viernes, 22 de noviembre de 2013


SOBRE WARHOL, EL POP ART Y OTRAS MALAS HIERBAS



















No me gusta nada el pop-art. Lo siento, ya sé que muchos entusiastas de este "estilo" se rasgarán las vestiduras por esta aseveración, pero qué le vamos a hacer, quiero ser sincero. Me repatea que las payasadas perpetradas por un grupo de gamberros en los años 60 del pasado y lamentable siglo, se consideren hoy como arte "clásico" y figuren en los manuales de historia, a continuación y al mismo nivel que las obras de Fidias, Miguel Ángel o Velázquez. Como si existiese un parentesco genealógico entre todas ellas.

Me produce urticaria que casi la única forma de figuración que les está permitida a los alumnos de bellas artes consista en esa de pintar envases de coca-cola o cajas de preservativos durex a escala gigantesca. Todos llevan repitiendo lo mismo, desde hace más de 20 ó 30 años, como si fueran monas amaestradas. Estamos cansados de verlo una y otra vez, en cualquiera de esas facultades que hemos tenido la desdicha de visitar.
Y todo porque saben que eso es lo que les agrada a los zopencos de sus profesores, muy duchos en teorías estéticas como las de Leo Steinberg que, como explicó Tom Wolfe en La Palabra Pintada, convirtió en respetable el pop art para la crítica moderna apelando a memeces como la "planitud" o el "sistema de signos".  Cuando en realidad se trataba de pintura figurativa de muy baja calidad, hortera y con escaso valor imaginativo.
 El pop ni siquiera fue muy original en eso de utilizar elementos  cotidianos  como carteles o etiquetas para incorporarlos a las "obras de arte" (recordemos el uso del collage por parte de los cubistas, como Juan Gris y su célebre "Bodegón de Anís del Mono"). Duchamp y los dadaístas ya se habían apropiado de objetos fabricados en serie a los que, con su firma, "transformaban" por arte de magia en obras de arte. Al igual que los artistas pop 50 años después, los dadaístas empezaron por rechazar el elitismo en las artes, pero tan sólo para constituir ellos mismos una "élite"de otra clase.
Sobre la relación que estos artistas tienen con la historieta también habría mucho que decir. Podemos recordar lo que escribió Marc Albert- Levin al comentar la exposición de viñetas ampliadas del Tarzán de Burne Hogarth  en las galerías de la Sociedad Francesa de Fotografía (febrero de 1966), y que al compararlas con los Booms y los Baams de Lichtenstein, le resultaban incomparablemente superiores. También Pierre Mazars llegó a decir: "Con Hogarth, la historieta se convierte en el último refugio del clasicismo, para disgusto de los practicantes del arte pop, que tanto aprecian la historieta".

"Crak!" de Roy Lichtenstein

 Entre las razones por las que me resulta odioso el pop art no es la más baladí el carácter repulsivo de algunos de sus mentores, en especial de ese petardo de Andy Warhol, tan venerado por los papanatas de turno, que se rinden ante su supuesta genialidad y "sentido de la ironía", cuando es evidente  que se trataba de un tarado narcisista, que se lo tenía muy creído el muy lechuguino. No discuto que sus hallazgos tengan alguna aplicación en el campo de las artes gráficas y la publicidad, pero su legado en las artes plásticas ha sido más bien nefasto. Se ha perpetuado hasta el día de hoy, en que golfos sin escrúpulos como Jeff Koons se lucran a base de sus payasadas "irónicas" y kitsch (como el Puppy del Guggenheim, por ejemplo). No me extenderé más citando a otros tipejos similares, porque  todos sabemos que las horteradas artísticas están hoy a la orden del día.
Pero lo grave (por el alcance de sus consecuencias) es que además la siniestra sombra de Warhol se ha extendido al mundo del cine, pese a que las aportaciones de la Factory al séptimo arte hayan consistido en una serie de latazos infumables, donde se nos muestra a un fulano durmiendo durante seis horas seguidas o comiéndose un champiñón. Su deuda estética se percibe en la  filmografía de un Divine, un Almodóvar y otros famosos bujarrones del celuloide que hemos tenido todos la desgracia de soportar.
En realidad la fama de Warhol y del pop art en general se debió en su día  a haber coincidido en el tiempo con el establecimiento de la sociedad de consumo tal y como la conocemos hoy. De hecho el pop art consiste en la glorificación de esa sociedad de consumo, en elevar a sus banales iconos a la categoría de arte, en consagrar los productos fabricados en serie y de forma mecanizada y sin alma (cool), y elevarlos al mismo nivel de la obra única y original. Sólo ha servido para agradar el mal gusto de los burgueses decadentes anglosajones o los progres socialdemócratas posteriores al mayo 68.
Además, la obra de Warhol conectaba muy bien con las subculturas gay y feminista, y como algunos miembros de estos colectivos son los que en la actualidad cortan el bacalao, para qué nos vamos a engañar, en las bienales, documentas y demás muestras y ferias de arte contemporáneo, no nos debe extrañar la aureola de veneración y autoridad con que se rodea al nombre de Warhol y el pop art a día de hoy. Estos críticos y comisarios recompensan a los aspirantes a "grandes artistas" según sus particulares gustos o inclinaciones (o perversiones). Y siempre hay quien se rebaja a la servidumbre, a cambio de los quince minutos de fama  a los que, según Warhol,  todo el mundo tendrá derecho algún día.

D.R.

A continuación, ofrecemos esta performance de un artisssta, genuino heredero de Duchamp, Warhol y tantos otros:


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