miércoles, 13 de diciembre de 2023

PELLUCIDAR, TARZÁN Y LA TIERRA HUECA 

El globo de Symnes en la Academia de Filadelfia

Antes de despedirse definitivamente de los cómics de "Tarzán" en 1979, y tras haber sido el dibujante que ofreció la adaptación más fiel al medio de los relatos de Edgar Rice Burroughs, Russ Manning creó un episodio para las páginas dominicales a todo color, que tenía como escenario el mundo imaginario de Pellucidar, el país de la luz eterna. Este sería el canto del cisne de Tarzán y del propio Manning, antes de dedicarse y quemarse con la serie de Star Wars, que pretendía ser una vuelta a sus orígenes como dibujante de cómics de ciencia ficción, pero que en realidad no aportó gran cosa a su brillante trayectoria como artista del lápiz. Además de que la poderosa Corporación Lucasfilm le sometió a un férreo control argumental y ya no tuvo más esa libertad creativa que llegó a desplegar en las páginas del Rey de la Selva.
Ya antes, en sus últimas tiras diarias de 1972, había aparecido Pellucidar en conexión con el siniestro culto reptiloide de los Mahar, unas extrañas criaturas que pueblan ese universo fantástico y que son capaces de controlar telepáticamente la mente de los humanos.
Como sucedía en los cómics de Manning, todo está basado en las novelas de Burroughs, ya que Pellucidar, como el reino de Opar o la tierra de Pal-ul-don, es una de esas regiones misteriosas e inexploradas del planeta Tierra en las que se interna Tarzán, llevado por su espíritu indómito y su sed de aventuras, una vez que las selvas de África ya se le han quedado demasiado pequeñas y no guardan más secretos para él.
Existe una novela que publicó Burroughs en 1930 que se llama "Tarzán en el corazón de la Tierra" donde  llega a Pellucidar, pero esta no es más que la cuarta de una serie de siete novelas que forman parte de un mismo ciclo. La primera de ellas lleva por título "En el corazón de la Tierra" (1914) y es en la que explica la aventura del minero David Innes, que viaja al interior del planeta, a 500 millas por debajo de la corteza terrestre,  en un topo de hierro inventado por su amigo el ingeniero Abner Perry. A esta novela seguirían seis más de este ciclo, una de ellas la ya mencionada que protagoniza Tarzán, 
Según Burroughs la Tierra estaría hueca por dentro y su superficie interior sería habitable y accesible a través de una apertura polar. Por ella llegará Tarzán a Pellucidar en un dirigible colosal, el O-220, acompañado de Jason Gridley y del teniente Frederich Wilhelm Eric von Mendeldorf und von Horst; también por allí habrían penetrado siglos antes los piratas moros, antepasados de los Korsars.
Aunque la superficie interna sea menor, el área que ocupa la tierra firme en Pellucidar es más grande que en la corteza terrestre, porque los continentes son espejos de los océanos y viceversa. La línea del horizonte es cóncava, y los objetos más alejados se ven a mayor altura. Ese mundo está iluminado permanentemente por un Sol en miniatura suspendido en el centro de la esfera, al que acompaña una minúscula Luna geoestacionaria. Eso es la causa de que los habitantes de Pellucidar  tengan la sensación de vivir en un eterno mediodía y que apenas tengan una noción clara del tiempo. La única zona que permanece en la oscuridad es la región que queda directamente por debajo de la Luna Bhodes, y que se conoce como "la tierra de la sombra terrible".

Dos viñetas de Russ Manning de 1979, en las que vemos el Sol y la Luna del mundo interior y los terribles Mahar que allí habitan.


Los seres que habitan Pellucidar son una mezcla de las criaturas (animales, humanas y homínidas) que se han ido filtrando desde el exterior en diversas eras geológicas, y que en algunos casos han evolucionado de forma distinta. Por ejemplo, la especie dominante parece ser una suerte de reptil alado parecido al Rhamphorhynchus llamado Mahar, que ha desarrollado unos poderes psíquicos extraordinarios, que le permiten esclavizar a los humanos de los que se alimentan. Otra especie antropófaga son los Horibs, lagartos humanoides que cabalgan a lomos de unos saurios gigantescos llamados Gorobor. Hay enormes reptiles acuáticos llamados Azdriths, que pululan en los océanos de Pellucidar. Existen diversas especies de dinosaurios, mamíferos gigantes como las mamuts, felinos de dientes de sable, etc.  Hay una raza de hombres-gorila, conocidos como Sagoths, que sirven  alos Mahar y son tan sanguinarios como ellos; hombres del paleolítico como los Gilaks, y otros que viven en la edad del bronce como los Xexots. La llegada de David Innes y de Tarzán a ese mundo, aportando la tecnología necesaria, será una esperanza para que los pobladores humanos de Pellucidar puedan por fin liberarse de la cruel tiranía caníbal impuesta sobre ellos por los terroríficos Mahar.
Toda esta fantasía de Burroughs sobre un mundo intraterrestre descansa sobre creencias y tradiciones muy antiguas, que nos hablan de un mundo separado en el interior de la Tierra donde moran los muertos y los espíritus. Así aparece en la leyenda de Gilgamesh, en el mito de Orfeo o en el Venusberg de los germanos. En la edad moderna fue  tal vez el erudito  Athanasius Kircher el primero en interesarse de una manera "científica" por el tema en su obra "Mundus subterraneus" de 1665. El sabio inglés y amigo de Isaac Newton, Edmond Halley elaboró una teoría en el siglo XVII que representaba al planeta Tierra como un hipotético sistema de esferas huecas.
Antes de que se hablara de "terraplanistas", la idea de la existencia de una Tierra Hueca hacía furor entre los científicos alternativos. El más famoso fue sin duda el ex-capitán de infantería de Ohio John Cleves Symnes, cuyo sistema debió de servir de inspiración a Burroughs para sus historias. El 10 de abril de 1818 este personaje, al que sus seguidores bautizaron como "el Newton americano", envió una circular a todos  los congresistas de los Estados Unidos y a algunos grandes sabios para comunicarles su convencimiento de que existían cinco esferas concéntricas en el interior de la Tierra, todas ellas habitables tanto en el interior como en el exterior. Y que se podría acceder a ellas a través de dos grandes aberturas situadas en los polos. Para explicar su sistema realizó un modelo en madera de la Tierra Hueca, que se conserva hoy en la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia.
Entre los más entusiastas defensores de la teoría de Symnes figuraron el arqueólogo James Mc Bride, que desarrolló algunos planes para llegar al interior de la Tierra; y Jeremiah N. Reynolds, que intentó convencer al Congreso americano para que financiara una expedición al Polo Sur en 1838. Ésta al final se realizó con capital privado; Reynolds  llegó a la costa antártica y tuvo que enfrentarse a un motín de su tripulación.

Otra magnífica viñeta de Manning en la que viajamos en dirigible a Pellucidar


 Las conferencias y vicisitudes de Reynolds parece que inspiraron a Poe su "Narración de Arthur Gordon Pym", en la que por cierto existen muchas referencias a esta creencia en la Tierra Hueca.
Y a lo largo de la Literatura del siglo XIX  y XX aparecerán más obras de ficción relacionadas con el asunto. En 1842 el barón Edward Bulwer-Lytton, uno de los fundadores de la Golden Dawn, publicó su novela "Zanoni o La raza que nos suplantará", en la que unos seres con extraordinarios poderes psíquicos, como los Mahar, habitan en las cavernas del centro de la Tierra. Julio Verne escribe en 1864 su famoso "Viaje al centro de la Tierra". Un seguidor de las teorías de Symnes, William R. Bradshaw concibe una novela utópica, "La diosa de Atvatabar" (1892) en la que se describe un mundo subterráneo. En "Etidorpha o el final de la Tierra" (1895) John Uri Lloyd nos cuenta el extraño viaje al submundo de un adepto a las ciencias ocultas. En Rusia, Vladimir Obruchev publica en 1915 "Plutonia", una novela de aventuras no muy diferente a "En el corazón de la Tierra" de Burroughs.
Por otra parte  la teósofa Helena Blavatsky, Ossendovski, René Guenon y otros autores hablarían de un país subterráneo bajo el desierto del Gobi llamado Agartha, con su capital en Shambhala y del Rey del Mundo que reside en ella. 
Uno de los defensores más notorios en el siglo XX de la teoría de la Tierra Hueca, Amadeo Giannini, llegó a afirmar en 1958 que el aviador americano Richard E. Byrd había encontrado por casualidad un paso en 1947 al interior de la Tierra, al viajar al polo norte. Pero parece que toda esta información no es más que un fake, y no merece apenas crédito.


El universo según los koreshianos



Volviendo a la paraciencia, digamos que la teoría de la Tierra Hueca de Symnes tuvo una derivada bastante delirante en el "koreshismo" del neoyorkino  Cyrus Read Teed, un aficionado a la literatura alquimista que tras una "iluminación" puso en marcha esta  corriente pseudorreligiosa desde las páginas de su periódico "La espada de fuego", allá por 1870. Teed y su círculo, que llegó a contar con unos miles de adeptos, y más tarde su continuador Marshall B. Gardner, sostenían la creencia de que nosotros en realidad habitamos en Pellucidar (aunque no lo llamara así) que el planeta Tierra es cóncavo y que vivimos como las moscas, pegados a su superficie interior.
El universo quedaría pues reducido  a las dimensiones de un globo hueco, atrapado en una extensión de roca infinita.  Existirían un Sol y una Luna mucho más pequeños de lo que habitualmente creemos que son y un universo fantasma, una especie de gas azulado en el que flotarían esas  luces  que vemos en el firmamento y que tomamos por estrellas. Nuestra percepción de un universo exterior estaría del todo equivocada según esta doctrina, porque los rayos luminosos no se propagan en línea recta , sino curva, salvo los infrarrojos. Y ante la objeción de que estas creencias contradecían por completo, entre otras cosas, la ley de la gravedad, Gardner respondía que el Sol central emite rayos  cuya presión nos mantiene sobre la superficie cóncava. 
Esa alucinante Cosmología Celular se quiso demostrar, al parecer, mediante un experimento realizado en la playa de Nápoles en 1897. Ignoro en qué consistió tal experimento, ni qué resultados arrojó esa prueba.
Esta pseudo religión de la Tierra Cóncava despertó el interés de Pauwels y Bergier, los autores de "El retorno de los brujos", muy deseosos de establecer algún tipo de relación entre esa colección de disparates y el presunto "ocultismo nazi".  En su libro nos hablan de un aviador  llamado Peter Bender, que sería uno de los propagadores de las ideas koreshianas en la Alemania de preguerra, junto con Johannes Lang, el autor de "La nueva visión del mundo" (1933). Göring durante la guerra habría sido el responsable de organizar una supuesta expedición científica a la isla de Rügen con la misión de enviar rayos infrarrojos al cielo para ver si éstos se reflejaban en las antípodas de la Tierra, y así detectar la posición exacta de la flota inglesa.
La única fuente de Pauwels es un testimonio de Martin Gardner, quien cita un artículo de Willy Ley, que al final nos remite a un magazine de ciencia ficción llamado "Galaxy". O sea, que todo no es más que una elucubración y una patraña monumental, como tantas otras que aparecen en "El retorno de los brujos", que aún siendo un libro muy curioso y entretenido, es muy sensacionalista. Y no digamos nada de toda la literatura posterior sobre el "ocultismo nazi" que bebe de ahí y que intenta convencernos de que en el país de  Otto Hahn, Max Planck o Werner Heisenberg la ciencia estaba en manos de brujos y charlatanes entregados a la magia negra. Para bien o para mal, los alemanes iban muy por delante de la ciencia angloamericana de la época; de ahí la Operación Paperclip y todo eso. Y lo cierto es que para los nacional socialistas la secta de la Tierra Cóncava era una más de esas absurdas creencias que llegaban del otro lado del Atlántico, y a las que no había que hacer ningún caso.

Al menos Burroughs no pretendía hacer pasar como reales sus historias fantásticas ni montar ninguna secta, sino que quería dar entretenimiento a sus lectores y hacer soñar con mundos que sabemos que sólo existen en la imaginación, y que por eso mismo proporcionan un mayor deleite. 


Adaptación al cómic de John Coleman Burroughs, hijo de E. R. Burroughs (1940)



No hay comentarios:

Publicar un comentario