martes, 5 de diciembre de 2023

¿ES EL "NAPOJOKER" DE VERDAD UN TRUÑO DE PELÍCULA? 


Partiendo del hecho de que las mayoría de los críticos reconocen que no estamos ante la mejor película de Ridley Scott ni  de lejos, ni tampoco ante esa obra maestra que tantos esperaban y que iba a suponer la versión cinematográfica definitiva del gran mito del siglo XIX y la consagración apoteósica del director británico, vamos a dar nuestra humilde opinión , procurando si es eso posible, aportar algo nuevo a lo que ya está  dicho.
Vaya por delante que, a pesar de estar predispuesto contra ella por los comentarios que había leído, finalmente he ido al cine para comprobar por mí mismo si se trataba realmente de un bodrio infumable. Puedo afirmar tras el visionado que la película no resulta  tan aburrida, aunque dure dos horas y media y aunque el argumento a grandes rasgos ya lo conocemos todos aquellos que tenemos algo de interés en la historia. Tal vez aguanté más que otros la sesión porque tengo especial interés por el personaje y el período histórico, como se puede ver en alguna de mis anteriores reseñas: http://morenoruizignacio.blogspot.com/2015/07/el-mito-o-invencion-de-bonaparte.html
También porque me gusta la pintura de batallas, y en eso creo que coincido con Ridley Scott. Sin duda lo mejor de la película son las escenas bélicas, como la toma de Toulon (impresionante es el momento en que el caballo de Napoleón queda reventado al recibir en el pecho una bala de cañón). La batalla de Austerlitz, aunque no fuera así como la pintan en la película, está también muy bien resuelta, con los caballos y los jinetes cayendo  en las gélidas aguas del lago tras quebrarse el hielo. Y aun siendo una licencia poética ver a Bonaparte dirigiendo así las cargas en Borodinó y en Waterloo, lo cierto es que cinematográficamente hablando queda todo muy bien.
Pero dejando aparte esas pirotecnias, que con los medios técnicos de los que dispone ahora mismo el cine de Hollywood es lo menos que se puede esperar de una superproducción como esta, si pasamos al capítulo de las interpretaciones de los actores la cosa cambia bastante.
 Al viejo Bonaparte lo han encarnado en el pasado muchos y grandes actores de la historia del cine, casi todos ellos siguiendo la estela dejada por Albert Dieudonné, el intérprete que eligió Abel Gance para su grandiosa versión de 1927. La inspiración para el personaje venía sobre todo de la pintura, que con los retratos áulicos de un Jacques-Louis David o un Ingres, había creado la imagen de un semidiós juvenil, un personaje hierático y lleno de carisma semejante al dios Apolo de la mitología antigua. 
Entre esos grandes actores a los que nos referimos figuran de forma destacada  Claude Rains, Charles Boyer, Marlon Brando, Trevor Howard o Rod Steiger,  y cada uno de ellos aportó un matiz diferente a la figura en el cine del Gran Corso. 
Además del proyecto de Gance, hay pocos directores que se hayan atrevido a abarcar en toda su amplitud una biografía tan compleja como la del Emperador de los franceses, y menos en una sola película. El formato de serie para televisión puede servir mejor para este propósito. En 2002 los galos lo intentaron con un biopic de cuatro episodios de 90 minutos, protagonizado por Christian Clavier. Este actor, que acababa de protagonizar "Astérix" y de hacer de Delcojón el bribón en la película satírica "Los visitantes", fue escogido no se sabe bien si para "humanizar" al personaje, al que casi siempre había rodeado un aura sobrenatural. O más bien para convertirlo un poco en un bufón, porque ya se sabe que estos protagonistas de la historia, especialmente de la europea, suelen ser el blanco favorito de la sátira contemporánea. Ha sucedido con personajes de la Antigüedad y del Medievo, y sigue sucediendo con otros del pasado más reciente. No parece que fuera este el caso ni las intenciones de esta serie, en primer lugar porque por mucho que hayan degenerado los franceses, sólo hay que ver cómo han recibido la película de Scott para comprobar que el mito de Napoleón sigue  teniendo una especial importancia para la mayoría de ellos aún en la actualidad.
Por otra parte, siendo un actor algo encasillado en esa clase de papeles de comedia bufa, Christian Clavier demostró en aquella ocasión poseer una gran versatilidad, y estando bien dirigido fue capaz de componer un Napoleón sino épico sí al menos algo más convincente que este de Joaquin Phoenix . También, es cierto, estaban John Malkowich (como Talleyrand) y Gérard Depardieu (como Fouché) en el reparto para darle un poco de lustre a la serie, que sin ser una maravilla al menos sí se deja ver.
Se esperaba que Joaquin Phoenix fuera capaz de hacer otro tanto y que, escapando a la maldición del Joker, nos ofreciera un Bonaparte  que si no superior, sí al menos estuviese en la línea de las grandes interpretaciones cinematográficas que hemos citado con anterioridad. 
Pero el resultado ha sido más bien decepcionante, porque en ocasiones roza la caricatura, sin querer o tal vez de forma deliberada. Por un lado el actor es ya un poco mayor para encarnar a un Napoleón que estaba en la  treintena cuando alcanzó lo máximo de su gloria. Además ese rostro abotargado, de autista sin expresividad, no encaja en absoluto con el carisma que debió irradiar ese inteligente estratega y hombre de Estado, una de las figuras fundamentales de la historia de Europa. Sin llegar a ser el Joker, a veces camina como el Joker, y cuando está en la intimidad con Josefina nos parece casi un disminuido psíquico, un tipejo  tan despreciable como el emperador Cómodo de "Gladiator". 
Está claro que siendo Ridley Scott británico, y conociendo la manía que los british le tenían y le tienen al Gran Corso, no sería muy aventurado suponer una intencionalidad si no satírica sí al menos muy desfavorable en ese retrato que se nos ofrece de Bonaparte. En general, la película es muy sombría y tétrica, todo lo que rodea a Napoleón es negativo o triste, en ningún momento se celebran sus triunfos, sus logros y  su grandeza, que también la tuvo, y parece que se regodea de un modo incluso sádico en su desgracia.
Algunos críticos afirman que lo mejor de la película es  la actuación de Vanessa Kirby en el papel de Josefina, suponiendo una intencionalidad feminista en Scott, que habría querido presentar a la Emperatriz como una especie de fulanilla empoderada, capaz de sufrir pero también de manejar a su capricho en la mayoría de los casos al tarado de su esposo, máximo exponente del machismo tóxico y opresor. Pero yo no he visto que destaque especialmente este actriz, limitándose a cumplir más o menos dignamente con el expediente.

Albert Dieudonné como Napoleón

El único actor que comparte protagonismo con Phoenix es lógicamente, tratándose de una coproducción angloamericana, Rupert  Everett interpretando al Duque de Wellington, el antagonista de Napo, por lo tanto el auténtico héroe de esta historia, ya que con su determinación es el único líder capaz de derrotar al tirano, a la "alimaña", al villano de la película. Wellington, como Churchill es el salvador del mundo, el héroe que derrotó al ogro que dominaba en aquel entonces a Europa y que amenazaba a todo el Orbe. Porque esta producción, digámoslo ya de una vez, hiede a la legua a panfleto propagandístico británico; y de ahí el tratamiento tan superficial que hace de los sucesos y personajes históricos.
En efecto, el rigor histórico, o mejor dicho la falta de él, es algo a lo que ya Ridley Scott ya nos tiene acostumbrados con perlas de su cosecha como "Gladiator", "Exodus" o  la horrenda "1492: La conquista del Paraíso". En esta película incurre en bastantes "licencias" (por decirlo suavemente) como presentar a Napoleón cargando al frente de sus tropas, cosa que no volvió a ocurrir desde la campaña de Italia, cañoneando las pirámides en Egipto, cuando se sabe que tal cosa no ocurrió jamás, etc.
Se puede alegar que tratándose de una cinta de dos horas y media de duración, se hace necesario incurrir en esta clase de brochazos impresionistas para situar al espectador muy rápido en los escenarios y en el contexto. Pero es que en algunos casos las omisiones son clamorosas y no se llega a entender cómo Napoleón toma sus decisiones, por qué razón hubo de librar tantas guerras o cual fue su estrategia por la que se hizo célebre. Se pasa de puntillas o sencillamente no se presentan al público los hechos clave ni mucho menos los entresijos que explicarían esos hechos , y aunque una cosa es el cine y otra una lección magistral de Historia, un director solvente debería de ser capaz de sugerirlos al menos. Personajes tan fundamentales para entender el período napoleónico como el ministro Talleyrand (jesuita y  agente secreto de la banca Rothschild) o los generales que acompañaron al Emperador apenas aparecen en esta historia.  Tampoco se mencionan batallas tan importantes como la de Leipzig o la guerra que los franceses libraron en España, que junto con la de Rusia fue uno de los grandes errores que provocaron la caída del Imperio, como bien reconoció el propio Bonaparte. Desde luego, las escenas de boudoir con Josefina duran mucho tiempo que el que ocupan las batallas más decisivas, algunas de las cuales se despachan en unos pocos minutos. Dicen que es culpa de que haya recortado el metraje de la película para su distribución comercial, pero visto lo visto, seguro que la versión extendida va a ser más de lo mismo  a vueltas con la dichosa Josefina. En el actual Hollywood o eres un mangina o te pliegas al discurso woke o, por lo visto, no hay nada que hacer.
En la batalla final de Waterloo, muy bien filmada por cierto, nada debe empañar el triunfo británico. Incluso se dice que Wellington tenía a tiro a Napoleón y que le perdonó la vida, el muy magnánimo. A los prusianos, tan decisivos a la hora de asestar el jaque mate definitivo al Petit Caporal, apenas se los menciona de pasada.
Como remate de la película aparece el recuento de los muertos que costaron las principales campañas napoleónicas, a modo de cifras del holocausto del que se culpabiliza en exclusiva a Bonaparte, como si las pacifistas e imperialistas de los ingleses no tuvieran nada que ver en ese entuerto, ni le hubieran estado buscando las cosquillas a la Francia revolucionaria desde el minuto uno.
En definitiva, eso es lo que puedo contar de la película; no es una obra maestra malograda, es un panfleto deliberado pergeñado por un director que no ha hecho otra cosa que ir de más a menos a lo largo de su carrera. 
Pero seguro que aún nos quedan cosas más horrorosas por ver. Adelanto que nada menos que Steven Spielberg está preparando una serie sobre Napoleón, según él para dar cumplimiento a un viejo proyecto de Stanley Kubrick. Me entran escalofríos sólo en pensar lo que puede llegar a hacer el cuentabilletes narigudo ese si mete también sus zarpas en la figura del Gran Corso.

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