CÉLINE EN IMÁGENES: "PERRO DE DIOS"
Dice la leyenda que la madre de Santo Domingo de Guzmán, la Beata Juana de Aza, soñó que de su vientre saldría un perro con una antorcha encendida en la boca, que iluminaría el mundo. Este fue el origen de que se relacionara la orden de los dominicos, fundada por el santo para predicar a los herejes (en particular a los albigenses) con el perro como emblema, y que mediante un juego de palabras se interpretara la palabra Dominicanus como un compuesto de Dominus y de canis ("perros del Señor").
Al parecer el polémico escritor francés Pierre Drieu La Rochelle dijo en cierta ocasión algo acerca de un colega, no menos controvertido : "Céline tiene algo de religioso. Es un hombre que siente intensamente las cosas y que, cuando se conmueve, ha de gritar en los tejados y clamar en las esquinas el gran horror de las cosas. En la Edad Media habría sido dominicano, un perro de Dios."
Resulta curioso que Drieu calificara así a un hombre como Louis-Ferdinand Destouches, más conocido por su apodo literario de Céline, ya que a priori no parece un escritor que tenga poco o nada que ver con el cristianismo eclesiástico, sino más bien todo lo contrario. Si bien es cierto que su prosa, con su estilo directo, vehemente y coloquial, lleno de ruido y de furia, tenía mucho de ladrido desesperado alertando del peligro, y que algunos hayan podido comparar su actitud ante la vida con la filosofía de un Diógenes y su "escuela de los perros".
Para el mundillo cultural francés se trata de un autor incómodo, porque no puede dejar de reconocerle como uno de los grandes prosistas del siglo XX, con novelas como "Viaje al fin de la noche" (1932) o "Muerte a crédito" (1936) de un crudo realismo sin concesiones, expresado además con un lenguaje torrencial que recoge el argot de los suburbios de París. Su particular estilo, lo que él llamaba su "musiquilla", visceral y cuajado de palabrotas y puntos suspensivos, era un ataque frontal a la línea de flotación de la mojigatería y de los tabúes pequeñoburgueses. Y aunque algunos han intentado imitarlo después, como William Burroughs, Bukowski o Houellebecq, Céline sólo ha habido uno.
No obstante, Céline es también un maldito entre los malditos, un transgresor que pagó muy caro el salirse de los márgenes de la corrección política y literaria. Para vituperarle se le ha acusado de pesimista y de odiar a esa cosa abstracta llamada la "humanidad". Lo primero no tiene nada de extraño, perteneciendo a la generación que vivió en primera línea la Primera Guerra Mundial, siendo herido de gravedad en el frente y condecorado por ello. Lo segundo entraría en aparente contradicción con su otro oficio, el que ejerció durante años como médico de la gente humilde, en la Bretaña o en los barrios obreros parisinos. En realidad, él tenía un peculiar punto de vista sobre la cuestión, que se evidencia en frases como esa de que "el hombre no ha venido al mundo para convertirse en mierda".
Pero está claro que Céline odiaba con pasión a aquellos que consideraba los responsables de la miseria y de la corrupción moral, los que representaban el poder en la época y la sociedad en la que le tocó vivir; y esos no eran otros que los miembros de cierta tribu que descansa los sábados. Algunas obras suyas, consideradas como "antisemitas", lo han condenado hasta el día de hoy a la ignominia, por más que su su posicionamiento era más de raíz socioeconómica que biologicista o religiosa. En concreto "Bagatelas para una masacre" es una novela calificada de panfletaria por sus detractores, aunque hay quien la ha visto más bien como una premonición en 1937 de la guerra mundial que sobrevendría a continuación, desencadenada por el poder financiero judío. Pero esto debe ser un disparate, habida cuenta que, como se sabe, el hebreo es un pueblo amante de la paz y la convivencia con otros pueblos, como podemos comprobar en la actualidad sin ir más lejos. En "Bagatelas" se pueden leer fragmentos como este, acerca de la Exposición Universal de París de aquel año 37:
"Toda Francia debe venir a admirar el genio judío... que se postre... que se atiborre ¡judío!... ¡Baratijas judías! ¡Paga, judío!... Será la Exposición más cara jamás vista... Francia debe prepararse para morir por los judíos, y a manos de los judíos... ¡y luego con entusiasmo! Con el corazón en la mano...¡con la polla en el culo!..."
Si a esto añadimos la acusación que pesa sobre Céline de colaboracionista (aunque eso no le aprovechara en absoluto, a diferencia de muchos otros de sus compatriotas que hicieron lo propio, como Mitterrand, Sartre, Coco Chanel, etc., etc.) ya tenemos hecho el traje a medida para el "ogro fascista". Al final de la guerra tuvo que refugiarse en Alemania y en Dinamarca, mientras que el gobierno francés pedía su cabeza y lo condenaba en rebeldía a un año de prisión y a la indignidad nacional, confiscándole todos sus bienes. Pero todo aquello no consiguió empañar su grandeza como un escritor cuya influencia ha ido aumentando con el paso del tiempo.
Aunque se ha intentado llevar alguna de sus novelas al cine, en concreto "Viaje al fin de la noche", ninguno de estos proyectos ha podido cuajar por ahora. En cambio, sí que existen adaptaciones al cómic de esta misma novela y de otras, como de "Casse-pipe" y de "Muerte a crédito", por parte del dibujante francés Jacques Tardi, muy conocido por sus historietas antibelicistas ambientadas en la Primera Guerra Mundial.
Más recientemente, en 2017, se publicó una semblanza biográfica de Céline que lleva por título "Perro de Dios", una obra bastante especial de la narrativa dibujada y que merece la pena ser reseñada aquí. El guionista es nada menos que el belga Jean Dufaux, célebre por haber escrito series como "Murena", "La balada de las landas perdidas" o "La emperatriz roja". El dibujo corre a cargo de Jacques Terpant, quien con trazo vigoroso consigue transmitir el realismo poético de aquel tiempo. Además utiliza un código cromático para identificar distintas épocas de la vida de Céline (sepia para la juventud, rojo para la guerra y blanco y negro para la vejez) que se van intercalando a lo largo de la obra. Los autores se han atrevido a reivindicar a un escritor y a un hombre que ha sido señalado como un "enemigo del pueblo", y lo hacen sin intentar blanquearlo ni enjuiciarlo, y desde luego sin pretender imponernos la moralina acostumbrada, lo que no es poco. El texto se mantiene fiel al estilo oral y argótico del autor, basándose en citas de sus novelas, su correspondencia y entrevistas varias.
El título de esta novela gráfica hace referencia, como ya dijimos al principio, a una frase de un artículo de Drieu La Rochelle, publicado en Nouvelle Revue Française 1941
A medida que vamos leyendo se resquebraja la máscara de demonio que le fue impuesta a Céline, y vamos descubriendo a un ser humano sorprendente, con sus contradicciones, sus luces y sus sombras, y por el que no podemos evitar tener cierta simpatía. Sobre todo si se le compara con toda esa recua de hipócritas que tanto lo criticaron, habiendo cometido "pecados" aún más graves que él, pero sin mancharse con los detritus de la infamia.
Vamos conociendo a sus amigos y a sus amigas, a la que sería su mujer, la bailarina Lucette Almansor, quien compartiría con él el exilio y los años difíciles de la posguerra. También vemos su compleja relación con el mundillo literario francés y con su editor Gallimard. Hay episodios que se nos quedan grabados en la retina, como aquel en el que lo vemos cargando a caballo contra los boches en la Primera Guerra Mundial, con su flamante uniforme del regimiento 12 de coraceros, y pagando luego cinco francos por una botella de vino a un paisano avispado. Lo vemos gastando una broma macabra sobre el Führer delante de las narices del mismísimo embajador alemán, o con su mujer escapando de la persecución a través de los restos humeantes de las ciudades alemanas, arrasadas por los raids aliados. Así mismo nos conmueve verle de mayor confundido con un mendigo por su aspecto desaliñado, y protestando mientras recuerda que él había trabajado en el comité de higiene de la Sociedad de Naciones, promoviendo entre otras cosas que los médicos que hacían autopsias se lavaran las manos antes de atender a las parturientas. También lo vemos ayudando y atendiendo como médico a una pareja de jóvenes delincuentes, perseguidos por la policía, después de que hayan intentado robar en su casa.
Enorme testimonio gráfico de un gran escritor del siglo XX, un disidente y un transgresor de verdad, en un mundo donde lo que abunda es el fraude y el postureo barato.

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