LA ESPAÑA MÁGICA DE JAN POTOCKI:
"EL MANUSCRITO ENCONTRADO EN ZARAGOZA "
Carátula de la versión restaurada de la película de W. Has |
Decía Álvaro Cunqueiro que la prohibición coránica de los juegos de azar, prácticamente ausentes a lo largo de Las mil y una noches, había llevado a los musulmanes a la invención y búsqueda, como sustitutivo, de los tesoros ocultos. En Galicia ocurre algo parecido, siendo esta tierra pródiga en tesoros encantados que han indagado con afán y desde tiempos remotos los ávidos lectores del "Ciprianillo" y en épocas más recientes aquellos que, sondeando la Ría de Vigo, rebuscaron en el fondo del mar entre los restos de los galeones hundidos en la batalla de Rande.
Al decir de las viejas leyendas de los campesinos galaicos, esos tesoros permanecen escondidos cerca de los castros, custodiados por algún ente mágico, ya sean fadas, enanos, o más comúnmente "mouros", es decir moros. Siendo estos últimos unos personajes de la imaginería gallega que constituyen una "raza mítica", que pueden corresponder o no a los moros históricos, criaturas semihumanas o casi humanas y que habitan "en los monumentos prehistóricos, las fuentes y las ruinas", como decía Vicente Risco. Y que se ocultan en galerías subterráneas, añadiríamos nosotros.
Recoge García del Riego la leyenda de que los gallegos actuales no son los únicos habitantes de su región, ya que viven superpuestos a otras poblaciones que habitan en el subsuelo. Creencias parecidas existían en otros países célticos, en lo tocante a hadas, elfos y faunos. Otro investigador, López Cuevillas, los identificaba con los antiguos paganos por su preferencia por las citanias, castros u oppida construidos por pobladores de la época prerromana. Serían algo semejantes a los jentilak de la mitología vasca. Martínez Sarmiento hablaba de el "olvido de los hechos históricos" y de que en la memoria popular todo forma como un totum revolutum, ya que los castros fueron atribuidos a gentes paganas tras la cristianización, pero más tarde y a consecuencia de las sucesivas invasiones, también a los musulmanes e incluso a las tropas francesas de Napoleón.
En todo caso, y volviendo a citar de nuevo a Risco, no deberíamos descartar del todo a los moros históricos como los guardianes preferentes de tesoros, ya que durante sus razzias solían enterrar los tesoros de sus saqueos, con la esperanza de volver algún día a recuperarlos. Esto sería antes de su definitiva expulsión de aquellas tierras, según la tradición galaica por obra del Apóstol Santiago o de Carlomagno. Por cierto, que en la mitología vasca también se habla de los mairuak, un equivalente aproximado de los mouros gallegos.
Toda esta larga y prolija introducción, que espero no haya sido muy pesada, viene a cuento porque se da la coincidencia de que el eje medular que vertebra la obra de Jan Potocki "El manuscrito encontrado en Zaragoza" es precisamente la ficción de que algunos árabes siguieron llevando una existencia subterránea en la península ibérica, aún después de la definitiva expulsión de los moriscos. Y que continuando la mejor tradición de Las mil y una noches, y de las leyendas de los mouros gallegos, éstos estaban en posesión de fabulosos tesoros y se valían de hechizos y encantamientos para mantenerse ocultos al resto de los mortales.
No sabría decir si el supuesto sustrato norteafricano de los españoles es una realidad tan importante, como afirmaba el José Antonio de "Germanos contra bereberes" o una filfa como han parecido demostrar ciertos estudios recientes sobre el ADN de los peninsulares. Pero no cabe duda que en la actualidad, y como decía Lord Dunsany, los sarracenos han regresado al Al-Ándalus, y que esta vez nos va a costar mucho más trabajo quitárnoslos de encima.
Retrato de Potocki por Alexander Varnek |
El conde Jan Nepomucen Potocki de Pilawa (1761-1815) fue un noble polaco, oriundo como Joseph Conrad de una región perteneciente al reino de Polonia y más tarde anexionada por Ucrania. Fue capitán de zapadores, etnólogo, historiador y también poeta y escritor, cuya vida azarosa podría llenar por sí sola una novela de aventuras, ya que fue un viajero infatigable que durante años recorrió el sur de Europa, el Imperio otomano y otras regiones del Oriente, viajó en globo con el aeronauta Jean Pierre Blanchard, vivió de primera mano y en directo los sucesos de la Revolución Francesa, que le desilusionaron profundamente, y que antes conoció la España del monarca ilustrado Carlos III, un país que consideraba, como todo romántico de su tiempo, muy pintoresco y exótico, pero también muy estimable por el alto nivel de sus científicos, artistas y escritores de entonces. Comentar que muy posiblemente durante su estancia llegó a visitar el estudio del pintor Francisco de Goya, cuyos caprichos y pinturas negras tienen cierto parentesco con la obra de Potocki.
Hay quien afirma, como en el caso de Gustav Meyrink que este autor tenía orígenes judíos askenazis, sin mucho más fundamento, y al igual que en el caso de Meyrink, que su interés por los estudios cabalísticos, que no dejó de reflejar en su obra literaria. Así mismo le fascinaban los misterios de la masonería y de las sociedades secretas de su tiempo. También se dice que al final de sus días, hastiado por las terribles fiebres que padecía y la melancolía, decidió encerrarse en su biblioteca, y allí, tras limar pacientemente el asa de un azucarero de plata hasta darle el diámetro justo del cañón de su pistola, puso fin a su vida pegándose un tiro en la sien. No hay duda de que se trataba de un personaje de su tiempo, los albores del Romanticismo.
Su obra más importante, y al decir de muchos una de las cimas de la literatura fantástica o "novela gótica" de comienzos del siglo XIX y de la literatura polaca en general, fue "El manuscrito encontrado en Zaragoza", publicada en dos partes en 1804 y 1805, y que dada su gran extensión es difícil de encontrar en castellano en una edición íntegra. Se basa en la técnica del relato circular y, a la manera de Las mil y una noche, Los cuentos de Canterbury, El Decamerón o el propio Quijote, contiene relatos dentro de otros relatos que van ramificando y complicando increíblemente la trama como si se tratara de un laberinto. Pero el autor siempre consigue con maestría volver hacia atrás siguiendo el hilo de Ariadna, hasta recuperar la narración inicial.
La historia está ambientada en Zaragoza, durante el segundo sitio al que la sometieron las tropas napoleónicas. Hasta ese momento la ciudad había sido conocida como la Florencia de España por los viajeros, por sus hermosos monumentos, muchos de ellos destruidos por los civilizadísimos gabachos. De hecho Potocki, como buen patriota polaco (y más tarde colaborador del Zar de todas las Rusias, todo hay que decirlo) sentía una profunda admiración por la heroica resistencia de los maños ante el invasor Bonaparte, y al convertirse Zaragoza en todo un símbolo universal, es probable que esto le decidiera a escoger esa ciudad como el escenario donde comienza su novela.
Allí, durante el asalto, un soldado francés descubre por azar un manuscrito donde se narra la historia de Alfonso van Worden, oficial de de la Guardia Valona que tiene que atravesar la Sierra Morena para dirigirse a Madrid, a la corte de Felipe V. Durante la travesía salen a su encuentro extraños personajes: bandoleros, gitanos antropófagos, princesas moras, ermitaños, endemoniados, cabalistas, cómo no la Santa Inquisición un geómetra de nombre Velázquez y un pícaro llamado Don Roque Busqueros, un claro homenaje al protagonista de El Buscón de Quevedo. Incluso aparece también el mítico Judío Errante como un personaje más de esta trama. Todos ellos le van contando sus historias y dentro de ellas van surgiendo otras historias, cual las muñecas de una matrioshka. El protagonista principal, como le puede suceder a algún lector, llega a dudar en más de una ocasión del testimonio de sus sentidos y hasta de su razón.
El relato nos va conduciendo por insólitos lugares, como la Venta Quemada, lugar endemoniado donde Alfonso encuentra a las princesas moriscas que tratan de seducirlo, la Posada de los Alcornoques o los tétricos parajes de Sierra Morena.
A menudo aparece toda la parafernalia romántica de los tópicos asociados a España, pero al ser Potocki un buen conocedor de la realidad española, se nota que los trata con cierta ironía y sentido del humor, sin tomárselos en serio. De hecho es este tono irónico, y hasta a veces libertino, lo que le diferencia de otros cultivadores contemporáneos de la novela gótica.
Esta obra, siempre de difícil acceso, cayó pronto en el olvido, lo que aprovecharon algunos autores como el espabilado Washington Irving para plagiar algunas de sus historias. Hasta han aparecido en pleno siglo XX algunos pasajes inéditos que se consideraba perdidos, llegando las ediciones más recientes a contener hasta 66 jornadas.
Sobre la película
Cabe reseñar que de esta novela de Potocki se hizo en su Polonia natal una importante adaptación cinematográfica en 1965, a cargo de Wojciech Jerzy Has, miembro como Andrzej Wajda de la Escuela de cine de Lodz, y que también llevó al cine otras obras literarias de prestigio. Se trata de un ejemplo notable del buen hacer y del nivel técnico que se pudo alcanzar en algunos países que se encontraban más allá del telón de acero, muy alejados de los clichés habituales del cine hollywoodiense. A pesar de que Has se propuso sólo adaptar el primer libro del "Manuscrito", la película llegó a durar en su versión original unas tres horas, siendo recortada luego para ser exhibida en festivales del extranjero.
La pieza es una muestra de cine fantástico muy original, casi surrealista en algunos momentos, que cuenta con magníficas interpretaciones y una ambientación muy lograda, reproduciendo con gran fidelidad las ciudades y los tipos humanos de la España del siglo XVIII. Podemos decir que consigue muy bien recrear esa España soñada y de fábula imaginada por Potocki, a lo que contribuye la extraordinaria banda sonora compuesta por Penderecky, a ratos evocadora del pasado deciochesco y a veces extraña, como de pesadilla. La inspiración de Goya está clara, pero también habría que hablar del primer Buñuel y de Salvador Dalí, sobre todo en las ilustraciones algo esotéricas que aparecen en el manuscrito y en la casa del Judío Errante.
El resultado es una mezcla de terror, exotismo y sensualidad, y con todo algo muy diferente a los productos que la Hammer realizaba también por los años sesenta. No es de extrañar que muchos hayan sentido fascinación por esta película, entre ellos el propio Buñuel. En 1990 Martin Scorsese y Francis Ford Coppola (dos discípulos de Roger Corman, cabe recordar) financiaron una restauración del film en su versión integra. Para ello contaron además con la colaboración del guitarrista de los Grateful Dead, Jerry Garcia, otro de los amantes incondicionales del film y que lo consideraba la mejor película que se había hecho nunca sobre España. Cabe recordar, para cerrar el bucle, que el músico Jerry Garcia era de origen gallego.
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