viernes, 16 de octubre de 2015

SIR VALIENTE, EL QUE EN BUENA HORA CIÑÓ ESPADA



Ahora que la vieja y decrépita Europa agoniza por un empacho de tiernos sentimientos humanitarios, resulta saludable echar un vistazo a los clásicos que alimentaron los sueños de infancia y juventud de nuestros mayores, y que todavía a día de hoy siguen causando  admiración. Entre ellos ocupa un lugar de honor el personaje creado por el dibujante canadiense Hal Foster El Príncipe Valiente, una obra maestra del arte de narrar con imágenes, que pronto cumplirá 70 años desde que viera la luz por vez primera en las páginas dominicales de los periódicos de los Estados Unidos. Desde este blog queremos recordar y rendir nuestro particular homenaje a este artista  y a la obra que nos dejó.

  
Principe Valiente es algo más que un personaje de papel. Es un símbolo vivo del alma europea, a pesar de que él mismo y su autor nacieran en el Nuevo Mundo. Harold Foster, nacido en Halifax ( Nueva Escocia, Canadá) en 1892 y fallecido en 1982, descendía de una familia angloprusiana y quiso que su personaje tuviera también raíces europeas: hijo de padre vikingo y madre romana.

 El dibujante pasó su juventud cazando, pescando, practicando deportes y viajando por los inmensos espacios naturales de su tierra natal, antes de trasladarse a Chicago donde desarrollaría su carrera como artista e ilustrador. Para los periódicos crearía el primer cómic realista de la historia, su Tarzán (entre 1931 y 1937) ejerciendo un magisterio del que más tarde se aprovecharían otros destacados  dibujantes como Alex Raymond, Burne Hogarth y tantos otros. Este último se encargaría de continuar las aventuras del héroe selvático cuando Foster las dejó para crear su propia serie, que no sería otra que Príncipe Valiente, a la que se dedicó en cuerpo y alma (controlando él solo todo el proceso: guión, dibujo y coloreado) desde 1937 hasta 1971. A partir de esta fecha y hasta rondar los noventa años (en 1980) siguió abocetando y escribiendo los guiones que se encargaba de ilustrar Cullen Murphy, dibujante que con escasa fortuna  tomó las riendas del personaje (Foster, si bien había dejado el listón muy alto,  habría acertado más si hubiese confiado para tal empresa en el buen oficio de un Russ Maning).

El famoso magnate de la prensa Randolph Hearst (alias Ciudadano Kane) se interesó  por el proyecto de Foster y dió amplia difusión a la nueva serie en los periódicos que controlaba en los Estados Unidos, através de su poderosa King Features Syndicate. Desde las primeras páginas dominicales asistimos a la creación de un auténtico cantar de gesta del siglo XX, una saga como las de los antiguos escaldas vikingos, y una obra de arte clásica, en el mejor sentido de la palabra. Gracias a la magia de su deslumbrante pincel, nos trasladamos a una Edad Media ilusoria, romántica al cien por cien, inspirada en ocasiones por el prerrafaelismo de un Dante Rossetti o un Burne-Jones. Pero al mismo tiempo, y sobre todo en las primeras aventuras, esa elegancia se alterna con escenas de salvajismo, de las que es protagonista el joven Val, que harían palidecer al mismísimo Conan, y que hoy se considerarían bastante "incorrectas". Más tarde ese aliento épico se fue "aburguesando" un poco, a partir de que Val formalizara su relación con Aleta y la serie se volviese un poco más hogareña y doméstica (muy al gusto del american way of life o los anuncios de Norman Rockwell) pero nunca desapareció del todo, mientras Foster se encargó de ilustrar la saga.

A Foster se le  ha reprochado muchas veces el anacronismo con el que maneja los datos históricos (sobre todo si lo comparamos con esos dibujantes franceses y belgas, que por otro parte deben no poco al autor norteamericano, y que hace unos años pusieron de moda el género de cómic histórico con bastante rigor documental, todo hay que decirlo). Pero tengamos en cuenta que ese anacronismo en Foster era intencionado, y lo manejaba como un recurso estilistico más. Así encontramos cotas de malla normandas conviviendo con las armaduras de las legiones de Roma,  e incursiones vikingas en el Mediterráneo en pleno siglo V o, lo que resulta todavía más rocambolesco, alusiones al mahometismo antes de la caida del Imperio romano. Pero el magistral dominio del dibujo del artista hace que nos olvidemos de esto y consigue armonizarlo todo, encajando estas piezas en el conjunto de una obra bastante coherente. El estilo de Foster era detallista y al mismo tiempo elegante, impregnado de ese naturalismo salvaje aprendido  en los grandes bosques donde pasó su infancia. En ocasiones parece que quiso proyectar en sus personaje muchas cosas de su propia biografía, convirtiéndolo en una especie de alter ego. Le vemos crecer, tomar esposa, crear una familia, y asistimos a escenas cotidianas (el descanso, las comidas, el aseo) que refuerzan la componente realista de la serie.

La grandeza como dibujante de Foster ha sido inmensa  y su influencia enorme entre los artistas de cómic posteriores, pero como narrador no ha sido menos importante. Al igual que Raymond o Hogarth, prescindió de los bocadillos porque quería mostrar con orgullo su trabajo de ilustrador, pero los textos que acompañan sus dibujos constituyen en sí mismos una obra literaria con valor propio. A pesar de que muchas ediciones en nuestro país no le han hecho justicia, perpetrando desaguisados como recomponer algunas viñetas para adaptarlas mejor al formato de la edición, aplicar un colorido blancanievesco y chillón o abreviar los textos originales, estos últimos estaban tan admirablemente bien escritos que el duque de Windsor (el depuesto Eduardo VIII) llegó a proclamar que el Príncipe Valiente era la mayor contribución a la literatura anglosajona del siglo XX .La saga está plagada de episodios inolvidables, como la llegada a Camelot, la corte del rey Arturo, o el asedio de la fortaleza de Andelkrag por los hunos (publicado al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en la época en que los personajes de cómic empezaban a ser "movilizados"  para defender los valores patrios americanos. Val, por motivos obvios, no podía servir a esta causa; no obstante sí que se apresta a defender un enclave centroeurpeo del ataque de las hordas asiáticas).

Otros momentos memorables son el encuentro con el anciano de los días en la Cueva del Tiempo (algo que inspiraría un episodio parecido, "El Río del Tiempo", a Russ Maning en la serie de Tarzán); el encuentro con Aleta, la reina de las Islas de la Bruma, que se convertiría más tarde en la compañera de Val, mientras esta  lava sus dorados cabellos en una cascada; la llegada al valle perdido del gigante, que brinda su protección a los desheredados y marginados (un recuerdo sin duda de la película Freaks de Tod Browning); o la aparición del "Inmortal", el último descendiente de una estirpe de legionarios romanos encargados de guardar la muralla de Adriano de los asaltos pictos.

Desde mi punto de vista, Príncipe Valiente se trata de la mejor adaptación del mito artúrico en el siglo XX, superior incluso a obras literarias como las de John Steinbeck o Álvaro Cunqueiro. Habría que esperar al cine, en concreto al Excalibur (1981) de John Boorman para encontrar algo comparable. Y ya que hablamos de cine, conviene recordar otras magníficas películas como Los Vikingos (1958) de Fleischer o El señor de la guerra de la guerra (1965) de Schaffner, que podemos relacionar con la obra de Foster. En cambio, las adaptaciones al cine de Príncipe Valiente no han sido tan afortunadas, aunque la primera de Henry Hathaway contara con un plantel de buenos actores.

La influencia del Príncipe Valiente en la cultura popular llegó a ser tanta que se extendió hasta campos tan insospechados como la música y la moda juvenil ¿Acaso no inspiró ese peinado suyo, con flequillo al estilo normando, el característico look de los Beatles y de muchos rockers de los años 60 y 70?



Esta viñeta de febrero de 1941 que representa la llegada de Valiente al palacio de Tambelaine, nunca llegó a publicarse en los periódicos porque fue censurada por la King Features Syndicate. Su director, un palurdo acomplejado llamado Connelly, se la devolvió al artista con una indicación en lápiz azul que decía algo así como "sin acción suficiente". Así las suelen gastar los mediocres y envidiosos con las personas de genio. Este era uno de los  dibujos de los que Foster se sentía más orgulloso, y sin embargo tuvo que sustituirlo por la que él juzgaba su peor plancha (la 210, con fecha 16-2-41) donde el palacio sólo es visto en silueta o en fragmentos, no en su totalidad. El original de este dibujo se perdió tristemente en un incendio.

La huella de Lord Dunsany en el Príncipe Valiente

Es sabido que Foster era muy aficionado a la lectura, y que sentía especial devoción por los escritos de Haldane MacFall y de Edward John Moreton Drax Plunkett, XVIII Barón de Dunsany. Algún influjo de este último autor irlandés, con su inspiración medievalista y su afición por lo extraordinario, se puede rastrear desde las primeras páginas del Príncipe Valiente. En el encuentro con Thorg y la bruja de las ciénagas que le anuncia su desdichado destino, o en el episodio ya mencionado de la Cueva del Tiempo. Un ejemplo más evidente lo ofrece la aventura del asalto huno a la fortaleza de Andelkrag, último refugio de los guerreros-trovadores, cuyo jefe el príncipe Camoran recuerda al rey Camorac del relato de Dunsany Carcasona. Poco después se produce el encuentro entre Val y Slith el ladrón, otro préstamo dunsanyano. A medida que la saga avanza y va perdiendo su componente maravillosa a favor de una narración de tono más realista, se va notando cada vez menos esta fuente de inspiración, pero aun así de vez en cuando aparecen  personajes como el mago Belsatán "el señor de la oscuridad", con el cual Val tiene un jocoso encuentro en Oriente, que parecen brotados de la pluma del mismísimo Lord Dunsany.


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