martes, 5 de abril de 2016

BELLAS E INGENUAS SALVAJADAS

"La encantadora de serpientes" (1907)  de Henri Rousseau

 La fascinación por lo exótico y lo  selvático se constata en el arte de occidente desde época inmemorial, valga recordar el mito tradicional de la Arcadia, opuesto al más o menos progresista de la Utopía, "inventado" no obstante por un defensor de la tradición y la catolicidad romana como fue Thomas Moro. Y sus derivados como la Edad de Oro perdida o el Jardín del Edén. Pero no fue  hasta el Romanticismo, y de manera mucho más evidente hasta finales del siglo XIX, que artistas de la talla de un Paul Gauguin se propusieron pintar con la mirada "limpia" del salvaje o del niño, y sumergir sus lienzos en una atmósfera primigenia, libre de las contaminaciones y restricciones que imponía, como cualquier otra sociedad humana, la civilización occidental. Estas ideas que nos pueden parecer escapistas en un análisis superficial, corrían sin embargo  parejas con la difusión de la ideología anarquista (hija descarriada del liberalismo y de las enseñanzas de Juan Jacobo Rousseau, aquel que decía que "el hombre nacía libre, pero que por doquier se encuentra encadenado", etc, etc ) y que iba ganando adeptos entre los intelectuales  y la bohemia. Y que llevó a muchos a rebelarse contra las normas sociales vigentes y contra las reglas académicas, consideradas un reflejo de estas. No obstante,no era infrecuente que en ocasiones esa voluntad emancipadora escondiera un deseo particular de  desentenderse de cualquier obligación con respecto al prójimo o la prójima, como hicieran entre otros el propio J.J. Rousseau con su familia, recluyendo a sus cinco hijos recién nacidos en un hospicio, o el propio Gauguin, que abandonó a su mujer e hijos para escapar a los Mares del Sur. Pero ya se sabe, eso de "asumir uno sus responsabilidades" no siempre concierta del todo bien con la libertad que demandan los espíritus creativos...




"Tigre en una tormenta tropical (Sorpresa)" (1891) de Henri Rousseau


Resulta curioso que a diferencia de los ácratas contemporáneos, ya sean en su versión punkarra o californista, que predican el ecologismo, el control de las emanaciones de CO2 y el efecto invernadero, etc mientras siguen un estilo de vida totalmente urbanita, contaminante y consumista, y sólo ven la naturaleza en los documentales de la 2 o en las macetas de marihuana... decía que, a diferencia de ellos, muchos libertarios del siglo XIX como Thoreau proponían una vuelta sincera a la Naturaleza y a un modo de vivir más sencillo y austero. En algunos casos seguían el discurso idílico de Rousseau, que idealizaba la Naturaleza y las sociedades primitivas (el buen salvaje) y pintaba un cuadro ingenuo de los espacios salvajes, algo así como las estampitas de los Testigos de Jehová en las que vemos a las ovejas brincar junto a los apacibles leones en paz y armonía. Esta imagen, basada en algunos versículos de la Biblia y en las odas de Virgilio, era algo común en el arte renacentista, por ejemplo, aunque ya hubiera pintores como El Bosco que intuían que no todo era tan wonderful en el Jardín de las Delicias, y que "et in Arcadia ego", etc.


Detalle de "El Jardín de las delicias" de El Bosco


Muchos aventureros europeos que acabaron con sus huesos en la jungla, como Percy Fawcett persiguiendo el mítico Eldorado, pudieron comprobar por sí mismos que el Infierno Verde poco tenía que ver con el Paraíso que imaginaban. Otros más realistas, como el norteamericano Jack London, eran consecuentes con su valoración de los instintos frente al razonamiento cartesiano. London, antes de dar su plácet a los soviets de Lenin y a la electricidad, nos dejó muchas narraciones de pioneros luchando por sobrevivir en entornos duros y hostiles, sí, pero necesarios para que la especie humana no siguiera por la pendiente de la degeneración que nos procura la existencia confortable y muelle de las grandes ciudades.

 
"León hambriento atacando a un antílope"(1898/1905) de Rousseau




Volviendo al terreno de la pintura, encontramos toda una corriente de imitadores de Gauguin que continuaron la senda del primitivismo, pero sin seguir el ejemplo del maestro de dejarse la piel en lugares remotos, lejos del París donde se concentraba todo el meollo del mercado del arte. Los fauves  franceses (Matisse, Derain, Vlaminck) y los primeros expresionistas teutónicos (Nolde, Franz Marc) que pretendían transformarse en "fieras" para expresar toda su furia pictórica, contra la sociedad y contra el mundo artístico que los rodeaba, con un empleo salvaje y a menudo violento del color, nos pueden parecer sinceros sólo a medias. Pero alguien como Picasso, quien pintando "Las Señoritas de Avignon" parecía rendir un homenaje a la estatuaria africana, nos parece el ejemplo del impostor absoluto, del artista urbanita y cosmopolita que practica el primitivismo como una pose más.

 Muy distinto es el caso de Henri Rousseau (1844-1910), llamado el Aduanero, y apellidado curiosamente igual que el filósofo ginebrino que escribió el Emilio y donó a su progenie a las instituciones benéficas... Claro que el pintor carecía de la doblez e hipocresía del escritor. Y puede afirmarse que fue el artista de principios del siglo XX que de forma más auténtica y poética buceó en las profundidades de la psique humana, en cuyos recovecos permanecen aun los recuerdos de los antepasados de nuestra especie. Su visión, más onírica e ingenua si se quiere, y tildada a menudo de forma despectiva de arte naif, nos ha dejado escenas maravillosas, llenas de fantasía y  de un encanto especial.
Como afirman sus biógrafos, la inspiración de  Henri Rousseau para pintar sus junglas, pobladas de criaturas salvajes, no procedía de ninguna experiencia personal, ya que él tampoco había salido nunca de Francia, ni había podido ver con sus propios ojos una selva de verdad. Todo lo que conocía de ese mundo le llegó a partir de los libros ilustrados y las visitas a la "casa de las fieras" del Jardín de las Plantas de París. Pero para él aquello era suficiente para evocar y suscitar, cual magdalena de Proust, la memoria ancestral de los hijos de Adán o del Homo Antecesor. Su mundo selvático, donde cada hoja y brizna de hierba aparecen reproducidas con gran minuciosidad, tiene existencia propia, "verdadera" a su manera,  respira autenticidad y no tiene nada de infantil, como a simple vista les pueda parecer a algunos. Infantiloides pueden ser los dibujos animados de Heidi, pero no escenas como "La gitana dormida" o "la encantadora de serpientes, con un transfondo más bien inquietante. Como sucede en las selvas de verdad, sus cuadros forman un tapiz multicolor donde la crueldad se entrevera con la belleza, formando un todo indisociable, en el que las consideraciones buenistas, antropocéntricas  y humanitarias están fuera de lugar.


"Cabeza de Tigre" de Antonio Ligabue

En otro artista posterior, el italiano Antonio Ligabue (1899-1965) que, como Van Gogh pertenecía al grupo de los artistas alienados y dementes, volvemos a encontrar este concepto del arte evocador de recuerdos ancestrales, como un rugido atávico, y tal vez de un modo mucho más patente que en Henri Rousseau. Los fantásticos bestiarios de este autodidacta que vagaba por los campos lombardos intercambiando sus pinturas por un plato de comida, nos conmueven por su gran personalidad y belleza cromática. Algunos de sus cuadros nos recuerdan las viñetas de los cómics de Tarzán dibujadas por Burne Hogarth o por alguno de sus imitadores italianos de la época del fascio, y que pudieron haber caído en las manos de este pintor, lector ocasional de fumetti. Las atmósferas que recrea pueden resultar desasosegantes y obsesivas a veces, como esa reiteración que vemos una y otra vez de una fiera (tigre o leopardo) con las fauces abiertas y que parece rugir de verdad. O esas escenas de animales entregándose a una orgía de destrucción, y que sirven para ilustrar la ley de la selección natural pura y dura. Sin duda se tratan de plasmaciones del propio estado mental, no muy estable que digamos, de este artista italiano, pero los críticos que se fijaron en él seguro que lo relacionaron con cosas como el teatro de la crueldad de Antonin Artaud y otras corrientes similares surgidas en la devastada Europa de la posguerra.



"Leopardo assalito dal serpente" de Ligabue

No me resisto, por último, a incluir algún ejemplo de la llamada pintura "tingatinga", un estilo cultivado en Tanzania por artistas nativos, y que destaca por su colorido brillante y por su tratamiento, entre ingenuo y humorístico, de la fauna local. Aunque buena parte de la producción tingatinga pueda calificarse de "arte para turistas" o "arte de aeropuerto", ya que muchos de sus cultivadores se ciñen a fórmulas más o menos facilonas para lograr un resultado crematístico, lo cierto es que su iniciador, Edward Tingatinga, fue un pintor de talento, un autodidacta que era capaz de pintar con materiales muy baratos, como tableros de aglomerados y pinturas de esmalte para bicicletas, y lograr excelentes resultados. Y dentro de su escuela hay otros destacados discípulos que merece la pena conocer por parte del público aficionado. Aquí sí que podemos hablar en ocasiones de un arte negro con raíces, muy distinto de los Basquiat y otras mamarrachadas contemporáneas.



"Aspects of the Tiger" por Saidi Omary





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