lunes, 11 de mayo de 2015

ARTE Y "LITERATURA ESOTÉRICA"

Detalle de Il Cenacolo 1497) de Leonardo da Vinci

Desde que Freud se ocupara de descifrar los cuadros de Leonardo da Vinci en clave psicoanalítica, a la caza de presuntos complejos de Edipo y obsexiones varias, muchos otros han querido proyectar sus particulares "manías" en las obras de este y de otros artistas, que revisten para los modernos un aspecto enigmático: El Bosco, El Greco, etc. Y, con mayor o menor fundamento, han encontrado de todo: desde alusiones a los extraterrestres, hasta a la alquimia y los rosacruces, pasando por la astrología o el espiritismo.
De un tiempo a esta parte se han puesto muy de moda las novelas que  giran entorno a determinadas obras maestras de los genios de la pintura y que, se pretende, ocultan ciertas claves esotéricas. Por lo general suelen ser folletines baratos, de esos que se leen en los aeropuertos o las señoras en la playa para pasar el rato. Pero que alcanzan un éxito inusitado debido al escaso nivel cultural de un público poco exigente, convirtiéndose así en "superventas", a los que no les faltan sus posteriores adaptaciones cinematográficas y otros gadgets para el mercado.


 Todos conocemos el  falaz mamotreto titulado "El Código da Vinci", que  hizo rico y famoso a  Dan Brown, pese a su escasa calidad literaria y a estar plagado de inexactitudes garrafales, y que se basa en una serie de supercherías que ya fueron puestas convenientemente al descubierto. Por ejemplo, el supuesto Priorato de Sión no fue más que un montaje urdido por un tal  Pierre Plantard, un megalómano francés que en los años cincuenta pretendía ser el descendiente de la dinastía merovingia y del supuesto linaje de Jesucristo y María Magdalena. Para hacer verosímil esta fábula pergeñó varios documentos falsificados, que más tarde fueron tomados como auténticos por Baignet, Leigth y Lincoln, los autores de "El Enigma Sagrado", la principal fuente de documentación de Brown.
 Por si esto fuera poco, la pintura entorno a la cual gira el argumento del "Código", el célebre Il Cenacolo de Leonardo da Vinci, pintado para el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie de Milán, fue restaurada por última vez en 1997 por la doctora Bambrilla. El best-seller de Brown se publicó en 2003, pero basaba muchas de sus suposiciones en otro libro,"La revelación de los templarios" de  Picknett y Prince, que no tenía en cuenta esta restauración, pasando desapercibidas así tanto para ellos como para Brown importantes particularidades del fresco puestas al descubierto.

En cualquier caso, mucha gente desinformada sigue considerando como ciertas las "revelaciones" del espabilado Dan Brown, habiéndose creado así una mitología de nuevo cuño (con ramalazos "new age" y feministoides) que ha hecho tambalear los ya de por sí maltrechos, por razones más serias, cimientos del Vaticano. Lo que pone de manifiesto, una vez más lo crédulas y simplonas que pueden llegar a ser las masas, dispuestas a creer en cualquier patraña que salga publicitada en los medios.


Detalle de "La Virgen de las Rocas" (primera versión), otro cuadro de Leonardo que ha dado de qué hablar

De entre la pléyade de secuelas, imitaciones y revisiones que ha suscitado el "Código da Vinci" merecen destacarse los libros del español Javier Sierra, conocido "investigador de fenómenos para-anormales", y que ha colaborado en revistas como "Más Allá" o  en programas de la TV del mismo tenor, como "Cuarto Milenio", lo que no son precisamente las mejores credenciales. En concreto, sus dos últimas novelas, "La Cena Secreta" y "El Maestro del Prado" parecen haber querido aprovechar el tirón de Brown para lograr otro superventas, y por lo visto ha conseguido colarse en el Top Ten de Estados Unidos . La primera de ellas gira también en torno a los misterios de la "Última Cena" de Leonardo, aunque manejando datos algo más exhaustivos y rigurosos que los de Dan Brown (algo que no resulta muy difícil de conseguir). Está ambientada entre  la Roma del papa Alejandro Borgia y el Milán de Ludovico el Moro, donde un inquisidor emprende una investigación sobre las supuestas claves heréticas del fresco que sobre la Última Cena estaba pintando da Vinci, precisamente para la iglesia de los dominicos. La historia recuerda bastante a "El nombre de la rosa" de Umberto Eco, no faltando ni los misteriosos crímenes ni el libro prohibido que todos buscan con afán (en este caso la "Interrogatio Johannis", un texto gnóstico conocido también como "La Cena Secreta"). La conclusión, algo rebuscada, a la que llega  Sierra es que Leonardo era una especie de cátaro clandestino (no es tan sorprendente, otros llegaron a afirmar que era incluso mahometano porque escribía al revés...), y que quería restaurar a través de su pintura la Iglesia del Amor o del Espíritu, opuesta a la iglesia temporal de Roma. Sorprende este empeño en considerar a da Vinci como una especie de mago o místico, cuando otros lo han presentado también como un pionero de la ciencia moderna, pero no se puede negar que en aquel tiempo ciencia y metafísica andaban muy entremezcladas, y que la personalidad algo extraña de este artista (escribía a menudo al revés, vestía de blanco, era vegetariano y, según parece, se mantenía casto y célibe) han dado qué pensar, así como el misterio que rezuman algunas de sus mejores obras, en concreto esta de la "Última cena", "La Virgen de las Rocas", el "San Juan Bautista" o "La Gioconda".

Detalle de un curioso cuadro del rosacruciano Delville (1898) en el que aparece Platón como una especie de Jesucristo, rodeado de unos discípulos un pelín androgenizados .

Sierra supone que Leonardo era un "iniciado", concibiendo el catarismo como una gnosis, aun cuando esta doctrina hoy no aparezca, a ojos de los expertos en tradiciones sapienciales, revestida con lo atributos esotéricos y metafísicos que muchos creyeron ver en el pasado. Ya Julius Evola había hecho notar en "El Misterio del Grial" (1) el carácter "lunar" y ginecocrático del catarismo, lo que explicaría el atractivo que tiene para ciertos ocultistas contemporáneos. A pesar de las simpatías que despiertan estos hippies del medioevo, por la saña con la que los persiguió la Iglesia católica y el rey de Francia, a ellos y a los que les dieron amparo, lo cierto es que su dualismo era más bien simplista y hasta cierto punto siniestro. Mientras que  Platón desvalorizaba el mundo de la materia y de los sentidos, considerándolo obra de un demiurgo e inferior al mundo de las Ideas, los cátaros identificaban al demiurgo directamente con Satán, y condenaban tanto a la naturaleza como al sexo sin paliativos, por demoníacos. Este juicio moral los diferencia de cualquier tipo de iniciación tradicional, como el hermetismo, que suele situarse en un plano por encima del Bien y del Mal. Además de ser pacifistas, los cátaros o "puros" promovían el suicidio (que ellos llamaban endura) como vía para alcanzar cuanto antes el mundo de la Luz espiritual. No sé si alguien como Leonardo, que se pasó la vida estudiando los secretos de la naturaleza y revelándonos su belleza, podía comulgar con semejantes creencias, cuya supervivencia casi en el siglo XVI resulta bastante improbable, por otra parte.

De todas formas, si alguna virtud tiene este fenómeno de los libros "esotéricos" es que al menos nos invita a que contemplemos las obras de arte, que todo el mundo cree conocer tan bien, con más detalle, y a plantearnos interrogantes (siempre que no creamos a pies juntillas  las descabelladas teorías en las que suelen incurrir esta clase de autores). Algunas de las observaciones de Sierra no carecen sin embargo de ingenio, como por ejemplo cuando señala que el único apóstol que va armado con un cuchillo en la Última Cena es san Pedro, que se inclina amenazante sobre el cuello de san Juan, mientras Cristo dice aquello de que uno de sus discípulos le iba a traicionar (2). La situación de Judas entre los dos y en un lugar destacado dentro de la composición, también es un hecho insólito en este tipo de representaciones. Y llama la atención sobre la disposición de los discípulos en grupos de tres, destacando el que se sitúa a la derecha de la mesa, que parece enfrascado en una conversación privada y ajenos a la escena que está aconteciendo. Entre estos personajes hay dos que están dando la espalda a Jesús (uno de ellos tal vez con los rasgos de Leonardo) y el tercero guarda un gran parecido con el busto de Platón del escultor Silanion, que se conserva en los Uffizi. Además en este lado de la mesa el mantel lleva un nudo, lo que se suele identificar con la firma del artista. ¿Son todos estos indicios de una desafección de Leonardo hacia la iglesia de su tiempo y sus dogmas? En todo caso, el neoplatonismo en el que bebía da Vinci, el de Pico della Mirandola y Marsilio Ficino, nunca fue declarado herético ni enemigo del catolicismo, así que todo son conjeturas.

Grupo de apóstoles a la derecha de Il Cenacolo de da Vinci

En su otro libro, "El Maestro del Prado", con una trama mucho menos elaborada y que prácticamente se reduce a una serie de diálogos entre un "iniciado" y su discípulo en las estancias del museo madrileño, Sierra insiste en descubrir conspiraciones misteriosas detrás de las grandes obras que se conservaban en las colecciones reales. Y casi siempre encuentra conexiones con los cátaros, la particular manía de nuestro autor. Por ejemplo, Rafael (y también Leonardo) se habrían inspirado en alguna ocasión en el Apocalypsis Nova de Amadeo de Portugal, un libro que profetizaba la llegada de la iglesia del Espíritu Santo y la segunda venida de Cristo. El Bosco pintaría el Jardín de las Delicias para los Hermanos del Espíritu Libre o adamitas, una reminiscencia del catarismo. Brueghel el Viejo y tal vez el Greco, por su parte,  serían adeptos de la Familia Charitatis o familistas - a la que pertenecían tambien Hendrick Niclaes, Lipsius y Benito Arias Montano (3)- que abogaban por una convergencia de las religiones, una comunicación directa con la divinidad, el advenimiento de un homo novus y el regreso al paraíso original. Aparte de estas afirmaciones de carácter especulativo, en el libro aparecen curiosas observaciones como la que se refiere al retrato de "Carlos V en la batalla de Mühlberg" que pintara el Tiziano, en el que el césar Carlos aparece ataviado con sus emblemas de poder: el Toisón de Oro, y  probablemente portando la Lanza de Longinos, que los Habsburgo heredaran de Carlomagno. O el interés de Juan de Juanes por reproducir en sus pinturas el Grial de la catedral de Valencia, traído por san Lorenzo a España y uno de los que más posiblidades tiene de ser el auténtico.

En una próxima entrega, Sierra amenaza con desvelarnos  los secretos que encierran las obras de Goya o Velázquez. Confieso que siento curiosidad por saber qué nuevas intrigas revelará esta vez; en todo caso nuestro experto en "esoterismos" ha encontrado una mina que seguirá dándole tema para rato.



Notas:
(1) A diferencia de los templarios, y a pesar de las teorías de Otto Rahn, los cátaros apenas tuvieron  relación con el Grial, ya que no creían en el valor de los sacramentos cristianos, salvo uno de su invención llamado  el consolamentum.

(2) Precisamente por eso no figura el grial en la Cena de Leonardo, ya que la escena representa un momento diferente al de la instauración de la eucaristía. No hace falta creer en la teoría de Dan Brown al respecto, que como todo lo demás es un puro disparate.

(3) El bibliotecario de Felipe II, que convenciera a El Greco para que viniera a España a colaborar en las obras de El Escorial.

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