catacumbas durante más de dos siglos con los llamados "kakure".
Se produjo desde entonces un repliegue del Japón sobre sí mismo,  con el "Sakoku" o aislamiento (decretado en 1639) y que duraría hasta el siglo XIX; tan sólo se mantendrían algunos acuerdos comerciales con los holandeses, los principales responsables de la enemistad entre los dos pueblos.
En España este período correría en paralelo con el declive del poderío imperial, la pérdida de protagonismo en Europa y con un cierto repliegue de nuestro país ante el empuje de las nuevas potencias en auge. Ambos países sufrieron un período de grandes crisis y desestabilización al iniciarse el siglo XIX.
Cuando tiene lugar la "reapertura", forzada sobre todo tras los cañonazos de las flotas occidentales en Shimonoseki y Kagoshima (1864) se produce un proceso de modernización acelerada del Japón en la llamada Restauración Meiji. Siendo España en este momento  una potencia de segunda, ya no era vista por los japoneses como una amenaza (los franceses eran ahora los que impulsaban la actividad misionera) y se la veía más bien como un país exótico. Esto es lo que se refleja en novelas como "Kajin no kigu" ("Extraños encuentros con elegantes señoritas") de Shiba Shiro. La cultura española se iba conociendo poco a poco, aunque de una manera imperfecta. Las primeras traducciones al japonés del Quijote, bastante incompletas y deficientes se atribuyeron a un escritor francés llamado "Cervanto".

Portada de una edición incompleta del Quijote (1893)


Al mismo tiempo llegaría a España la manía francesa por el "japonismo", iniciada con novelas como "Madame Chrisanthème" de Pierre Loti, que inspiraría más tarde la célebre ópera de Giacomo Puccini "Madame Butterfly". El modernismo pondría de moda todo lo japonés, con gran demanda de objetos y de perfumes. 
Hasta llegar al "desastre" (o traición) del 98, España empezaría a percibirse como una potencia colonial en declive, mientras que el Japón iba progresando y cosechando éxitos en el terreno militar. Hubo cierto recelo por parte de los españoles ante el "peligro amarillo" cuando se produjo la ocupación de Taiwán en 1895, lo que convirtió a ambas naciones en fronterizas durante un período de tiempo muy breve. Perdidas nuestras posesiones en el continente asiático, la relación entre los dos países volvió a ser más bien amistosa.
Los japoneses fueron conociendo cada vez mejor la historia y la cultura española, aunque muchas veces deformada por el filtro angloamericano. Les interesaba sobre todo el pasado medieval, árabe y cristiano, de la reconquista y algunos iconos literarios como "El Quijote", que ya contó con una traducción íntegra al japonés en 1915. Algunos empezaban a notar las semejanzas, como siglos atrás escribiera Baltasar Gracián, entre los guerreros samuráis y los caballeros e hidalgos hispánicos del medievo, como El Cid, quien podría interpretarse como una especie de Ronin castellano. En una curiosa edición japonesa de las aventuras del Ingenioso Hidalgo de 1937, "Ehon Don Quijote", ilustrada por Serizawa Keisuke, aparece éste ataviado con la típica armadura de los samuráis e inmerso en las tradiciones seculares del País del Sol Naciente.

Lámina de "Ehon Don Quijote" (El intrépido Don Quijote) de 1937


Desde España empezó a admirarse cada vez más al Japón, tanto en el terreno político como en el militar, sobre todo tras la victoria habida sobre los rusos en 1905, algo insólito hasta la fecha. Algunos, como el socialista Julián Besteiro, hablaban incluso de "japonizar " España, de imitarlos para salir del marasmo de mediocridad en el que estaba el país. Los militares empezaban a interesarse por el código Bushido, y así Millán-Astray realizará una traducción primero al inglés (1905) y después al español (1941) de la obra titulada "Bushido. El alma de Japón" de Inazo Nitobe. Es sabido que la Legión fundada por él y por Francisco Franco, se basaba en valores como el honor, la disciplina y el sacrificio, inspirados en la ética de los guerreros samuráis. Parecida admiración hacia las virtudes castrenses japonesas tributaron entre otros Carrero Blanco o Serrano Suñer .
En los años treinta, durante la Segunda República, se produjo el Incidente de Manchuria y la opinión española empezó a dividirse y a ideologizarse. Algunos políticos como Salvador de Madariaga, llamado jocosamente por este motivo "el Quijote de Manchuria", se mostró partidario de la mano dura de las Naciones Unidas frente al Japón. Pronto y de manera simultánea ambas naciones se vieron envueltas en sendos conflictos bélicos: la Guerra Civil Española y la Guerra Chino-Japonesa. Los nacionales sentían simpatía y admiración hacia aquel Japón que apelaba a los valores tradicionales y épicos de los samuráis e identificaban, de un modo algo confuso, la lucha contra el Guomindang chino con su particular cruzada anticomunista. Este texto publicado por Ernesto Giménez Caballero y publicado en el diario Arriba en 1941 resulta muy significativo de esta visión positiva e idealizada del "aliado japonés":
“El sentimiento de compartir con los japoneses la defensa más extrema del mundo frente a un común enemigo, este sentir que España y Japón son dos flancos decisivos, ha hecho que japoneses y españoles nos hayamos ligado fraternalmente y nos tengamos un mutuo cariño y admiración […]. Pero la admiración y afecto de España por Japón no es de hoy, sin embargo.
Procede desde el momento en que nos dimos cuenta de ser el Japón la otra España; la de allá. O sea, una nación colocada frente a un poderoso Continente Occidental (Estados Unidos) y un continente inmenso de color (el Asia china e hindú). Como España es la nación (del lado de acá), colocada entre Francia e Inglaterra (Occidente) y el África (Oriente). España y Japón, las dos fronteras del mundo. Son dos puertas. La misma unidad de destino en lo universal.”


Lámina de la traducción del Quijote  de Sasaki Kuni Yaku (1914)

Al estallar la Segunda Guerra Mundial ambas naciones evitaron involucrarse del todo al principio, aunque colaboraran indirectamente con el Eje. Cuando se produjo el ataque a Pearl Harbor en 1941, la España de Franco celebró por todo lo alto esta demostración de coraje y compromiso, aunque a la larga la Guerra del Pacífico traería serias complicaciones, sobre todo con la ocupación de las Filipinas por los japoneses, pues aún existía allí cierta presencia española. Pero al principio hubo una colaboración con Japón, intermediando  España, como país neutral, en la adquisición de material de guerra para los japoneses y representando los intereses nipones en los Estados Unidos e Hispanoamérica.

La propaganda americana que presentaba aquello del Pacífico como una "guerra racial" contra los "diablos amarillos" fue calando entre aquellos del régimen franquista que preferían inclinarse del bando de los Aliados porque estos últimos iban ganando posiciones. En estos sectores se dio un vuelco de la imagen positiva del Japón, civilizada y exitosa, a otra negativa, rezumando crueldad y perfidia oriental. El conde de Jordana y Lequerica, sucesores de Serrano Suñer, fueron los encargados de este viraje en la política exterior española en 1943, que produjo una espiral de acusaciones contra Japón y desembocaría en la ruptura de relaciones el 12 de abril de 1945. A esas alturas, estaba claro que en el seno del franquismo  la balanza se inclinaba a favor de los que querían jugar la baza antinipona, "en defensa de occidente y del cristianismo frente a los bárbaros", para congraciarse con los Aliados y asegurarse la  supervivencia tras la Guerra Mundial.
Un artículo de la revista Newsweek sobre las  masacres atribuidas a las tropas niponas en Manila en 1944, añadiendo las atrocidades cometidas contra los españoles y filipinos refugiados en el consulado de España, sirvió de pretexto para plantearse la declaración de guerra al País del Sol Naciente. Pero al parecer no se llegó a ese extremo, en buena parte porque los norteamericanos rehusaron avalar esta colaboración in extremis.

Estuche de traducción japonesa del Quijote (1919)


Pero conviene recalcar que en la Batalla de Filipinas  se cometieron matanzas y se destruyó a mansalva por ambas partes; que las informaciones que pudieran aportar medios como  Newsweek  no eran precisamente imparciales; y que, por ejemplo, los responsables de que se destruyera buena parte de la Manila monumental de la época hispánica fueron los norteamericanos. Por no hablar del genocidio filipino que se perpetró entre los años 1899 y 1913, y que causó muchas más víctimas (además de la erradicación de la  lengua, la cultura y del legado hispánicos) que todas las supuestas matanzas de las tropas niponas a la desbandada, que de ser ciertas se cometieron sin planificación y sin un mandato expreso de la oficialidad. 
En cualquier caso, como sucedió con los héroes de Baler, un soldado japonés llamado Hiroo Onoda permaneció aislado y resistiendo al enemigo al norte de Luzón hasta el año...1974.
No sería el último paralelismo entre España y el Japón. Tras la Segunda Guerra Mundial ambas naciones tuvieron que hacer frente a duras pruebas y salieron adelante con grandes sacrificios, y por encima de todo con la pérdida de la soberanía y con la humillante subordinación ante la potencia ocupante (más acelerado esto último en el caso japonés, pero de forma progresiva  y muy palpable en España, hasta llegar a nuestros días).
En la actualidad muchos son los japoneses que tienen gran interés por España y viceversa. A parte del turismo o la afición por el cante jondo o los  toros (se han realizado varias corridas en Japón, una de ellas en el pabellón olímpico Yoyogi de Tokio en 1999) hay un número creciente de peregrinos haciendo el Camino de Santiago. Y es que en Japón existe el camino de Kumano Kodo, una ruta similar a la de la Vía Láctea que conecta tres santuarios sintoístas: Hongu, Nachi y Hayatama.


"Don Quijote: El Caballero de la Cara Triste y del Amor" (2013)


Para los que no pueden viajar existe en Japón un parque temático en Mie, la Villa Española de Shima, inaugurado en 1994 y donde se han reproducido con gran minuciosidad monumentos tales como la Cibeles o la Plaza Mayor de Madrid. Además hay también una réplica del Castillo de Xavier y de las cuevas de Altamira. Aparte del patrimonio histórico y monumental, la obra de AntoniGaudí ha causado un gran impacto entre los arquitectos japoneses, que perciben resonancias zen en construcciones suyas como el Parque Güell. Algunos de ellos como Von Jour Caux el iniciador  del Movimiento Art Complex, se han inspirado directamente en el arte de Gaudí para explorar nuevos caminos.
A nivel más popular, los de mi generación recordamos aquellas series de anime para chicos de Mazinger Z y compañía; continuadas en los años ochenta por las coproducciones hispano-japonesas (Nippon Animation y BRB Internacional): Willy Fogg, D'Artacán, Ruy el pequeño Cid, David el Gnomo, etc. 
En la actualidad personajes españoles de ficción como Don Quijote siguen inspirando animes y mangas japoneses, algunos tan curiosos como "Don Quijote: Ureigano no kishi sono ai" (El Caballero de la Cara Triste y el Amor) con dibujos de Yukito y guión de Yushi Kawata, que moderniza y adapta tanto al personaje a los clichés del manga japonés que se pasa de rosca y lo vuelve irreconocible. En cualquier caso, el influjo de lo hispánico sigue vivo y presente, de un modo u otro, en la vieja Cipango.

Grabado de María Expósito Santiso para "Don Quijote Samurái" (2004)


El caso más extraordinario de adhesión al espíritu hidalgo español por parte de un autor japonés fue, sin duda, el del gran escritor Yukio Mishima, quien conocía al dedillo a nuestros clásicos del Siglo de Oro como Calderón de la Barca y su código del honor. Trabó amistad con Luis Díez del Corral en los años sesenta, cuando este escritor y jurista realizaba en el Japón un ciclo de conferencias sobre la España de los Austrias. Entre sus muchos comentarios que hizo acerca de los españoles, destaca el siguiente:
"Lo que más admiro de la cultura española es el orgullo y la valentía, algo que brilla por su ausencia en los japoneses de hoy en día. Cuando hablo con españoles siento como que quiero recuperar esos sentimientos de orgullo y valentía que antiguamente los buenos japoneses poseían. Cuando hablan los extranjeros sobre el carácter de los españoles, suelen simplificar diciendo que tienen unos sentimientos muy exacerbados o que son un pueblo muy orgulloso. Eso, pese a lo petulante que pueda parecer, es lo que solían decir antiguamente de los buenos japoneses."


Dedicado a mis amigos de OHKA

No hay comentarios:

Publicar un comentario