DELIRIOS FARAÓNICOS EN LA GALLAECIA
Ya que hablamos de ruinas, y de proyectos ruinosos, no me resisto a dedicarle unas palabras al llamado por algunos "Mausoleo de Manuel Fraga". Me estoy refiriendo, claro está, al mega-proyecto de la "Cidade da Cultura" del Monte Gaiás, en Santiago de Compostela.
El actual presidente de la Xunta, el pepero Alberto Núñez Feijóo, se decidió por fin a paralizar ¿definitivamente? en marzo de este año las obras. Se vio forzado ante las sospechas de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Galicia de que haya podido haber algún tipo de estafa en la financiación del proyecto. Estas sospechas partieron, a su vez, de una denuncia interpuesta por el sindicato nacionalista CIG, que se acordó del tema ahora que el PP manda en la autonomía y no antes, cuando el BNG formaba gobierno en coalición con el PSOE, en la etapa de Touriño.
La "cosa", como es sabido, comenzó durante la presidencia de Fraga quien en 1999, viendo ya cercanos sus últimos días en este mundo y queriendo perpetuar su memoria para siempre jamás, quiso dejar su huella en el terruño que le vio nacer. Para ello, y con la excusa de rentabilizar el "Efecto Guggenheim", quiso importar para Galicia algo parecido a la célebre fábrica de quesos bilbaína, y organizó un concurso de ideas para determinar qué arquitecto saldría agraciado con tan jugoso pastel. Muchos fueron los aspirantes, entre los que no podían faltar los inevitables Ricardo Bofill, Santiago Calatrava, etc. Pero a la postre resultó elegido el judeoamericano Peter Eisenman, con fama de polémico y provocador, con un proyecto un tanto abstruso que pretendía horadar el monte Gaiás para reproducir allí la configuración del casco histórico de Santiago, mediante los techos en curva de seis edificios. La planta del complejo se inspiraría, qué gran originalidad, en la forma de una vieira de peregrino.
Apostar por los arquitectos vanguardistas y "experimentales" tiene siempre sus riesgos. Recordemos los inestables puentes de Calatrava o, sin ir más lejos, el propio museo Guggenheim de Frank Gehry, cuyo recubrimiento a base de planchas de titanio, permanenetemente "oxidado", resulta carísimo de limpiar y mantener. Claro que allí las pérdidas se amortizan gracias a los beneficios del turismo que ese museo va generando, debido entre otras cosas a la ventaja de estar situado en pleno centro de Bilbao, y no perdido en medio de un monte donde Cristo dio las tres voces.
El caso es que las flamantes obras de la "Cidade" comenzaron allá por febrero del 2001, con un presupuesto inicial de 108 millones de euros. Unos costes abultados y respetables, pero que en la belle époque del aznarzapaterismo parecían asumibles por la casta de desnortados que han regido y rigen todavía nuestros destinos patrios. Ya se sabe, "el dinero público no era de nadie" y los fondos de la UE parecían inagotables. No tardó en constituirse una Fundación, dirigida por familiares de destacados miembros del PP gallego, y cuyo responsable financiero era nada menos que el cuñado del presi Rajoy. Pasaron los años y las obras no adelantaban apenas (a Eisenman y colaboradores no le preocupan mucho los plazos) y bajo los oficios de la mencionada Fundación el presupuesto fue aumentando más y más, hasta "desviarse" en un 300 ó un 400% a estas alturas de la película. Cuando en 2005 PSOE y BNG asumieron la presidencia del ejecutivo gallego, la empresa ya costaba unos 380 millones de euros... sin embargo Touriño calificaba aún al proyecto en 2007 de "irreversible, útil y rentable", y Anxo Quintana pedía el "consenso" para poder gestionarlo.
Entretanto, Eisenman y su equipo trabajaban a paso de tortuga. Habría que esperar a 2011 para ver terminados los dos primeros edificios (la biblioteca y el archivo). A día de hoy, cuando el presupuesto iba a ascender a la astronómica cifra de 550 millones de euros, todavía estarían pendientes de construir los dos principales bloques: el Teatro de la Ópera y el Centro de Arte Internacional, que los veremos terminados con toda seguridad cuando las ranas críen pelo. Lo que pasará con el resto del complejo es que quedará abandonado e inútil, como otras tantas obras llevadas a cabo por los gerifaltes estatales, municipales y autonómicos, a impulsos de sus delirios de grandeza y su irresponsabilidad. Como esos aeropuertos que no usa nadie o esas estaciones del AVE perdidas en medio de ninguna parte. Claro que en este caso, como en el de los endeudados "Museos de Arte Contemporáneo" (¿realmente era necesario que hubiera uno en cada pueblo?) la megalomanía se disfraza bajo la máscara del "servicio a la cultura". Servicio al ego de los mandarines de turno que, como vemos aquí bien claro, se dejan embaucar por el primer arquitecto de vanguardia que les "vende la moto".
Incierto porvenir para las colecciones de arte gallego
Otra cuestión preocupante es qué va a ocurrir a la postre con los fondos artísticos adquiridos por NCG Banco, una vez que esta entidad en quiebra (por culpa de los tejemanejes de los políticos) pase a ser subastada y vendida al mejor postor. Se calcula que la antigua caja atesora en la actualidad un patrimonio de más de 7000 obras de artistas gallegos, adquiridas en su día con los fondos de las cajas de la obra social, y que podrían ser expoliadas a manos de inversores extranjeros, si nadie pone remedio. Puede ser que comparado con la gran tragedia que están sufriendo los preferentistas y el sector económico gallego en general, este tema sea "peccata minuta", pero a los que nos importa el arte y la cultura, nos duele igualmente.
Lo que pueda pasar con las obras de los Antón Patiño, Menchu Lamas, Leiro, Laxeiro y compañía, me produce menos inquietud que podamos perder para siempre los valiosos cuadros de Castelao o Urbano Lugrís. Y viendo lo incompetentes que son nuestros mandamases, bien pudiera suceder que, ante su falta de preocupación y sensibilidad, tenga lugar algún día lo irremediable (y entonces será tarde para lamentaciones).
NOTA ACLARATORIA: Las fuentes de información manejadas para escribir este artículo han sido diversas y contrastadas, citaremos entre otras la web de La Opinión de A Coruña y la del diario digital Público. No está en nuestro ánimo, por supuesto, denigrar a ninguna administración pública en concreto, sino tan solo ejercer una crítica constructiva, con el deseo expreso de que se eviten en el futuro los, a nuestro juicio, monumentales errores del pasado más reciente.
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