miércoles, 23 de noviembre de 2016

GENIOS, TARADOS Y FRIKIS DEL CELULOIDE


Aficionado como soy al cine, además de a las artes plásticas, he procurado conocer el mayor número posible de películas inspiradas en la vida y obra de los artistas. El cine ha rendido a menudo homenaje a su "hermana mayor", la pintura, a la que se lo debe casi todo, y en algunas ocasiones (sobre todo en la época del cine clásico) se percibe el respeto y hasta el entusiasmo de los cineastas de antes (John Houston, Orson Welles, Vincente Minelli o Fritz Lang) por el gran arte. Estas películas de temática artística también constituyen un reflejo del tiempo en que se realizaron, aunque se localicen en épocas pasadas, de las corrientes de moda y  de los gustos estéticos y culturales imperantes en cada momento.
Hasta ahora no eran tantos los biopics consagrados a los grandes genios, tal vez porque estos monstruos de la creación estaban envueltos en un aureola reverencial y causaba un poco de pudor contar sus vidas. Pero en la actualidad parece que se invierte esta tendencia, pues el proceso desmitificador y relativista de la cultura está muy avanzado y parece imparable en occidente. El concepto de "genio", de individuo excepcional, hoy está muy mal visto como una rémora del romanticismo y de épocas pasadas. Además es antidemocrático porque atenta contra los principios del igualitarismo que rigen nuestra sociedad y nuestro sistema educativo, que premia la vagancia y pretende nivelarnos a todos, en lugar de lograr la excelencia y sacar lo mejor de nosotros mismos.  A los que sentaron las bases de la cultura occidental hoy se les reserva el papel de tristes clowns o de individuos tarados, pobres idiotas dignos de lástima. Mira que perder el tiempo y esforzarse en crear belleza, ¿y total para qué? Si el arte contemporáneo ha demostrado que se puede alcanzar la fama y el éxito sin necesidad de esfuerzo alguno...

Una de las primeras películas que se hicieron sobre  la vida de un artista fue "Rembrandt" (1936) del británico Alexander Korda. Aunque el argumento gira entorno al cuadro "La ronda de noche" y a las causas que llevaron al artista holandés a recrear una escena tan oscura (el haber enviudado de Saskia, según el guionista,aunque luego se demostró que la pintura original se desarrollaba de día y se había oscurecido con el paso del tiempo, como le sucedió a muchos cuadros pintados al óleo) no se hace mucha referencia al arte de Rembrandt, y la fotografía tampoco vale gran cosa. Más bien todo se queda en cuestiones de alcoba y de la "vida privada"del pintor, de cómo encontró consuelo con su concubina, enfrentándose a las convenciones burguesas de su época. Algo que se parece no poco al argumento de un largometraje más reciente "La joven de la perla" (2003) de Peter Webber, aunque esta vez refiriéndose a su contemporáneo  Vermeer. La cinta de Korda se salva gracias a la brillante interpretación del orondo Charles Laughton , y no resiste la comparación  con otra película pionera de la Italia fascista, "Caravaggio, el pintor maldito" (1941) de Goffredo Alessandrini, que dramatiza con acierto la tumultuosa vida de este pendenciero artista lombardo, maestro del tenebrismo. Fue algunos años después vilipendiada por la crítica, por ser hija de su tiempo, pero inconscientemente debió de sembrar una semilla entre los cineastas italianos del Neorrealismo, cuya estética naturalista y sin concesiones tanto tiene que ver con la mirada de Caravaggio.
También Hollywood fue capaz en su día de ofrecer grandes obras maestras como "El tormento y  el éxtasis" (1965) de Carol Reed (el director de "El tercer hombre"), en la que un pletórico Charlton Heston encarnaba con convicción al gran Miguel Ángel. Aunque la trama giraba entorno a los factores políticos y religiosos que envolvieron la creación de los frescos de la Capilla Sixtina, la obra pictórica y escultórica del genio del renacimiento, que es de veras lo importante, está presente desde el primer momento en el filme, que incluso se inicia con un curioso mini-documental sobre su obra. Magistral es la recreación del método de trabajo de Miguel Ángel en la capilla, así como de las relaciones de amo-empleado que se establecían entonces entre los poderosos que encargaban las obras y los artistas . No quiero ni imaginar lo que saldría si alguno de nuestros oscarizados directores de cine europeos y españoles se atrevieran a asumir un reto semejante en la actualidad. Lo más probable es que el resultado fuera un bodrio tedioso y pedante sobre la represión de la homosexualidad en el oscurantista siglo XVI, siendo algo infumable y enojoso para la mayoría del público, salvo tal vez para los miembros del lobby gay y afines. Y es que si algún mérito tenía el cine clásico de Hollywood es el de haber podido crear productos que lejos de aburrir, conseguían entretener a la mayoría de la gente y que además no resultaban idiotas, como sucede en la actualidad, y no insultaban a la inteligencia de los espectadores. Buena parte de la cinematografía europea sobre el arte y los artistas adolece de pedantería, y en vez de suscitar el interés por el arte consiguen más bien todo lo contrario. Se podría decir otro tanto de los documentales sobre artistas, desde "El misterio Picasso" a "El sol del membrillo". Quitando las partes en las que se ve a los pintores trabajando en lo suyo, el resto del metraje se vuelve aburrido y soporífero. "Andrei Rublev" (1966) de Tarkovsky, una película rusa sobre un pintor de iconos del siglo XV al que le encargaron los frescos de la catedral del Kremlin, contiene sin duda unos pasajes y unos diálogos muy interesantes desde el punto de vista artístico, pero cualquiera aguanta estoicamente las 3 horas 25 minutos que dura semejante ladrillo.


Caravaggio il pittore maledetto (1941)

A Vincente Minelli, director de la excelente película "El loco del pelo rojo" (1956) sobre la atormentada vida de Van Gogh, debemos la consagración en el cine del arquetipo del artista loco e incomprendido por la sociedad. Ya antes los expresionistas o los surrealistas (con Dalí a la cabeza) se habían esforzado en seguir, psicoanálisis mediante, esta misma senda, pero no cabe duda que el cine tuvo una gran responsabilidad en su difusión entre la gente corriente. Las interpretaciones magistrales (aunque algo histriónicas y poco fiables desde un punto de vista histórico) de un Kirk Douglas y un Anthony Quinn, que funcionan a las mil maravillas en la ficción, convierten a esta película en una obra maestra, que además supo llevar a la pantalla en gran medida el intenso cromatismo de los lienzos del artista.
Sirvió entre otras cosas para popularizar la obra del pintor entre el gran público americano, en un momento en que ésta empezaba a alcanzar sumas astronómicas en las subastas. También coincide con el triunfo de los expresionistas abstractos y de otros imitadores y epígonos de Van Gogh, dominados por la peregrina idea de que para convertirse en un genio había que padecer esquizofrenia o parecerlo, o buscar estados de locura autoinducida, consumiendo alcohol, drogas y otras sustancias estimulantes.  Más recientemente, películas como "Pollock: la vida de un creador"(2000) dirigida e interpretada por Ed Harris recrean este mito del héroe americano hecho a sí mismo, dotando de una dimensión trágica  a un personaje que pasa por ser el pionero del arte moderno en Norteamérica. Una película entusiasta (qué envidia me dan a veces los americanos) a pesar de la dudosa categoría que me merece este artista, un alcohólico camorrista patrocinado por la CIA, como ya sabemos.
Sobre el tema del fraude y la falta de autenticidad que suponen los "artistas locos"(mejor dicho, que se hacen pasar por tales) convendría recordar el pasaje que les dedicó el psiquiatra Karl Jaspers en su estudio sobre la interrelación entre la locura y la creación artística, "Genio artístico y locura" (1922). Tras una visita a la exposición expresionista de Colonia de 1912 escribió:                                                 
  "Me asaltó la sensación de que, entre tantos expositores que pretendían hacerse pasar por locos, estando completamente cuerdos, el único loco excelso,el único loco de verdad y a pesar suyo era Van Gogh."
 Hay todo un subgénero de biopics dedicados a los artistas malditos y marginados, que como es lógico suscitan más interés entre el público que aquellos que con su ejemplo enseñan que el arte es un largo y duro camino de disciplina y aprendizaje. Hay entre ellos películas de gran nivel como "Moulin Rouge" (1952) de John Houston , sobre la trágica vida de Toulouse-Lautrec o "Los amantes de Montparnasse"(1958) de Jacques Becker sobre Modigliani.  Hay otras más flojillas como "La pasión de Camille Claudel (1988) de Bruno Nuytten, sobre la ayudante del escultor Rodin que pasó los últimos 30 años de su vida recluída y que acabó falleciendo en un hospital psiquiátrico. También hay otras muchos mamotretos infumables. Pero ningún artista como Van Gogh ha logrado fascinar tanto a los cineastas, que han vuelto a su figura una y otra vez. Después de la película de Minelli vinieron la miniserie "Vincent & Theo" (1990) de Robert Altman y la aburrida "Van Gogh" (1991) de Maurice Pialat. Esta última pretende apartarse lo más posible del planteamiento melodramático de Minelli, de tal modo que ya no descubrimos al apasionado loco del pelo rojo (ni siquiera se nos muestra algo del arte de Vincent) sino que nos encontramos con una especie de medio autista, digno de compasión, el pobre.
Y llegamos así a otro arquetipo recurrente del cine de los últimos tiempos, el arquetipo del artista idiota, que desde el "Amadeus" (1984) de Milos Forman en adelante ha ido proliferando en la gran pantalla. Esta muy oscarizada y sobrevalorada película "rompió moldes" ofreciendo un insólito retrato del compositor salzburgués, considerado por algunos como irrespetuoso en su momento, y con razón, y que intenta acomodarlo  a la imagen de una moderna estrella del pop-rock. Una especie de risueño botarate con aire de colgado, que sin esfuerzo aparente era capaz de crear maravillas que desataban la envidia de los mediocres al estilo de Salieri. El tema de la demencia es recurrente en la filmografía de Forman, y esta vez pretendía comprender al músico aplicando los criterios de la antipsiquiatría, muy en la onda hippy, que establecía que los "locos" son en realidad los cuerdos, y que los "cuerdos" están todos majaras.
Los psicólogos y los psiquiatras siempre se han empeñado en encajar a los artistas dentro de sus esquemas favoritos, y así han surgido clasificaciones de todo tipo: maníacos reprimidos, sado-anales compulsivos, sociópatas, psicópatas, etc. La antipsiquiatría, en fin, convirtió a los locos en sus superhéroes y en sujetos revolucionarios de la anarquía, y por supuesto asumía que para ser artista era necesario estar como una cabra.
"Amadeus" pretende demostrar esto último tomando como ejemplo a Mozart, pero supone una completa falsificación de la historia, y no sólo por el trato injusto que dispensa a Salieri (maestro entre otros de Beethoven). En concreto no refleja el modo en el que el genio de la música alcanzó su maestría, en base a un esfuerzo y disciplina continuado desde su más tierna infancia. Parece que el arte le venía por inspiración divina o tras haberse fumado un canuto de hierba del Congo.
Forman volvió a la carga con "Los fantasmas de Goya" (2006) con Javier Bardem en el papel del inquisidor que le hacía la vida imposible al aragonés, pero en esa ocasión no obtuvo tanto éxito de público y de crítica, y el filme sale perdiendo si se lo compara por ejemplo con "Goya en Burdeos" (1999) de Carlos Saura, que es así como cien veces mejor.

Tras "Amadeus" vino "Rain Man" (1988), una cinta sobre un autista habilidoso que sin tratar propiamente el tema al que nos referimos, sí que refleja muy bien las nuevas modas de los psicólogos que pretenden entender el arte. Teorías que empiezan con los experimentos de Sperry en los años sesenta con pacientes afectados de comisurotomía (cerebro dividido) y que veían aliviados sus síntomas epilépticos cuando se les intervenía en el corpus callosum y las comisuras anexas, aislando ambos hemisferios del cerebro. De ahí surge el convencimiento de que en la cultura occidental el hemisferio izquierdo (verbal, racionalista) domina y reprime al hemisferio derecho (holístico, intuitivo y soñador) y que las personas con síntomas cognitivos anómalos producidos por un daño cerebral en el hemisferio izquierdo pueden compensar sus deficiencias desarrollando un talento extraordinario para las artes, por ejemplo. A raíz de esto se publicaron libros interesantes como el de Betty Edwards que buscaban aprovechar estos conocimientos y enseñar a dibujar empleando las habilidades del hemisferio derecho, pero al mismo tiempo el mito del artista- autista estaba servido. El caso es que algunos artistas modernos como Andy Warhol, que no andaba muy lejos de ser un bordeline, parecían apuntalar la idea que para que ser artista y triunfar había que ser idiota o al menos parecerlo, como antes había que fingirse loco de remate. Otros famosos pintores, escritores, músicos presentaban ocasionales episodios de estupidismo, pero se podían atribuir perfectamente al consumo y abuso de drogas y no a un daño innato en el cerebro.


Fotograma de "Amadeus" de Milos Forman
 

 Conviene no generalizar las cosas, puede haber personas como los "savants" (a los que ahora se diagnostica con el llamado "síndrome del sabio") excéntricos y despistados, pero si se trata de personas con el cerebro dañado pueden haber desarrollado un especial talento para la interpretación en música o en las artes plásticas (como imitadores), para el cálculo o habilidades mecánicas, pero es difícil que destaquen como creadores. Y no se les puede asimilar, como se hace abusivamente, con los autistas o con los afectados con el síndrome de Asperger, que son cosas diferentes.
Qué duda cabe que la tendencia común de psiquiatras, orientadores educativos y hasta médicos de cabecera de la seguridad social consiste a día de hoy en "normalizar" e "integrar" en el sistema a las personas con discapacidad psíquica y cognitiva,  loando sus logros y exigiendo a la sociedad la creación de puestos de trabajo a la medida de ellos (luego no hay trabajo para todos) mientras diagnostican como enfermos mentales a la mayoría de la población, recetando antidepresivos, ansiolíticos y otras maravillas de la todopoderosa industria farmacéutica. Pero a lo que íbamos, hoy identificamos más que nunca al artista con el idiota (y no el de Dostoyevski precisamente) y el cine se esfuerza en consolidar este axioma.

De Warhol sólo conozco un biopic, "Yo disparé a Andy Warhol" (1997) de Mary Harron, una producción algo indie que aunque se centra en Valerie Solanas, la feminista esquizofrénica que quiso atentar contra Andy, realiza un retrato muy poco favorecedor de este último. Un poco sansirolé resulta también el pobre Toulouse-Lautrec en el horrendo musical Moulin Rouge (2001) película que nada tiene que ver con la homónima de John Houston y en la que todo el protagonismo se lo lleva la cabaretera de  Nicole Kidman.
En una película todavía más reciente, "Mr. Turner"(2014), el director anglojudío Mike Leigh nos brinda el típico producto soporífero europeo, pero al menos con una fotografía decente que pretende emular las maravillosas escenas pintadas por este artista ("Lluvia, vapor y velocidad" o "El Temerario remolcado a dique seco"). Pero los aciertos del filme en materia de ambientación, etc no compensan del repugnante retrato que se hace del artista, interpretado por Timothy Spall como un tipejo vulgar y desagradable, obedeciendo a las instrucciones del director que parece complacerse así en la degradación del personaje. Incluso se nos muestra en actitudes sexuales obscenas, no se sabe muy bien a cuento de qué ni en base a qué criterios historicistas, y siempre con un aire de estúpido a punto de caérsele la babita.
Otro arquetipo  que no nos podemos dejar en el tintero y  que promete hacer fortuna en el cine del porvenir (en estos tiempos dominados por las abogadas especializadas en casos de violencia de género y divorcios) es el de la artista feminista, y la película "Frida" (2002) de Julie Taymor, con Salma Hayek en el papel estrella, puede servir como un buen ejemplo de ello. Ahora que se descubren talentos femeninos escondidos durante siglos y se desempolvan biografías silenciadas por el sempiterno heteropatriarcado (como diría Alberto Garzón) es de prever que nos hartaremos de ver muchos biopics mostrando el arte como un instrumento al servicio del empoderamiento de las mujeres hasta la lucha final...Si es que el mundo que conocemos sigue dando de sí, que no sé, no sé.



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