martes, 3 de noviembre de 2015

DON JUAN DE LOS CEMENTERIOS


Cartel de Dalí, anunciando el Tenorio (1949) hoy en paradero desconocido 
Afirmar que el Halloween es una celebración satánica, como han dicho en el obispado de Cádiz, quizás sea darle demasiada categoría a la cosa. El Halloween no es más que una memez americana, basada muy por los pelos en algunas costumbres exportadas a los USA por los emigrantes irlandeses, y que hoy por hoy se retroalimenta de muchas películas malas de terror y series televisivas para adolescentes góticos, productos de la subcultura-basura y los espectáculos de consumo de la actualidad.

 Eso no impide que algunos nacionalistas gallegos, empleando un acadabrante silogismo (gallego=celta=irlandés-yankee) pretendan vendernos el "jalogüin" como una fiesta ancestral de los galaicos, el terrorífico Samain, que ya se celebraba por aquí desde los tiempos de Breogán, con calacús incluidos (por más que las calabazas sean productos de ultramar, que no llegaron a Galicia hasta después del descubrimiento de América). Estos modernos druidas deberían ser más consecuentes y sacrificar a Lug y Tutatis algunas tiernas doncellas, que es lo que se hacía en esas festividades antiguas entre borrachera y borrachera, aunque las feministas pusieran el grito en el cielo.
De lo que no cabe duda es que en Galicia y en el resto de España, como en cualquier país de raigambre católica, y sin perjuicio de que las raíces paganas (celtas y romanas) hayan pudido influir algo en todo esto, se han celebrado desde tiempo secular la Fiesta de Todos los Santos y el Día de Difuntos, con sus propios ritos y ceremonias que poco tienen que ver con esa mascarada de brujillas, esqueletos, zombis y vampiros que nos asedian con el "truco y trato". Más bien se acostumbraba a ir en familia a los camposantos a presentar los respetos a los muertos, en el marco de una mentalidad que, a diferencia de la actual, no rehuía la muerte ni trataba de ocultarla, sino que la integraba con naturalidad en el mundo de los vivos.



También existe la tradición teatral, mucho más moderna, de representar por estas fechas el drama de Don Juan Tenorio de Zorrilla, que nos podrá gustar más o menos, pero que sin duda tiene bastante más nivel cultural que todos esos bodrios hollywoodienses a los que aludíamos antes. Porque el personaje arquetípico español (y gallego) del Juan Tenorio tiene bastante más miga que lo que vulgarmente se piensa, cuando se reduce al simple ponedor de cuernos y "burlador de mujeres" profesional, que en el fondo esconde extraños complejos de narcisista y de bujarrilla, como decía el doctor Gregorio Marañón. Si sólo se tratara de eso, de un miserable playboy o latin lover cualquiera, no hubiera llegado a convertirse nunca en mito universal, ni acaparado el interés entre otros de Molière, Mozart o Baudelaire, ni de tantos hombres de letras desde que un fraile del siglo XVII, Tirso de Molina, lo plasmara magistralmente por escrito con todas sus contradicciones.


"Don Juan, Sganarelle y el Mendigo" por Aubrey Beardsley
Ortega y Gasset nos advirtió ya del impulso dionisíaco y nietzscheano que tenía el personaje cuando sobre él escribió: "Don Juan se revuelve contra la moral, porque la moral se había sublevado contra la vida. Sólo cuando exista una ética que cuente,como norma primera, la plenitud vital, podrá don Juan someterse". Otros, desde planteamientos más o menos teológicos o filosóficos, han estudiado las motivaciones de este "libertino", cuyo principal rasgo distintivo de su personalidad es la audacia, que llega a convertirse en sacrílega y metafísica con el famoso convite del Comendador de Ulloa (motivo por el que es una cita clásica del Día de Difuntos).

El personaje de Don Juan Tenorio parece que está basado en un caballero real , nacido en Sevilla pero oriundo de Galicia (Tenorio es el nombre de una pequeña localidad pontevedresa) y así lo señala Said  Armesto, aunque también se hayan apuntado otros posibles orígenes del mito, como el modenés Jacobo de Grattis (el llamado "Caballero de Gracia").

En su ensayo sobre "Mitología Cristiana" (1963) Vicente Risco llega a decir que Don Juan, más impío que ateo (y por lo tanto, en el fondo creyente) es la prefigura del superhombre. Del mismo año es la novela "Don Juan" de Torrente Ballester, que comparte muchos de los planteamientos que aparecen en el ensayo de Risco. En esta obra se nos ofrece un retrato mucho más complejo y poliédrico de lo que suele ser habitual sobre el "burlador", dando una explicación de su proceder como una rebeldía contra sus propios antepasados y contra Dios. El propósito principal del "libertino" sería poner en evidencia la doble moral de los que corrigen la ley de Dios con su propia ley, como los cristianísimos nobles hispánicos de antaño, que exigían que las afrentas al honor (muchas veces presuntas o insignificantes)  se lavaran siempre con sangre. Lo que hace Don Juan lo hace "porque le da la gana", respuesta typical spanish y grito libertario,  muy en correspondencia con la Voluntad de Poder del superhombre nietzscheano. Aclaremos que la doble moral es algo inevitable en el cristianismo, cuando se empeña en transformar a los lobos en corderos, pero que hoy en día existen formas mucho más sofisticadas y cobardes  de hipocresía y doble moral, entre los que profesan la religión laica de lo progre, el pensamiento correcto o los derechos humanos: políticos, banqueros, medios de comunicación, subvencionados de toda condición, etc.; pero eso es otra historia.

Recomendamos, cómo no, encarecidamente la lectura de este libro del gran Torrente (Ballester se entiende, no el otro), en estas largas noches de noviembre,  y siempre a la luz de un candelabro con velas, para engordar lo menos posible la factura de la luz (ya engordan bastante las eléctricas con el cambio de horario que, en su su propio beneficio, nos imponen).


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