LA NUEVA NOTRE DAME DE MACRON
Al final los peores vaticinios se van cumpliendo y, como no podía ser de otra manera, la reapertura de la catedral parisina tras su incendio de 2019 (intencionado, como el de muchas otras iglesias y catedrales francesas en los últimos años) nos ha devuelto otra catedral que difiere no poco de la original que se quemó, tanto de la gótica como de la reformada por Viollet-le-Duc en el siglo XIX.
Si comparamos aquella gloriosa restauración de Le-Duc con la actual, comprobaremos una vez más que en los asuntos artísticos, como en tantos otros, nuestro mundo va en franco retroceso. Como sucede con muchos templos restaurados en los últimos tiempos, se pretende limpiar tanto el hollín de la piedra y aplicar una iluminación tan moderna que el resultado causa bastante extrañeza, y ya no sobrecoge al visitante de la misma manera que antes, cuando se tenía la sensación de entrar en un espacio sagrado, impregnado de una atmósfera contemplativa y de misterio. Si a esto añadimos la eliminación del mobiliario litúrgico o su reducción a la mínima expresión, aplicando criterios estéticos de dudoso gusto, se justifica que muchos hayan podido comparar el nuevo altar con el ara de una logia masónica o de una iglesia protestante. Y ya veremos qué pasará finalmente con las vidrieras, porque Macron se ha empeñado en que las quiere cambiar, tal vez por otras más acordes con esa ideología woke que tanto le gusta.
A pesar de todo, parece como si de momento hubieran reprimido las ganas de llevar a efecto aquellos proyectos tan quiméricos y descabellados que querían convertir la joya del gótico europeo en una especie de megacentro comercial o de sucursal de Las Vegas. Sin embargo, la reapertura a la que asistieron tantas personalidades y personajillos del mundo entero no ha podido ser más esperpéntica y cutre, algo indigno de la cultura francesa y de la identidad europea, a las que se ha querido dejar una vez más a la altura del betún. Antes de que el hermano Macron oficiara, como en las pasadas Olimpiadas, de maestro de ceremonias de otro aquelarre, ya se estuvo maltratando la venerable fachada proyectando sobre ella haces de luces de colorines muy diversos e inclusivos, como puede apreciarse en la foto. Incluso se organizó con Pharrell Williams y un coro de góspel un concierto en el atrio de la catedral, algo más adecuado para un espectáculo de la Super Bowl americana que para un acto solemne, como se pretendía que fuese aquel. Pero la nota más chusca la ofreció al público asistente a la ceremonia el clero oficiante, con el arzobispo de París a la cabeza, luciendo unas extrañas casullas con los colores del parchís, creadas por el diseñador favorito de Madonna. Así, la impresión de estar asistiendo a un espectáculo circense en el que actuaban los payasos de Micolor resultaba ya completa.
Una muestra más de cómo la actual Iglesia católica sigue asumiendo con gusto el triste papel de comparsa bufona, en este Occidente enfermo y decadente, en el que se pisotea cada día nuestra historia, nuestro arte y nuestra cultura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario