miércoles, 17 de abril de 2024

"ATLAS" O EL TITANISMO DE LOS CAPITOSTES NORTEAMERICANOS 

Escultura de Atlas en el Rockefeller Center (Fuente: Imagología)

Los historiadores del Arte que se ocupan de la pasada centuria acostumbran a denostar la grandilocuencia del "arte totalitario", que para ellos era el oficial de los regímenes fascistas o de la Unión Soviética, pero se olvidan (tal vez de forma intencionada) de añadir a la lista el colosalismo que tanto caracterizó a la pujante Norteamérica de comienzos del siglo XX. Se puede afirmar que fue la Estatua de la Libertad, traída por la Masonería desde Francia en 1886, muy pocos años después de que un francmasón, Thomas Alva Edison se hiciera, sin muchos escrúpulos y dejando fuera de juego a Tesla, con el monopolio del servicio eléctrico. Los "Hijos de la Viuda"  se hacían así los dueños de la "Luz del Mundo". También coincidió la llegada de la Dama francesa con los primeros antecedentes de los famosos rascacielos de Chicago y Nueva York, motivados en un principio por el aprovechamiento económico del suelo, pero que muy pronto empezarán a competir entre ellos para sobresalir en el skyline. Estas grandes urbes o babilonias contemporáneas encenderán la imaginación de los artistas futuristas y de los creadores cinematográficos, desde sus inicios,  sirviendo de escenario de películas tan icónicas como Metrópolis o Blade Runner. Otro ejemplo de este colosalismo al que aludimos sería el "Santuario de la Democracia" sito en el Monte Rushmore, territorio rapiñado a los indios Sioux, e iniciado por el escultor Gutzon Borglum en 1927, a la mayor gloria de los cuatro presidentes que allí aparecen tallados en granito. Pero, por encima de los demás, cabe destacar el complejo arquitectónico de rascacielos del Midtown Manhattan, más conocido como el Rockefeller Center, una auténtica ciudad dentro de la ciudad de Nueva York.
Ya nos hemos referido a este sitio al hablar de la estatua-fuente de Prometeo, en la entrada que dedicamos a la Estatua de la Libertad. Dijimos que la obra data de 1934 y que era del escultor Paul Manship, cuyo estilo arcaizante entroncaba con el "art decó", en este caso  con reminiscencias de la Antigua Grecia. Es el monumento escultórico más importante del Rockefeller Center, junto con el "Atlas", de mayor tamaño, una figura de bronce que se encuentra en el patio del International Building esquina con la Quinta Avenida. Sus autores fueron Lee Lawrie y Rene Chambellan y la realizaron en 1936 para complacer los gustos del magnate John Davidson Rockefeller Jr., el gran impulsor del conglomerado que lleva su nombre. Una mole de 6.350 kilos y de 13, 7 metros de altura. Se ve que al millonetis ese le iba muy bien en plena Gran Depresión, y no reparaba en gastos para darse pisto.
Este monumento  es un verdadero icono, como la Estatua de la Libertad, en los Estados Unidos. Se han impreso sellos postales con su efigie y ha inspirado incluso a autoras como la filósofa Ayn Rand, cuyo libro "La rebelión de Atlas" alude precisamente a esta estatua. También el lugar  donde se encuentra no es para nada casual, justo enfrente de la fachada principal de la catedral católica de San Patricio, enfrentándose desafiante, con sus brazos en cruz, a los que salen de ese templo neogótico fagocitado por los rascacielos...
Todo el conjunto corresponde al estilo art decó, que también podemos encontrar en otros edificios de Nueva York como en el rascacielos Chrysler y el Empire State Building. También influyó bastante en las superproducciones hollywoodienses de la época, fastuosas, muy caras y a veces bastante horteras; aunque, por lo general, se trataba de un estilo elegante, moderno y funcional, que se inspiraba en gran medida en la arqueología (antigüedades egipcias, babilonias, cretenses, mayas, etc.).
Quizás porque ambas figuras remiten a la mitología helénica o porque los frescos del vestíbulo de "El progreso americano" pintados por el español José María Sert, para cubrir a los del comunista mexicano Diego Rivera, recuerdan bastante a unos decorados que hizo anteriormente para la cantata "Atlántida" de Manuel de Falla (basada en los versos de Jacinto Verdaguer) algunos han concluido que el tema que preside al Rockefeller Center es el del mito de la Atlántida. La Nueva Atlántida encarnada en la Isla de Manhattan. 

"La rebelión de Atlas" de Ayn Rand


Pero esto es perder un poco de vista las verdaderas intenciones del promotor de esta urbanización, hoy por hoy uno de los más grandes, sino el más grande, centro de poder político y financiero del mundo. Recordemos que aquí entre otras cosas tuvo su sede, durante la Segunda Guerra Mundial, el centro principal de inteligencia de los aliados en los USA, la British Security Coordination, y también el embrión de lo que sería la CIA.
 Y todo el simbolismo que aparece en este enclave tiene una innegable impronta masónica, y sobre todo luciferina. Atlas y Prometeo, según la mitología griega, eran dos titanes, hijos los dos de Jápeto, y ambos sufrieron un terrible castigo por rebelarse contra los dioses del Olimpo. Atlas encabezó un ejército de titanes en la Titanomaquia para enfrentarse a Zeus, que derrotados fueron arrojados al Tártaro. La historia tiene indudables similitudes con el relato bíblico de la rebelión de Satanás y sus legiones. A Atlas le tocó soportar sobre sus hombros la bóveda celeste (esa esfera armilar que se observa en el monumento, decorada con los signos del zodíaco y cuyo eje norte-sur apunta a la Estrella Polar). Su hermano Prometeo, más sagaz que él, se mantuvo durante algún tiempo al margen de aquel conflicto con los dioses, hasta que, como ya vimos, le entregó el fuego (la Sabiduría) a los hombres; como la Serpiente del Jardín del Edén o el propio Lucifer, según las creencias de los masones. 
Y para que quede aún más claro que detrás de todo esto se encuentran  las logias, en el holding principal y detrás del "Prometeo" del Rockefeller Center está ese friso con un personaje barbado que, al parecer, representa a la Sabiduría. Una especie de deidad extraña que recuerda al "Anciano de los días" de William Blake, sobre todo porque con dos dedos de su mano derecha describe un compás masónico. Esta es sin duda una representación del G.A.D.U., el Gran Arquitecto del Universo, el ser supremo de los masones. Debajo de la figura aparece un rótulo con el texto de Isaías 33, 6: "Wisdom and  Knowledge shall be the stability of thy times" ("La sabiduría y el conocimiento serán la estabilidad de tus tiempos").
No son estos los únicos ejemplos de simbología de este jaez que puede encontrarse en ese siniestro lugar, basta hacer una pesquisa por Internet para ver muchas otras representaciones de inequívoco significado masónico/luciferino. Tan sólo voy a recordar los dos enormes "alebrijes", el jaguar y el águila,  que viajaron desde Oaxaca (México) al Rockefeller Center en los años del Covid, y que fueron plantados como dos guardianes a ambos lados del Prometeo. Uno de ellos con unas pintas que recordaban bastante a la descripción de la Bestia del Apocalipsis. 

Friso de Lawrie de "La Sabiduría" en el Rockefeller Center

Todo esto no debería extrañarnos demasiado si pensamos que, según se afirma,  David Rockefeller fundó su propia obediencia masónica, la Gran Logia 666, seguramente una de esas "logias encubiertas" y del todo luciferinas que manejan a todas las demás, como la de los Illuminati de Baviera o la Orden del Derecho Humano, y que tenía su sede en el edificio 666 de la Quinta Avenida, muy cerca del Rockefeller Center. Allí al parecer existía también una imagen de Prometeo pintada en el suelo y se celebraban esos oscuros ritos en los que adoran a su señor Baphomet. Los manejos de Rockefeller, a través de la ONU y otras organizaciones pantalla (Bilderberg, Davos, CFR, etc) para caminar hacia un Nuevo Orden Mundial y una religión también mundial, seguramente de matriz satánica, van quedando cada día más al descubierto, aunque se tachen de "conspiranoicos" en los medios oficiales.
También el pensamiento de Ayn Rand, el "objetivismo", inspirado por los triunfadores del sueño americano como Rockefeller, es bastante luciferino. Defiende un egoísmo absoluto y un individualismo a ultranza, muy anticristiano por cierto, que ha hecho las delicias de los neocon y de los anarcocapitalistas, pero también del fundador del satanismo moderno, Anton LaVey, que la reconoce como una de sus referentes. Desde luego, tanto la masonería, como el satanismo y el objetivismo son movimientos muy sectarios que acostumbran a utilizar el lavado de cerebro para reclutar a sus neófitos...


"Alebrije" al lado de la fuente de Prometeo


Pero volviendo al inicio, ese estilo titánico del que hemos estado hablando caracterizó sin duda a las tres grandes ideologías revolucionarias del siglo XX, capitalismo americano,  comunismo soviético y fascismos europeos. Y de alguna manera sigue impregnando nuestro tiempo, heredero no en vano de dos titánicas guerras mundiales. Algunas de estas ideas son muy antiguas y en absoluto tienen matriz masónica. Para indagar el origen del colosalismo en el Arte  habría que remontarse a los monumentos megalíticos, al Egipto de los faraones o al periodo helenístico, y en la Europa moderna a las obras de  Miguel Ángel y de Giambolgna, que trabajaban para el Vaticano y los papas. 
Lo que sí es cierto es que existe una visión prometeica en esas tres ideologías modernas, que se expresa artísticamente con un impulso hacia lo grandioso y hacia lo colosal muy semejante, en apariencia. Es probable que los líderes fascistas y comunistas, lo mismo que los magnates anglosionistas y masónicos yanquis, quisieran emparentar con aquella raza de titanes o semidioses de la Edad de Oro que regían los destinos de los hombres, y para ello era necesario movilizar ingentes cantidades de material, de energía y de recursos. En la actualidad, los titanes cuentan con instrumentos aún más poderosos, los que les ofrecen las nuevas tecnologías o la ingeniería social, para modelarnos y someternos a sus sueños utópicos o distópicos.
En el siglo XX, con la "muerte de Dios" que liberales, cientificistas, socialistas y masones se habían encargado de consumar, se habían puesto las bases de esas ideologías prometeicas, que de un modo más o menos explícito aspiraban a sustituir  a las religiones del pasado, rebelándose contra un orden antiguo, que consideraban ya caduco: el tradicionalismo católico en el caso de liberales y masones, el burgués y capitalista, en el caso de comunistas y fascistas.
En las artes ese impulso titánico se evidenció incluso antes, en el "Sturm und drang", surgido en las latitudes donde el protestantismo había encendido sus hogueras, y que se caracterizaba por  un marcado irracionalismo, una actitud rebelde y desafiante ante las fuerzas superiores y un anhelo de llevar adelante esa lucha, aún  a sabiendas de que la derrota sería cierta. El Romanticismo con su Filosofía del Absoluto retomó estas ideas, que abocaban a los artistas a una tensión permanente hacia lo ilimitado y lo sublime. A lo largo del siglo XIX algunos individuos geniales pudieron vislumbrar el nacimiento de un arte nuevo, y en ese ambiente de expectación surgieron las famosas vanguardias, muy pronto absorbidas por el mercantilismo burgués, pero  también los estilos titánicos de los años 30.


Estatua de Baphomet erigida delante del Capitolio de Arkansas en 2021


Los historiadores "expertos" hablan de "realismo socialista" y de "idealismo fascista" (aunque sería más propio referirse en este segundo caso al "realismo heroico") y pocas veces se acuerdan de mencionar el colosalismo norteamericano, poniéndolo en relación con los anteriores. Y suelen caer fácilmente en la tentación de igualar a los dos primeros estilos y condenarlos por falsos, grandilocuentes, y a su juicio, al servicio de utopías  aberrantes; pero se olvidan que detrás de las apabullantes edificaciones del capitalismo yanqui existe también una ideología prometeica, mucho más sutil y peligrosa.
No obstante, las diferencias entre las tres ideologías que inspiraron estos tres estilos del siglo XX no fueron para nada insignificantes, ya que esa fe mesiánica y ciega en la ciencia y en el progreso y en un humanismo ateo (o satánico) y autosuficiente que conduzca hacia la felicidad material, que se dibuja en el horizonte tanto del capitalismo masónico como del comunismo, no la compartían en absoluto los fascismos. Siendo también hijos de la modernidad que trajo la Ilustración del "siglo de las luces", aspiraban a superar el materialismo burgués mediante una actitud trágica, luchadora y heroica ante la vida, un "entusiasmo escéptico" y una justificación estética del mundo. Les animaba una especie de "Sturm und drang" puesto al día, y su impulso era más "fáustico" (a la manera de Spengler) que prometeico.

Detalle de "La Madre Patria" de Mamayev Kurgan en Volgogrado (antes Stalingrado)


Ya hemos visto que el colosalismo norteamericano se nutre principalmente de una extraña mezcolanza entre materialismo y espiritualidad pervertida y luciferina. El "realismo socialista", por muy entusiasta y aparentemente heroico que fuera en sus inicios, chapoteaba en el mismo materialismo satánico y ponzoñoso de sus adversarios masónicos. Sólo el "realismo heroico" afirmaba que era necesario crear nuevos "dioses" o valores que revitalizaran la cultura europea, enferma ya de nihilismo.
El primer estilo tuvo sus teóricos luciferinos, como Albert Pike o Ayn Rand. Los segundos a Aleksandr Bogdánov y otros prominentes ideólogos del Proletkult de la URSS. El "realismo heroico" contaba nada menos que con las aportaciones teóricas de Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger o del temprano Ernst Jünger. Este último autor se refirió a menudo a los titanes (hay un ensayo sobre él de Alain de Benoist titulado precisamente "Entre los dioses y los titanes") y su figura del Trabajador ("Der Arbeiter") resulta muy ilustrativa en este sentido. La relación de este último con la técnica, en opinión de Jünger, vendría a superar el individualismo idealista y burgués y al socialismo proletario, ya que el trabajador continuaría la lucha hasta el sacrificio del guerrero por otros medios, poniendo a su servicio los poderes elementales de la naturaleza. Sería pues una especie de demiurgo, y su trabajo pondría los cimientos para la creación de nuevos valores, recuperando el concepto que originariamente tenían los griegos de la técnica, como sinónimo de arte. 
La técnica ya sabemos en que está deviniendo en manos de los "burgueses", los masones, los luciferinos y los progres. En una trampa para aniquilar poco a poco la cultura, las consciencias y los cuerpos (transhumanismo) cuando no directamente en una máquina de devastación total del ser humano.

Arno Breker: "El vengador" (1941)


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