CIUDADES SUMERGIDAS BAJO LAS AGUAS DEL ATLÁNTICO
Hay muchas Atlántidas engullidas bajo las aguas de los Finisterres del occidente céltico. En la Bretaña francesa destaca la mitológica ciudad de Ys o Ker-Is, edificada sobre las arenas de las aguas vivas de la bahía de Douarnenez, al parecer por el rey de Cornualles Grallon como obsequio para su amada hija Drahut. Más tarde esta ciudadela fue tragada por las aguas del mar, según cuenta la leyenda cristiana por culpa de su corrupción, y por no haber escuchado las prédicas de San Guenolé, conminando a que abandonara los ídolos paganos. Hay quien incluso ha fijado el año en que se produjo este cataclismo, el 395 d. C., aun cuando muchos no creen que Ys haya existido realmente. Pero son tantos los recuerdos de pueblos y paisajes anegados en esa zona que es posible suponer que la separación definitiva entre las islas anglonormandas y el continente se produjo no hace tantos siglos. Para que luego nos hablen del cambio climático antropogénico...
Otras famosas ciudades sumergidas a las que se refieren las leyendas bretonas serían Occismor, Arnival, Minquiers, Saint-Gaud, Tollente y Lexobia. De Arnival se decía que seguía estando habitada al menos hasta el siglo XV y que era posible visitar sus palacios submarinos sin ahogarse. Así lo hizo entre otros el vizconde de Elbeuf, quien prefirió instalarse allí para siempre. Se habla también del desaparecido bosque de Sccisy, situado antiguamente entre el Monte de Saint-Michel y el macizo rocoso de Tombelaine.
Más al norte, en el corazón de Vidal Banks, entre la isla de Irlanda y las Hébridas, hay quienes sitúan el Robledal de Slanton Banks, una extensión boscosa submarina que, se dice, reflota todos los años. Así, por ejemplo, San Bano, fundador del convento de la Isla de Arán, iba de vez en cuando a ese bosque a buscar leña para sus monjes. También se dice que el brujo particular de la infame Isabel Tudor, John Dee, usó madera de ese robledal para elaborar uno de sus conjuros contra la gran Armada de nuestro soberano Felipe II.
Si descendemos un poco más, hacia la Península Ibérica y su zona de influencia, aquí ya nos encontramos con restos mucho más evidentes de una supuesta civilización atlante que pereció por un cataclismo oceánico in illo tempore. Amén de una especie de pirámide encontrada bajo las aguas, en las inmediaciones de las islas Azores (y que todavía está por explorar) tenemos la fabulosa capital de Tartessos, la Tarsis de la Biblia, identificada a menudo con la mismísima Atlántida nombrada por Platón en sus Diálogos de Timeo y Critias. Muchos investigadores, como el teutón Adolf Schulten, la han buscado infructuosamente en diversas localizaciones: en la desembocadura del Guadalquivir, en el estrecho de Gibraltar, en una isla hoy desaparecida del coto de Doñana, en la Marisma de Hinojos, etc. Hasta la fecha el descubrimiento más sensacional es el del empresario Manuel Cuevas, tras estudiar unas fotos realizadas desde satélite en el pinar de la Algaida, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y haber detectado, según dice, hasta cuatro grandes edificaciones, que podrían tener más de 2.500 años de antigüedad.
Pero es en el noroeste de España, en Galicia, donde existe un número extraordinario de leyendas acerca de ciudades sumergidas. Además de las muchas aldeas que (daños colaterales del "desarrollismo" franquista y postfranquista) en tiempos más recientes se tragaron las aguas, como las de los embalses de Belesar (unas veinte, incluyendo una parte importante del conjunto histórico de Portomarín) y Os Peares (Pincelo y otras, con restos de viñedos de la Ribeira Sacra de la época romana), el pantano de Grandas de Salime (Barcelo) o el embalse portugués de Lindoso, sacando a la luz recientemente "la pertinaz sequía" los restos de la aldea inundada de Aceredo, en Orense.
Entrando ya en el terreno de lo legendario, tenemos la famosa ciudad de Antioquía, mencionada a menudo por Vicente Risco, en la hoy casi desaparecida laguna de Antela (Orense). Estaría emplazada en lo que antaño era una inmensa zona lacustre próxima al río Limia, el mismo río Leteo o "del olvido" que, según Tito Livio, cruzaron los supersticiosos legionarios romanos, sólo mediante un ardid de su comandante Décimo Junio Bruto, en el año 138 a. C. Dicen las historias que allí había una enorme ciudad con grandes avenidas y elevados campanarios, gobernada por unos magos, y que fue condenada a hundirse bajo las aguas por rendir un culto idolátrico al gallo (¿Abraxas?). También se dice que en las noches de San Juan es aún posible vislumbrar los campanarios o escuchar el repique de las campanas de esta fantasmagórica ciudad, y que un fabuloso tesoro escondido no lejos de allí está custodiado por los guerreros del rey Arturo, transformados por obra de la reencarnación en terribles mosquitos. De hecho, a la laguna Antela ya la intentaron desecar en parte los romanos, entre otras cosas para aprovechar su fértil suelo para el cultivo y para evitar la malaria que podían transmitir los mosquitos que infestaban sus aguas. Más tarde, en la época de Franco, se completó este proceso de desecación, conservándose tan sólo algunos humedales, que han permitido que no muera del todo el mito de la ciudad encantada.
Hay otras historias que guardan relación entre sí y que se refieren a una ciudad llamada Valverde, Ventosa o Lucerna, y que se encontraría hundida en algún punto de la ruta del Camino de Santiago. Parece que la leyenda fue transcrita por primera vez en el siglo XII en el Libro de Turpin (capítulo IV del famoso Codex Calixtinus) en el que se cuenta que, al abrir el Camino de Santiago, el emperador Carlomagno iba conquistando cuantas ciudades de España iba encontrando a su paso. Pero una de ellas se le resistió tenazmente, tanto es así que necesitó cuatro meses de asedio para lograr rendirla. Cogió tal cabreo el sacro emperador que la maldijo, y desde entonces quedó sumergida bajo las aguas de un lago. Muchas son las localidades que se han atribuido el emplazamiento de esta Luiserne, cuyo nombre podría estar relacionado con la suiza Lucerna, también una zona lacustre: el lago Carucedo, en León, donde también vivía la ondina Carissia, el lago de Sanabria, cuyas aguas cubrirían la ciudad de Valverde de Lucerna, etc. En Galicia hay al menos dos villas de Valverde, la de la laguna de Cospeito, en la Terra Chá y la de la laguna de Doniños, cerca del Ferrol. En ambos casos se dice que fue Jesús mismo el que las maldijo por tratarse de gente idólatra y desagradable, y no haberle ofrecido hospitalidad cuando las visitó en alguna ocasión.
Dejo para el final la mítica ciudad de Duyo, que dormiría aún bajo las aguas de los acantilados de Finisterre. La historia dice que allí existía un rico puerto donde atracaban los barcos, que comerciaban con toda clase de metales preciosos y de riquezas. Y que cerca de allí había un santuario dedicado al Sol poniente, y al que peregrinaban las multitudes antes de la llegada de los romanos. Estos aparecieron hacia el 138 a. C. capitaneados por el ya citado Décimo Junio Bruto, procónsul de la Hispania Ulterior. Valerio Patérculo cuenta que al ver desde un promontorio el Sol rojo hundirse en las aguas del océano, "se sintieron poseídos de religioso terror", pues se creían llegados al Tártaro. Allí encontraron un templo muy antiguo, el Ara Solis, edificado por los fenicios o por los celtas, donde se veneraba un disco de oro representando al Sol sobre una copa de estaño. Este símbolo dicen que es el auténtico origen del Grial que aparece en el escudo de Galicia. La leyenda dice que el Apóstol Santiago, para erradicar para siempre estas costumbres paganas, destruyó el templo y sumergió Duyo en lo más profundo del mar. Logró acabar así con las peregrinaciones al altar del Sol, pero estas volverían más tarde, desviándose un poco hacia su tumba en Compostela.
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