EL PÁLIDO VISITANTE
Crece felizmente, por tanto, el número de los "negacionistas" de todo tipo, de aquellos que cuestionan todas las verdades oficiales, las consagradas no sólo por los medios de desinformación de masas, sino también por los académicos, puesto que vaya usted a saber en cuantas cosas más nos han estado mintiendo esas "élites" que tanto se interesan ahora por nuestro bienestar y por nuestra seguridad.
Entre los internautas de la "disidencia" hay pues de todo, y sin llegar al extremo de los terraplanistas o de los defensores de la teoría alienígena o reptiliana, no faltan aquellos que, además de negar la existencia real de los virus, del holocausto judío o de los diversos holocaustos atribuidos a los comunistas, los atentados del 11-S, o la llegada del hombre a la Luna, afirman que las armas nucleares son también una falacia.
Siendo muy saludable el cuestionarlo todo, otra cosa es que haya que secundar todas las ocurrencias de la gente que circulan por ahí, por muy bien que nos caigan los que las sueltan. A ver, a lo mejor es que interesa vender al público que los gringos (ellos tan "buenos") serían incapaces de desarrollar un arma tan terrible y menos de utilizarla.
No creo que haya muchas dudas sobre la verdad histórica de la aniquilación de Hiroshima y de Nagasaki por parte del ejército del Tío Sam. Y aunque hubo ataques casi igual de devastadores en Europa por parte de los mismos durante la Segunda Guerra Mundial, estos no se realizaron de un modo tan rápido como los que se cometieron en el Japón, pues hasta parece que el gobierno de aquel país ni se enteró de lo que había sucedido hasta que los yanquis les informaron del tema. Por lo tanto, allí se debió de probar un arma que era completamente nueva hasta la fecha.
Luego están las secuelas que la radioactividad produjo entre la población japonesa hasta muchos años después. Si se afirma que todo eso no es más que un bluff, habrá que aportar pruebas sólidas que lo demuestren, digo yo. Si bien es cierto que en su día muchos científicos, incluso el propio Einstein, negaran que fuera posible la fabricación de una bomba atómica.
Que el chantaje del armamento nuclear fue utilizado más tarde por los useños y por los soviéticos durante décadas para someter mediante el terror a gran parte de la humanidad, es algo que hoy resulta evidente. Probablemente no se fabricaron tantas ojivas nucleares como nos contaron, y tal vez no existiera realmente esa competencia tan salvaje entre las dos superpotencias, ya que en el fondo la oposición entre ambas no era tan radical como nos hicieron creer. Se necesitaban mutuamente para mantener el statu quo de la posguerra, algo que interesaba por igual a comunistas y capitalistas.
Y cuando, como ahora con el asunto de Ucrania, se sigue amenazando con la hecatombe nuclear ante cualquier conflicto en el que Rusia o Estados Unidos andan metidos, tampoco es cuestión de hacer demasiado caso. Forma parte de la propaganda del miedo, que les funcionó en el pasado, y les continúa dando réditos a unos y a otros.
Sirva todo esto como un preámbulo para el siguiente relato del gran escritor gallego José María Castroviejo, hoy injustamente olvidado y que hemos rescatado de las brumas del tiempo. Un relato que da título a una colección de cuentos inspirados en las leyendas gallegas y bretonas, y que de publicarse en nuestros días sería posiblemente "cancelado" por varios motivos. En este caso, la historia podría haberla escrito Giovanni Papini, aunque con un toque sobrenatural de indudable aroma celta, y un aporte de socarronería que es bastante galaica.
"Cuando las hogueras de San Juan comenzaban a incendiar la noche, llamaron a mi puerta aldeana. Era Juan Santos, mi demonio familiar -en el sentido socrático, se entiende-, como siempre, constelado de greñas, de aguardiente, de casos y de cosas. Esta vez no veía solo. Le acompañaba un extraño personaje, que golpeaba rápidamente la atención por la singular blancura de su rostro.
"-Encontré a este señor, que gasta melena como yo, en el camino -me dijo Juan-; y, como parece cansado y melancólico, lo invité a su casa, para que se reconfortara un poco. No hay como término y medio de vino tinto. Usted, que es espiritual como yo, lo reconoce. ¿Ando desacertado?
"Concordé, como siempre cuando se trata de tan trascendentales temas, con mi viejo Juan, e invité a pasar al nuevo huésped.
"-Soy un espectro- me dijo éste una vez sentado en la bodega.
"Procuré no alterarme, porque ya había tenido tratos con algunos, sobre todo en Locronan de Bretaña y en el Donegal irlandés; pero mentiría si dijera que la cosa no me inmutó. Al fin y a la postre, nunca se sabe lo que puede suceder con los espectros.
"-Usted dirá- le repliqué con el tono más natural posible-, si no le parece impertinente...
"No siga, amigo mío-dijo el espectro, tratando de adoptar un gesto cordial que el albayalde de la cara hacía doblemente raro-; voy a explicarle el motivo de este viaje, en el que no contaba con el placer de conocerle, a no ser por este singular vagabundo que me encontró a la vuelta de la Portela, empeñándose en que llegáramos hasta su casa para beber no sé qué vino...
"-Está a su disposición -respondí, mientras Juan Santos rezongaba no sé qué cosas sobre los espíritus del astral inferior, donde están la fauna y flora desaparecidas.
"El espectro bebió, de un trago, la espumante taza que le ofrecí, sin hacer el menor ruido, como es costumbre en todos los espectros que se estiman. Luego, alzó lentamente la mano.
"-Se preguntará usted, con razón, qué diablos vengo a hacer yo esta noche, y en este mundo especial de ahora. Voy a explicárselo en dos palabras: soy Einstein.
"¿Viene usted a comprobar los resultados de su obra? - le pregunté con cierto temblor en la voz, al mismo tiempo que llenaba otra vez su taza para que se animara a ser sincero.
"-Vengo a penar -respondió con una voz tan lamentablemente triste que una ráfaga glacial recorrió la bodega entera, obligando a juan Santos a dirigir sus devociones hacia el aguardiente -. Vengo a penar, y sólo Dios sabe lo que peno... Desde que tuve la desdichada idea de lanzar a los hombres mi famosa ecuación -de la que maldigo-: E=mc², que en Hirosima se tradujo, por los norteamericanos, en espantosa realidad, no he tenido un momento de reposo, ni en este mundo ni en el otro. ¡Ojalá me hubiera dedicado toda la vida a tocar el violín, que en el fondo era lo que más me gustaba! Desde que emigré a Princeton, en 1933, no estuve , en realidad, nunca tranquilo, aunque al principio me cegase el odio de raza. Ya que, como usted no ignora seguramente, los judíos somos los primeros racistas del mundo.
"-Tal vez usted no pudiera prever el resultado final de su descubrimiento -dije, por alentarle un poco-, ya que en aquel momento su aspecto era el del más abatido espectro que me había sido dado contemplar.
"-¡Todo estaba ya en la fórmula!-gritó de pronto, agitando su melena de músico bohemio, que hacía resaltar particularmente su enharinada cara de payaso-. ¡Todo estaba ya allí!
"Temblaba como una vara verde. Le pregunté si deseaba calentarse en alguna de las hogueras que la inocencia aldeana había prendido en als revueltas del paisaje. Me contestó, con una voz en la que habitaba la más infinita de las desolaciones:
"-No hay nada que hacer, señor; muchas gracias. Yo estoy ya maldito, y malditos están todos los que propagan y alientan mi "ingenio". Pronto se logrará una humanidad de monstruos, y el día del juicio final -que posiblemente no tarde-, el Creador no reconocerá a sus criaturas. ¡Es el pecado mayor, el verdadero pecado contra el Espíritu Santo, el que no tendrá perdón! Ya verán, ya verán... En cuanto a mí, soy el Ashaverus del siglo XX, que tal vez sea el último de la cristiandad, y sólo me resta el penar sin descanso.
"Rió de repente, con una gran risa demencial, y salió a la negrura, como un poseso. Un momento vi destacarse, en el halo de luz de la bodega, su blanca melena , agitada. Después, nada.
"Juan Santos y yo nos tomamos otra taza, sin hablar. En el fondo de la noche, las hogueras, como en el alba de la cristiandad, elevaban, entre cánticos, sus estremecidas lenguas de fuego, a un cielo estrellado, insensible al odio."
José María Castroviejo
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