EL FLEQUILLO HITLERIANO DE PABLO
Autorretrato de Picasso (1907) |
Tras ver la serie yanki de National Geographic "Genius Picasso", tras el mareo que producen los continuos flash backs y el tejido caleidoscópico y cubista del argumento, uno acaba por descubrir un biopic más del montón sobre la vida de un artista, aderezado con los tributos de rigor a la corrección política que imponen los tiempos que vivimos. Lo que obliga a poner al reconocido mujeriego "en su sitio" y a sacar a relucir sus trapos sucios y sus sombras, el carácter egocéntrico del personaje, sus infidelidades varias, por supuesto el consabido "sadismo" y lo que hacía sufrir a sus "compañeras sentimentales", etc. De tal forma llega a desplazarse en un determinado momento de la serie el protagonismo hacia sus "víctimas" femeninas, olvidándose casi por completo del Picasso artista y de su obra pictórica, que el bodrio podría haberse titulado con más propiedad "las mujeres de Picasso".
No dudamos que Olga Klokova, Marie-Thérèse, Dora Maar, Françoise Gilot y otras musas tuvieran un papel destacado en el itinerario vital y artístico de Pablo Ruiz Picasso, pero si ahora se habla de ellas y suenan sus nombres es por la relación que mantuvieron con el pintor, no porque ellas mismas fueran también geniales. La demonización de Picasso como un malvado ogro heteropatriarcal ya empezó en 1996 con la película "Sobrevivir a Picasso" de James Ivory, y por lo que se ve la cosa aún tiene bastante recorrido. De vivir en la actualidad seguro que don Pablo no se libraría de figurar en la lista negra de supuestos "sátiros" del Me Too, junto con Plácido Domingo y otros famosos calaveras y multimillonarios...
Y es que tras convertirlo en héroe de la modernidad, del comunismo y de la resistencia antifranquista, ahora (debido a la extrema sensibilidad del progrerío hegemónico) toca ponerlo convenientemente a caldo, subrayar no sólo su machismo o su sospechosa afición a la tauromaquía (y por añadidura su condición de "charnego" y españolazo, como dirían los indepes) sino también los rasgos despóticos y hasta vampíricos del personaje. Banderas dijo en una entrevista que "Picasso era una especie de Drácula"...
Incluso se empieza a poner en duda la sinceridad de sus compromisos políticos, ya que estos se produjeron forzado por las circunstancias tras la desocupación alemana, no existiendo mucha coherencia entre las ideas comunistas que decía defender y su estilo de vida (aunque esa costumbre esté muy extendido entre egregios progres y "comunistas" de postín, como lo son Pablo Montero e Irene Iglesias, tanto monta, monta tanto). Recientemente un libro titulado "Guernica, la obra maestra desconocida" de Juarranz de la Fuente demuestra que el archiconocido icono, pese a ser un encargo del Frente Popular, no fue concebido como una reivindicación política o un homenaje a las víctimas del bombardeo, sino que este significado fue añadido a conveniencia a posteriori.
Y así podemos ver al actor malagueño Banderas en el papel de su paisano, luciendo un flequillo típicamente hitleriano, y recordando a veces la magnífica representación de Bruno Ganz en "El Hundimiento". Hitler, no lo olvidemos, fue otro artista incomprendido, otro genio del Mal que devino en dictador. Claro que ese estilo capilar no convierte a Picasso en un nazi, como tampoco el bigotito de mosca que durante algún tiempo adoptó Piet Mondrian, el padre del suprematismo, pero a ojos de nuestros escasamente cultivados contemporáneos todo se mezcla, y acaba por configurar una película en el coco de lo más extraña.
Con la perspectiva del tiempo resulta hoy más que evidente el parentesco que tuvieron algunos movimientos de vanguardia de comienzos del siglo XX con los movimientos totalitarios (el comunismo o los fascismos) por su compromiso radical de dar la vuelta a la tortilla al orden establecido. El cubismo, el futurismo, el constructivismo reaccionaron contra las tendencias más o menos anarquizantes en el arte representadas por algunos simbolistas e impresionistas en el XIX, y más tarde por buena parte del expresionismo, el surrealismo y la pintura abstracta. Y pese a los malabarismos a los que era tan aficionado y sus devaneos surrealistas, Picasso era por su formación y temperamento un artista disciplinado, al menos en sus comienzos, y durante un tiempo (entre 1917 y 1924) algunos creyeron que podría haberse convertido en el gran pintor clásico de su tiempo.
Años después de su breve ensayo acerca del artista, en la "Carta a Picasso" de 1935, Eugenio D'Ors (ese otro "Xenius" que había coincidido con él en más de una ocasión en su juventud en la cervecería de Els IV Gats) ya empezó a desengañarse y a reconocer que no se encontraba ante un artista eterno y fuera del tiempo, como Rafael, un "Ulises, fértil en astucias" evocador de la mitología clásica, con sus centauros y minotauros, sino ante otro saltimbanqui moderno más, que andaba medio perdido entre sus experimentos vanguardistas:
" Tus cuadros, amigo mío, pecan siempre por uno u otro detalle, con unas caídas tan poco explicables y tan superfluas, que hasta en ocasiones se las dijera voluntarias. Cuando no es la oreja roída de un licenciado, es un pie estropeado, o que se olvidó por el camino o hasta el trabajo de una cuadrícula, detenido antes de lo conveniente. Un poco más, un poquillo más, y estábamos en presencia de una obra maestra de lo más auténtico. Sólo una fatalidad, que se parece demasiado al Destino en la tragedia antigua, un castigo que tiene en lo subterráneo razones muy profundas, ha intervenido a tiempo para retardar, así, una epifanía fulgurante."Ya en 1946, en la última edición que publicó en vida de su ensayo, D'Ors certifica que su conminación no había alcanzado el éxito esperado: "Y esas obras maestras, estos logros supremos que esperábamos, ¿dónde están?". Picasso había claudicado, ya no perseguía la Obra-Bien-Hecha; y además había quebrantado su voto de pureza, al haber permitido la excesiva utilización de su obra por el partidismo político y las causas contingentes, lo que la inutilizaba para la grandeza. l
El único capítulo de la serie que no está del todo mal tal vez sea en el que asistimos a la creación de "Las señoritas de Aviñón" (ni Avignon, ni Avinyó, así todos en paz) en plena y febril competición con Matisse por convertirse en el pintor más "salvaje" y moderno, y en cuyo proceso Picasso realizó una especie de exorcismo, creando una obra terrorífica para conjurar a todos sus demonios. Esta fue un ejercicio mucho más auténtico que el Guernica, aunque a nivel formal fuera una obra de arte fallida, y que tal vez supuso también su primer descarrilamiento serio como pintor... Tanto es así que los que más le animaron en sus primeros experimentos de vanguardia, no supieron qué decir cuando contemplaron el resultado de su trabajo, y la tela permaneció durante algunos años enrollada, acumulando polvo y casi olvidada en su estudio.
"Minotauro con una copa en la mano y mujer joven" |
La Amarga Confesión es una entrevista ficticia que ha circulado como si fuera auténtica por diversos foros de Internet, y que se debe a la pluma de Giovanni Papini , apareciendo en un capítulo de su "Libro negro" (1951). Aunque se trate de una especie de fake, la transcribimos aquí porque el autor supo captar con gran psicología las motivaciones profundas del artista, en la fase en la que había alcanzado ya la cima de su éxito y también de su agotamiento creativo:
“Cuando yo era joven, igual que todos los jóvenes, tuve la religión del arte, del gran arte; pero con el correr de los años me he dado cuenta de que el arte, tal y como se lo concebía hasta finales de 1800, está ya acabado, moribundo, condenado, y que la pretendida actividad artística, con todo su florecimiento, no es más que la manifestación multiforme de su agonía. Los hombres se apartan, se desinteresan cada vez más de la pintura, de la escultura, de la poesía; aparte de las apariencias contrarias, los hombres de hoy tienen puesto su corazón en otra cosa muy distinta: las máquinas, los descubrimientos científicos, la riqueza, el dominio de las fuerzas naturales y de todos lo territorios del mundo. Nosotros ya no sentimos el arte como una necesidad vital, una necesidad espiritual, como era el caso de los siglos pasados.
Muchos de entre nosotros siguen siendo artistas y ocupándose del arte por unas razones que tienen muy poco que ver con el verdadero arte, sino por espíritu de imitación, por nostalgia de la tradición, por inercia, por el gusto de la ostentación, del lujo, de la curiosidad intelectual, por moda o por cálculo. Viven todavía por costumbre y por esnobismo, en un reciente pasado, pero la gran mayoría de ellos, en todos los medios, no tienen ya una pasión sincera por el arte, al cual consideran, todo lo más, como una diversión, un ocio y ornamento.
Las nuevas generaciones, amantes de la mecánica y del deporte, más sinceras, más cínicas y brutales, irán dejando el arte, poco a poco, relegado a los museos y las bibliotecas, como una incomprensible e inútil reliquia del pasado. En el momento en que el arte ya no es alimento de los mejores, el artista puede exteriorizar su talento en toda clase de tentativas de nuevas fórmulas, en todos los caprichos y fantasías, en todos los expedientes de la charlatanería intelectual. El pueblo ya no busca ni consuelo ni exaltación en las artes. Y los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quintaesencias, buscan lo nuevo, lo extraordinario, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Por mi parte, desde el “cubismo” y más lejos aún, he contentado a esos señores y a esos críticos con las múltiples extravagancias que me han venido a la cabeza, y cuanto menos las han comprendido, más las han admirado. A fuerza de divertirme con todos esos juegos, con todas esas paparruchas, esos rompecabezas, acertijos y arabescos, me hice célebre rápidamente. Y la celebridad significa para un pintor: ventas, ganancias, fortuna, riqueza.
En la actualidad, como sabéis, soy célebre y muy rico. Pero cuando estoy a solas conmigo mismo, no tengo el valor de considerarme artista en el sentido grande y antiguo de la palabra.
Ha habido grandes pintores como Giotto, Tiziano, Rembrandt y Goya. Yo no soy más que un bufón público que ha comprendido su tiempo. La mía es una amarga confesión, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero que tiene el mérito de ser sincera”.
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