viernes, 23 de julio de 2021

 EL CINE KOLOSAL DE RIDLEY SCOTT

Fotograma de "Gladiator" (2000) de Ridley Scott

Al director Ridley Scott, que pasará a la historia como uno de los grandes por haber dirigido tres obras maestras del cine como son "Los duelistas"(1977) "Alien, el octavo pasajero" (1979) y "Blader Runner"(1982) le arreciaron las críticas de criptofascista e incluso de filonazi por su filme, ambientado históricamente en la Roma Imperial, "Gladiator".
Algo parecido  les sucedería después a otros dos directores que, aprovechando en buena medida el tirón de taquilla de la película de Scott, se propusieron rescatar a través del cine el pasado ancestral de los europeos, conectando con sus raíces grecolatinas: Wolfgang Petersen, con su película "Troya" (2004) y Zack Snyder, autor en colaboración con el dibujante Frank Miller  de la magnífica "300" (2006).
En el primer caso no le debieron perdonar, probablemente, que en el casting no empleara actores afroamericanos para interpretar ni a helenos ni a troyanos, como tanto se estila ahora en las producciones de Netflix; y en el segundo, porque resulta obvio que hoy en día todo el que oponga resistencia a poner el culo ante el Poder Omnímodo (en este caso simbolizado por el sarasa de Jerjes) se expone a ser tildado de "fascista", y punto y pelota.
Al pobre Scott le acusaron de haberse rendido a la fascinación por la estética nazi, por haberse servido descaradamente de ella para recrear una Roma mítica y hasta cierto punto inventada ad hoc. No tardaron algunos de sus detractores en señalar los parecidos con "El Triunfo de la Voluntad" (1934) y "Olympia"(1938) de Leni Riefensthal, gran admiradora de Hitler y por otra parte reconocida por la mayoría de los entendidos como la mejor directora de la historia del cine documental que haya existido hasta la fecha.
No les costó encontrar parecidos entre los decorados arquitectónicos de la  película de Scott y los diseños para Germania del arquitecto favorito del Führer, Albert Speer. Por supuesto, el argumento y los diálogos de la película, con las continuas apelaciones de Máximo el Hispano a la "fuerza y honor", etc tampoco se salvaron de las censuras de los progres. Ni siquiera la banda sonora, por momentos genial, de Hans Zimmer pudo escapar de los reproches, por evocar en demasiadas ocasiones el "Anillo" de Richard Wagner (música que fue escogida anteriormente con acierto por John Boorman para su "Excalibur").
También se le recordó que en su grandiosa "Blade Runner", aparte de las influencias que pudiera haber de Fritz Lang y de su esposa, la  escritora nacional-socialista Thea Von Harbou, coautores de "Metropolis" (1927) o de haber escogido como protagonista a un actor de un aspecto ario tan conspicuo como Rutger Hauer, empleó símbolos masónicos-illuminati para caracterizar  a los fabricantes de replicantes transhumanos, la Tyrell Corporation: el buho y la pirámide (tal como aparecen en los billetes del dólar).
Por mucho menos los narigudos de la Liga Antidifamación han hundido  la carrera de un director. Si no, que se lo pregunten a Mel Gibson.
Quizás eso explique los bodrios que ha filmado últimamente un director como Scott, del que se esperaban aún grandes cosas. Para hacerse perdonar su imperdonable desliz, dirigió en 2005 el infumable "El reino de los cielos", con el elfo de Orlando Blumm como protagonista, donde se ofrece una versión promusulmana de las Cruzadas, al tiempo que se denigra a la  Orden de los caballeros del Temple. Si bien es cierto que ya antes la había cagado con Colón y la España de los Reyes Católicos, en "1492: la conquista del paraíso"(1992) la película que pretendía conmemorar el V Centenario y el "encuentro de dos mundos", etc. Uno de sus últimos proyectos ha sido producir una serie para Amazon, "The  Man in the High Castle", basada en una novela de Philip K. Dick (el inspirador de "Blade Runner") sobre una América distópica gobernada por los malísimos nazis. No he visto la serie, por lo que no puedo juzgar sobre su calidad, aunque sus funciones exculpatorias (por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa) y propagandísticas al servicio  del negrero-explotador Bezos y de su tribu resulten más que obvias, sobre todo en estos tiempos de gran libertad en los que vivimos.



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