viernes, 15 de abril de 2016

  666   (PRIMERA PARTE) : PRELUDIO


    Mis primeros recuerdos sobre la Gran Bestia son anteriores a la películas, que todos hemos visto alguna vez, del pequeño Damien y compañía. Y por supuesto muy anteriores a todos los terrores apocalípticos que se activaron entorno al año 2000, y que ahora parecen haberse enfriado en gran medida (mal momento es este para bajar la guardia). Yo recuerdo que en mi infancia teníamos en casa algunos viejos libros, heredados de mi abuelo,  de Editorial Aldecoa, con unas portadas espectaculares, aunque ya bastante desgastadas por el paso del tiempo. Como autor figuraba un tal Hugo Wast, que con tal nombre parecía  de origen inglés o alemán, pero que resultó ser un escritor argentino llamado en realidad  Gustavo Martínez Zuviría. Recuerdo los títulos de sus libros: "Oro", "El Kahal", "El sexto sello", "Juana Tabor", "666".... La lectura desordenada de las  páginas de estos tres últimos volúmenes, consultados a hurtadillas en los anaqueles de la biblioteca familiar, supusieron para mi mente infantil un aldabonazo y un encuentro prematuro con el terror cósmico y preternatural, que más tarde se alimentaría leyendo a los Edgar Poe, Lovecraft, Machen, etc. 
Tal vez algunos consideren "casposo" recuperar a este autor, muy olvidado y desconocido cuando no difamado en la actualidad, pero creo que se trata de un ejercicio interesante desde una perspectiva neorreaccionaria y "Dark Enlightenment". Muchos antisistemas y cazadores de illuminati actuales se sorprenderán del parentesco que algunas de sus ideas tienen con las que sostenía Hugo Wast hace más de 70 años. Los valores literarios  incuestionables de este escritor y la trama oscura -y de terror escatológico, con pinceladas algo gore- que recrea en las dos novelas que dedicó al tema del Anticristo ("Juana Tabor" y "666") creo que lo hacen merecedor de un intento, al menos modesto como es el mío, de adaptarlas gráficamente. Y todo pese a la controversia que pudiera suscitar su publicación. Sobre todo porque no es de recibo que, en un mundo libre y aparentemente democrático, se censure la inspiración de nadie, venga de donde venga.


El autor: 

 Gustavo Martínez Zuviría (1883-1962) fue un prolífico escritor y político argentino, tal vez el autor de ese país sudamericano más leído en el mundo y el más influyente, al menos durante la primera mitad y parte de la segunda de la pasada centuria, con el permiso de Jorge L. Borges y de Julio Cortázar. Sus obras tuvieron una amplia difusión, llegando a ser traducidas a varios idiomas, incluido el ruso. En su juventud se interesó por la política y militó en el Partido Demócrata Progresista, dirigiendo durante un tiempo el periódico La Nación. Pero tras su ruptura con el PDP, se consagró del todo a la literatura. Una de sus primeras novelas,"Flor de Durazno" (1911), un melodrama al gusto de la época  y que firmó por vez primera con el pseudónimo de Hugo Wast,  fue llevada con éxito al cine (no sería la única novela suya que se adaptaría a la gran pantalla) y en ella se estrenó como actor un jovencísimo Carlos Gardel. "Valle Negro" (1918) mereció los elogios de don Miguel de Unamuno y el Premio de la Real Academia de la Lengua Española. Otra novela suya,  "Desierto de Piedra" (1925) recibiría el Gran Premio Nacional de Literatura, y apartir de entonces la obra de Wast rebasaría las fronteras hispanohablantes y se traduciría a muchos idiomas. Su literatura destaca por un exquisito empleo del idioma, un vastísimo conocimiento del vocabulario, además de no descuidar en ningún momento el argumento de sus historias y los mecanismos para atrapar al lector. Su vindicación de la vida campesina y sencilla frente a las grandes aglomeraciones urbanas puede recordarnos a Knut Hansum, y la hondura psicológica de sus personajes no anda muy  lejos de Dostoyevski.
De ideología católica, conservadora y nacionalista, ante lo convulso del panorama político de su país estuvo varios años viajando con su  familia por Europa y Estados Unidos (en 1928 vivió en España y fue nombrado miembro de la Real Academia) y al volver a Argentina en 1930 es nombrado por el general Uriburu director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, cargo que desmpeñará durante un cuarto de siglo. Él contribuyó como nadie al engrandecimiento de esta institución que pasó de tener 2700000 volúmenes a 7000000. También fue uno de los miembros fundadores de la Academia Argentina de las Letras, y en 1937 fue nombrado presidente de la Comisión Nacional de Cultura. Más tarde, en 1943, desmpeñó durante un tiempo el cargo de Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Por desavenencias con el peronismo fue destituido como director de la Biblioteca Nacional, y se aleja definitivamente de la acción política para dedicarse a escribir  obras de  asunto religioso. Recibe en 1954 la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, y fallece en 1962, siendo enterrado con el hábito jesuita.
En 1935 la publicación de "El Kahal" desata la primera gran polémica, ya que el autor se propuso denunciar los manejos de ciertos financistas de orígen hebreo en la Argentina, y su obediencia a un misterioso Kahal radicado en Nueva York. Se acusó a Wast de antisemita, si bien su punto de vista nacía de profundas convicciones morales y religiosas y jamás alcanzó los tintes groseramente racistas de un Rosemberg, por ejemplo. Aunque rechazaba a la Sinagoga, él nunca despreció a los judíos con argumentaciones biologicistas, y estaba convencido de que el Pueblo Judío acabaría por convertirse a la Fe Católica al final de los tiempos.Es cierto que el autor estaba por aquella época demasiado influido por la lectura de los Protocolos de los Sabios de Sión, cuya falsedad parece que quedó demostrada en 1921, pero que reaparece de vez en cuando y últimamente hasta en internet (por maniobras del gobierno iraní). Como muchos otros, él era de la opinión de que los protocolos "serían falsos, pero que se cumplían maravillosamente".
Por esta novela y por "666", donde arremete también contra el bolchevismo, los kirchneristas desataron en los últimos años una campaña de difamación (vease wikipedia) olvido de su  figura, intentando borrar su nombre  de calles, plazas e instituciones como la Biblioteca Nacional. Pero no han conseguido que se dejen de leer sus libros, que tanto influyeron en muchos escritores argentinos, como así lo reconoció expresamente Julio Cortázar, entre otros.


Hugo Wast
 La obra:
"Juana Tabor" y "666" nos presentan un desgarrador panorama apocalíptico en el que se dan cita todas las profecías sobre el fin de los tiempos. El autor las publicó en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, por lo que no es de extrañar el clima sombrío que destila esta historia. Pero un año antes había estado preparando a conciencia el tema con un ensayo, "El Sexto Sello" en el que estudia e interpreta, siguiendo la doctrina ortodoxa de la Iglesia católica de aquella época (preconciliar), el Apocalípsis de san Juan y las profecías referentes al fin del mundo, en particular la de los papas  atribuída a san Malaquías. 
Siguiendo este esquema, sitúa la irrupción del Anticristo al final del milenio, en un mundo hipertecnologizado y empobrecido espiritualmente. En esto, como en muchos otros aspectos, la obra se muestra  profética de un modo inquietante. No vamos a desvelar del todo el argumento, por ahora, sólo apuntaremos que en los primeros capítulos vamos a conocer a dos religiosos que irán cobrando posteriormente un mayor protagonismo. Ambos pertenecen a una ficticia Orden de san Gregorio, siendo el superior fray Plácido de la Vírgen, quien representa la ortodoxia y las mejores cualidades cristianas. El otro es el novicio Simón de Samaria (alusión a Simón el Mago) un joven con talento y carisma, pero orgulloso e imbuído de esas ideas "modernistas", democratizadoras y ecuménicas que han ido triunfando en el seno de la Iglesia desde el concilio Vaticano II hasta llegar a nuestros días. Muchos advertirán un sorprendente parecido entre este Simón de la novela y otro argentino que ocupa actualmente el sitial de Pedro.
Les dejo a continuación con la primera parte de esta historia...

 



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