CARNAVAL CANÍBAL
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Dibujo de Francisco Ibáñez |
No sé por qué será, pero la llegada del festivo carnaval siempre me ha traído a la cabeza la inminencia de algo terrible, como si compartiera de algún modo las aprensiones y el espantoso trauma del pintor Gutiérrez Solana. Quizás sea porque muy a menudo y de un modo inexorable, acostumbro a contraer por estas fechas en las que el tiempo es más falso que Perro Cáncer, algún catarro o síntoma gripal, y esta vez se me ha agarrado uno especialmente contumaz en la garganta que me la ha dejado hecha polvo, apagando con dramatismo el sonido de mis cuerdas vocales. Espero que se trate de un episodio temporal, que pueda resolverse en breve mediante la administración de generosas dosis de miel con limón, porque no me gustaría acabar el resto de mis días hablando con voz castrati de falsete.
Otro motivo por el que el tan popular y aparentemente transgresor carnaval me parece una castaña insufrible, es que produce no poca vergüenza ajena el ver a tanta gente adulta haciendo el gilipollas, con la que está cayendo, yendo disfrazada por la calle de Super Mario Bros o de la muñeca Barbie. Además, el carnaval moderno y urbanita, que poco tiene que ver con los brutales entruejos de nuestros antepasados, con su salvajismo rural y en los que había carta blanca para dar rienda suelta a los más bajos instintos, está desde hace unos cuantos años demasiado teñido por los colores del arcoíris, a la vez que por lo necrófilo. Valga decir que al igual que buena parte de los eventos del calendario festivo/reivindicativo contemporáneo. A veces no hay manera de distinguir si nos encontramos ante una chirigota de carnaval, la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, la gala de los Goya, la carroza del día del orgullo guay, las comparsas del jalogüín o las almas en pena del chocho-eme; todo tiene el mismo aire entre lo festivo y lo macabro.
Esta debe ser la razón de por qué se fomenta tanto desde los centros educativos y los institutos de secundaria que los alumnos y profesores acudan disfrazados de payasos a las aulas; aparte de promover la infantilización cretinizante a todos los niveles, se trata de implementar una agenda muy concreta.
Para algunos la etimología de la palabra "carnaval" procede del "carro naval" o Nave de Isis de alguna antigua celebración romana. Para otros es el "carne vale" o "adiós a la carne" que precede a la cuaresma. Las sectas evangélicas prefieren la interpretación, sacada de la manga como es su costumbre, de "carne para Baal", sacrificios para la deidad sanguinaria de los cananeos (que con ligeros matices era la misma que la de los israelitas, por cierto).
A mí siempre me ha sonado más la cosa a "caníbal", siendo curioso además que el carnaval goza de mucha popularidad entre los afrodescendientes y otros grupos afines. Y tal vez a la dieta antropófaga estemos avocados en un futuro no muy lejano, para complementar nuestras raciones alimenticias de insectos y de larvas aprobadas por las autoridades sanitarias de la Unión Europea.
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