martes, 19 de enero de 2016

  AHORA NOS QUIEREN COLAR TAMBIÉN "EL CÓDIGO MIGUEL ÁNGEL"

Detalle del "Moisés" de Miguel Ángel

 

Como cabía esperar, después de a Leonardo le ha tocado el turno a Miguel Ángel. Las interpretaciones más descabelladas acerca del arte religioso occidental, tan de moda hoy entre los especialistas de pacotilla,  no son sólo una fórmula comercial para vender más y más libros y derivados a las marujas, sino que sirven también a otros propósitos menos inocentes. A alguien le interesa aprovechar esas corrientes (en todo caso legítimas) que se interrogan sobre los secretos del arte del pasado, cuestionando las interpretaciones que de las obras de los grandes artistas se venían ofreciendo tradicionalmente, para una vez reseteadas volver a  "programarlas" otorgándoles nuevos significados.

Es el caso del "código da Vinci", al servicio del proyecto feministoide y "new age" de fundar una nueva iglesia de María Magdalena sobre los restos de la hoy ruinosa Iglesia Católica (y el actual pontífice, protector de toda clase de herejías, no parece oponerse mucho a estos designios). Para tal fin Dan Brown se sirvió del Cenacolo de Leonardo, sometiendo a la pobre pintura de da Vinci  a múltiples "corta y pega", como supuesta demostración de las teorías más inverosímiles.

Sólo cinco años después de la publicación del libro de Brown, dos espabilados judíos americanos, el rabino Benjamin Blech y el "historiador"(guía turístico, en realidad) Roy Doliner,  publicaron "Los secretos de la Capilla Sixtina.: los mensajes  prohibidos de Miguel Ángel en el corazón del Vaticano"con el propósito de convencernos de que Miguel Ángel había cifrado un mensaje esotérico, cabalístico y criptojudio ante las mismas narices del papa Julio II "el Terrible" y de  la Santa  Inquisición, los cuales como eran bastante estúpidos y no tenían ni idea de teología, no se enteraban de nada.

Como la tesis de Brown, las afirmaciones de este par de hijos del Pueblo Elegido se basan en supuestos ingeniosos, pero bastante inverosímiles. La cosa se parece más a una novela de detectives y ciencia ficción que a un estudio serio sobre historia del arte. Un boceto incompleto de la Pietà, que podría ser o no una obra de Miguel Ángel y que incorpora un angelote, que Doliner da por supuesto que se trata del dios Eros, y que demostraría que la Vírgen (representada ciertamente con rasgos muy juveniles) es en realidad... María Magdalena, la "pareja" de Jesucristo, claro.  Y muchas pistas dejadas en el techo de la Sixtina de los conocimientos cabalísticosque Miguel Ángel presumiblemente aprendió del maestro Pico della Mirandola en la Academia de los Medici. Claro está, ambos pertenecerían a una sociedad secreta criptojudaica, basada en el estudio de la cábala (pero ¿de dónde sacaba tiempo esta gente para dedicarse a estas cosas tan raras?).
No se puede negar que Miguel Ángel manejó muchas fuentes antiguas, paleocristianas y hebreas para la ejecución de su gran obra, pero como sucede con la mayoría de los artistas de su tiempo, las referencias más importantes las encontró en la Antigüedad grecolatina, que intentó conciliar con el catolicismo romano.   En la Sixtina están presentes las sibilas, que nada tienen que ver con el Antiguo Testamento .De hecho, la Iglesia de la época lejos de ser oscurantista, promovía el estudio de otras tradiciones (hebreas y paganas) con el fin de asimilarlas al mensaje cristiano y al anuncio del Mesías.

Por otra parte, si algo caracteriza a la religión judía, al igual que a la musulmana, es de manera muy especial su aniconismo, es decir su condena de cualquier representación figurativa, sobre todo del cuerpo humano (eso que tanto le gustaba a Miguel Ángel) y de cualquier especie animal, porque se consideraba idolatría. La escultura estaba especialmente mal vista, y Miguel Ángel era por encima de todo escultor. La mayoría de los rabinos no han tenido dudas al respecto al interpretar la Torá y ver esta prohibición en el Segundo Mandamiento de la Ley de Dios, revelada a Moisés en el Sinaí, y que vuelve a repetirse en el Éxodo 20:4 y en el Deuteronomio 5:8-9.


Detalle de "La Serpiente de Bronce" en la Capilla Sixtina

Es por esta razón que apenas existe un arte judío figurativo digno de tal nombre hasta el siglo XIX, siendo el arter judío anterior a ese siglo casi exclusivamente ornamental, y que fueron los judíos descreídos en contacto con los"goyim" (nombre con que despectivamente se refieren a los no-judíos)  los que, haciendo caso omiso a sus tradiciones, se atrevieron a romper el tabú impuesto por la Sinagoga. Después, a lo largo del siglo XX, el número de artistas figurativos judíos aumentó de manera exponencial, pero casi siempre se trata de autores que huyen de la representación naturalista, y tienden hacia la abstracción. Curiosamente, el arte contemporáneo en su corriente más conceptualoide rechaza también el arte figurativo, aunque no abiertamente por motivos religiosos. Así que es difícil hacernos tragar esta presunta filiación cabalístico- hebraica del más grande de los artistas figurativos del arte europeo (y mundial), que fue Miguel Ángel Buonarroti. Y además ¿A qué viene que un rabino se preocupe tanto de lo que pintara un artista "goyim" que, según su parecer, contravino los Mandamientos divinos establecidos en la Torá? Aquí hay gato encerrado, y queda de manifiesto que la consabida desfachatez talmúdica no conoce límites.


No obstante, viendo el estado lastimoso en el que se encuentra  la Iglesia católica y la línea del actual papa Panchito I quizás, al igual que en el caso de los magdalenos, se sienta tentado a admitir la hipótesis del rabino y su colega, por aquello del diálogo interconfesional y la convergencia de las religiones. Inclusive, hasta estaría dispuesto a convertir el Vaticano en una Gran Sinagoga y a dar por válido  el programa esotérico y cabalístico de la Capilla Sixtina, si con eso consigue el aplauso del Sanhedrín.

Por cierto, es bastante controvertida la imagen que de Moisés, el gran profeta judío del Antiguo Testamento, que esculpió Miguel Ángel para la tumba de Julio II, y que aparece con una expresión colérica (la famosa terribilità miguelangelesca) que resaltan un par de cuernos algo diabólicos. Es cierto que está basada en representaciones más antiguas (pero poco conocidas en el entorno artístico italiano del Renacimiento) y que se basaban en la traducción muy literal que de la Biblia hizo San Jerónimo. Pero no está claro si esta iconografía pretendía realzar la figura de Moisés, asimilándola a antiguas representaciones divinas egipcias como las de Amón-Ra (bastante improbable) o escondía un mensaje antisemita como se ve en algunos dibujos de la Edad Media. Otros investigadores fantasiosos podrían sacar la conclusión, igualmente falsa y totalmente opuesta a la anterior, de que Miguel Ángel era en realidad un cátaro clandestino, un adepto de otra minoría religiosa perseguida pero que, al contrario que los judíos, rechazaba todo el Antiguo Testamento. En realidad, nuestro artista se mantuvo siempre dentro de la ortodoxia (al igual que Pico della Mirandola) e incluso era miembro de la orden tercera de san Francisco. Pero ya se sabe, si hace falta tergiversar la historia para alcanzar unos objetivos, pues se tergiversa, y aquí no ha pasado nada.

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