domingo, 26 de diciembre de 2021

ESOS ENGENDROS DE LA BATA BLANCA

Retrato del Doktor Hans Koch (1921) por Otto Dix

 

"Matan los médicos y viven de matar,
 y la queja cae sobre la dolencia."
(Francisco de Quevedo)
Médicos, sanitarios, doctores, hombres de ciencia...seres investidos de una aureola de respetabilidad, incluso de sacralidad. Infalibles e inmaculados según algunos, Seres de Luz según la opinión de muchos. Aplaudidos desde los balcones por las muchedumbres ciegas en estos tiempos de  plagas apocalípticas; se les ha convertido en los nuevos sacerdotes de un mundo materialista dominado por la ciencia y los  avances tecnológicos. Son los hierofantes del nuevo panteón supremo, de los que se espera toda clase de milagros. Pero  al fin y al cabo no son más que criaturas humanas, como todos nosotros, con sus defectos y sus virtudes y que tienen que llegar a fin de mes. Algunos por supuesto, no todos, están a la altura de lo que se espera de ellos, y tienen auténtica vocación, procuran hacer el bien a los demás y  poner su conocimiento y su experiencia al servicio de su principal objetivo: curar enfermedades reales y salvar vidas. Otros, sin embargo, sólo piensan en aumentar su margen de beneficios y de privilegios, carecen de los más elementales escrúpulos y nociones de ética, y se pasan el juramento hipocrático por el forro. O se creen poco menos que dioses, dueños de la Verdad, de la Vida y de la Muerte. Y de estos ha habido en el pasado y hay muchos en el presente, para  desgracia de todos nosotros.

"Extracción de la piedra de la locura"(1550) por Jan Handers van Hemessen

A lo largo de la historia del arte se les ha representado a los malos médicos de muy diversos modos. En los comienzos del Renacimiento, cuando la ciencia médica hacía aún sus primeros pinitos, abundaban los retratos de curanderos, cirujanos, barberos y sacamuelas, matasanos y charlatanes, entonces muy comunes en los pueblos de Europa sobre todo a partir de la Peste Negra, que se dedicaban entre otras cosas a extraer la "piedra de la locura" a sus infortunadas víctimas. Así aparecen en los cuadros de El Bosco y de otros pintores de la vieja escuela flamenca, en los que se les muestra de un modo muy poco favorecedor, como unos estafadores cínicos, atentos tan sólo a llenar su bolsa. Durante el Barroco, la escuela italiana y la española nos ofrecen más ejemplos de escenas en las que aparecen esta clase de personajes, antecesores de los vendedores de elixires de serpiente del Lejano Oeste. 


"Consulta de médicos", por William Hogarth

Pero hay que esperar a la Inglaterra del siglo XVIII, al siglo de las Luces y de la Ilustración, para asistir al nacimiento de la moderna medicina, y con él a las mejores caricaturas satíricas de los profesionales del gremio. En ellas los vemos retratados como unos personajes ridículos e inflados de petulancia, con sus pelucones y sus impertinentes en ristre, pero bastante ignorantes e inútiles en realidad, cuando no se trata de unos seres sádicos y peligrosos,  absolutamente conscientes de estar perpetrando una mala praxis. Así los representa el gran artista británico William Hogarth, padre de la moderna pintura inglesa, en varios de sus cuadros al óleo y grabados, que en seguida se hicieron muy populares, y en los que atacaba a los doctores y estudiantes de medicina sin ninguna clase de contemplaciones.


"La disección de un ejecutado" (1750) de la serie "La recompensa de la crueldad", por William Hogarth

Otros dibujantes ingleses siguieron los pasos de Hogarth, entre ellos Thomas Rowlandson, uno de los pioneros de la historia del cómic y un sagaz fustigador de las costumbres y la doble moral de los ingleses. Con Rowlandson el tipo del medicucho ridículo y tunante alcanza su máximo desarrollo. Algunos grabados como  el de La Amputación llegan a ser en extremo mordaces y crueles. Además de satírico, este artista se especializó en cierto modo en dibujar escenas eróticas harto atrevidas y procaces para la época, y abundan las viñetas de su autoría en las que los doctores se  aprovechan de su status social de personas" respetables" para beneficiarse a sus pacientes femeninas (que casi siempre participan encantadas en esa clase de juegos, todo hay  que decirlo).


"La consulta del doctor"  por Thomas Rowlandson


"Amputación" (1793) por Thomas Rowlandson


Otro dibujante inglés discípulo de Hogarth que aborda el tema de la medicina de su tiempo es James Gillray, caricaturista político y  también pionero del cómic y del uso de los bocadillos de texto, y que además tomó partido por el movimiento antivacunas que se puso en marcha durante la campaña contra la viruela de Jenner. Algunas de los primeros manifiestos contra la vacunación universal obligatoria se acompañaron de autografías del propio Gillray, como la que vemos en esta ilustración.
Más tarde esta tradición caricaturista inglesa sería imitada por artistas franceses como Daumier, que tampoco ahorraron invectivas contra los médicos.
Por aquellas fechas, la literatura de las Islas Británicas alumbraba un nuevo género, la novela gótica, en la que desfilarían personajes que encarnaban el prototipo del "sabio loco", cuyo principal precedente fue el doctor Frankenstein de Mary Shelley, aunque también cabría mencionar algunos cuentos del alemán E.T.A. Hoffmann. En las letras victorianas (y más tarde en la literatura pulp y el cine de terror) aparecerán muchos más: el doctor Jekyll, el doctor Moreau, etc. En América, los relatos de Hawthorne y Poe, que tendrían sus imitadores en Francia, y algo después Lovecraft. Todos ellos revelan una creciente desconfianza hacia lo que salía de los laboratorios, y dudas hacia la supuesta bondad de los que ejercían la medicina "por amor a la ciencia y a la humanidad".


"La vacuna contra la viruela o los maravillosos efectos de la nueva inoculación" (1802) por James Gillray


Volviendo a la pintura y llegando al siglo XX, cabe mencionar el  retrato que el expresionista austríaco Egon Schiele realizó del ginecólogo (y abortista) Von Graff, cuando el pintor apenas contaba veinte años. Parece ser que se lo entregó al médico en pago de un aborto que había encargado, ya que Schiele había dejado embarazada a una joven, y no podía o no quería asumir las responsabilidades de aquella paternidad. En cualquier caso, y dejando a un lado la catadura moral del propio artista, el retratado aparece con aspecto bastante siniestro, con un  rostro sombrío y unos brazos nervudos y descarnados, casi como las garras de una alimaña asesina, todo muy indicativo de la clase de actividades a las que se dedicaba el tal Herr Doktor.


"Herr Doktor Von Graff"(1910) por Egon Schiele


Sin salirnos del ámbito centroeuropeo, y ya en el período de entreguerras, tenemos al pintor alemán Otto Dix, que nos ofrece una galería de retratos muy mordaces de médicos a los que llegó a conocer a lo largo  de su vida. El más famoso es el del dermatólogo y urólogo de Düsseldorf, doctor Hans Koch, muy aficionado por su parte a la pintura francesa y coleccionista de arte, que estableció amistad con Dix  al interesarse por las escenas de prostíbulos que pintaba este último,  tal vez porque  se había especializado en la venereología. Más tarde su mujer Martha  le abandonaría a él y a sus dos hijos en común para fugarse con Dix a Dresde, pero la amistad continuó ya que hacía tiempo que el médico se entendía con la hermana mayor de su esposa. Se formaron dos nuevas parejas, pasando a ser Otto y Hans cuñados, con lo que todo  quedó en familia. Dix le agasajó con este retrato, que si pretendía ser un desagravio por los cuernos del pasado, no parece muy idóneo para cumplir este propósito. Más bien resulta inquietante y desasosegante el efecto de la abigarrada consulta, con su camilla de exploración y sus instrumentales, como  el fórceps, el speculum, la jeringuilla... Y el propio personaje, con su mirada extraviada y su rostro marcado por las cicatrices, no inspira en sí mucha confianza. No resulta extraño que el médico se deshiciera del cuadro en cuanto pudo, vendiéndoselo a un coleccionista.



El doctor Mayer-Hermann (1926) por Otto Dix

Otro retrato de Dix, algo menos conocido, es el de su otorrinolaringólogo, el doctor judío Mayer-Hermann, que aparece esta vez con un aspecto algo más bondadoso y bonachón que su anterior colega, como una especie de Buda de bata blanca. No obstante, el cuadro esconde cierta ironía hacia los médicos aburguesados y bon vivant, que como en el caso  del retratado escogían a sus pacientes entre los actores famosos y la gente de la clase adinerada.
Por último tenemos la efigie del doctor Heinrich Stadelmann, psicólogo clínico especializado en la algo superchera terapia hipnótica. Lo que destaca de su rostro sombrío y aterrador son sus ojos penetrantes, transformados en dos focos en forma de espiral. En su descargo hay que decir que, a pesar de las apariencias y como en el caso de los anteriores, se  trataba en realidad de un culto mecenas amante de las artes, capaz de soportar que un pintor moderno le inmortalizara de esta guisa.


El doctor Heinrich Stadelmann (1922) por Otto Dix

Para encontrar ejemplos más contemporáneos en los que se denuncia la llamada  por algunos "dictadura sanitaria" tenemos este cuadro del norteamericano Joe Coleman, de los tiempos en los que al parecer el SIDA arrasaba, y en los que ya se  quería imponer por parte de las "autoridades sanitarias" (?) una especie de control social, basado, cómo no, en las vacunas y los test PCR. Los resultados saltan a la vista en esta escena: lejos de curar a la gente, vemos como se instaura un permanente estado de terror cuasi apocalíptico,  presidido por impersonales funcionarios de bata blanca que inyectan extraños preparados a sus víctimas. Cuadros como este abundan en la idea de que a la moderna medicina convencional sólo le interesa crear nuevos enfermos crónicos, nuevos adictos a sus productos, para aumentar así sus beneficios, y si es posible extender este estado morboso a toda la humanidad, tanto mejor. En los tiempos de la presente plandemia no se ven mucho esta clase de críticas, o al menos no trascienden. Quid erit?

"City Medical Patrol" (1988) de Joe Coleman



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