¿VUELVEN LOS COSACOS A LA CARGA?
Los cosacos fueron ese bravo pueblo, un poco salvaje en ocasiones, que habitó en las estepas de lo que hoy es Ucrania, y que intentó siempre mantener su independencia y conservar sus tradiciones y su identidad contra viento y marea, rodeándose de un halo de romanticismo que inspiró a escritores como Nicolai Gogol o incluso Robert E. Howard y a autores de cómic como el italiano Hugo Pratt. Esto no impidió que sus cualidades guerreras fueran empleadas a fondo por los zares de todas las Santas Rusias para explorar y colonizar Siberia y otras regiones inhóspitas de su vasto dominio, así como para reprimir a golpes de sable a los díscolos que osaran perturbar la paz del Imperio zarista. Y de estos había bastantes, sobre todo en las postrimerías de los Romanov, entre revoltosos nihilistas, campesinos hambrientos o judíos más o menos especuladores o pobres desgraciados, que de todo había. Los cosacos, por otra parte y así lo reconocieron sus enemigos, también destacaron como valientes soldados en los frentes de la primera guerra mundial.
Con los años estalló la revolución bolchevique del 17 y empezó la guerra civil entre rojos y blancos, y hubo cosacos peleando en ambos bandos. Pero la política de Lenin, orientada a "igualar" a la población rusa y a eliminar cualquier vestigio identitario que pudiera ser problemático a la hora de construir ese gigantesco laboratorio social que acabó siendo la Unión Soviética, se empeñó en eliminar a los molestos cosacos como fuera. Por lo que estos últimos no tuvieron más remedio que enfrentarse al nuevo régimen, ya fuera apoyando a los rusos "blancos" o, las más de las veces, combatiendo por su propia cuenta. Cabe destacar el gran papel que jugó en estas lides el atamán Piotr Krasnov, y los sendos intentos de establecer una república independiente cosaca primero en el Don y luego en Kubán, que fracasaron a la postre.
Tras el triunfo definitivo de los soviets, muchos cosacos debieron abandonar sus tierras, que fueron redistribuidas para crear koljoses, y se exiliaron al oeste. Otros se quedaron y pudieron disfrutar de las bondades del Generalissimo Stalin, quien condenó a la hambruna programada durante décadas a la población campesina ucraniana, en un intento de acabar con los "kulaks", término que en principio se aplicaba a los grandes terratenientes, pero que acabó por designar a cualquier mujik reacio a la colectivización forzosa y que conservara en propiedad algún palmo de tierra. Es curioso que ese empeño por acabar con la vida en el campo sea ahora también una obsesión de los capitostes de la Agenda 2030.
No debe extrañarnos pues que el pueblo cosaco de aquella, tanto el que se había exiliado de Rusia como el que se había quedado allí, apoyara a Alemania al comenzar la Operación Barbarroja en 1941, recibiendo en su avance a las tropas del Tercer Reich como a un ejército de liberadores del yugo estaliniano.En octubre del 42 los alemanes establecen el distrito cosaco semiautónomo de Kuban, donde por algún tiempo se redistribuyen las tierras de los koljoses y se restablece la cultura cosaca y la libertad de culto. El teniente general de la Wehrmacht Helmut von Pannwitz intentó convencer al Führer de la conveniencia de agrupar a todas las unidades cosacas bajo un único mando, y así se crea bajo su mando la 1ª división cosaca en abril del 43. Von Pannwitz llegó a implicarse tanto en la causa cosaca que, con el correr del tiempo, acabaría siendo nombrado por ellos como su atamán. Pero en lugar de combatir en territorio ruso, la mayoría de los cosacos fueron empleados por el Reich para luchar contra los partisanos de Tito en los Balcanes.
La hecatombe del Eje al término de la segunda guerra mundial sentenció el destino del pueblo cosaco. Tras muchas vicisitudes, los soldados cosacos y sus familias, acabaron como refugiados en el valle de la Drava, al norte de Italia. Y para no caer en manos de sus enemigos bolcheviques, sus jefes decidieron entregarse en manos de los británicos, pensando que estos les protegerían y les darían refugio en el oeste.
Y es en este punto de la historia en el que da comienzo el relato de este cómic cuya intención, a nadie se le escapa y así lo han declarado los propios autores, es establecer un paralelismo con lo que está sucediendo ahora en Ucrania.
En principio, no me hace ninguna gracia un conflicto que está costando la vida de tantos europeos, ya sean rusos o ucranianos (además siendo ambas naciones de lengua eslava y de tradición cristiana y ortodoxa, o sea que prácticamente son el mismo pueblo). Pero a pesar de la propaganda de guerra de fabricación yanki con la que nos bombardean a diario en occidente, combinada con la censura de los medios de comunicación rusos que podrían ofrecer otra versión de lo que está pasando, no me creo el cuento del Putin malo que se ha vuelto loco y que quiere invadir Ucrania para luego apoderarse del mundo entero. El único Imperio actualmente existente es el que todos sabemos y es el que ha azuzado este conflicto desde hace ya más de ocho largos años, con sus revoluciones de colores, ataques a la población del Donbas de cultura rusa, etc.. Ni Putin, que tampoco es un santo, es una reencarnación de Hitler o de Stalin, ni Zelenski ni los suyos pueden compararse con los antiguos guerreros cosacos, que eran para empezar hombres libres, y que nada tenían que ver con estos cipayos de la OTAN y del sionismo.
Volviendo al tema que nos ocupa, ¿cómo acabó esta historia de los cosacos rendidos ante los británicos? Pues naturalmente, de la peor manera posible y como no podía ser menos, tratándose de los hijos de la Pérfida Albión, con una miserable traición. Después de haberles dado los British toda clase de garantías y de promesas, fueron entregados ellos y sus familias vilmente al camarada Josif Stalin, entre mayo y junio de 1945, para que hiciera con ellos filetes rusos de carne picada o lo que bien le pareciera. Porque del gulag del complejo Kémerovo, en la Siberia Central, no se salía vivo así como así. Y a pesar de que los acuerdos de Yalta sólo comprometían a entregar a los ciudadanos de la URSS, muchos de los refugiados que no lo eran fueron entregados igualmente al aliado comunista.
Los autores del cómic no podían ignorar este detalle, y he aquí lo más interesante de esta historia. Tal vez sea este un aviso a navegantes, de lo que el destino puede volver deparar a los que confían demasiado en las bondades del amigo angloamaericano.
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