miércoles, 15 de noviembre de 2017

LA SOMBRA ATERRADORA DEL ESTE


A cien años cumplidos de la Revolución de Octubre, todavía planea sobre nuestro podrido occidente una especie de miedo atávico hacia todo lo que procede de las estepas euroasiáticas, nostalgia del tiempo de las orgías bolcheviques, de las hordas de Atila y de los tártaros, del nacional-sovietismo del viejo Stalin o de la "guerra fría"en la que nos metió el amigo americano. Y cobran nueva vida los fantasmas del ayer, en forma de trolls o de hackers rusos conspirando para dar alas al "procès" (como si los de otras procedencias, como los de la británica  isla de Nieves, y empeñados en la misma causa no existiesen) o con un Vladimir Putin en el  papel de reencarnación de un Lenin-Stalin-Satanás, aún más déspota, totalitario y maquiavélico, que no para de urdir planes todos los días para la perdición de nuestra maravillosa civilización pederástica y postcristiana... Es curioso como los que se burlan de la conspiranoia,  políticos como el ministro Dastis o medios como el diario El País, recurren a estas mismas teorías para justificar problemas internos que se deben, entre otras cosas, a su propia complicidad e incompetencia.


Aunque en realidad harían mejor en fijarse en otro personaje, el del financiero y corrupto George Soros, que este sí  parece un digno heredero de Trostky, con ese proyecto suyo globalizador de crear, a golpe  de talonario un Poder Único Mundial mediante la estrategia de financiar toda clase de movimientos destructivos y disolventes, entre otros a la republiqueta del Cocomocho ese,que al final ha terminado, como era previsible, en ridículo gatillazo. Este hombre es como el demonio del Medievo, sus planes tras ponerlo todo patas arriba, al final fracasan siempre y de forma bochornosa,  pero él insiste, insiste e insiste.
Para entender eso tan extendido ahora de la rusofobia habría que retroceder a los hechos de los que este año se celebra la efemérides, y comprender cómo sucedieron, qué impacto  tuvieron y cómo fueron percibidos por sus contemporáneos en el extranjero. El profesor polaco Ossendowski, autor de "Bestias, hombres y dioses" del que hemos hablado cuando nos referimos a Roerich y Agarthi, testigo presencial de estos acontecimientos (ya que como servidor del Estado ruso estuvo recorriendo el imperio de los zares antes y después de la Revolución) dejó escrito su testimonio en un libro, "La sombra aterradora del Este", donde pinta un cuadro espeluznante del pueblo ruso y no deja títere con cabeza, desde la chusma revolucionaria hasta la aristocracia, pasando por la burguesía burocrática.
Afirma que en el momento del estallido de Octubre, el mundo civilizado sólo conocía de Rusia lo que escribía la intelectualidad rusa refinada, acerca de valores tan sublimes como la libertad, el misticismo del alma eslava o el gobierno autónomo de los pueblos oprimidos. Pero latente había un submundo, anclado en extrañas supersticiones chamánicas  y lleno de resentimiento de clase, que habría de estallar en forma de esa "rebeldía rusa", de ese "anarquismo zoológico", cuajado de instintos salvajes y brutales, a los que se referiría Máximo Gorky. De ellos se valieron los bolcheviques, esa minoría de revolucionarios profesionales adiestrados por  Lenin, para conquistar el poder.

El poeta y artista bolchevique  Mayakowski


En los primeros años de la revolución se dieron rienda suelta a las fuerzas corrosivas y disolventes de la sociedad, se impulsaron los nacionalismos que dinamitaron el Estado de los zares, el feminismo y el "amor libre", el arte-basura, la poesía salvaje y decadente de Alexander Blok,  sólo para que años después volviera todo a encauzarse, siguiendo el plan leninista de la Dictadura del Proletariado y, sobre todo,  gracias a la política de puño de hierro practicada por Josef Stalin, que restableció el orden y la autoridad. Este no hizo más que proseguir la aniquilación de opositores mencheviques y anarquistas iniciada por su antecesor, extendiéndola a todo aquel que se atreviera a discrepar un ápice del Gran Hermano soviético. Reforzó el nacionalismo ruso, como hicieron otros totalitarismos en Italia y Alemania, y utilizó a la Comintern como lacayos extranjeros al servicio de la Casa Rusia. Al final de la Segunda Guerra Mundial, tras el enfrentamiento de los tres tiburones, Mussolini, Hitler y Stalin, sólo sobrevivió el último, el más frío y despiadado, el que más carecía de escrúpulos o de algún rastro de compasión. Pero su pueblo se lo agradecerá sin duda en los siglos venideros, porque a pesar de las matanzas y sacrificios que les costó, la Era Stalin fue la del despegue de la URSS y su transformación en superpotencia mundial.
Peor recuerdo dejaron en Europa los llamados "comunistas" y sus adláteres de la izquierda revolucionaria, quienes trabajaban consciente o inconscientemente al servicio de una potencia extranjera, como por ejemplo Santiago Carrillo o la Pasionaria en nuestra guerra civil española. Largo Caballero, el "lenin español" y después el doctor Negrín, fueron utilizados como marionetas por los comunistas, que llegaron a conseguir el suministro de armamento soviético y la participación de asesores enviados por Stalin a cambio de las reservas de oro del Banco de España (hoy se calculan en torno a 12.200 millones de euros) que partieron para Odessa al comienzo de la guerra. Estas cuentas pendientes con la Rusia roja se saldaron a medias con el envío de la División Azul por parte del general Franco, pero es lógico que hayan dejado un resquemor, pese a que los tiempos han cambiado y la Rusia de hoy tenga poco que ver, digan lo que digan, con la estalinista. Ahora los podemitas, herederos de las consignas proletarias trabajan para el Nuevo Orden Mundial y son fieles sicarios del poder financiero de los Soros, Rotschild, Rockefeller y compañía.


Cartel de la película "Aelita" de Protazánov

"Revolución Interplanetaria" es un corto de animación bolchevique del año 1924, que hoy podemos visualizar con una carcajada. En él se nos cuenta en clave satírica la llegada al planeta Marte (el planeta rojo) de un grupo de revolucionarios, dispuestos a liberar a los proletarios marcianos del yugo de los vampiros fascistas que los tenían sometidos. En realidad se inspira en una obra  del escritor ruso de ciencia-ficción Alexander Bogdánov, "Estrella Roja" (1908) donde exponía sus utopías comunistas y "cosmistas". Además de escribir folletines, el tal Bogdánov era un paracientífico de mucho cuidado que llegó a engatusar a Stalin con su tectología (antepasada según algunos de la moderna cibernética) y sus ideas "vampíricas" acerca del poder regenerador de la transfusión sangre que podría llevar al hombre a la inmortalidad. Parece ser que él mismo la palmó como resultado de probar sus teorías, al recibir la sangre de un camarada que estaba infectada de malaria.
Ese mismo año, en 1924, había triunfado la película muda soviética "Aelita", un romance interplanetario basado en la novela homónima de Alexei Tolstoi y cuyo argumento recuerda bastante a "Estrella Roja". El caso es que Tolstoi (no confundir con el autor de "Guerra y paz")  había escrito anteriormente algunos russian pulp (llamados en su país lubok) en los que se había adelantado unos años a las aventuras marcianas y venusinas de Edgard Rice Burroughs. Entre 1907 y la Primera Guerra Mundial habían sido muy populares en Rusia este tipo de folletines, protagonizados por científicos locos y  con aventuras interplanetarias, y de algún modo reaparecieron tras la Revolución entre 1920 y 1932, aunque mucho más ideologizados y sometidos a censura. Destacan entre otros títulos "D. E. Trust: Una historia de la destrucción de Europa" (1923) donde el  corresponsal de la guerra civil española y propagandista judío Ilya Eherenburg imagina con delectación cómo serán arrasados y masacrados todos los países de la Europa decadente, por una sociedad secreta que posee  un arsenal de armas químicas y bacteriológicas. O "La cabeza del profesor Dowell" (1925) de Alexander Beliayev, en la que se habla de máquinas que mantienen con vida cérebros y órganos humanos, un reflejo de los experimentos del profesor Brukhonenko del Instituto químico-farmacológico de Moscú. O "Los huevos fatales" (1924) de Mikhail Bolgakov, obra de un disidente del Kremlin que pretendió satirizar la Revolución mediante una fábula que recuerda al "Alimento de los dioses" de H.G.Wells. Un científico chiflado consigue inventar un rayo que hace crecer desmesuradamente a los animales más diversos: gallinas, pero también lagartos, serpientes y demás reptiles y sabandijas. Un decreto del viejo Josef acabó de un plumazo con la publicación de estas historias de ciencia-ficción, que pasaron a considerarse burguesas y decadentes.


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