miércoles, 24 de mayo de 2017

EN TORNO A LO ARISTOCRÁTICO

 
Detalle de mural de Urbano Lugrís (Pazo de Quiñones de León)

Tengo el convencimiento de que para apreciar y degustar el arte verdadero, hay que poseer un cierto sentido aristocrático de la existencia. Hay que tener un especial instinto para discriminar entre lo bueno y lo malo, lo mediocre y lo que tiene calidad, o entre lo peor, lo mejor y lo excelente.
Es seguro que pocos contemporáneos habrá que me entiendan. Lo aristocrático ha pasado a ser un término peyorativo, y se relaciona con lo casposo , lo anticuado, con sistemas de explotación feudal o con el absolutismo monárquico. No obstante, resulta que a los auténticos aristócratas (los de la llamada "aristocracia del espíritu") casi siempre les ha ido mal bajo cualquier régimen: ya sea bajo las monarquías, las dictaduras o las democracias.

¿Aristocracia del espíritu? ¿pero de qué co... estará hablando este fulano? se preguntarán muchos internautas. 
Hoy hablar de aristocratismo es casi equiparable a hablar de machismo, fascismo, racismo o hideputismo, incluso aún peor,  porque incluye a todas estas categorías y a algunas más. Enseguida se evoca la imagen ridícula de unos petimetres con pelucones y emperifollados de lacitos y que, mientras aspiran una pizca de rapé, esperan su turno para pasar por la guillotina. Un espectáculo en verdad triste, como el fin de cualquier civilización, y como es, sin ir más lejos, el  colapso del mundo presente. Aquellos espantajos eran los epígonos de una era que tuvo su grandeza, y los zombis tecnotronizados actuales, obsesionados con el smartphone y los videojuegos,  lo son también de las revoluciones que pusieron fin al Ancien Régime. Revoluciones que sólo sirvieron para cambiar unas castas por otras castas, y así indefinidamente.
Y habrá también quien se imagine al oír la palabra "aristócrata" a un prusiano con altas botas, galones y monóculo, con el cráneo rasurado y fumando con boquilla, mientras contempla como torturan a un prisionero de la Resistance. Son clichés que el cine no se ha cansado de repetir durante décadas, y que sirven para instalar en las mentes determinadas ideas fijas.

Pero para algunos pensadores y filósofos, la aristocracia del espíritu" encarnaba algo muy distinto a todo lo anterior. Para ellos el término iba aparejado a valores positivos y totalmente opuestos a los que imperan en el presente. Ellos no se referían ni a los privilegios de casta, ni al linaje o a la nobleza de sangre. Aunque la genética sea muy importante para transmitir ciertas cosas, no tengo muy claro que sea transmisora de las cualidades aristocráticas, caballerosidad o la nobleza de alma (más bien parece que rara vez). Pero sí que hay aspectos que difícilmente pueden ser aprendidos, y se dan de forma espontánea o natural, a veces entre personas que tienen linaje y a veces entre las que no lo tienen. Hablamos de cierto estilo sin afectación y elegancia en los modales, de saber estar. De generosidad de alma, de entrega e incluso de sacrificio (nobleza obliga) porque hay que estar a la altura de lo que se espera de cada uno.La vida entendida como un tablero de ajedrez o la representación de un drama, y la obligación de cumplir un papel hasta el final. Para eso se necesita valor y osadía para acometer empresas gloriosas y arriesgadas,  que a menudo no reportan beneficio económico alguno. Porque otro rasgo que distingue a la nobleza es el desinterés (explícaselo tú a los aristócratas de ahora, a los líderes, políticos y  estadistas). Una obligación, y no de las más fáciles en los tiempos que corren, es ser caballeroso con las damas, pese a la cruzada antimicromachista. Y conservar el buen gusto ante todo, no poder entender la vida sin la belleza y sin el arte, entusiasmarse con la vida y vivirla con la intensidad que un artista pone en su obra.



"El Abate Fafreluche" (1896) por Aubrey Beardsley


Esto en resumen sería lo aristocrático ¿Cómo hacérselo comprender a una feminazi, a un podemita , a uno de la CUP o a un artista contemporáneo? No sabrían ni de lo que estamos hablando. Tampoco creo que tengan ni pajarera idea los neoliberales y socialdemócratas que hasta ahora señoreaban en este podrido occidente, y que con su reduccionismo estomacal y su bajovientrismo nos han conducido al callejón sin salida en el que estamos ahora.

Hoy sólo se toleran ciertas poses aristocráticas como concesiones a un esteticismo extravagante, a menudo con un guiño gay a lo Visconti o Mishima (este último con reservas). O como los postureos de intelectualillos inofensivos, que se pasan media vida haciéndose pajas mentales. Pobre Nietzsche, ahí te han relegado los que no supieron entenderte
.
A fin de cuentas, los dandies como Byron, Wilde , Baudelaire y otros estaban obsesionados con distinguirse o marcar la diferencia a toda costa. Y ahora la "diversidad" (aunque sea más bien HOMOgénea) es uno de los pilares más acrisolados del Novo Ordo Seclorum.

Pero cuidado, no aparezcan en escena aristócratas como Lord Greystoke, que  puedan irrumpir cuchillo en mano y lanzando el alarido de los grandes simios.

Si estamos hartos de chapotear en este asqueroso siglo XXI, plebeyo y politiquero, siempre podemos transportarnos a épocas anteriores, no sé si más felices, pero sí más dignas. La gran película de Stanley Kubrick "Barry Lyndon" (1975) con sus fotogramas pictóricos y su soberbia banda sonora, en la que se dan cita los grandes (Bach, Händel, Schubert, Vivaldi, Mozart,etc.) tiene sin duda ese poder evocativo. Se trata casi de un documental sobre el siglo XVIII, con sus refinamientos y sus contradicciones, la historia de un arribista de origen humilde que logra su sueño de ascender al estamento de los aristócratas, y que termina pagando un alto precio por su osadía. Un hombre al que la vida ha enseñado a no tener escrúpulos, y que sin embargo posee virtudes nobles como el valor o la generosidad, de las que carecen algunos aristócratas con título que se va encontrando en su camino. En este vídeo aparecen imágenes de la película, muchas inspiradas en la pintura británica de la época (Constable, Reynolds, Hogarth) siendo el acompañamiento musical la música de Paisiello para "El Barbero de Sevilla" (primera ópera de ese título, estrenada en San Petersburgo en 1782). Una pieza hermosísima, refinada, pero que transmite también como ninguna el tedio de la decadencia.

 

 

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