martes, 19 de febrero de 2019

DIONISO Y SU MÁSCARA




Los antiguos helenos sabían que en lo más crudo del invierno  puede irrumpir de forma repentina, y con más vehemencia si cabe, el divino y salvaje Dioniso. Porque más allá de los ciclos que marca implacable la  madre naturaleza, el dios del vino y de las mujeres, del éxtasis y (también hay que decirlo) de la demencia, puede obrar milagros, capaces de sacudir el adormecimiento general de nuestros sentidos, y hacernos bailar y festejar. Las fiestas de invierno, las romerías de San Blas, los carnavales populares, no son otra cosa que las manifestaciones más burdas y degradadas de las antiguas ceremonias consagradas a esta poderosa deidad, que de  forma tan ruidosa nos anuncia su presencia entre nosotros, antes de renacer y rebrotar en toda su plenitud durante la Ver Sacrum ("primavera sagrada"). Es también un dios inspirador para los poetas,  los artistas y los músicos, ya que su dominio abarca los secretos de la creatividad, como muy bien intuyeron  Hölderlin, Nietzsche. Walter Otto,  Robert Graves y otros que osaron adentrarse en tan abrupto sendero. Internémonos pues en el territorio que ellos desbrozaron  para nosotros...


Otra vez entramos en el  tiempo del carnaval, que es sin duda el tiempo del viejo dios Dioniso, el tiempo festivo de la vida y de la muerte.  Los que alguna vez nos hemos sentido deslumbrados por el paganismo, que de forma bastante burda y degenerada pervive en estos festejos invernales (que tienen su correspondiente en otoño con el Día de Difuntos) no siempre hemos sido muy conscientes de los aspectos inquietantes y tenebrosos que abrigaban estas ancestrales creencias. En la Europa precristiana no eran infrecuentes los sacrificios humanos; recuérdese las terribles divinidades celtas con sus "hombres de mimbre" o las "aguilas de sangre" de los vikingos. Los dioses de los antiguos griegos y romanos, aunque adoptaban una apariencia un poco más amable, podían llegar a ser muy peligrosos, como era el caso de Pan, al que ya nos hemos referido anteriormente:
http://morenoruizignacio.blogspot.com/2013/09/el-retorno-del-dios-pan-1-las-figuras.html

No muy alejado de él, Dioniso, Baco o Iaco, el dios del vino y de las mujeres, del éxtasis y de la locura, era ante todo un dios dúplice, ambiguo y transgresor. En el mito se nos indica su doble linaje: es hijo de Zeus y de una mortal (Semele) que murió abrasada al conocer el fulgor del Padre Celestial. Al no haberse completado del todo su gestación en el vientre de su madre, es Zeus en persona el que lo lleva dentro de su muslo hasta el momento del parto. Finalmente, tanto la madre como el hijo  son divinizados e ingresan  en el  Olimpo, un caso excepcional ya que la mayoría de los vástagos fruto de los devaneos de Zeus con las mujeres mortales debían conformarse con la más modesta condición de héroes o semidioses. Luego Dioniso es un dios olímpico, solar, por derecho propio; pero a diferencia de sus hermanos Apolo, Ares,  Atenea y compañía no vive  distanciado siempre de los humanos, en una montaña inaccesible. Es una deidad terráquea, conectada con la fuerza primigenia de los elementos; y por lo tanto puede manifestarse de repente entre los humanos, a veces en carne y hueso y de una manera terriblemente próxima.  Los antiguos se referían a él como "el que llega", porque continuamente desaparecía y retornaba, muchas veces por el mar,  "moría" y resucitaba, como la planta de la viña. La viña fue considerada desde la más remota antigüedad como una planta mágica, y el vino como una especie de producto milagroso en el que late el misterio de la vida, como muy bien explicaba Louis Charpentier en su libro póstumo "El misterio del vino".

Ese carácter bifronte de Dioniso lo vemos en sus representaciones artísticas. A veces es una deidad dulce, amable, bella y un tanto afeminada que colma de regalos a los mortales, y en especial nos dispensa el vino, su don más sagrado, para darnos valor, inspiración y consuelo en las horas más amargas. En otras aparece como un dios barbado, salvaje y conquistador, armado con su tirso y envuelto con la piel de una pantera, "el cazador" o "el descuartizador de hombres", "el devorador de carne cruda", una criatura imprevisible y poseída por la locura que infunde entre su cohorte de seguidoras, las famosas "ménades" o bacantes. Estas podían llegar a estar presas de un frenesí tal que ríanse ustedes de las feministas y empoderadas contemporáneas. Lo arrasaban todo a su paso. Desde que Robert Graves escribiera su ensayo "La comida de los centauros" se sospecha que  al vino, que bebían en grandes dosis durante los Misterios de Eleusis, le añadían otros ingredientes más bien lisérgicos, como la amanita muscaria, que producían alucinaciones y las conducían a esos estados de trance delirante. En sus ritos, donde llevaban al paroxismo el disfrute de las fuerzas generadoras y destructivas, llegaban hasta el extremo de amamantar a los cachorros de las fieras salvajes, y a desmembrar los cuerpos de animales, niños recién nacidos o de adultos, como le ocurrió a Penteo...

Porque Dioniso es el dios de lo húmedo y de lo fértil, del elemento vital y vivificante que alienta en determinadas plantas y animales; pero también está en estrecho contacto con los dioses del submundo y de los muertos. En su cortejo, además de las ménades, le acompañan animales como el toro, el burro y el macho cabrío (emblemas de la fertilidad) y otras especies depredadoras y sanguinarias como la pantera, el león y el lince, que guardan semejanza con las ménades y la Esfinge por su belleza fascinante y su mortal peligrosidad. También se relaciona con determinados árboles como el pino, la higuera y el mirto, y con dos plantas trepadoras y serpentinas, emparentadas entre sí pero de naturaleza casi opuesta: la vid ("I Heard it Trough the Grapevine") y la hiedra, una que crece y madura en el verano bajo los rayos del sol, y otra que se desarrolla sobre todo en la oscuridad del invierno, en las tapias de los cementerios.

Dioniso es el dios inspirador de la música, la danza y del teatro, sobre todo del teatro trágico. En el festival de las Leneas celebrado en su honor se representaban obras de teatro en Atenas, en las que los actores iban disfrazados con pieles de animales y llevaban grandes máscaras. Porque el medio favorito que tenía de manifestarse el dios era a través de su Máscara:
"Sólo de las máscaras de Dioniso se sabe que debían representar únicamente al dios en su epifanía. Eran confeccionadas en formato grande, con materiales resistentes, y aún se conserva un buen número de ellas(...) Por muy extraño que nos parezca, constituían verdaderas imágenes del dios, Pero era precisamente este extraño hecho el que puede indicarnos el camino hacia los misterios dionisíacos."

Así leemos en un curioso y revelador libro, "Dioniso. Mito y culto", escrito en el año de gracia de 1933 por el profesor alemán Walter F. Otto, estudioso de las religiones que, como Mircea Eliade, era un invitado habitual de las conferencias del Círculo Eranos, impulsado por Carl G.Jung. En esta obra descubrimos este y algunos otros aspectos sorprendentes del antiguo dios de los viñedos. Es decir, que la máscara se empleaba en sus ritos no para ocultar al  que la lleva, como ocurre ahora en las mascaradas carnavaleras, sino como vehículo de manifestación del dios entre los hombres, que solía irrumpir de una manera estruendosa e impredecible.


Dioniso en un vaso ático de hacia 490 a. de C. realizando el rito del sparagmós (despedazamiento)


Lo dionisíaco atrajo durante el siglo XIX y XX a algunos espíritus que intuyeron que la pura claridad y la amplitud de espíritu, la perfección y belleza de la estatuaria del clasicismo, las líneas armoniosas y ortogonales de la arquitectura ática,  la brillante poesía  de Homero o la serena filosofía racional de Platón , todo lo "apolíneo" que los caracterizaba y distinguía, no bastaban para explicar el genio de los antiguos griegos. Que había un "otro yo", un sustrato misterioso y subterráneo al que denominaban "lo dionisíaco" que servía de fundamento y de sustento a tal derroche de creatividad.  Llegaron a convencerse de que el neoclasicismo conducía, pese a algunas realizaciones ciertamente admirables, a una vía muerta, a un arte sin nervio , que no revivificaba lo griego como pretendía, sino que más bien lo momificaba,creando una sucesión de cáscaras vacías desprovistas de alma. Hoy sabemos por los estudios de arqueología que los neoclásicos desconocían, por ejemplo, que la estatuaria griega estaba en su origen policromada, y no presentaba ese aspecto frío que tienen las copias de mármol de los museos. Y lo mismo pasaba con la arquitectura.

Algunos poetas románticos como Schiller o Hölderlin reaccionaron frente a las evocaciones de Goethe y los neoclásicos, quienes veían en los helenos más bien a los precursores del Siglo de las Luces y del racionalismo ilustrado."El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona", sentenciaba el autor de "Hiperión", quien pagó muy caro con la demencia su predilección por el éxtasis embriagador de los sentidos y su temerario desdén por el control racional, el equilibrio y la mesura, que también deben estar presentes, lo mismo que cierta dosis de locura, por supuesto, en toda creación artística.

La exaltación descontrolada de los instintos suele atraer sobre todo a los jóvenes y adolescentes, en una etapa de la vida caracterizada a menudo por los arrebatos hormonales y la escasez de autocontrol, debido también a la falta de experiencia. También es propio de los pueblos primitivos, asalvajados o en estado de regresión permanente, No es de extrañar que el arte y la literatura occidentales, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, con la irrupción de lo americano, el jazz, el rock and roll, el consumo de drogas,etc. se despeñara por los abismos de lo dionisíaco hasta perder el rumbo, como sucede hasta la actualidad. De todas formas, esto no quiere decir que haya que anular del todo la locura dionisíaca, pues  se trata de un factor fundamental dentro del proceso creativo, pero es deseable que esta se someta al autocontrol y al dominio de la voluntad del artista, que debe ser férrea para no dejarse arrastrar por los demonios de la demencia.

Nietzsche, que forcejeó en no pocas ocasiones con ellos, pemaneciendo no obstante muy lúcido hasta poco antes de su derrumbe final, sólo tuvo predilección por Dioniso en su periodo de juventud, sustityéndolo luego en su madurez por la figura de Zaratustra (al final de su vida, cuando sucumbió del todo a la oscuridad, volvería a dedicarle al dios griego sus famosos ditirambos). El principal motivo de su predilección por Dioniso, que había conocido gracias a los trabajos de su amigo el helenista Erwin Rohde, era el de usarlo como un símbolo que oponer a la moral judeocristiana, que él identificaba con el circunspecto protestantismo de su ambiente familiar (su padre procedía de una estirpe de pastores luteranos). Ël fue lo bastante avisado como para acabar comprendiendo que en el mundo antiguo lo dionisíaco no se oponía a lo apolíneo, sino que lo complementaba, hasta el punto de que en el santuario de Delfos (donde supuestamente existía una tumba del dios del vino) se reconocía este hermanamiento entre Apolo y Dioniso, llegándose en algunos casos incluso a identificar al uno con el otro.

Pero la exaltación salvaje y vital de los sentidos que encarnaba lo dionisíaco le servía para oponer el espíritu pagano al cristianismo, que tras su contacto con la filosofía helenística había asumido algunos rasgos apolíneos.

Ya Chesterton destacó la paradoja de que Nietzsche escogiera como gran oponente de Cristo a un dios pagano que, como Dioniso, guardaba no pocas semejanzas con el Crucificado. O al menos ese ha sido el argumento de tantos defensores del gnosticismo sincrético (desde los masones en adelante) que no han visto en el cristianismo otra cosa sino un plagio del orfismo y los Misterios de Eleusis. Incluso durante el Renacimiento y el Barroco no faltaron representaciones dentro de la ortodoxia católica (como "El Baco enfermo" de Caravaggio) que señalaban esta extraña correspondencia.

 La lista de analogías con Dioniso es de veras impresionante: ambos son hijos de un dios y una mortal, nacen durante el soslsticio de invierno (como los demás dioses solares) la infancia de ambos Niños Divinos nos es bastante conocida (a diferencia de la de los otros dioses del Olimpo), y encarnado como el joven Zagreo Dioniso padece y muere (en la forma de un toro) a manos de los titanes, para luego resucitar y ascender al Olimpo. Y no sólo eso, sino que se asegura de que su madre y su amante Ariadna también alcancen la inmortalidad. En honor de Dioniso también se celebraban sacrificios en los que se consumía la carne de una oveja o un toro, y sobre todo se libaba con vino, la bebida sagrada de este dios. Incluso el milagro de transformar el agua en vino, al parecer,  se realizaba en algunos de los santuarios a él consagrados.
También resulta curiosa la similitud entre las máscaras barbadas y colosales que se conservan de Dioniso, o las que aparecen pintadas frontalmente en la cerámica griega, con la santa Faz , Volto Santo o Mandilyon de Edesa, venerado en los iconos ortodoxos y bizantinos.

No se debe descartar que al difundirse el cristianismo entre los paganos, y ver lo arraigado que estaba el culto a Baco sobre todo entre los campesinos, los evangelizadores intentaran identificarlo con el Dios cristiano como hicieron más tarde con los dioses de otros pueblos. Y que ese sea el motivo de la supervivencia, entre otras fiestas, del carnaval ya cristianizado,  integrado en el ciclo de la Cuaresma.


"Altar de Dionisos"(1886) por Gustav Klimt

Pero Dioniso, no conviene olvidarlo, tenía doble naturaleza. Como dispensador de la vida y dios aniquilador, ligaba lo excelso con lo insignificante, lo humano con lo animal, lo vegetal y los elementos, todas las cosas en una unidad eterna. Esta era la promesa que atraía a sus seguidores y a las ménades a su cortejo: unirse con el Todo; aunque a veces no lograran tanto la armonía con el universo, sino más bien sumergirse en un magma caótico, primigenio e indiferenciado, en un auténtico Aquelarre.
Este es el peligro que representa un dios tan poderoso y temible, al que no hay que acercarse sino con grandes muestras de respeto y de temor. "Es- como dice Walter Otto- el espíritu salvaje de la contradicción y los opuestos, la existencia inmediata y la lejanía absoluta, la bendición y el espanto la plenitud de la vida y la cruel aniquilación (...) Con él surgen los insondables misterios de la vida y la muerte imbricadas, del acto creador rozado por la locura y ensombrecido por la muerte."
Por eso, lo que queda en el mundo contemporáneo del antiguo culto dionisíaco, las fiestas de carnaval (ya no circunscritas a unas fechas concretas) suponen un ejercicio de subversión donde asistimos a la ruptura de los tabúes y las fronteras no sólo sociales, sino también de las diferencias entre los sexos, las especies animales e incluso (esto aparece cada vez más claro) entre los vivos y los muertos. Algo que muestra un enorme parentesco con el programa ideológico que la izquierda progre y radical quiere imponer al cuerpo social (o lo que quede de él) de forma obligatoria, permanente y cotidiana. La instauración del Aquelarre y la Locura como su régimen político, basado en la inversión de todos los valores.
Entre estas pantomimas posmodernas y la sabiduría de los antiguos, que conocía los misterios del mundo, media un auténtico abismo.
Acerquémonos pues a Dioniso con el debido respeto y reverencia. No rehuyamos sus dones, festejemos su presencia y bebamos (con moderación) su preciado néctar. Pero mantengámonos alejados del delirium tremens o de la esquizofrenia provocada por el abuso de la amanita muscaria o de otras sustancias psicoactivas. Porque una pequeña dosis de locura puede ser vivificante y un estímulo para la creatividad, pero acabar dominado por la insania no tiene ninguna gracia.




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