lunes, 24 de febrero de 2014

DE SAQUEADORES, BÁRBAROS Y ESPECULADORES





Se acaba de estrenar en nuestras salas, con mucho bombo y platillo, lo último del ex-guaperas  George Clooney, "The Monuments Men", una cinta que pretende consolidar la carrera como director de este mediocre figurante, que ya había perpetrado en el pasado otros filmes de tendencia más o menos progreta. Esta vez, el ya algo mochales Clooney se ha decantado por un género que presume de ser histórico, pero cuyo rigor en ese sentido no va más allá  de la serie de Indiana Jones, siendo puro cine bélico de propaganda al estilo hollywoodiense de toda la vida.


No está basado en la obra de ningún historiador riguroso , sino en el libro de un millonario petrolero yanki, Robert Edsel, aficionado a los temas artísticos y que, como el protagonista del Código Da Vinci, se las quiere dar de "detective del arte". Edsel dice que para escribir su relato se entrevistó con veteranos supervivientes de la segunda guerra mundial ( a estas alturas nonagenarios), que sirvieron en una minúscula sección del ejército americano apodada "los hombres de los monumentos". En teoría, se trataba de arquitectos, directores de museos, y  otros especialistas encargados de rescatar y preservar las obras de arte incautadas por los nazis a los particulares (coleccionistas judios) e instituciones públicas de los países ocupados por el Eje.
El propósito del libro y de la película (logrado tal vez a medias, a juzgar por el escaso valor cinematográfico de esta última) es hacernos creer que los angloyankis salvaron el patrimonuio artístico de la humanidad en tiempos difíciles, cuando peligraba por culpa de la "barbarie nazi". O sea, que como lo del desembarco de Normandía ya no cuela mucho (ningún historiador serio sostiene ya que fuese más decisivo en la caída del Tercer Reich que las batallas de Kursk o Stalingrado), ahora se han sacado de la manga otra deuda de gratitud de los europeos hacia el tío Sam y John Bull. Amén.
Lo malo es que las cosas no sucedieron exactamente como se cuentan en la película americana (¿a alguien le sorprende?). Por ejemplo, resulta que el famoso "expolio artístico nazi" no empezó hasta el otoño de 1943, precisamente cuando las bombas aliadas caían a tutiplén, arrasando las principales ciudades de Centroeuropa (pronto se cumplirá el 70 aniversario de la destrucción de la muy artística y monumental Dresde, en la que murieron más de 30.000 personas ¿casualidad?). En vista de que los angloyankis no se detenían ante nada en su avance, y que hubieran arrasado también París, Roma o Florencia si Hitler no hubiera tomado la decisión de evacuar sus tropas y declararlas "ciudades abiertas", los alemanes empezaron a almacenar e inventariar las obras de arte, con el fin de ponerlas a salvo y para exhibirlas algún día en un super museo, que el führer había proyectado construir en Linz. Si Göring y otros cumplieron su cometido con honradez o no es ya otra historia, pero no me imagino a Hitler, que tendría muchos defectos pero cuya primera vocación fue la de convertirse en pintor, encabezando a un grupo de bárbaros saqueadores dispuestos a destruir el botín para que no cayera en manos del enemigo. Más bien lo contrario. Sobre lo que sucedió en realidad en las minas de Altausse, y la "gloriosa intervención" de los auténticos monuments men, se puede leer este artículo, que tiene más visos de ajustarse a los hechos históricos que la película de Clooney:http://www.laprensa.com.ar/Cultura/419201-Un-saqueo-de-pelicula.note.aspx

Reconozcamos, eso sí,  las grandes aportaciones de los angloyankis tras la guerra mundial al acervo artístico: el rock and roll, los grafitti, el punk y el hip hop. Pero también que, durante la contienda, se aplicaron a fondo en destruir obras de arte y también en saquearlas.  Ya nos hemos referido en este blog a lo que sucedió con  el monasterio de Montecassino, los murales de Mantegna en Padua, la obra escultórica de Arno Breker,etc. Hubo tras la guerra un floreciente mercado negro de obras de arte europeo organizado en su mayoría por miembros del ejército de ocupación americano, y con destino a los Estados Unidos. Los soviéticos tampoco se quedaron atrás en el saqueo, sirviéndose a destajo en la Galería de Bremen y llevándose, por ejemplo, el Altar de Pérgamo de Berlin al Hermitage.
Esta afición al saqueo y la piratería artística entre los anglosajones  y americanos viene de antiguo. Sólo bastaría echar un vistazo a las obras expuestas en el British Museum y preguntarse sobre su origen. De hecho, el propio Clooney tras el estreno de su película ha protagonizado una polémica sobre la devolución de los frisos del Partenón a Grecia (aunque haya que reconocer que tal vez hayan llegado hasta el presente en bastante buen estado, gracias a esta providencial apropiación por parte del museo inglés).
Y recordemos qué ocurrió en 2003, en la última guerra del golfo, con el  Museo Nacional de Irak. Los "bárbaros" siguen estando en plena forma, para quienes alberguen alguna duda al respecto.

Capítulo aparte es el de la adquisición más o menos fraudulenta de arte por parte de coleccionistas ricachones y magnates. Es sospechoso que el libro  de Edsel y la película de Clooney  coincida con muchas  reclamaciones, por parte de los herederos, para que se devuelvan las obras de arte incautadas a los coleccionistas judíos por las SS y que, por las vicisitudes postbélicas, han terminado por formar parte de museos e instituciones públicas en Alemania y otros países. Parece como si respondieran al servicio de estos intereses, lo que no sería de extrañar.
Es sabido que muchos de estos coleccionistas adquirían arte no por su valor estético, sino por un mero afán mercantil o especulativo. El impulso que los marchantes dieron a la compra de "arte moderno" (Picasso, cubismo, expresionismo) y la actual inflación de las cotizaciones de toda clase de productos y subproductos "artísticos", tiene su razón de ser en este imperativo economicista. Y también conviene recordar el expolio al que algunos multimillonarios yankis (al estilo del Ciudadano Kane) sometieron al patrimonio artístico europeo, sobre todo al español. Un ejemplo sangrante fue la "compra" de los frescos de la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga, por cuatro perras gordas, a unos vecinos sorianos en 1922 por León Leví (el del "perfil de maravedí" del poema de Gerardo Diego), intermediario del coleccionista Gabriel Dereppe. Pese a que la prensa se hizo eco de esta operación, y el gobierno intentó paralizarla, el Tribunal Supremo (probablemente sobornado) sancionó la "compra" y las pinturas, arrancadas de sus muros y enteladas, salieron con destino a los Estados Unidos en 1926. El Museo del Prado sólo recuperó una mínima parte de ellas en 1957 canjeándolas, eso sí, por las ruinas de la iglesia románica de Fuentidueña (que forman parte, junto a otras obras expoliadas, del museo de los claustros de Nueva York). Consúltese el libro de Inmaculada Socias ("Así fue posible el expolio de España")  para enterarse de las andanzas de personajes sin escrúpulos como Hungtinton, Arthur Byne, Randolph Hearst  y otros que se aprovecharon de la ignorancia general de nuestro pueblo, y  la avaricia y la desidia   de algunos de sus funcionarios, para hacerse con un suculento botín. Así nos ha lucido (y nos sigue luciendo) el pelo a los españolitos. Seguro que si a algún ministro de incultura se le ocurre reclamar la devolución de estos tesoros de nuestro patrimonio,  a más de uno le entrará la risa floja, como con el caso de Gibraltar.

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