martes, 31 de agosto de 2021

EL RETORNO DEL "AMIGO" TALIBÁN


Derrumbe de los budas de Bamiyán y de las Torres gemelas, ¿dos hechos simbólicamente conectados?

Con todo el follón plandémico, ya casi nos habíamos olvidado que se cumple el vigésimo aniversario de algunos hechos relacionados entre sí y que hicieron historia: la voladura de los dos  budas de Bamiyán (que nos interesa por el tema artístico) los atentados del 11 S, la invasión de Afganistán por la OTAN y la caída de los talibanes. Ha sido el retorno de estos últimos, que tras la espantada de los globalistas americanos han vuelto a hacerse con el control de Kabul, la capital afgana, lo que ha venido a despertarnos de nuestro sopor covidicio.
Diez años de lucha bastaron a los harapientos guerrilleros afganos, un pueblo curtido en mil batallas, para echar a las tropas soviéticas de sus escabrosas montañas. Claro que no lo hicieron solos, ya que contaron con el apoyo explícito de Ronald Reagan y el menos conspicuo de la CIA, que pensaron que  podrían controlarlos fácilmente. Para eso organizaron Al Qaeda y enviaron allí a su agente, el saudí  Bin Laden. Pero, según parece, una vez más los astutos gringos sionistas fueron a por lana y volvieron trasquilados (como  también se dice que les ocurrió con Fidel Castro en Cuba) y sus ahijados les salieron ranas.  Hasta entonces occidente había visto con simpatía a los llamados "muyahidines" (guerreros del Islam) que habían sido capaces de poner en jaque y desmoralizar nada menos que al poderoso ejército de la URSS, contribuyendo con ese Vietnam a la rusa al desmoronamiento del régimen comunista y al final de la Guerra Fría. Si incluso hasta Rambo se dejaba acompañar en sus correrías por aquellos héroes del turbante y de las barbas. En Europa también se puso de moda el islamismo hasta en sectores tradicionalistas y nacional-revolucionarios, que redescubrían así los textos de René Guénon, o recordaban la tercera vía de Nasser y el buen rollo existente entre las potencias del Eje y  el Islam, en su lucha común contra el anglosionismo, mucho antes de que la presión migratoria cambiara del todo el paisaje demográfico del Viejo Continente.

Pero algo se torció cuando, al concluir la Guerra Fría, los USA se convirtieron en la única superpotencia hegemónica (el "fin de la historia" de Fukuyama) e impulsaron su modelo de globalización, que es el que ahora padecemos. Entonces, por aquello de no dejar desasistida a la industria armamentística y copar  todos los recursos energéticos del planeta,  les convino inventarse nuevos enemigos, y en ese momento encontraron uno ideal: el "terrorismo islamista". Bin Laden, con su aspecto de supervillano salido de tiempos remotos y los afganos (ahora conocidos como los "talibanes", es decir "los que estudian") con sus pintas sucias y desastradas, resultaban idóneos para representar ese papel, digno de cualquier subproducto de la factoría Hollywood. Incluso los talibanes tenían un misterioso jefe, el tuerto Mulá Omar, del que sólo se conocía una borrosa foto, y que rivalizaba con Laden en desempeñar el rol de malo malísimo. 


Cartel político vintage de los años 80


El nuevo régimen que se estableció en Kabul en 1996, y que se mantuvo precariamente hasta 2001 debido a que Afganistán continuaba sumida en una guerra civil entre las distintas facciones tribales, presentaba en principio características inquietantes que incomodaban al Tío Sam. Además de declararle la guerra a la televisión, los talibanes también iniciaron en el año 2000 una cruzada contra el cultivo de la adormidera, de la que se obtienen el opio y los opiáceos (entre ellos la heroína) objetos de un importante tráfico, del que se beneficia también la todopoderosa industria farmacéutica.
Así que muy pronto se inició una campaña de desprestigio contra los talibanes que justificaría la serie de guerras imperialistas que la administración Bush iba a desencadenar en Oriente Medio. Los argumentos fueron los que luego se volverían clásicos: el maltrato a las mujeres y a los animalitos, y la destrucción de obras de arte de la antigüedad. 
La voladura de los budas de Bamiyán, una obra monumental del siglo VI d. de C., ordenada por los propios talibanes, supuso en cualquier caso una torpeza de enormes proporciones que contribuyó a presentarlos ante el mundo como un hatajo de incultos y salvajes. Lo curioso es que el líder afgano, el mulá Omar, había declarado en 1998 que protegería a los budas como parte del patrimonio histórico de su país,que había sido respetado y conservado durante siglos de islamización. Pero en el año 2000, y en vísperas del apocalipsis que se desencadenaría poco después con la "operación Justicia Infinita", unos ulemas aconsejaron que debían destruirlos porque se trataba de ídolos paganos. También se ha afirmado que se quiso castigar así a la minoría hazara, habitante de la zona  y que se llevaba mal con la mayoría pastún. Para ellos los budas eran un signo de identidad y una fuente de ingresos turísticos,. En cualquier caso, Radio Sharia hizo un llamamiento a dinamitar las estatuas, cosa que ocurrió en marzo de 2001. Seis meses después se derribarían otros dos colosos paganos, las Torres Gemelas del Word Trade Center. La conexión simbólica estaba servida, como también lo estaba el "casus belli" que tanto ansiaban George Bush y los halcones del Pentágono.
Pasados veinte años de aquellos viles atentados todo continúa embrollado, pero una cosa sí es segura: que ni Bin Laden , ni naturalmente Sadam Hussein, tuvieron nada que ver con el 11 S. Y todo parece indicar que más bien se trató de otro autoatentado de los servicios de inteligencia yankis , una operación de bandera falsa, tan falsa como la actual plandemia, al servicio de los intereses anglonorteamericanos y sionistas.

Las Femen, de gira por Kabul (Dibujo de G.Pichard)

Si los talibanes fueron una invención de la CIA y han sido o siguen siendo marionetas en sus manos, es una cuestión que todavía está por dilucidar. Lo de machacar (además de a la gente) obras de arte de la antigüedad ha servido desde entonces como un recurso propagandístico de impacto, pero en negativo, ya que se vuelve en contra de los que cometen esta clase de tropelías y sirven sobre todo para convencer a los "socios" del Tío Sam de la necesidad de crear ejércitos de coalición que intervengan en aquellos países, para erradicar las malas hierbas y redimir así a la Humanidad  triunfando sobre sus enemigos declarados. Así sucedería más tarde con el ISIS o el Daesh o el Califato islámico o como rayos se llamase, un invento 100% del Deep State que controla la Dar el Beida (la Casa Blanca). Ya veremos qué pasa  con lo que queda del partrimonio artístico afgano, ahora que los talibanes han vuelto por sus  fueros.
En principio, la película que nos cuentan es que los valientes guerrilleros afganos, con un armamento del año de la tos, han logrado repetir la hazaña homérica y han puesto en fuga por segunda vez al ejército de una superpotencia mundial. Este se ha marchado dejándoles, eso sí, todo un arsenal de armas modernas para que puedan continuar la lucha. Se dice que detrás de los talibanes se esconde China y sus planes geoestratégicos en la zona, que pasan por la reconstrucción de la Ruta de la Seda. Pero, ¿quién se esconde detrás de Biden, cuyo hijo todos sabemos que trabaja para el lobby chino de Washington?
Los nuevos refugees


Por lo pronto ya tenemos una nueva crisis de refugiados de camino hacia occidente, muchos de ellos con aspecto de wahabitas recién salidos de una madrasa, y probablemente con intenciones de exportarnos sus simpáticas costumbres (entre otras la de degollar a los infieles o derruir las obras de arte "paganas", como hacen en sus países de origen).
Tenemos a los paganinis de la OTAN con cara de bobalicones y con la boca abierta, viendo como todos sus esfuerzos bélicos y económicos de veinte años se han tirado a la basura, y todo por la (en apariencia) negligente gestión del senil presidente Sleepy Joe Biden. Aunque no todos han perdido en este negocio, ni la industria armamentística ni  la industria farmacéutica ni las del tráfico de drogas, que ahora cuenta entre sus principales proveedores a los propios talibanes.
Y probablemente tengamos muy pronto un nuevo "casus belli" para reanudar el conflicto en Oriente Medio, porque ni el carcamal de Biden ni su concubina y sucesora Kamala Harris son precisamente unos pacifistas, y si se han distinguido por algo en su trayectoria política ha sido por apoyar toda clase de aventuras imperialistas. Ahora se acaban de sacar  al efecto de la chistera una nueva facción, la ISIS K (Estado Islámico Korashán) para animar el cotarro. El caso es que la maquinaria bélica americana continúe perfectamente engrasada, y al mismo  tiempo tener pretextos para seguir ejerciendo un control totalitario sobre la población de los países occidentales, siempre aterrorizados por nuevas amenazas globales.
O sea, que no salimos del eterno retorno o del Show de Truman, que uno ya no sabe.




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