lunes, 6 de octubre de 2014

ALGUNOS LIBROS Y TEXTOS DE REFERENCIA

  Como es sabido, en el cuento de Andersen El nuevo traje del emperador nadie se atrevía a decir la verdad abiertamente, por miedo a  ser tachado de  inculto o ignorante. Y con el arte contemporáneo sucede algo por el estilo.La mayoría del público lego, y una parte de los llamados "especialistas", acostumbran a disimular o esconder su sincera opinión, por si acaso.  Aunque, mira por dónde, sí que hay autores (algunos de  prestigio) que no han tenido pelos en la lengua a la hora de manifestar lo que en realidad pensaban sobre el asunto. No se suele hablar de ellos ni en los medios de comunicación ni en los programas actuales de enseñanza "artística", pero aquí los presentamos con el ánimo de que nuestros lectores se asomen a algunas de sus páginas, y saquen sus propias conclusiones.

 

Empezamos con Jean Baudrillard , el filósofo "posmoderno" que se dedicó ampliamente  a desarrollar los conceptos de hiperrealidad y simulacro. Pese a que su lectura resulte por lo general farragosa e indigesta (no en vano, era conocido por el apodo de Ladrillard), en su libro "El complot del arte" apunta  algunas reflexiones que merece la pena destacar. Lástima que la pedantería típica de los franceses estropee lo que podría ser un buen argumento.  Viene a decir Baudrillard que el arte contemporáneo, tras haberse entregado a una orgía de destrucción del objeto y la representación, ha acabado por perder el deseo de la ilusión en aras de la elevación de todas las cosas a la banalidad estética.
Según la opinión de este filósofo, vivimos hoy en día en un mundo hiperrealista, cool, transparente y publicitario, pornográfico en suma, como consecuencia de la imitación del modelo de cultura a la americana (aquí se deja ver cierta envidia de los franceses ante la hegemonía cultural yanki, y quizás un olvido voluntario de que muchos males que aquejan a la cultura contemporánea se gestaron en el París de entreguerras). El arte actual juega su papel comprometiéndose con el estado actual de las cosas, reciclándose indefinidamente, apoderándose de la "realidad" (de la banalidad, del desperdicio, de la basura).  Esta confesada falta de originalidad y nulidad se erige actualmente en valor e ideología, para lo cual se recurre al discurso de los "especialistas" del arte. No existe, llega a decir Baudrillard, juicio crítico posible dentro del discurso del arte contemporáneo, sólo camaradería y convivencia en la nulidad. El arte contemporáneo representa una farsa al hacer creer a la gente que esconde algo importante detrás, creando una incertidumbre, cuando detrás en realidad no hay nada. Y este arte especula con la culpabilidad de los que no entienden nada o no comprenden que no hay nada que entender.
En resumidas cuentas, Baudrillard nos está diciendo que el arte contemporáneo, además de ser una basura, es como el timo de la estampita, y que los llamados "críticos" ya no son más que propagandistas y cómplices de esta farsa. Pero para decirnos esta verdad de perogrullo este autor nos hace dar más vueltas que una peonza.











Hans Seldmayr (1896-1984) fue un historiador del arte de la escuela vienesa, al que se ha ubicado en la corriente formalista de Konrad Fiedler, que defendía que el contenido propio de la obra de arte consiste en la forma. A pesar de esta premisa, los ensayos de Seldmayr van mucho más allá de los aspectos formales del arte y llegan a suponer una clara denuncia del mal espiritual que se cierne detrás del arte moderno y contemporáneo. Destacan especialmente en este sentido dos de sus obras: "La revolución del arte moderno" y "El arte descentrado. Artes plásticas de los siglos XIX y XX como síntoma y símbolo dela época". El título de esta segunda es de por sí bastante explícito, ya que en el libro Seldmayr intenta demostrar que el arte desquiciado de los últimos cien años se corresponde con una época convulsa y "descentrada". En el primer ensayo analiza la formación de las distintas vanguardias históricas, señalando sus cuatro premisas básicas (la búsqueda de pureza, la admiración por la geometría, la consideración de lo absurdol como forma de arte y el retorno a los orígenes espirituales) y poniendo en evidencia sus contrasentidos y carencias. Por ejemplo, da a entender que ciertas formas de arte puro o absoluto no son más que balbuceos infantiles, o que ciertas búsquedas de lo mítico o espiritual, llevadas a cabo por expresionistas como Klee, tendían a confundir el arte con alguna nueva forma de culto, difundiendo una ideología vaga y oscura.
La conclusión de Seldmayr es que el arte deja de ser arte cuando renuncia al elemento humano y se somete a poderes extrartísticos, por exigencias de la modernidad (tecnología, mito, locura...mercado añadiríamos nosotros). No vale  pues cualquier cosa como arte, aunque se exhiba en un museo y los curadores la avalen. El verdadero arte moderno sería el que se enfrenta a esa tendencia general autoafirmándose en su "derecho natural" a existir, e incorporando lo nuevo. Este concepto deja una puerta abierta a un arte que se conciba como independiente, audaz y crítico.




"Los científicos de mediados del siglo XX procedían a partir de los descubrimientos de sus predecesores para elevarse desde ellos hasta las alturas, mientras que los artistas, por su parte, ignoraban los hallazgos legados por sus maestros desde la época de Leonardo da Vinci y, aterrorizados, los reducían o desintegraban con el disolvente universal de la Palabra." Tom Wolfe, "La Palabra Pintada" (1975)
Este volumen reune dos importantes ensayos de este periodista y escritor norteamericano quien, con su particular sentido del humor y agudeza crítica, disecciona la evolución de las artes plásticas y la arquitectura desde mediados del siglo pasado. El primero de ellos (1975) hace un repaso a la historia social del arte moderno, desde sus orígenes "revolucionarios" (los cenáculos enfrentados a los salones) hasta su progresivo aburguesamiento y conversión en una parodia de sí mismo. Vemos desfilar las sucesivas vanguardias (desde que en América se pusieron de moda y se institucionalizaron, allá por los años veinte del siglo XX) y como cada vez van cobrando más protagonismo los críticos-gurús y sus desquiciadas teorías, lo que hoy tiene plena vigencia. De tal manera que llega a afirmar que son estos "celadores de la palabra pintada" (los Greenberg, Rosenberg, Steinberg) los auténticos creadores del arte moderno-contemporáneo, y no los artistas mencionados por ellos. 
El resultado ha sido que los antiguos artistas "bohemios" se han vendido a aquellos que les facilitan su entrada en el beau monde ( no ya los peritos o expertos,sino los críticos) y esta domesticación ha generado el arte contemporáneo, que es en realidad el más literario, académico y manierista (en el peor sentido de estas palabras) de la historia.
No faltan al final de este ensayo algunas referencias al arte conceptual, nacido a finales de los sesenta como una reacción contra el "complejo galería-museo", y que hoy, paradójicamente, se ha convertido en omnipresente en los museos de arte contemporáneo, que parecen creados para albergar esta clase de "obras". También advierte como la "documentación" que acompaña a la obra de arte conceptual deviene casi siempre en (mala) literatura.

El segundo ensayo, de 1981, tampoco tiene desperdicio y en él arremete contra la camarilla de los "jóvenes turcos" (los Walter Gropius, Mies van der Rohe y demás adeptos de la Bauhaus), quienes pretendían "partir de cero" y crear una nueva arquitectura que "no fuera burguesa" (rechazando los estilos decadentes de la vieja Europa, como el barroco o el neoclasicismo), para edificar un mundo riguroso y geométrico que celebrase el maridaje entre el arte y la tecnología. Paradójicamente, tras desembarcar en los USA huyendo de los nazis, la burguesía capitalista americana se postrará ante ellos y les entregará "las llaves del reino". No tardarán en proliferar las "cajas de cristal", las "estructuras descubiertas" y los edificios parecidos a fábricas, sin estilo de ninguna clase, que serán celebrados con entusiasmo por los magnates yankis. Por ejemplo, las torres de 38 pisos que Mies van der Rohe había proyectado como "viviendas obreras" y que los capitalistas adoptaron como sus oficinas centrales.


"Buena parte de la creación contemporánea se ha convertido en un coto cerrado de un público superespecializado, coto sostenido por el pingüe negocio del comercio artístico con la cobertura, no siempre honesta, de los medios de comunicación y de los poderes públicos y privados." J. Javier Esparza, "Los ocho pecados capitales del arte contemporáneo" (2007)
Esparza tiene el mérito de haber divulgado en España una corriente de opinión que cuenta con notables defensores en Francia (Baudrillard, Alain de Benoist y otros colaboradores de la revista Krisis, Guillaume Faye,etc) pero que aquí resulta bastante desconocida. A pesar de que algunas cosas en las que se ha visto metido este autor en los últimos tiempos no nos convencen demasiado, siempre recordaremos con nostalgia su colaboración en la desaparecida revista Punto y Coma, que allá por los años ochenta contribuyó a sentar las bases para un cambio cultural en nuestro país (y que desgraciadamente nunca llegó a cuajar del todo).  En este ensayo se pregunta si se ha vuelto loco el arte contemporáneo (aporta abundantes ejemplos), y señala que éste no es más que la expresión de la cultura nihilista que hoy impera en occidente. Enumera los ocho "pecados" o rasgos específicos del arte contemporáneo que son, según él: culto de la novedad, ininteligibilidad, laxitud del soporte, naturaleza efímera, vocación nihilista, domesticación por el poder, naufragio de la subjetividad del artista, y renuncia a lo bello. 
Y entre sus consecuencias estaría la ruptura completa con la noción heredada de arte, lo que no significa tanto la búsqueda de nuevos caminos para la expresión como la expresión de la búsqueda de una novedad imposible. Los ready mades de Duchamp significan que si cualquier cosa puede ser arte es porque ya nada propiamente lo es.
Otro resultado sería el autismo del arte contemporáneo, nunca antes en la historia el arte había sido tan incomprensible para la gente común. Restablecer esa comunicación entre el arte y su público es el reto al que deben enfrentarse los artistas de hoy, para superar el bache en que nos ha metido el mundo moderno.

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