sábado, 8 de junio de 2019

EL PUÑETAZO EN EL OJO FUTURISTA

"Funerales del anarquista Galli" (1911) por Carlo Carrá
Hace cosa de 110 años un escritor italiano hizo un llamamiento harto insólito desde las páginas de un periódico francés. El 20 de febrero de 1909 Filippo Tommaso Marinetti publicaba en Le Figaro el llamado "Manifiesto Futurista", el primero de su especie en el arte de vanguardia del siglo XX. No se sabe a ciencia cierta quien empleó por primera vez el vocablo militar avant garde para aplicarlo a los movimientos renovadores que soñaban con cambiar el panorama artístico en aquel tiempo convulso, pero a ninguno de ellos le cuadra mejor el término que al Futurismo
 "Queremos demoler los museos, las bibliotecas..."
Ese exabrupto que hoy tal vez suscribirían gentes tan siniestras como los talibanes o Emmanuel Macron, hay que entenderlo como una provocación puramente retórica y situarlo en el contexto del panorama artístico italiano del momento, que algunos jóvenes creadores consideraban como  muy provinciano, opresivo y esclerotizado, debido a un academicismo mal entendido. La idea, un tanto ingenua o insensata pero que sin embargo no ha perdido aún vigencia, de arrasar con el pasado o de "la muerte del arte" sería muy común entre los "ismos" de comienzos del Novecento, y tal vez fueron los dadaístas, más aún que los futuristas, los que la llevaron a las últimas consecuencias. Pero el futurismo es un movimiento marcado por las afinidades políticas de algunos de sus más destacados representantes, y por eso le persigue la ignominia, a pesar de las muchas aportaciones y hallazgos estéticos que se le deben.

Las auténticas agresiones contra el patrimonio artístico ya las estaban perpetrando por aquel entonces las sufragistas como Mary la Navajera y los nihilistas barceloneses de la Semana Trágica, entre otros, y más tarde las llevarían a cabo con generosidad todos  los ejércitos contendientes en la Gran Guerra... No obstante estas declaraciones fueron recibidas en su momento como una bocanada de aire fresco por unos 2000 artistas que se adhirieron de inmediato al Manifiesto de Marinetti, el cual continuaba diciendo:
"(queremos) combatir el moralismo, el feminismo y todas las cobardías oportunistas y utilitarias" 
 Aquí podemos rastrear la filosofía de Nietzsche que tanto influyó en Marinetti, considerado por sus contemporáneos como "la cafeína de Europa" y quien  muy poco después, en 1910, publicaría su novela africana protagonizada por un déspota militarizado "Mafarka", con gran escándalo del público bien pensante de la época, donde ofrecería su propia versión futurista del superhombre. Esta arremetida contra las tendencias enfermizas de occidente, en nombre de la exaltación de la vida y de los instintos, contrasta con las ulteriores invocaciones de los Foucault, Derrida y demás componentes de la French Theory, que también apelaron a la filosofía de nietzscheana para establecer las bases del multiculturalismo , la teoría de género y otros jarabes estirilizantes que hoy nos suministra con largueza el "marxismo cultural".

Retrato de Marinetti (1920) por Rougena Zatkova


 "Queremos glorificar la guerra—única higiene del mundo—el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer."

Esta frase tan contundente resulta demasiado insoportable para nuestros castos e hipersensibles oídos contemporáneos, pero de aquella entusiasmó a los que aspiraban a romper radicalmente con el orden establecido del pasado. La rebelde juventud europea anterior a 1914, imbuida de un romanticismo de nuevo cuño, podía permitirse el lujo de idealizar la guerra como motor de los cambios que tanto se anhelaban en el continente. En cuanto a las consignas aparentemente misóginas, también es necesario hacer una puntualización. En las filas del futurismo militaron varias mujeres de mentalidad "avanzada", incluso sufragistas, como Rougena Zatkova o Valentine de Saint Point . Pero las palabras de Marinetti hay que entenderlas sobre todo como una reacción contra los artistas prerrafaelitas,  simbolistas y decadentes, cuya sensibilidad se prejuzgaba como sentimental y mojigata, y que habían erigido altares a la feminidad, a las diosas inalcanzables o a las mujeres fatales, haciendo de  ellas el leitmotiv de todo su arte. Los futuristas simplemente pasarán de este tema para centrarse en otros más novedosos y que lograrán acaparar su interés: el vértigo de la vida moderna, el riesgo y los deportes, la violencia política, las posibilidades que ofrecían los inventos del "progreso", como las máquinas y la tecnología modernas: la velocidad, la luz eléctrica o nuevas formas artísticas como el cine. 

"Un automóvil de carrera con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso... un automóvil que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia."

Entonces, como ahora, se presentía que las innovaciones tecnológicas estaban produciendo cambios en la percepción del mundo, y que el arte debía reflejarlos con hallazgos innovadores en el campo de la expresión.
Los manifiestos se sucedieron con asiduidad entre los futuristas, inspirándose para ello en proclamas revolucionarias tan famosas como el Manifiesto Comunista de Marx de 1848, y adoptando ese estilo retador y rupturista que tan bien los caracterizaba. En febrero de 1910 saldría a la luz el Manifiesto de los pintores futuristas, firmado por Giacomo Balla (señalado al principio como el líder del grupo), Umberto Boccioni, Carlo Carrà, Luigi Russolo y Gino Severini, los primeros artistas plásticos que  sintonizaron con las ideas de Marinetti. El principal teórico en ese campo fue Boccioni, que poco después publicó el Manifiesto técnico de la pintura futurista y el Manifiesto técnico de la escultura futurista.
En lo formal, los pintores futuristas tomarían prestados los hallazgos en la representación de los objetos logrados por el cubismo, y la descomposición científica de la luz y el color de los postimpresionistas y pùntillistas como Seurat. Pero sus experimentos les llevarían a crear un arte muy distinto al de aquellos, en el que su principal preocupación (casi una obsesión) sería la plasmación del movimiento recurriendo a las líneas maestras, que concentran toda la energía, al uso de las espirales envolventes, de las series radiales de brazos y piernas, a las figuras con varias cabezas a la vez o a las líneas cinéticas, que más tarde se harían tan comunes en el lenguaje del cómic.
Para Boccioni y otros, la captación del dinamismo no se trataba de un tema baladí, porque, siguiendo las teorías de Bergson y otros, podía conducirles a representar la cuarta dimensión.
Además, experimentos como la cronofotografía de Marey o el más reciente invento de los hermanos Lumière, permitían a los futuristas investigar los principios del movimiento e incorporarlos a sus lienzos y a sus esculturas.


"La ciudad que sube" (1910) de Umberto Boccioni
Pero no sólo el futurismo fue cosa de poetas como Marinetti o de pintores y escultores como Boccioni, sino que pronto se incorporaron arquitectos como Sant' Elia, músicos como Pratella, fotógrafos como Bragaglia, publicistas como Fortunato Depero, llegando la influencia futurista al teatro, al diseño,la moda, etc. En el cine también la descubrimos en películas como "Aelita, reina de Marte"(1924) una cinta rusa pionera de la ciencia-ficción, en la que se mezcla un argumento a lo Edgar Rice Burroughs con el bolchevismo. O en "Metropolis" (1927) de Fritz Lang, aunque en este caso la estética marinetiana se ponga al servicio de una distopía que nos remite al "cine negro".
Y hay que señalar la influencia que tuvo el futurismo en la política, apoyando la causa intervencionista en la Primera Guerra Mundial, o con la efímera creación por Marinetti del Partido Futurista en 1918, antes de que revirtiera en los arditi y en los Fasci di Combattimento.
Siendo un movimiento esencialmente italiano, incluso de un nacionalismo exacerbado, y que pretendía devolver a Italia el protagonismo en las artes que había perdido en beneficio de la capital francesa durante el siglo XIX, hay que reconocer que el futurismo tuvo una gran proyección internacional. Ya la primera exposición de pintura futurista de 1912,  inaugurada en la Galería Bernheim de París, se hizo itinerante y viajó a Londres, Amsterdam y Bruselas. También los pintores futuristas viajaban mucho: Balla, Boccioni (que llegó a visitar Rusia)... Y se da el caso de que el futurismo tal vez haya sido la única vanguardia no estrictamente parisina (ya que Balla y los otros establecieron muy pronto su cuartel general en Milán) que influyó en la creación de ismos en otros países:
- En Francia: el cubismo órfico de Delaunay, Duchamp, Picabia o Léger.
 -En Rusia: el rayonismo de Larionov, Goncharova y Malévitch.
 -En Gran Bretaña: el vorticismo de Windham Lewis y Jacob Epstein,al que estuvo muy vinculado el poeta norteamericano Ezra Pound.

Además de Boccioni (fallecido en el frente durante la Guerra del 14, como Sant'Elia) otro destacado pintor futurista fue Giacomo Balla, quien introdujo el simultaneismo en Italia, tenía preocupaciones teosóficas y metafísicas y fue el maestro de muchos jóvenes discípulos, entre ellos de Julius Evola, que más tarde se declararía detractor del futurismo. Las razones que esgrimió Evola para su distanciamiento conviene citarlas aquí: acusó al futurismo de hacer gala de un sensualismo estruendoso y exhibicionista, de mezclar una grosera exaltación de la vida y los instintos con el culto a las máquinas, y de cierto americanismo pese a su compromiso con el nacionalismo italiano.
Ese compromiso llevó a que, años después de la Primera Guerra Mundial  y cuando el movimiento parecía ya agotado, conociera un resurgir durante el veinteno fascista. Mussolini reconoció en los futuristas la gran aportación italiana al arte del siglo XX y los defendió  frente a Hitler, que desconfiaba de ellos como del resto de las vanguardias y los consideraba unos decadentes. Aunque en la Alemania nazi se habían alzado voces como las de Goebbles que atacaban al conservadurismo y exigían "sangre nueva" para el arte alemán (intentando captar para la causa a personalidades como Fritz Lang o Mies van der Rohe) la exposición  en la Academia Prusiana de Bellas Artes de 1938 "Entartete Kunst" dejaba muy claro cual era la postura oficial del régimen ante los "experimentos" modernos.
Surge en los años veinte la llamada Aeropintura, y en la que el avión se convierte en un objeto de culto que permite remontarse a los espacios celestes y controlar el mundo desde lo alto, posibilitando insólitas perspectivas. Destacarán en este estilo (muy imitado también en el extranjero) artistas como Gerardo Dottori o Alfredo Ambrosi. Este último es famoso por un retrato que hizo del propio Mussolini, aunque cabe decir que las representaciones del Duce fueron frecuentes entre los cultivadores del futurismo (como el escultor Renato Bertelli) y consistituyeron una especie de sub-género en aquella época.
"Aerorretrato de Mussolini aviador" (1930) por Alfredo Ambrosi
Marinetti fue el futurista que más se implicó con el fascismo, tanto que se ha llegado a decir que fue su auténtico inventor. Antimonárquico y anticlerical como era se alejó durante algún tiempo del régimen cuando este firmó los acuerdos de Letrán, pero volvió al fascio con entusiasmo en los tiempos de la República Social de Saló. Fiel a su consigna belicista, y predicando con el ejemplo, se enroló en todas los frentes de batalla que pudo: en Etiopía, en la guerra civil española, incluso en Stalingrado siendo casi ya un septuagenario, y regresando bastante maltrecho de allí. Con su muerte en 1944 puede considerarse definitivamente cerrado el capítulo del futurismo.
Como conclusión podemos decir que, más allá de los histrionismos y tonterías de algunos de sus representantes,  fueron grandes las aportaciones de este movimiento y que todavía pueden sorprender al espectador de hoy.  Sirva de colofón a todo lo dicho el texto íntegro del primer Manifiesto Futurista firmado por Marinetti en 1909, y que no nos resistimos a reproducir a continuación:
"Habíamos velado insomnes toda la noche—mis amigos y yo—bajo los lampadarios de cobre en cuyas cúpulas lucía como en nuestro espíritu un corazón eléctrico.
Aherrojada nuestra pereza, discutíamos en los confines extremos de la lógica y preñábamos cuartillas y cuartillas con frenética exaltación. Un inmenso orgullo nos hinchaba el pecho y nos sentíamos erguidos y solos como faros o como centinelas en la avanzada, de frente al ejército estelar nuestro enemigo, acampado en su vivac celeste. Solos con los fogoneros en las entrañas fulmíneas de los grandes navíos, solos con los negros fantasmas que se abaten en el vientre rojo, incendiado, de las histéricas locomotoras, solos con esos seres embriagados que pegan con sus alas en los muros.
Cuando de pronto, bruscamente nos ha distraído el rodar de los enormes tranvías de doble piso que pasan sonantes, con sobresalto, rebosando luz, semejando un caserío en plena fiesta, al que el Po, desbordado, musculoso, exterminará de pronto para arrastrarlo después en el remolino y en las marejadas de un diluvio, hasta el mar. Después el silencio se ha apagado. Se ha percibido sólo la oración extenuada del viejo canal y el rechinar de los huesos de los viejos palacios, moribundos bajo el bello húmedo y verde de su fachada y de sus losas.
—¡Vamos!—dije a mis amigos—¡Partamos! Al fin la Mitología y el Ideal místico han sido sobrepujados. Vamos a asistir al nacimiento del Centauro y veremos volar los primeros Ángeles.
¡Es necesario abatir forzadamente las puertas de la vida para probar sus goznes y sus cerrojos! ¡Partamos! He aquí el primer sol elevándose sobre la tierra... Nada iguala el esplendor de su roja espada, esgrimida por primera vez en nuestras tinieblas milenarias.
Nos acercamos a las tres máquinas jadeantes para persuadir su corazón. Yo me alargué sobre la mía como un cadáver en su ataúd, pero resucité en seguida bajo el volante—cuchilla de guillotina—que amenazaba mi estómago. La gran escoba de la locura nos arrancó a nosotros mismos lanzándonos a través de las avenidas más escarpadas y profundas como torrentes deshechos. Aqui y acullá luces sórdidas, nos querían enseñar el desprecio a la falaz matemática de nuestras concepciones.
—El olfato—gritábales—el olfato les basta a las fieras. Cazamos, como jóvenes leones a la Muerte de negro pelaje manchado de pálidas cruces, cuando se nos apareció viva y posesa, sobre el vasto cielo violáceo.
¡Oh! ¡Qué bien! ¡Ya no teníamos ninguna Señora ideal, de esas altas hasta las nubes, ni ninguna reina cruel a quien ofrecer nuestros cadáveres a guisa de anillos bizantinos! ¡No teníamos ninguna predilección por la muerte, a no ser el deseo de desembarazarnos de nuestro pesado y recio coraje! Seguimos arrasando todos los perros guardianes, aplastándoles bajo los neumáticos, enrrollándoles, como a los cuellos postizos una plancha. La muerte acariciante y servil se me adelantaba a cada paso y en todos los recodos, ofreciéndome galantemente la pata. Se tendía sobre el camino con un ruido de huesos dislocados y estridentes, y me lanzaba miradas aterciopeladas desde el fondo de sus cuencas.
—Abandonemos la sabiduría—exclamé de nuevo—como ganga inútil v perjudicial! ¡Invadamos como un fruto pimentado de orgullo y de entereza, las fauces inmensas del viento! ¡Démonos a comer a lo desconocido no por desesperación, sino simplemente para enriquecer los insondables reservorios del absurdo! Después de decir esas palabras viré bruscamente sobre mi mismo con la fiebre loca, desposeída, de los perros que se muerden la cola, cuando he aquí que dos ciclistas comienzan a discutirme con razonamientos persuasivos y contradictorios. ¡Su dilema lanzado sobre mi terreno! ¡Qué fastidio! ¡Puah! Corté por lo sano, y hastiado... ¡Paf!... me arrojé de cabeza a un foso... ¡Oh! ¡Maternal foso medio lleno de agua fangosa! ¡Foso de fábrica! ¡Yo he saboreado glotonamente tu lodo fortificante que me recuerda las mamas negras de mi nodriza sudanesa. Asi, arrojado mi cuerpo mal oliente y fangoso, he sentido a la espada roja de la alegría atravesarme deliciosamente el corazón. Una turba de pescadores de caña y de naturalistas podagreux se reunieron espantados alrededor del prodigio. Con un espíritu cazurro y relapso, procuraron por todos los medios, valiéndose de unos grandes arpones de hierro, pescar mi automóvil, parecido a un gran tiburón estancado. Entonces surgió otra vez de la fosa abandonando su pesada carga de buen sentido y su mórbido y confortable enguatado. Se le hubiera creído muerto, a mi buen tiburón, pero con solo una caricia sobre su lomo todopoderoso ha resucitado y hele ya corriendo con toda velocidad sobre sus aletas. Entonces, al fin, el rostro cubierto del cieno de las fábricas, lleno de escorias de metal, de sudores inútiles y de hollín celeste, llevando los brazos en cabestrillo, entre el lamento de los pescadores con cana y de los naturalistas afligidos, dictamos nuestras primeras voluntades a todos los hombres vivientes de la tierra.
Manifiesto del Futurismo
I. Queremos cantar el amor al peligro, a la fuerza y a la temeridad.
II. Los elementos capitales de nuestra poesía, serán el coraje, la audacia y la rebelión.
III. Contrastando con la literatura que ha magnificado hasta hoy la inmovilidad de pensamiento, el éxtasis y el sueño, nosotros vamos a glorificar el movimiento agresivo, el insomnio febriciente, el paso gimnástico, el salto arriesgado, las bofetadas y el puñetazo.
IV. Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carrera con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso... un automóvil que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia.
V. Queremos cantar al hombre que es dueño del volante cuyo eje ideal atraviesa la Tierra lanzada sobre el circuito de su órbita.
Vl. Es necesario que el poeta se desviva, con ardor, con fuego, con prodigalidad por aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales, su ignición.
Vll. No hay belleza más que en la lucha. No debe admitirse un jefe de escuela si no tiene un carácter recalcitrantemente violento. La poesía debe ser un asalto agresivo contra las fuerzas anónimas y desconocidas para hacerlas que se inclinen ante el hombre.
VlIl. ¡Estamos sobre el promontorio extremo de los siglos! ¿A qué mirar detrás de nosotros, que es como ahondar en la misteriosa alforja de lo imposible? El Tiempo y el Espacio han muerto. Vivimos ya en el Absoluto, puesto que hemos creado la celeridad omnipresente.
IX. Queremos glorificar la guerra—única higiene del mundo—el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer.
X. Queremos demoler los museos, las bibliotecas, combatir el moralismo, el feminismo y todas las cobardías oportunistas y utilitarias
XI. Cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, el placer o la rebeldía, las resacas multicolores y polífonas de las revoluciones en las capitales modernas: la vibración nocturna de los arsenales y de los almacenes bajo sus violentas lunas eléctricas, las estaciones ahítas, pobladas de serpientes atezadas y humosas, las fábricas suspendidas de las nubes por el bramante de sus chimeneas; los puentes parecidos al salto de un gigante sobre la cuchillería diabólica y mortal de los ríos, los barcos aventureros olfateando siempre el horizonte, las locomotoras en su gran chiquero, que piafan sobre los raíles, bridadas por largos tubos fatalizados, y el vuelo alto de los aeroplanos, en los que la hélice tiene chasquidos de banderolas y de salvas de aplausos, salvas calurosas de cien muchedumbres. 
Lanzamos en Italia este manifiesto de heroica violencia y de incendiarios incentivos, porque queremos librarla de su gangrena de profesores, arqueólogos y cicerones. Italia ha sido durante mucho tiempo el mercado de los chalanes. Queremos librarla de los innumerables museos que la cubren de innumerables cementerios. ¡Museos, cementerios! ¡Tan idénticos en su siniestro acodamiento de cuerpos que no se distinguen! Dormitorios públicos donde se duerme siempre junto a seres odiados o desconocidos. Ferocidad recíproca de pintores y escultores matándose a golpes de línea y de color en el mismo museo. ¡Que se les haga una visita cada año como quien va a visitar a sus muertos llegaremos a justificarlo!... ¡Que se depositen flores una vez por año a los pies de la Gioconda también lo concebimos!... ¡Pero ir a pasear cotidianamente a los museos, nuestras tristezas, nuestras frágiles decepciones, nuestra cólera o nuestra inquietud, no lo admitimos! ¿Queréis emponzoñaros? ¿Queréis podriros? ¿Qué podéis encontrar en un anciano cuadro si no es la contorsión penosa del artista esforzándose por romper las barreras infranqueables de su deseo de expresar enteramente su sueño? Admirar una vieja obra de arte es verter nuestra sensibilidad en una urna funeraria en lugar de emplearla más allá en un derrotero inaudito, en violentas empresas de creación y acción. ¿Queréis malvender asi vuestras mejores fuerzas en una admiración inútil del pasado de la que saldréis aciagamente consumidos, achicados y pateados? En verdad que la frecuentación cotidiana de los museos, de las bibliotecas y de las academias (¡esos cementerios de esfuerzos perdidos, esos calvarios de sueños crucificados, esos registros de impetuosidades rotas...!) es para los artistas lo que la tutela prolongada de los parientes para los jóvenes de inteligencia, enfebrecidos de talento y de voluntad. Sin embargo, para los moribundos, para los inválidos y para los prisioneros, puede ser bálsamo de sus heridas el admirable pasado, ya que el porvenir les está prohibido. ¡Pero nosotros no, no le queremos, nosotros los jóvenes, los fuertes y los vivientes futuristas! ¡Con nosotros vienen los buenos incendiarios con los dedos carbonizados! ¡Heles aquí! ¡Heles aquí! ¡Prended fuego en las estanterías de las bibliotecas! ¡Desarraigad el curso de los canales para inundar los sótanos de los museos! ¡Oh! ¡Qué naden a la deriva los cuadros gloriosos! ¡Sean nuestros los azadones y los martillos! ¡Minemos los cimientos de las ciudades venerables!...
Los más viejos entre nosotros no tienen todavía treinta años; por eso nos resta todavía toda una década para cumplir nuestro programa. ¡Cuando tengamos cuarenta años que otros más jóvenes y más videntes nos arrojen al desván como manuscritos inútiles!...Vendrán contra nosotros de muy lejos, de todas partes, saltando sobre la ligera cadencia de sus primeros poemas, agarrando el aire con sus dedos ganchudos, y respirando a las puertas de las Academias el buen olor de nuestros espíritus podridos, va destinados a las sórdidas catacumbas de las bibliotecas!...
Pero no, nosotros no iremos nunca allá. Los nuevos adelantos nos encontrarán al fin, una noche de invierno, en plena campiña, bajo un doliente tinglado combatido por la lluvia, acurrucados cerca de nuestros aeroplanos trepidantes, en acción de calentarnos las manos en la fogata miserable que nutrirán nuestros libros de hoy ardiendo alegremente bajo el vuelo luminoso de sus imágenes. Se amotinarán alrededor de nosotros, desbordando despecho, exasperados por nuestro coraje infatigable, y se lanzarán a matarnos con tanto más denuedo y odio, cuanto mayores sean la admiración y el amor que nos tengan en sus entrañas. Y la fuerte y sana injusticia estallará radiosamente en sus ojos. Y estará bien. Porque el arte no puede ser más que violencia, injusticia y crueldad. Los más viejos de entre nosotros no tenemos aún treinta años, y por lo tanto hemos despilfarrado ya grandes tesoros de amor, de fuerza, de coraje y de dura voluntad, con precipitación, con delirio, sin cuenta, sin perder el aliento, a manos llenas. ¡Miradnos! ¡No estamos sofocados! ¡Nuestro corazón no siente la más ligera fatiga! ¡Está nutrido de fuego, de valor y de velocidad! ¿Esto os asombra? ¡Es que vosotros no os acordáis de haber vencido nunca!
En pie sobre la cima del mundo arrojamos nuestro reto a las estrellas! ¿Vuestras objeciones? ¡Basta! ¡Basta! ¡Las conocemos! ¡Son las consabidas! ¡Pero estamos bien cerciorados de lo que nuestra bella y falsa inteligencia nos afirma! –Nosotros no somos–decís–más que el resumen y la prolongación de nuestros antepasados. ¡Puede ser! ¡Sea! ¿Y qué importa? ¡Es que nosotros no queremos escuchar! ¡Guardaros de repetir vuestras infames palabras! ¡Levantad, más bien, la cabeza!
¡En pie sobre la cima del mundo lanzamos una vez más el reto a las estrellas!" (traducción de Ramón Gómez de la Serna)

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