martes, 5 de junio de 2018

VIAJANDO AL FIN DE LA NOCHE, EN COMPAÑÍA DE ALFRED KUBIN



A aquel nieto de Goya y sobrino de Odilon Redon que fue el artista y escritor  Alfred Kubin (1877-1959) también le tocó vivir en un tiempo extraño como el nuestro, y en un reino  al borde de la descomposición y del colapso, como  el nuestro. Al igual que está sucediendo ahorita con Ex-paña, el Imperio Austro-húngaro, aquel régimen que fue capaz de mantenerse milagrosamente en pie durante siglos, uniendo y cohesionando a una gran variedad de pueblos y culturas diferentes de la Mitteleuropa, explotó en mil pedazos, gracias a la conjunción de los enemigos externos y (sobre todo) internos que amenazaban a aquella unidad. La fragmentación de los Imperios Centrales se produjo por las tensiones nacionalistas que desembocaron en la Primera Guerra Mundial, y que en gran medida fueron alentadas por potencias extranjeras, como el Imperio Británico o el Zarista.
 Tras la caída del Muro de Berlín, Yugoslavia, la patria renacida de los eslavos gracias al genio del mariscal Tito, volvió a vivir un proceso similar y esta vez propiciado por una vengativa Alemania, que utilizó a la UE para costear su reunificación, y aprovechó la ocasión para debilitar al peligroso adversario del sur, y de paso asegurarse algunas áreas de influencia en los Balcanes, como Eslovenia o Croacia...Y ahora que la UE parece estar abocada a su fracaso definitivo, los alemanes de Merkel siguen jugando en otra liga, aunque siempre al servicio de las finanzas y el poder mundialista;  y sin duda piensan en sacar buena tajada (como los yankis, anglos y otros) de la balcanización de la Europa mediterránea, España en primer lugar. Un proceso que si no se revierte a tiempo, lo cual no parece que vaya a suceder con los políticos que tenemos, va a traernos a todos (siento estropearos la fiesta y las vacaciones) mucha sangre, sudor y lágrimas.





Pues bien, nuestros amigos alemanes y austríacos pueden enseñarnos muchas cosas si estudiamos con detenimiento su historia y la evolución de su cultura a lo largo del pasado siglo, desde los presagios de un Kubin, un Meyrink o un Kafka  (podríamos añadir algunos nombres más: Egon Schielle, Max Klinger o Frantisck Kupka) que contrastaban con el relumbrón modernista y multicolor de los salones vieneses, donde sonaban sin cesar los valses de Strauss y se admiraban los espléndidos murales de  Gustav Klimt. Pasando por los horrores de la guerra y la posguerra, que supuso ante el mundo la definitiva satanización de los alemanes como los malos de la película, con esa atmósfera morbosa marcada por el pesimismo, la angustia y la fatalidad, y que tan bien supo reflejar el llamado cine "expresionista", preludio del cine negro y de terror. Y que se observa así mismo en el arte de la época, en los lienzos de un  Otto Dix o en las caricaturas políticas de un  Paul Weber, en la literatura pulp de entonces, inspirada por el "romanticismo negro" de Poe o de Hoffmann (las novelas y cuentos de H.H. Ewers, K.H. Strobe y de otros autores que publicaban en "El Jardín de las Orquídeas", por ejemplo). Eso poco antes del advenimiento del gran mesías ario y la ola de entusiasmo y de delirio que le acompañó (esperanza para unos, pesadilla para otros) hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, y que con ella se extinguió, para desembocar en la cárcel soviética del Este y por último en el estéril y anodino redil capitalista.




Kubin fue el gran maestro de lo macabro que supo ver los males que acechaban a los centroeuropeos antes que nadie. Un genio visionario al borde de la locura, y que tras la muerte de su madre intentó dispararse en la sien delante de su tumba; y que cuando murió su padre publicó su mejor novela, "La Otra Parte" (1908) que inspiraría doce años después "El Castillo" de Kafka. No empezaría a dibujar hasta los primeros años del siglo XX, en ese estilo demoníaco-fantástico suyo, que tanto sorprendió al escritor alemán Ernst Jünger. Una alucinación de una noche de verano poblada por íncubos, súcubos, endriagos y satanases prestos para el asalto, como las sombras de esas hordas cainitas que anuncian la hecatombe irremediable. Un evocador de sombras que representan sus obsesiones personales, sus fobias, sus miedos sexuales (no en vano, el psicoanálisis se inventó por aquel entonces) pero también los espantos colectivos, el pánico social, la desesperación de las masas ante el incierto futuro. Un artista inclasificable y solitario, que tampoco se encontraba del todo a gusto en el "Blauer Reiter", el grupo de los  expresionistas que se proclamaban a sí mismos herederos del demente pintor Edvard Munch. Como Gustav Meyrink en su novela "El Golem", también supo Kubin describir el submundo demoníaco, pero en su caso no sólo circunscrito al gueto judío de Praga, sino el que estaba también latente en las grandes urbes y en la sociedad en general, sirviendo de terrible profeta de las lacras y los horrores espirituales que habrían de acontecer a los hombres de su generación y a los de las siguientes.





Mientras no sepamos si somos conducidos por zombies o por monstruos de Frankenstein,  por golems o esclavos autómatas de algún siniestro doctor Caligari de Bruselas; mientras el aire se va volviendo cada vez más enrarecido y vicioso, y el ambiente acaso cada vez más caldeado, corrupto e irrespirable. Mientras las muchedumbres salgan a las calles sedientas de venganza, al conjuro de los aprendices de brujo mediáticos o de los líderes sin alma, como el robot-hembra de "Metrópolis". Mientras los nosferatus y otras criaturas de la noche  sigan chupándole la sangre y la vitalidad al pueblo; podremos hallar en las inquietantes ilustraciones de Alfred Kubin un reflejo oscuro de las realidades de nuestro tiempo.








No hay comentarios:

Publicar un comentario