martes, 22 de septiembre de 2020

 CITAS CÉLEBRES Y FRASES PARA LA HISTERIA


Resulta corriente atribuir frases lapidarias a los personajes históricos, que de alguna manera representan una síntesis de su forma de ser o de pensar. En general, suelen ser un recurso fácil para vagos que no han leído un libro en su puñetera vida, y que creen que memorizar un par de sentencias les basta para comprender en toda su amplitud una ideología política o un sistema filosófico. Esta especie de simplificaciones se prodigan mucho en épocas como la nuestra, en la que el infantilismo ha sustituido a cualquier clase de razonamiento o juicio crítico. Y muchas veces la atribución de estas frases constituyen un rotundo fake, un ejercicio de burda manipulación al servicio de determinados intereses y con el fin de ensalzar o denigrar a un personaje en cuestión y a las ideas que en su momento haya podido encarnar.
Por ejemplo, muy pocos saben que el adagio "el fin justifica los medios" no lo escribió nunca Maquiavelo, sino que aparece por primera vez en una anotación de un ejemplar de "El Príncipe" que poseía Napoleón Bonaparte. Este a su vez estaba reformulando un pensamiento de Hermann Busenbaum, un autor jesuita del siglo XVII. Al Emperador de las Galias se le han adjudicado muchas frases, algunas apócrifas (procedentes del acervo popular parisino) y otras que podrían ser auténticas. Entre estas últimas una de mis favoritas es una citada por Stendhal y que parece extraída de un relato de Conan el Bárbaro: "Yo encontré una corona en el arroyo, limpié el fango que la cubría y la puse sobre mi cabeza."
Otro dicho de Napoleón es el que se expresa literalmente como "un buen bosquejo es a veces mejor que un discurso largo", y que suele traducirse como "una imagen vale más que mil palabras."
Cabe destacar que entre las frases más fake de la historia se encuentran las que se han puesto en labios  de ciertos líderes comunistas, como parte de las campañas de marketing para hacer de ellos unos seres de luz o unos héroes idealistas rodeados de una aureola de romanticismo. Tal vez sea el Che Guevara el mayor impostor y acaparador de eslóganes apócrifos que haya existido jamás, como el famoso "mejor morir de pie que vivir de rodillas", que no lo inventó ni él ni la Pasionaria, sino que probablemente lo acuñara el revolucionario mexicano Emiliano Zapata. Por lo visto el mítico guerrillero castrista era incapaz de articular una frase propia que tuviera algo de empaque, salvo que queramos contar como tales aquellas que dedicó a  las que él consideraba como razas inferiores o a los desviados sexuales.
Otra locución que se apropió el asmático de Rosario es aquella de "si avanzo sígueme, si me detengo empújame, si te traiciono mátame y si me matan véngame", cuyo auténtico creador fue nada menos que Benito Mussolini. Claro que existe un precedente anterior al Duce que suena casi igual y cuyo autor fue el general realista La Rochejacquelein, que fue capaz de infligir la primera derrota a los revolucionarios franceses  liderando un ejército de campesinos en La Vandée, el 13 de abril de 1793: "Si avanzo seguidme, si muero vengadme, y si retrocedo matadme."
También está muy manoseada la frase de Samuel Johnson "el patriotismo es el último refugio de los canallas". Siendo británico el que lo dijo se puede asegurar que se estaba refiriendo al patriotismo de los otros países, no al british, of course. Los ingleses son todos muy patriotas de lo suyo, aunque promuevan el cosmopolitismo y el amor universal desde sus logias masónicas. El propio Johnson fue autor de un manifiesto patriótico titulado precisamente "The patriot" (1774) en el que escribió: " Un patriota es aquel cuya conducta pública está guiada por un solo motivo: el amor a su país."
Abundan los aforismos endilgados con mala intención por la propaganda adversa, sobre todo cuando se trata de personajes que caen mal a los libelistas de la  democracia. A  don José Millán-Astray, fundador junto con Franco de la ya centenaria Legión Española, se le ha achacado sin fundamento el grito de "¡Viva la muerte, abajo la inteligencia!" que según sus detractores habría espetado a don Miguel de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, en octubre de 1936. El propósito es presentarnos al general, autor de una traducción del inglés del código bushido de los samuráis ("El Bushido. El alma de Japón", 1941) como un bárbaro descerebrado y un patán semianalfabeto (sus detractores, en cambio, serían los adalides de la cultura y la civilización). Así se ha reflejado en la última y empalagosa película de Alejandro Amenábar, por poner un ejemplo reciente. Como sucede muchas veces, la frase se la inventó alguien (en este caso un tal Luis Portillo) que ni siquiera estuvo presente en el lugar de los hechos, y de un relato literario se ha querido fabricar una fuente histórica fidedigna.
También algún indocumentado ha querido endosarle a don José otra frasecilla de similar jaez: "Cuando oigo hablar de cultura, echo mano a la pistola". Claro que es más frecuente que se la adjudiquen a Goebbels, Göring, Himmler o a cualquier otro jerarca del nazismo, ideología esta última que se acostumbra a presentar como la cúspide de la maldad y brutalidad más inhumanas que jamás haya conocido el género humano. Sin pretender restarle un ápice de verdad a la proverbial hijoputez (innata o aprendida) de los chicos de la  cruz gamada,  esta insistencia en la  pretendida animadversión del nacional-socialismo hacia todo lo que oliera a intelectual contrasta con el vivo interés que tenía el NSDAP por promover las manifestaciones culturales entre el pueblo (ya que percibieron la enorme importancia de la Kultur en la política moderna, al igual que Stalin o los gramscianos) o con la sofisticación cultural que caracterizaba a algunos destacados nazis. Entre ellos los había licenciados, como el propio Joseph Goebbels sin ir más lejos, que había estudiado germanística, historia y filología clásica en las universidades de Bonn, Wuzburgo, Friburgo, Munich, Colonia, Francfort, Berlín y Heidelberg, fue becado por la Albertus-Magnus-Verein, y obtuvo el doctorado (de verdad, no impostado como el de nuestro "Doctor cum fraude") en la universidad de Heidelberg. A ver si alguno de los ministros/as del gobierno Frankenstein o de los anteriores que hemos sufrido en Ex-paña puede presentar un currículum semejante...
Por cierto que tanto les da a los antifas presentar a Goebbels como un ignaro mentecato que como un maquiavélico genio del Mal. Otra máxima que no se cansan en encajarle es esa de "una mentira repetida mil veces se convierte en una gran verdad". Lo que ignoran casi todos estos recitadores (muchos de ellos simpatizantes comunistas) es que cuando el ministro de Ilustración Pública del Reich mencionaba esta frase lo hacía citando a Lenin, cuyos escritos conocía bastante bien, lo mismo que los de Marx, Einstein, Luxemburg, etc.
Volviendo a lo de "cuando oigo hablar de cultura etc...", el caso es que la frase apareció formulada por primera vez en una obra de teatro alemana de la siguiente forma: "Cuando oigo la palabra cultura, le quito el seguro a mi Browning" (Wenn ich Kultur höre... entsichere ich meinen Browning) lo que suena como más literario y algo menos coloquial.
El autor de la pieza teatral fue un tal Hanns Johst,  dramaturgo expresionista y militante nazi, y la obra llamada  "Schlageter" era un homenaje al mártir nacionalista alemán Albert Leo Schlageter, miembro de los Freikorps, condenado por sabotaje y fusilado por los franceses en 1923 durante la ocupación del Ruhr. El drama fue representado por primera vez el 20 de abril de 1933 en presencia del Führer en el día de su cumpleaños.
Esas palabras se las pronuncia al protagonista de la obra un compañero suyo estudiante, Friedrich Thiermann, mientras ambos debaten si merece la pena estudiar para un examen universitario cuando la nación agoniza bajo la  esclavitud. Thierman argumenta que prefiere luchar antes que estudiar.  Thiermann es el prototipo del joven exaltado al que Schlageter intenta con argumentos infundir serenidad , aunque este último también se verá arrastrado por los acontecimientos a la lucha por la que sacrificará finalmente  su vida. Es evidente que en el contexto de la obra de Johst,  esa frase se utiliza para  ridiculizar la actitud irreflexiva del personaje que  la pronuncia, pues se veía como contraproducente para la causa de Alemania. Es decir, por más que se empeñen sus detractores, nada más lejos de la intención del autor y de su público convertirla en una especie de eslogan de su movimiento político. Pero los papagayos repiten lo que les parece un lugar común, una y otra vez.
Es lo que sucede cuando se oyen campanas y no se sabe donde.


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