viernes, 12 de mayo de 2017

LA MODA (Y EL NEGOCIO) DE LA RESTAURACIÓN ESTETICIÉN

 
Detalle del "Juicio Final" de Miguel Ángel (look actual)

El afán cosmético de esta "sociedad de la imagen"  impera de tal forma que ya no se limita a esas señoras de cierta edad que, disimulando con afeites e implantes los estragos del paso del tiempo, ansían parecerse  a sus hijas o a sus nietas. Ahora hay muchos consumidores masculinos de cremitas faciales, y frecuentadores de la depilación láser o del quirófano, sobre todo en determinadas profesiones en las que se exige mantener un look juvenil o cuasi adolescente.  El caso es que hoy triunfan en el cine, la televisión, la música y el deporte muchos de esos efebos metrosexuales que tanta gente se esfuerza por imitar, lo mismo que entre el público femenino muchas se esfuerzan por seguir el canon de plástico y botox dictado por la moda.



 "Muchacha ante el espejo" (1921),  por Otto Dix. Así le va al arte contemporáneo.
Obsesión por la cosmética
 Las celebrities y los famosetes exigen a las revistas que publiquen una imagen de ellos inmaculada y perfecta, aplicando a mansalva el Photoshop en las portadas, fotos de exclusivas y publicidad. Tribus urbanas como los renombrados hipsters cultivan una estética de "chico malo", con sus tatoos y todo, pero eso sí muy arregladitos y perfumados ellos. Incluso entre los políticos encontramos cada vez más ejemplos de supuestos líderes renovadores, cuya solvencia se basa no tanto en el bagaje de sus ideas o en su capacidad de gestores, como en esa imagen juvenil que consiguen transmitir a través de los medios, como Albert Rivera, Pedro Sánchez o Emmanuel Macron. Incluso el abuelete Trump gasta un flequillo adolescente, y su mentalidad (o por lo menos lo que trasciende de su discurso) no difiere mucho de la de un tennager americano malcriado. En otras familias políticas, principalmente en España, se tiene también muy en cuenta y estudiada la imagen de "guarro de diseño", de revolucionario de laboratorio, porque como decía el tango aquel "hoy en día todo es grupo, todo es falso". Hasta entre aquellos que aparentan ser más espontáneos, frescos y naturales.

Por ejemplo,  el arte contemporáneo como una vieja y recompuesta alcahueta, pasa por estar constantemente renovándose, cuando ya hace un siglo que está más que inventado y agotado (con el famoso urinario que mesié Duchamp firmó en 1917). Pero desde entonces los críticos y curadores lo someten a un constante lifting y photoshop, para que aparente frescura y novedad.


La restauración  esteticién
El mundo de la restauración de obras de arte del pasado ha estado  siempre envuelto en la polémica, mucho antes de que fuese noticia el "Ecce Homo" de Borja,  afectando a profesionales que han actuado sobre obras de mucha mayor relevancia que esa. Ya Francisco de Goya criticaba ciertas intervenciones en obras clásicas que se realizaban en su época, pero el hecho es que desde finales del siglo XX estamos asistiendo a un nuevo estilo de restauración "esteticién" o "cosmética" como la llaman algunos, que no se limita sólo a conservar las obras que están en peligro, sino que lleva a cabo intervenciones innecesarias con criterios más que dudosos, y que se apartan bastante de los principios en los que se había basado la restauración hasta ese momento. Muchos ponen en duda el carácter científico de los restauradores de obras de arte, entre ellos el profesor de la Universidad de Columbia James Beck, porque este fue en el pasado oficio de pintores y ahora más bien parece cosa de técnicos, que saben mucho de química pero poco del proceso de creación.
Hasta las espectaculares y controvertidas restauraciones a las que hemos asistido  en los últimos años (la de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, La Última Cena de Leonardo, Santa Ana con la Vírgen y el Niño, también de Leonardo, etcétera) la idea era conservar y proteger en lo posible las obras de arte, sin alterar en demasía la percepción que se tenía de las mismas, y dejando evidencias visibles de que se había efectuado una restauración. Estos principios éticos fueron asentados entre otros por el teórico italiano Cesare Brandi, creador del fascista Istituto Centrale per il Restauro, encargado de realizar las tareas de restauración y reconstrucción del pasado romano y renacentista en Italia. Su enfoque se consideró modélico y sirvió de inspiración para que, años más tarde (1964) se suscribiera la llamada "Carta de Venecia" sobre restauración y conservación de sitios históricos.

Pero tal vez fue en 1980 cuando se produjo un punto de inflexión con el inicio de la última restauración de la Capilla Sixtina del Vaticano. En esta ocasión parece que se perseguía un fin puramente fotogénico, de imagen digitalizada, un "embellecimiento" más que la pura restauración, para lograr un resultado deslumbrante y más acorde con los gustos contemporáneos en materia de cromatismo (más chillón y pop, para entendernos). Había que borrar a toda costa la pátina, el misterio y la belleza sutil de lo antiguo, llevándose por delante los posibles añadidos de otros restauradores, pero también  del propio Miguel Ángel, limpiando la pintura de "suciedad"  hasta llegar a la capa de buon fresco. Una empresa privada, la Nippon Television Corporation, corrió con los gastos del "experimento", a cambio de realizar las fotografías exclusivas del proceso  y su posterior comercialización. Al Vaticano le venía muy bien toda aquella publicidad, allí se frotaron las manos pensando que acudirían más turistas y curiosos a contemplar el nuevo look de Adán y Eva (y recaudando de paso un pastizal con las entradas de los museos vaticanos). Así no es de extrañar que el papa Juan Pablo II exultara de satisfacción cuando en 1994 se reveló al público el resultado final,un espectáculo luminoso que ahuyentaría para siempre las sombras oscurantistas de la Santa Sede, y mostraría a un Miguel Ángel saliendo del armario, dejando atrás su pose trágica y adoptando los colores del arcoíris y de la "new age".

"Santa Ana, la Vírgen y el Niño" antes y después de ser tuneados

Pero siempre tiene que aparecer algún aguafiestas descontento. James Beck denunció lo que allí se había cocinado en su libro "Art Restoration, the culture, the business, the scandal", llegando a afirmar que la restauración borró partes esenciales de la obra de Miguel Ángel, en particular los barnices que sombreaban  las figuras, aportándoles el claroscuro y  ese aspecto escultórico y dramático tan característico que era la marca del genio florentino, y esa pátina que confería cierta homogeneidad al conjunto de los frescos. Estos adquirían ahora tras la restauración un colorido más brillante, pero también más plano, que nada tenía que ver con lo que los estudiosos habían visto siempre en la obra de Miguel Ángel, desde los tiempos de su contemporáneo Vasari.
Quizás Beck y sus seguidores hayan exagerado algo criticando la labor de los restauradores en este caso, comparando los resultados con la estética de los cartoons o los dibujos animados de Disney. Pero aunque a mí, como al que más, me haya deslumbrado esta nueva visión de los frescos del Vaticano, no puedo dejar de sospechar que tiene bastante razón Beck, y que eso que ahora vemos no tiene gran cosa que ver con lo que Miguel Ángel pintó en su día. El efecto vendría a ser el mismo que el del coloreado de las viejas películas en blanco y negro, pero con la diferencia de que lo perpetrado en la Sixtina es ya  irreversible. 

Y la cosa continúa...
Hay otros casos que vienen a confirmar que los nuevos métodos aplicados por los restauradores de obras famosas persiguen un objetivo fotogénico que pretende "mejorar" el look del original. "La Última Cena" de Leonardo también tuvo que soportar una limpieza exhaustiva que la ha vuelto irreconocible. Se presentó en 1999 como "la restauración del siglo" y costó 4 millones de dólares. La obra había sufrido mucho desde que se pintó porque Leonardo intentó probar una técnica novedosa que no resistía bien el paso del tiempo, y muchos fueron los intentos por restaurarla. Además tuvo que soportar el bombardeo aliado sobre Milán en 1943. Si el trabajo de la doctora Pinin Bambrilla sirvió para dar a conocer aspectos desconocidos del mural de Da Vinci, estos se limitaron al conocimiento de los expertos y no han llegado al gran público. Lo que sí se logró fue llamar la atención de avispados fabricantes de best sellers como Dan Brown, que aprovecharon la noticia para urdir una patraña (además, sin tener en cuenta lo que la restauración  había puesto al descubierto) y lucrarse vendiendo novelas maluchas.

Otra obra de Leonardo, "Santa Ana, la Virgen y el Niño", del Louvre, fue photoshopeada en 2010 con tanta brillantez que, en palabras de muchos, se llegaron a cargar el célebre sfumato que caracteriza los paisajes de Da Vinci. Incluso algunos de los responsables del museo del Louvre dimitieron en su día, a la vista del estropicio que se había perpetrado. Pero, eso sí, el cuadro ganó en luminosidad, cumpliendo con las exigencias del gusto contemporáneo y de esta "sociedad de la imagen", que en muchos casos debería llamarse sociedad del puterío, del postureo y del mariconeo. "Embellecimiento" de las artes debería entenderse, en casos como estos, como "emputecimiento" de nuestro patrimonio artístico, cuando se llega a tales extremos de falta de respeto y de escrúpulos a la hora de utilizar (y violentar) las obras maestras del pasado con fines publicitarios o puramente crematísticos.
Menos mal que pararon a tiempo, y no le han puesto aún las manos encima a la Gioconda, pero no por falta de ganas de alguno (como el conservador de la pintura italiana del Louvre que dijo en 2012 que la pintura estaba "como muerta" y necesitaba un retoque).


Al "Caballero de la mano en el pecho" ya no lo reconoce ni la madre que lo parió

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Más ejemplos, sin salir de Italia. El profesor John Beck también denunció en su día la restauración de la bellísima escultura funeraria de Ilaria del Carretto, situada en la sacristía de la catedral de Luca y obra del escultor renacentista Jacopo della Quercia. Según sus propias palabras, la limpieza fue tan excesiva que parecía como si se hubiera lavado con Spic'n Span y abrillantado con cera Johnson. El resultado es que el modelado original quedó gravemente afectado tras esta intervención de 1989. Otra polémica restauración fue la de los frescos de Masacio y Masolino de la Capilla Brancacci en Florencia. Podemos situar este estropicio en la era Berlusconi, en la que se rendía culto a los genitales masculinos, tal vez por sugerencia del cavaliere para pavonearse delante de sus fulanas o como compensación a tanto capador de esculturas y braghettone al servicio de los pontífices más puritanos. Esta vez se decidió eliminar las ramas que cubrían el sexo de Adán y Eva (y que probablemente eran originales, y no añadidas a posteriori) y exagerar las dimensiones del miembro viril de Adán. También Berlusconi mandó trasladar el conjunto escultórico de Marte y Venus (del 175 d. C.) del museo romano al Palacio Chigi, reponiendo las manos a Venus y el pene  a Marte, de tal forma que parecieran, conforme a su gusto de paleto nuevo rico, recién salidos de fábrica, sin dejar ninguna evidencia de las partes restauradas de la escultura original. Total, un engaño más o menos para ese maestro de la mentira que es el cavaliere no dejaba de ser una pecata minuta.

Aquí en España tampoco faltan ejemplos de restauraciones chapuceras, Ecce Homo de Borja aparte. Una de las más revuelo causó en su día, en 1996,  fue la de "El caballero de la mano en el pecho" de El Greco, realizada por los expertos del Museo del Prado, y que se cargó el  negro azabache del fondo del cuadro, que le confería gran misterio a este retrato, para transformarlo en un gris clarito más aséptico. También está el caso de "Adán y Eva" de Durero, donde parece que también se les fue la mano con el detergente. Saliéndonos de las artes plásticas, habría que citar otros estropicios como el sufrido por el Teatro romano de Sagunto, que quedó transformado casi en un Mercadona, o el castillo gaditano de Matrera, que ahora luce un toque  más minimalista. En ese paraíso de las antigüedades que es Egipto abundan las chapuzas como la que en su día afectó a la máscara mortuoria de Tutankamón, a la que repararon la barba, que se había desprendido del conjunto, adhiriéndola con pegamento industrial (cianoacrilato) y raspado luego el sobrante con una espátula que produjo arañazos irreversibles en el rostro del venerable faraón. En China tenemos el ejemplo de los frescos de la dinastía Qing, del templo budista de Yunjie (Chaoyang) repintados en 2013 (sin duda para atraer más al turismo) con un gusto tan hortera que encajaría mejor como decoración de una peluquería de señoras. 
Este es el mundo en que vivimos, donde la realidad que conocíamos cambia, se virtualiza o se desvirtúa, depende del punto de vista de cada cual, y donde el recurso del Photoshop lo transforma todo sin piedad, incluidas las obras de los grandes maestros.

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