domingo, 16 de julio de 2023

HOLLYWOOD SE HUNDE



La temporada estival solía ser la de los grandes estrenos en la gran pantalla y era la época en la  que la industria cinematográfica hacía su agosto, pero este año las cosas parece que se están torciendo no poco para ese gran tinglado  que fundaron en Los Ángeles unos judíos oriundos del centro y este de Europa, los magnates de los seis grandes estudios.
En primer lugar la "fábrica de los sueños" se tiene que enfrentar ahora a una tremenda huelga convocada por el  sindicato de actores y guionistas, que amenaza con prolongarse en el tiempo y terminar de arruinar a una industria que, desde que existe Internet, con sus descargas y sus plataformas de streaming, etc. no termina de levantar cabeza.
Por muy inclusivo que sea el actual Hollywood, se ve que cada vez paga sueldos más miserables a sus empleados, lo que tal vez pueda explicar el pésimo nivel de calidad que tienen en general los productos que el Séptimo Arte nos está ofreciendo en los últimos tiempos.
Tras el empacho de películas de superhéroes y superheroinas, cada vez más contaminados de ideología woke, todos esperan que alguna gran superproducción  salve el negocio in extremis, como tal vez sea el caso del  "Napoleón" de Ridley Scott, que ya se ha anunciado este verano y que habrá que esperar a noviembre para que vea la luz. Aunque el pobre Scott no ha estado muy fino en sus últimos trabajos, habrá que darle un voto de confianza, ya que se trata de un viejo proyecto que ya acariciaba desde los buenos tiempos en que dirigió la magnífica adaptación de "Los Duelistas" de Joseph Conrad, y la elección del actor Joaquin Phoenix para encarnar al pequeño corso parece bastante acertada.
Pero la gran baza de los mercachifles californianos para atraer a las masas a las salas de proyección este verano es el engendro ese de "Indiana Jones y el dial del destino", una cinta de presupuesto multimillonario, rebosante de ideología progre que estira aún más si cabe el chicle del arqueólogo aventurero, y que está protagonizada una vez más por un achacoso Harrison Ford rejuvenecido gracias a los milagros de la tecnología digital.
Pues bien, este boom supuestamente salvador se ha dado de bruces con otro estreno inesperado, que coincidiendo en el tiempo, ha conseguido atraer a las salas de Estados Unidos a más espectadores que el cochambroso Indiana. Se trata de la obra del director mexicano Alejandro Monteverde "Sound of Freedom" (Sonido de Libertad) protagonizada por Jim Caviezel , que cuenta con un presupuesto muy modesto y que ha sido distribuida por una pequeña compañía, la Angel Studios de Ohio.
La cinta ya venía precedida por la polémica, ya que estaba avalada por Mel  Gibson que quiso apoyarla por solidaridad con sus creadores. No en vano, el protagonista es el mismo que encarnó a Jesucristo en "La Pasión" dirigida por el cineasta australiano. Además, esta película tenía previsto su estreno antes de la Plandemia, en 2018, y para su distribución se contaba con la 20th Century Fox. Pero como Disney acabó absorbiendo a esta compañía, y el contenido de la película no era del agrado de sus muy inclusivos nuevos amos, condenaron el proyecto al limbo durante cinco años, confiando en que quedaría completamente cancelado.
Y es que la película, basada en hechos reales, aborda un tema tan espinoso como es el del tráfico de niños por parte de redes internacionales al servicio de pederastas del más alto nivel adquisitivo, siendo la mayoría de esos "usuarios" estadounidenses, y moviendo un negocio multimillonario, que no interesa investigar ni perseguir porque implicaría a personajes muy importantes de la élite actual. Recientes están los casos de la isla de Jeffrey Epstein, Jimmy Savile o la resistencia de los demócratas a votar un proyecto de ley sobre el tráfico de menores en el estado de California.
Esto, además de la competencia comercial, puede explicar la inquina con la que han tratado  medios tan progres como la CNN, The Guardian o la revista Rolling Stones, interesados en vincularla con los llamados grupos "integristas católicos" o los "conspiracionistas de QAnon" y llegando a insultar a sus posibles espectadores diciendo que tienen "gusanos en la cabeza" por someterse a semejante experiencia "que revuelve el estómago". Ahora nos han salido sensibles y  delicados estos defensores habituales del satanismo y de la corrupción de menores. Quizás el columnista que ha soltado esas prendas sea un consumidor compulsivo de los "productos infantiles" que suministran esas redes que tanto salen en la película o le hayan pagado una pasta los que manejan el negocio, porque de lo contrario no se explica tanto exabrupto.
En cualquier caso, la Disney, Netflix y Amazon están tomando cartas en el asunto para impedir que la película llegue al gran público. Tras su estreno en los Estados Unidos no está claro si podrá verse en otros países, especialmente en España o Hispanoamérica; por lo visto, no está gustando nada a los gobiernos de países como México o Colombia, por las alusiones que aparecen en la película. 
Es curioso que en una época en la que tanto se utiliza el cine y el entretenimiento en general para "concienciar" sobre el multiculturalismo, el feminismo, la conveniencia de que los niños transicionen de sexo y de género, la alerta climática y otras "causas santas", cuando surge una película independiente como esta que pone el dedo en la llaga sobre una realidad incómoda, se ponen de acuerdo todos los poderes fácticos para denigrarla y combatirla, y para impedir que se pueda ver.
Si algún día se llega a estrenar en nuestro país, invito a los lectores que vayan a verla y llenen las salas de cine, no sólo porque estemos ante una buena película, sino porque se trataría de un acto de rebeldía que molestaría muy mucho a los peces gordos del NOM.

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