LOS PELIGROS DEL TATUAJE
Como un efecto secundario del fenómeno perroflautístico tan difundido a nuestro alrededor en los últimos tiempos, y en combinación con los piercings y las rastas, el tatoo en todas sus variantes se ha puesto de moda entre nuestra juventud más comprometida y anti-sistema. Parece que cuanto más sofisticada e hipertecnológica se vuelve nuestra sociedad, con más decisión avanzan nuestros vástagos hacia estadios más primitivos de hominización, incluso más bien canibalescos.
Pero conviene informar a estos alegres muchachos y muchachas de que sus encomiables inclinaciones estéticas encierran también un cierto riesgo, y no nos referimos sólo a los granulomas y otras infecciones y alergias de la dermis, o de los trastornos psicológicos que tamaña chorrada puedan ocasionar más adelante a los incautos que no cayeron en la cuenta de que un tatuaje es para toda la vida...
Antes de tomar una decisión como esa, que puede marcarlos para siempre, deberían leer este cuento de Hector Hugh Munro, más conocido como "Saki" (1870-1916), genial escritor británico nacido en Birmania y caído como tantos otros en la Primera Guerra Mundial. Sus sátiras dirigidas contra la sociedad victoriana de su tiempo le convirtieron en alguien célebre (y temible). Este cuento en particular, titulado "El Lienzo Humano" lo publicó en su libro "Las Crónicas de Clovis", en 1911, y ha sido traducido al español por Editorial Valdemar. Aconsejamos la lectura de esta obra, que no tiene desperdicio, y que contiene además otras célebre historias, como "Tobermory".
-La jerga artística de esa mujer me exaspera -dijo Clovis a su amigo periodista-. Tiene la manía de decir que ciertos cuadros “brotan de uno”, como si se tratara de una especie de hongo.
Pero conviene informar a estos alegres muchachos y muchachas de que sus encomiables inclinaciones estéticas encierran también un cierto riesgo, y no nos referimos sólo a los granulomas y otras infecciones y alergias de la dermis, o de los trastornos psicológicos que tamaña chorrada puedan ocasionar más adelante a los incautos que no cayeron en la cuenta de que un tatuaje es para toda la vida...
Antes de tomar una decisión como esa, que puede marcarlos para siempre, deberían leer este cuento de Hector Hugh Munro, más conocido como "Saki" (1870-1916), genial escritor británico nacido en Birmania y caído como tantos otros en la Primera Guerra Mundial. Sus sátiras dirigidas contra la sociedad victoriana de su tiempo le convirtieron en alguien célebre (y temible). Este cuento en particular, titulado "El Lienzo Humano" lo publicó en su libro "Las Crónicas de Clovis", en 1911, y ha sido traducido al español por Editorial Valdemar. Aconsejamos la lectura de esta obra, que no tiene desperdicio, y que contiene además otras célebre historias, como "Tobermory".
-La jerga artística de esa mujer me exaspera -dijo Clovis a su amigo periodista-. Tiene la manía de decir que ciertos cuadros “brotan de uno”, como si se tratara de una especie de hongo.
-Eso me recuerda la historia de Henri
Deplis -dijo el periodista-. ¿Nunca se la he contado?
Clovis negó con la cabeza.
-Henri Deplis era nativo del Gran
Ducado de Luxemburgo. Tras madura reflexión se hizo viajante de comercio. Sus
actividades lo obligaban con frecuencia a atravesar los limites del Gran Ducado,
y se encontraba en una pequeña ciudad del norte de Italia cuando le llegó la
noticia de que recibiría un legado de un pariente lejano recientemente
fallecido.
“No era un legado importante, aun desde
el modesto punto de vista de Henri Deplis, pero lo impulsó a permitirse algunas
extravagancias aparentemente inocuas. En particular, a patrocinar al arte local
representado por las agujas de tatuaje del Signor Andreas Pincini. El Signor
Pincini era, quizá, el más brillante maestro del arte del tatuaje que haya
conocido Italia, pero la pobreza se contaba por cierto entre las circunstancias
de su vida, y por la suma de seicientos francos aceptó complacido cubrir la
espalda de su cliente, desde el cuello hasta la cintura, con una deslumbrante
representación de la Caída de Ícaro. Cuando la composición quedó terminada,
Monsieur Deplis sufrió una ligera decepción, pues suponía que Ícaro era una
fortaleza tomada por Wallenstein durante la Guerra de los Treinta Años, pero se
sintió más satisfecho con la ejecución de la obra, que fue aclamada por todos
los que tuvieron el privilegio de verla, como la obra
maestra de Pincini.
”Fue su mayor esfuerzo, y también el
ultimo. Sin esperar siquiera a que se le pagara, el ilustre artesano dejó esta
vida y fue sepultado bajo una ornamentada tumba cuyos alados querubines no
hubieran ofrecido campo suficiente para el ejercicio de su arte favorito.
Quedaba, sin embargo, la viuda de Pincini, a quien se le debían seiscientos
francos. Y fue entonces cuando se produjo la gran crisis en la vida de Henri
Deplis, viajante de comercio. El legado, tras numerosas y pequeñas acometidas,
quedó reducido a proporciones muy insignificantes, y una vez pagada una urgente
cuenta de vinos y varias otras deudas, había para ofrecer a la viuda poco más de
cuatrocientos treinta francos. La dama se sintió justamente indignada, no sólo,
según explicó abundando en detalles, por los ciento setenta francos que
faltaban, sino porque se pretendía depreciar el valor de la reconocida obra
maestra de su marido. Al cabo de una semana, Deplis tuvo que disminuir su oferta
a cuatrocientos cinco francos, circunstancia que tornó la indignación de la
viuda en la más viva furia y la indujo a cancelar la venta de la obra de arte.
Unos días después, Deplis se enteró, con cierta consternación, de que la había
donado a la municipalidad de Bérgamo, que la aceptó agradecida. Deplis abandonó
el vecindario tan discretamente como pudo y se sintió sinceramente aliviado
cuando, en razón de sus negocios tuvo que ir a Roma, donde abrigaba la esperanza
de que se perdiera de vista su identidad y la del famoso cuadro.
”Pero llevaba en sus espaldas el genio
del difunto artista. Al presentarse un día en el corredor de un baño turco,
debió vestirse de prisa forzado por el propietario, oriundo del norte de Italia,
que se negaba enfáticamente a permitir que la celebrada Caída de
Ícaro se exhibiera en publico sin autorización de la
municipalidad de Bérgamo. El interés público y la vigilancia oficial aumentaron
a medida que el caso fue difundiéndose, y Deplis ya no podía dar el más breve
baño en el mar o en el río, aun en las tardes más calientes, a no ser que
vistiera un traje de baño que lo cubriera hasta la nuca. Luego las autoridades
de Bérgamo pensaron que el agua salada podía resultar perjudicial a la obra
maestra y lograron que se emitiera una ordenanza que prohibía al acosado viajero
bañarse en el mar en cualquier circunstancia. Se mostró fervientemente
agradecido cuando sus empleadores le encontraron un nuevo campo de actividades
en la zona de Burdeos. Su agradecimiento, sin embargo, cesó abruptamente en la
frontera franco-italiana. Un imponente despliegue de fuerzas oficiales impidió su
partida, y se le recordó severamente la estricta ley que prohíbe la exportación
de obras de arte italianas.
”Entre el gobierno de Luxemburgo y el
de Italia tuvo lugar un entredicho diplomático, y por un tiempo la situación
europea se vio ensombrecida por la posibilidad de una contienda. Pero el
gobierno italiano se mantuvo firme; se negó a conceder la menor atención a la
suerte y aun a la existencia de Henri Deplis, viajante de comercio, pero se
mostró inconmovible en su decisión de impedir que la Caída de
Ícaro (del difunto Pincini, Andreas), propiedad de la
municipalidad de
Bérgamo, saliera del país.
"La agitación cesó paulatinamente, pero
el desdichado Deplis, que era retraído por naturaleza, se convirtió unos meses
más tarde en centro de una furiosa controversia. Un alemán experto en arte, que
había obtenido de la municipalidad de Bérgamo permiso para inspeccionar la
famosa obra maestra, declaró que se trataba de un falso Pincini, probablemente
la obra de algún discípulo suyo contratado durante sus años de decadencia. El
testimonio de Deplis carecía de valor, pues durante el largo proceso de punzar
el diseño, había estado sometido a la influencia de los narcóticos habituales.
El editor de un periódico de arte italiano refutó los argumentos del experto
alemán y se propuso demostrar que su vida privada no se ajustaba a ninguna de
las normas modernas de decencia. Toda Italia y toda Alemania se vieron enredadas
en la disputa, y el resto de Europa no tardó en participar en la misma. Hubo
discusiones acaloradas en el parlamento español y la Universidad de Copenhague
otorgó una medalla de oro al experto alemán (después de haber enviado a una
comisión para que examinara sus pruebas in situ ), mientras que dos
estudiantes polacos se suicidaron en París para mostrar lo que ellos
pensaban al respecto.
”Entretanto, no mejoró la suerte del
desdichado mareo humano y no es sorprendente que se incorporara a las filas de
los anarquistas italianos. Cuatro veces por lo menos fue escoltado hasta la
frontera como extranjero indeseable y peligroso, pero lo traían siempre de
vuelta como la Caída de Ícaro (atribuida a Pincini,
Andreas, principios del siglo XX). Hasta que un día, durante un congreso
anarquista que tuvo lugar en Génova, un camarada, en el calor del debate, le
rompió sobre la espalda una ampolla llena de un líquido corrosivo. La camisa
roja que llevaba mitigó el efecto, pero el Ícaro fue
dañado hasta el punto de que ya no era reconocible. El atacante fue reprendido
severamente por agredir a un camarada y recibió la pena de siete años de prisión
por arruinar un tesoro artístico nacional. No bien pudo Henri Deplis dejar el
hospital fue obligado a cruzar la frontera como extranjero indeseable.
”En las calles más tranquilas de París,
cerca del Ministerio de Bellas Artes, suele encontrarse a veces a un hombre
deprimido y ansioso que habla con ligero acento luxemburgués como puede
advertirse al entrar en conversación con él. Abriga la ilusión de que es uno de
los brazos perdidos de la Venus de Milo y espera persuadir al gobierno francés
de que lo compre. En todo lo demás, creo, es moderadamente cuerdo.”
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