"DEL PASADO HAY QUE HACER AÑICOS"
EL VANDALISMO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES
El devenir de la especie humana tiene sus luces, pero también sus sombras. En paralelo a la actividad de los espíritus creativos discurre, por desgracia, la de los mediocres y destructores. Siempre ha habido iconoclastas y vándalos, y en el transcurso de los evos muchas obras de incalculable valor estético, histórico y cultural se han perdido para siempre. El caso es que desde que nuestros "académicos" contemporáneos han sancionado el anti-arte, los grafitis y la basura en los museos, el "todo vale" y lo repugnante como criterio estético, la tendencia es a justificar y ensalzar a los iconoclastas como si de unos héroes transgresores se tratara.
Este es otro síntoma claro de que, si no se pone pronto remedio, nuestra civilización se va por el retrete de la historia, como tantas otras que desaparecieron en los siglos pasados, casi siempre más por causas endógenas que exógenas.
Los "hicsos" del siglo XVII a. de C. eran llamados por los egipcios los "feroces destructores". Los hititas, los asirios, los hunos de Atila, los mongoles, los aztecas, los incas arrasaron las culturas más avanzadas, pero menos belicosas que se encontraron en el camino durante su período de expansión. Los pueblos "bárbaros" (algunos con muy mala prensa como los vándalos) han tenido por costumbre dejar un reguero de escombros y ruinas, además de saqueos, asesinatos y violaciones a su paso. Pero otros pueblos con reputación de estetas y civilizados no se han comportado de un modo muy distinto en sus campañas militares. Piénsese si no en los babilonios que destruyeron el Templo de Salomón en el 586 a. de C., en los macedonios que intentaron derrumbar (sin éxito) las pirámides de Egipto o en los romanos, que una vez derrotada Cartago no dejaron de aquella metrópolis ni los cimientos. Y en tiempos más recientes tenemos la destrucción "colateral" del símbolo de la cultura clásica, el Partenón, a manos nada menos que de los venecianos durante el asedio de Atenas en 1687 (los turcos habían tenido la genial idea de transformar el templo de Atenea en un polvorín).
Y aún más cercanos en el tiempo son los "bombardeos estratégicos" de las dos guerras mundiales, efectuados en nombre de la "civilización y del progreso", y practicados por los "hunos" y por los otros, que arrasaron ciudades enteras y destruyeron una parte importante del patrimonio cultural europeo. Y todavía más fresca en el recuerdo: la invasión de Irak por las tropas de la OTAN y el vergonzoso saqueo del Museo de Bagdad, perpetrado por las hordas "liberadoras".
Pero estos destrozos se consideran casi siempre como daños colaterales, algo inevitable en todas las guerras, a pesar de que sea bastante probable que en algunos casos se hayan fealizado de forma deliberada y con ensañamiento, o como venganza por similares afrentas.
Sobre la ruina de Roma, de su arte y su cultura existe una tendencia entre los historiadores actuales a exonerar o al menos a matizar sobremanera la responsabilidad de los invasores germánicos, estableciendo por contra como un factor decisivo del desgaste cultural y moral de los romanos, y de la llegada de la "edad de las tinieblas", el triunfo del cristianismo.
El fanatismo religioso, que tiende a desarrollarse con gran virulencia entre las religiones de culto monoteísta (judaísmo, cristianismo, islam) pero también en muchas otras como en las sectas hindúes, en las religiones precolombinas, entre los fieles del vudú, etc. es algo que aparece con harta frecuencia detrás de esas oleadas destructivas que se suceden de forma cíclica a lo largo de la historia.
El judaísmo, por ejemplo, condenó en el Deuteronomio IV, 15 y sig. la representación de hombres, bestias, pájaros o peces, como medida para evitar la idolatría. Los betilos de piedra y las estatuas de oro, plata o madera de los cananeos y otros pueblos paganos fueron el blanco favorito de las invectivas de los profetas de Israel. Los primitivos cristianos heredaron ese celo iconoclasta de los hebreos, extendiendo la acusación de idolatría a las esculturas de Fidias y de Policleto, a las obras del Partenon y a la estatuaria antigua en general.
Existe un trastorno psicológico llamado erostratismo (por un tal Eróstrato que en 356 a. de C. le plantó fuego al Templo de Artemisa en Éfeso para hacerse famoso a costa de destruir una de las maravillas arquitectónicas del mundo antiguo) que explica muchos de estos comportamientos vandálicos. En el fondo, los que destruyen arte son más idólatras de lo que ellos mismos se imaginan, y así sucedía con aquellos cristianos ignorantes que eran incapaces de comprender el valor estético de los templos y las esculturas clásicas.
Decía Celso en su "Discurso contra los cristianos": "La aversión contra los templos, los altares y las estatuas, cuya vista no puede tolerar, es el signo misterioso que los cristianos han convenido entre ellos para reconocerse". Los textos de los doctores de la Iglesia también son muy explícitos sobre el particular. Así Orígenes o Tertuliano: "Los artistas que modelan estatuas modelan cuerpos para los daimones (demonios)".
Así no es de extrañar que se sucedieran los actos de barbarie como el incendio del Serapeo y del Museion de Alejandría en el siglo IV d. de C. por parte de las turbas dirigidas por el patriarca Teófilo, se destruyeran las estatuas de Palmira, se atacaran las del Partenón o se desfiguraran las imágenes del templo egipcio de Dendera.
Más tarde, algunos santos se hicieron famosos por ser grandes destructores de templos y de "ídolos": san Martín de Tours, san Benito, santa Apolonia...
En base a todo esto Catherine Nixey, la autora del libro "La edad de la penumbra" establece una comparación entre los primeros cristianos y los terroristas yihadistas actuales. Pero es pertinente hacer algunas observaciones al respecto. En primer lugar que la iconoclastia es una constante en el islam, mucho más riguroso, salvo en algunas sectas, que el cristianismo primitivo en cuanto a la condena y prohibición de las imágenes se refiere (aniconismo islámico) y que durante su expansión en los siglos VII y VIII barrió cuanto lo había precedido en Persia, Mesopotamia, Egipto, norte de África y España. O sea que las "hazañas" iconoclastas de los talibanes y las del ISIS, perpetradas con fines propagandísticos, no son una novedad en el islam.
Además el cristianismo, al menos en su versión católica mayoritaria, experimentó una lenta evolución a partir del papa san Gregorio Magno, en el siglo VI, hacia la aceptación de las artes integradas en el culto: el canto en la liturgia y los iconos o imágenes por su valor como vehículos de adoctrinamiento para las gentes analfabetas, que eran la inmensa mayoría de la población en aquel entonces. También el renacer carolingio tuvo su importancia en la posterior eclosión del estilo románico y para el florecimiento de las artes en Europa, que ya fue imparable a partir del siglo XIII, con el estilo gótico. Desde entonces, el arte occidental ha transitado por los derroteros de la representación realista del mundo, cuyas bases sentaron artistas como Giotto, Van Eyck, Masaccio o Donatello, basándose en el estudio de la naturaleza y las leyes de la perspectiva. Eso permitió que, al menos en parte, la Iglesia restituyese lo que había destruído en el pasado, convirtiéndose en mecenas de grandes genios como Miguel Ángel, Rafael o Bernini. Nada parecido a esto sucedió con el islam.
Si bien es cierto que en siglos posteriores y de forma intermitente la furia erostrótica se ha apoderado de los cristianos. Conviene recordar que el término iconoclasta se acuñó a raíz de una corriente originada en Bizancio en el siglo VII y que llegó a ser hegemónica en el año 754, logrando que todo el arte religioso (casi el único de la época) fuera prohibido en la Iglesia oriental. Durante la Reforma protestante sectas como los anabaptistas y los calvinistas también destacaron en su entusiasmo por reducir a cenizas todo el arte cristiano del pasado, en nombre de la lucha contra la idolatría (la misma memez de siempre) acabando de paso también con la principal fuente de ingresos de los pintores de entonces, la pintura de retablos. En países como Alemania o Inglaterra los artistas tuvieron que dedicarse, debido a estas prohibiciones, casi exclusivamente a la pintura de retratos, la ilustración de libros o a emigrar . En el seno del catolicismo romano también surgieron personajes como Savonarola que condenaban las artes como antesala del vicio, organizando las trístemente célebres "hogueras de vanidades" en las que se consumieron muchas obras del renacimiento italiano.Este es otro síntoma claro de que, si no se pone pronto remedio, nuestra civilización se va por el retrete de la historia, como tantas otras que desaparecieron en los siglos pasados, casi siempre más por causas endógenas que exógenas.
Los "hicsos" del siglo XVII a. de C. eran llamados por los egipcios los "feroces destructores". Los hititas, los asirios, los hunos de Atila, los mongoles, los aztecas, los incas arrasaron las culturas más avanzadas, pero menos belicosas que se encontraron en el camino durante su período de expansión. Los pueblos "bárbaros" (algunos con muy mala prensa como los vándalos) han tenido por costumbre dejar un reguero de escombros y ruinas, además de saqueos, asesinatos y violaciones a su paso. Pero otros pueblos con reputación de estetas y civilizados no se han comportado de un modo muy distinto en sus campañas militares. Piénsese si no en los babilonios que destruyeron el Templo de Salomón en el 586 a. de C., en los macedonios que intentaron derrumbar (sin éxito) las pirámides de Egipto o en los romanos, que una vez derrotada Cartago no dejaron de aquella metrópolis ni los cimientos. Y en tiempos más recientes tenemos la destrucción "colateral" del símbolo de la cultura clásica, el Partenón, a manos nada menos que de los venecianos durante el asedio de Atenas en 1687 (los turcos habían tenido la genial idea de transformar el templo de Atenea en un polvorín).
Y aún más cercanos en el tiempo son los "bombardeos estratégicos" de las dos guerras mundiales, efectuados en nombre de la "civilización y del progreso", y practicados por los "hunos" y por los otros, que arrasaron ciudades enteras y destruyeron una parte importante del patrimonio cultural europeo. Y todavía más fresca en el recuerdo: la invasión de Irak por las tropas de la OTAN y el vergonzoso saqueo del Museo de Bagdad, perpetrado por las hordas "liberadoras".
Pero estos destrozos se consideran casi siempre como daños colaterales, algo inevitable en todas las guerras, a pesar de que sea bastante probable que en algunos casos se hayan fealizado de forma deliberada y con ensañamiento, o como venganza por similares afrentas.
Arte italiano destruido por los aliados en la Segunda Guerra Mundial |
Sobre la ruina de Roma, de su arte y su cultura existe una tendencia entre los historiadores actuales a exonerar o al menos a matizar sobremanera la responsabilidad de los invasores germánicos, estableciendo por contra como un factor decisivo del desgaste cultural y moral de los romanos, y de la llegada de la "edad de las tinieblas", el triunfo del cristianismo.
El fanatismo religioso, que tiende a desarrollarse con gran virulencia entre las religiones de culto monoteísta (judaísmo, cristianismo, islam) pero también en muchas otras como en las sectas hindúes, en las religiones precolombinas, entre los fieles del vudú, etc. es algo que aparece con harta frecuencia detrás de esas oleadas destructivas que se suceden de forma cíclica a lo largo de la historia.
El judaísmo, por ejemplo, condenó en el Deuteronomio IV, 15 y sig. la representación de hombres, bestias, pájaros o peces, como medida para evitar la idolatría. Los betilos de piedra y las estatuas de oro, plata o madera de los cananeos y otros pueblos paganos fueron el blanco favorito de las invectivas de los profetas de Israel. Los primitivos cristianos heredaron ese celo iconoclasta de los hebreos, extendiendo la acusación de idolatría a las esculturas de Fidias y de Policleto, a las obras del Partenon y a la estatuaria antigua en general.
Cabeza de Atenea del templo de Palmira marcada con la cruz (siglo IV) |
Existe un trastorno psicológico llamado erostratismo (por un tal Eróstrato que en 356 a. de C. le plantó fuego al Templo de Artemisa en Éfeso para hacerse famoso a costa de destruir una de las maravillas arquitectónicas del mundo antiguo) que explica muchos de estos comportamientos vandálicos. En el fondo, los que destruyen arte son más idólatras de lo que ellos mismos se imaginan, y así sucedía con aquellos cristianos ignorantes que eran incapaces de comprender el valor estético de los templos y las esculturas clásicas.
Decía Celso en su "Discurso contra los cristianos": "La aversión contra los templos, los altares y las estatuas, cuya vista no puede tolerar, es el signo misterioso que los cristianos han convenido entre ellos para reconocerse". Los textos de los doctores de la Iglesia también son muy explícitos sobre el particular. Así Orígenes o Tertuliano: "Los artistas que modelan estatuas modelan cuerpos para los daimones (demonios)".
Así no es de extrañar que se sucedieran los actos de barbarie como el incendio del Serapeo y del Museion de Alejandría en el siglo IV d. de C. por parte de las turbas dirigidas por el patriarca Teófilo, se destruyeran las estatuas de Palmira, se atacaran las del Partenón o se desfiguraran las imágenes del templo egipcio de Dendera.
Más tarde, algunos santos se hicieron famosos por ser grandes destructores de templos y de "ídolos": san Martín de Tours, san Benito, santa Apolonia...
"San Benito destruyendo los ídolos" (h.1662) por Fray Juan Andrés Rizi |
En base a todo esto Catherine Nixey, la autora del libro "La edad de la penumbra" establece una comparación entre los primeros cristianos y los terroristas yihadistas actuales. Pero es pertinente hacer algunas observaciones al respecto. En primer lugar que la iconoclastia es una constante en el islam, mucho más riguroso, salvo en algunas sectas, que el cristianismo primitivo en cuanto a la condena y prohibición de las imágenes se refiere (aniconismo islámico) y que durante su expansión en los siglos VII y VIII barrió cuanto lo había precedido en Persia, Mesopotamia, Egipto, norte de África y España. O sea que las "hazañas" iconoclastas de los talibanes y las del ISIS, perpetradas con fines propagandísticos, no son una novedad en el islam.
Además el cristianismo, al menos en su versión católica mayoritaria, experimentó una lenta evolución a partir del papa san Gregorio Magno, en el siglo VI, hacia la aceptación de las artes integradas en el culto: el canto en la liturgia y los iconos o imágenes por su valor como vehículos de adoctrinamiento para las gentes analfabetas, que eran la inmensa mayoría de la población en aquel entonces. También el renacer carolingio tuvo su importancia en la posterior eclosión del estilo románico y para el florecimiento de las artes en Europa, que ya fue imparable a partir del siglo XIII, con el estilo gótico. Desde entonces, el arte occidental ha transitado por los derroteros de la representación realista del mundo, cuyas bases sentaron artistas como Giotto, Van Eyck, Masaccio o Donatello, basándose en el estudio de la naturaleza y las leyes de la perspectiva. Eso permitió que, al menos en parte, la Iglesia restituyese lo que había destruído en el pasado, convirtiéndose en mecenas de grandes genios como Miguel Ángel, Rafael o Bernini. Nada parecido a esto sucedió con el islam.
Monaguillos del ISIS reventando el Museo de Mosul |
Incluso no han faltado pontífices pudorosos que se han escandalizado del talante liberal de sus predecesores, como fue el caso de Pío V quien en el siglo XVI encargó al "braghettone" Daniele da Volterra que cubriera con paños pudibundos las desnudeces de la Capilla Sixtina. Pero la leyenda de que Pío Nono, yendo mucho más lejos, ordenara amputar con un cincel los genitales de todas las estatuas masculinas del Vaticano a mediados del siglo XIX, porque podían incitar los deseos libidinosos, es un bulo masónico sin fundamento, urdido por la mente retorcida de Dan Brown.
Iconoclastas borrando la faz de Cristo. Salterio de Chludov (siglo IX) |
Típica estampa sobre la conquista de América |
El último grito en lo que a fanatismo religioso e iconoclasta se refiere se lo debemos al extraño fenómeno del yihadismo, que no es otra cosa que la empanadilla mental islámica de siempre alentada, armada y patrocinada por el Deep State useño, el sionismo y Arabia Saudí. Por lo tanto, aquí se amalgaman motivaciones religiosas, políticas y económicas. Los talibanes organizaron su gran espectáculo en 2001 con la voladura de los Budas de Bamyan (Afganistán); y los terroristas del ISIS causaron cuantiosos destrozos más recientemente en los yacimientos de Palmira, de Nínive, de Nimrod, de Hatra, en la ciudad de Tombuctú o en el Museo de Mosul (mientras mercadeaban de tapadillo con obras arqueológicas robadas). Algunas fotos como la del terrorista esgrimiendo una sierra radial delante de uno de los lamasus asirios de Nínive, y sacada sin duda con fines propagandísticos, expresan muy bien como los modernos iconoclastas se van adaptando también a los nuevos tiempos (con su culto a las imágenes y vídeos virales a través de Internet incluido, aunque esto suene a paradójico)
Buda de Bamyan en 2001 (antes y después de los talibanes) |
Pero el fanatismo religioso no es el único que ha amenazado al patrimonio artístico a lo largo de los siglos, y esto a menudo se "olvida". Exceptuando el caso de los nazis, presentados como los máximos exponentes de la barbarie moderna por sus saqueos y sus ataques al "arte degenerado" (experimentos de vanguardia, en muchos casos de dudoso valor artístico, a decir verdad) no se habla tanto del fanatismo político, sobre todo del fanatismo político de izquierdas que ha venido perpetrando innumerables salvajadas desde los tiempos del puritano Cromwell en adelante.
La revolución francesa fue el paradigma del vandalismo; de hecho la palabra "vandálico" para designar al que atenta contra la cultura la acuñó en la época de la Convención jacobina el padre Henri Gregoire. El 9 germinal del año II (29 de marzo de 1794) la Sociedad de los Jacobinos de Toulouse abrió la veda de la oleada iconoclasta, invitando a la destrucción de cualquier objeto de culto, al derribo de los campanarios, a cegar los nichos de los santos y a arrancar los pedestales de las cruces.
La consigna masónica del "ordo ab chao" fue la que inspiró durante el Terror a los agitadores a guiar a la chusma para destrozar las catedrales góticas como la de Notre-Dame, por considerarlas un símbolo de la opresión del Antiguo Régimen. En su ignorancia pasaron por alto que las catedrales eran obras de arte colectivas, creadas de forma voluntaria y entusiasta por el pueblo y no por la iniciativa de ningún monarca. Además, no deja de ser curioso que los masones especulativos se dedicarán a destruir la obra de los masones operativos, de los que decían proceder. En Notre-Dame, no contentos con robar los tesoros catedralicios, destrozaron los vitrales, las gárgolas y las quimeras, y decapitaron a las 28 estatuas de los reyes del Antiguo Testamento que había en la fachada, por confundirlas con imágenes de los reyes de Francia. La catedral que conocemos hoy es en gran parte una reconstrucción realizada a mediados del siglo XIX por el arquitecto Viollet le-Duc En 1973 aparecieron en una zanja de unas obras en el centro de la capital francesa unos 364 fragmentos de estatuas procedentes de Notre-Dame, destrozadas durante la orgía revolucionaria. Innumerables palacios y castillos fueron asaltados e incendiados por los sans-culottes entonando el "Dies Irae", y muchas iglesias góticas fueron destruidas o profanadas. Como por ejemplo la abadía de Cluny o la Basílica de Saint Denis, panteón de los reyes de Francia, todos ellos removidos de sus tumbas para ver si ocultaban algún tesoro dentro . Hubo casos durante la revolución, registrados entre otros por Dario Gamboni en su libro "La destrucción del arte", de auténticos autos de fe en los que las imágenes se destruían o se mutilaban, como si de personas de carne y hueso se tratara: cuadros de santos martirizados en público, de retratos de reyes ahorcados o enviados al exilio... En Saumur, la imagen milagrosa de Notre-Dame de Ardilliers fue guillotinada en la plaza de la Bilange. Un auténtico delirio, para tratarse de unos revolucionarios que decían rendir culto a la Diosa Razón.
Un miembro del ISIS destrozando un lamasu asirio |
A pesar de que desde entonces se empezó a tomar conciencia de la necesidad de proteger el patrimonio cultural, muchos artistas de la bohemia que iban de revolucionarios como Courbet expresaban a menudo sus deseos de plantarle fuego al museo del Louvre, por representar lo que se conocía como la Academia. Y años después estallarían más revueltas, siendo con diferencia la que arrojó el saldo más destructivo la Comuna de París en 1870. Esta, además de provocar ríos de sangre, se cebó sobre todo en aquellos monumentos y edificios públicos que al decir de los revolucionarios representaban al gobierno. "Del pasado hay que hacer añicos" decía una estrofa de la Internacional, letra que inventó un francmasón subversivo por aquellas fechas. Paul Brunel dirigió a los incendiarios que arrasaron el Palacio de las Tullerías y la Biblioteca Imperial del Louvre, el Palacio de Orsay (con los frescos de Chassériau) y el de la Legión de Honor. Tampoco se salvó la famosa Columna Vendôme, mandada erigir por Napoleón Bonaparte para conmemorar su victoria en Austerlitz, que acabó destrozada y derribada por los suelos.
La columna Vendôme, derribada durante la Comuna de París. |
Con motivo de cada nuevo baño de sangre revolucionario, se producía el consiguiente rosario de destrozos. "Ordo ab chao" y "Disolve et coagula": la destrucción necesaria que dejaría el campo libre para la construcción del mundo nuevo, la misma consigna que siguen Soros y compañía en la actualidad. Así pensaban los anarquistas del XIX con su "justicia revolucionaria" y su bombas, esos que asesinaban y destruían en nombre de la "bondad" humana. Así también las sufragistas que en menos de medio año, hacia 1914, destrozaron 140 obras de los museos, entre ellas "La Venus del espejo" de Velázquez, acuchillada con saña por Mary "la navajera", en una curiosa campaña contra la belleza femenina y el heteropatriarcado de la que hoy nadie se quiere acordar.
Así pues, cuando la izquierda se pone a hablar de "cultura", convendría recordarles de dónde vienen.
La revolución bolchevique se esforzó por imitar en todo lo posible a su modelo revolucionario francés, y el Terror revolucionario consistente en abundantes baños de sangre iba sazonado también de generosas dosis de vandalismo iconoclasta. Todo en nombre de la promesa de un supuesto "paraíso comunista" que nunca llega a materializarse. Sabemos que aparte de los cañonazos que recibió el Palacio de Invierno por parte del "Aurora", muchos otros palacios e iglesias ortodoxas fueron salvajemente destrozados por considerarlos símbolos del zarismo. Pero el conjunto de desperfectos, tras 75 años de dictadura comunista , resulta difícil de cuantificar al cabo de tanto tiempo. Teniendo en cuenta el plan deliberado diseñado por los bolcheviques de los primeros tiempos de erradicar la religión en Rusia, debemos suponer que gran cantidad de iconos fueron destruidos, así como fueron cerrados todos los templos (iglesias ortodoxas, mezquitas y sinagogas) y en algunos casos fueron reconvertidos en fábricas, como ocurrió con el complejo que formaban la catedral y el monasterio de Kazán.
Otro famoso edificio que fue demolido hasta los cimientos en 1931 por orden de Stalin fue la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, para edificar en su emplazamiento la que iba a ser la nueva catedral del marxismo-leninismo, el Palacio de los Soviets. Un proyecto faraónico que no se pudo llevar a cabo por falta de presupuesto, y que aspiraba a ser el edificio más alto del planeta (400 metros de altrura) coronado por una enorme estatua de Lenin de 100 metros de altura y 6000 toneladas (sólo el dedo índice de SuperVladimir iba a medir 6 metros de longitud). En total desaparecieron durante el régimen soviético unos 2200 monumentos arquitectónicos importantes sólo en el área de Moscú, en un esfuerzo denodado por parte de las autoridades comunistas por borrar toda la herencia cultural del pueblo ruso.. Algunos artistas de vanguardia, rusos y extranjeros, entusiasmados con el experimento de ingeniería social comunista, celebraron este tipo de política que destruía el patrimonio cultural de un país, pensando que el nuevo regímen les iba a favorecer a ellos. Estaban muy equivocados. Por aquellas fechas Marcel Duchamp ya le había pintado en París los bigotes a la Mona Lisa, y Nicolas Roerich había iniciado su cruzada para proteger los tesoros artísticos de las escabechinas bélicas, sin obtener demasiado éxito en su empeño.
Voladura de la Catedral de Cristo Salvador (1931) |
Uno de los episodios de esta naturaleza más destructivos en proporción lo tuvimos en España durante la Segunda República y la Guerra Civil, en el que la inquina contra el clero trajo como consecuencia el incendio de iglesias y monasterios, con sus obras de arte, archivos y bibliotecas por parte de los milicianos del Frente Popular. Se calcula que unas 20000 iglesias y varias catedrales fueron destruidas durante el conflicto. Por muy malvados que fueran los curas y las monjas, no es de recibo haber dado rienda suelta a esta clase de malos instintos, enemigos de lo que nos hace "humanos", que es precisamente la cultura. Y sobre todo no se puede justificar cuando se cae tan bajo y en algo tan salvaje como fue la profanación de tumbas, un tic muy habitual entre la rojería carpetovetónica, por lo visto. Aunque se diga que se trataron de sucesos espontáneos, todo parece indicar que todo este odio fue alimentado y dirigido por políticos como Azaña o Luís Companys,que quisieron sacarle rédito. Resulta un poco paradójico que ahora sus herederos ideológicos se empeñen en legislar tanto sobre "delitos de odio".
También es imputable al Frente Popular el traslado imprudente durante la guerra de las obras del Museo del Prado, no se sabe bien si con la intención inicial de enviarlas a Moscú, como pago a los servicios prestados por Stalin. Esta decisión puso en serio peligro la integridad física de las colecciones del museo en varias ocasiones, siendo incluso muy cuestionada en su día por algunos republicanos como Salvador de Madariaga.
La Revolución Cultural y Proletaria de Mao de los años sesenta, en la que la juventud teledirigida y fanatizada por el Gran Timonel la emprendió contra toda aquello que oliera a "viejo", supuso una pérdida irreparable del patrimonio histórico del país asiático. Mao los animó a que acabaran con los cuatro antiguos: los usos antiguos, las costumbres antiguas, la cultura antigua y el pensamiento antiguo. De esta forma fueron cerrados todos los templos budistas y taoístas y demolidos gran parte de ellos. Se destruyeron muchas obras de arte de gran antigüedad sólo para satisfacer los deseo sdel líder supremo. La ciudad de Qufu (en la provincia de Shandong) fue arrasada por los Guardianes Rojos maoístas, que destrozaron sus principales monumentos; todo por ser la cuna del filósofo Confucio. Pero aquí en occidente, los cachorrillos progres de la contra-cultura y el Mayo de 68 se sintieron fascinados con lo que allí se estaba cociendo (a algunos "desviacionistas" chinos los llegaron a cocer, literalmente). Aunque los franceses estén acostumbrados a cascar algún que otro huevo (y a hacer alguna que otra pintada en el Arco del Triunfo) para preparar sus tortillas revolucionarias, hay que reconocer que la receta de la Revolución Cultural resultó bastante indigesta hasta para los propios chinos.
En la actualidad, los vándalos de izquierdas siguen en plena forma (algunos como "artistas" contemporáneos, por cierto). Y han diversificado ampliamente sus actividades., Unas veces se contentan tan sólo con sodomizar emblemáticos monumentos, como el del Oso y el Madroño en el desfile del Orgullo Gay de Madrid. Y otras se dedican a descabezar estatuas de san Junípero Serra o de Cristóbal Colón, como parece que les ha dado ahora a los progres yankis.
Estatua de Fray Junipero Serra decapitada en California (2018) |
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