viernes, 28 de junio de 2024

ARTE Y USURA

Retrato de Alfred Fletchtham (1926) por Otto Dix    
 
Por fortuna cada vez se escuchan más voces denunciando el "antiarte", el "hamparte", el getarte o como se le quiera llamar, que se ha adueñado de la escena artística contemporánea hasta el extremo de haber llegado a un relativismo tan absurdo que cualquier cosa puede ser considerada como "una obra de arte", si así lo deciden los críticos y los mercaderes que ofician de sumos gurús ad hoc. No obstante, estos necesarios detractores de la cochambre se centran casi siempre en atacar a los pseudoartistas y pseudocríticos que se prestan a ese juego lúgubre, pero no suelen ser ni tan vehementes ni tan incisivos contra otros agentes que se lucran obscenamente del mercado artístico, tal vez porque al estar inmersos en un sistema en el que el "Mercado" (y la Usura) es un dios, se necesita mucho valor para atacar directamente a esa línea de flotación con todas las consecuencias. También existe mucha opacidad sobre los entramados financieros y de lavado de dinero sucio que se esconden detrás del mercado de eso que se llama erróneamente el "arte contemporáneo". Pero resulta evidente que en el meollo de la actual degeneración de las artes en Occidente están los traficantes y especuladores, que cual garrapatas inmundas, se han dedicado a engordar chupando la sangre de los artistas o de los acaudalados snobs, para poder montar un gigantesco negocio basado en aquel viejo cuento de Andersen del "traje nuevo del emperador".
El problema de la intromisión/usurpación de los especuladores y de la usura en las Bellas Artes es muy viejo, aunque se puede afirmar que se acentuó a medida que fue languideciendo el sistema gremial y el mecenazgo de los reyes, la nobleza y la Iglesia, y a lo largo de los siglos XIX y  XX se consolidó el papel de los intermediarios entre los artistas y los ricos burgueses que podían permitirse adquirir sus obras: los galeristas, los marchantes y los prestamistas. 
Conviene, desde luego, no idealizar tampoco la época estamental en la que los soberanos, los papas, los aristócratas y los altos prelados ejercían su patronazgo sobre los artistas, porque en muchos casos éstos no eran considerados más que como unos siervos o simples criados, encargados de dar lustre y algo de pompa y esplendor a la vida de la corte o a las ceremonias religiosas. Pero no debemos olvidar tampoco que si las catedrales góticas o el arte renacentista fueron posibles fue en gran medida gracias a esa protección que regía en el Antiguo Régimen. Claro que en aquellos tiempos la mayoría de los artistas no estaban solos, y al igual que sucedía con los artesanos se organizaban en gremios para controlar el sistema de trabajo, los encargos que recibían y defender sus propios intereses.
También hay que reconocer el papel que jugó una próspera familia de banqueros, los Médici, en la revolución artística que tuvo lugar durante el Quattrocento en Florencia, en especial Lorenzo el Magnífico, que además de mecenas era un personaje culto y con buen ojo para descubrir  a los artistas con talento. Otros le imitarían, como los  papas Julio II León X,  a las familia d'Este y los Gonzaga, o al cardenal del Monte,  hombres capacitados al menos para valorar en su justa medida a los artistas que tenían bajo su protección, y para defenderlos de los ataques de los filisteos de aquel tiempo.
Cabe recordar a este respecto la anécdota atribuida al Tiziano y relatada por Alfredo de Musset a partir del testimonio del hijo del pintor, en la que el propio Emperador Carlos V se agachó para recoger el pincel que se le había caído al artista al verse sorprendido por la irrupción del monarca en su taller. Dijo entonces el rey español aquella célebre frase: "Bien merece Tiziano que el  César le sirva".
Pero a medida que el capitalismo financiero se iba haciendo más fuerte, los buitres y especuladores proyectaban su siniestra sombra sobre los artistas. Ya en el siglo XIII Dante Alighieri había situado a los usureros, en el canto XVII de la Divina Comedia, en el séptimo círculo del Infierno, entre los blasfemadores y lo sodomitas, acusándolos de "violentos contra la naturaleza y contra el arte; que no hacen sus ganancias ni con el sudor ni con el ingenio, sino del mismo dinero". Sentados bajo una lluvia ardiente, se abanican con sus manos y buscan incesantemente el modo de apagar las llamas apenas caídas. De sus cuellos cuelgan las bolsas de los prestamistas y como los perros se rascan con las patas para aliviarse de las picaduras de las pulgas y de los tábanos.
Volveremos a ver críticas parecidas, ya en pleno siglo XX, en los poemas de Ezra Pound, especialmente en el Canto Pisano número XV "Con usura": "...no se pinta un cuadro para que perdure/ ni para tenerlo en casa/ sino para venderlo y pronto."


Dibujo de Botticelli para el canto XVII del Infierno de Dante

Al producirse el cisma religioso en Europa, esta condena católica de la usura se relajó en gran medida allá donde triunfó el protestantismo y al mismo tiempo, sobre todo desde los Países Bajos, se empezó a entender el arte como una mercancía más, despojándola de toda aura espiritual, sagrada o heroica, lo que significó que los mercaderes empezaron a cobra un papel cada vez más crucial dentro del panorama artístico. Esos comerciantes y banqueros, que prosperaron  bajo el paraguas del calvinismo, algunos de origen sefardita procedentes de los reinos de España y Portugal, a los que atacaron sin tregua con los instrumentos que las finanzas ponían a su disposición, y establecidos en ciudades como Amberes y más tarde en Ámsterdam, fueron poniendo las bases del capitalismo moderno. Ahora se especulaba con todo para obtener los mejores beneficios: con las especias, con los esclavos y hasta con los tulipanes, llegando a crear las primeras "burbujas financieras"; y las obras de arte no iban a ser una excepción.  
Pero esa mercantilización del arte que se operó en la futura Holanda  fue al principio bastante beneficiosa porque favoreció un ambiente en el que los artistas podían crear con más libertad, aunque poco a poco se fueron estableciendo una serie de "géneros" pictóricos, que eran los que demandaban los ricos comitentes de la burguesía: retratos de ellos mismos, paisajes, escenas costumbristas,  interiores domésticos, bodegones, etc. Los artistas, sin apenas encargos ya de obras religiosas, al haber perdido su poder la Iglesia católica, tuvieron que adaptarse a los nuevos gustos y  exigencias de la clase comerciante, que solían celebrar su éxito material y material. Así surgieron grandes coleccionistas y mecenas como Justus de la Grange, Pieter Van Ruijuen o Isaac Abrahamszoon Massa, entre otros. 
En este contexto hacen su aparición los primeros marchantes, intermediarios entre los creadores y sus clientes potenciales, los burgueses ricos. Estos imponen sus condiciones a los artistas, entre ellas la especialización (el pintor Paulus Potter, por ejemplo, estaba especializado en los cuadros de vacas) y la presión para aumentar el ritmo de producción, para que la oferta estuviera  la altura de la demanda. Sólo grandes autores y de gran personalidad, como Rembrandt, pudieron sustraerse al cabo de los años a las imposiciones de este sistema mercantil y nadar a contracorriente. 
Enseguida se produjeron fenómenos como el de la superproducción, debido al incremento de las copias de taller y a las falsificaciones. Esto último ocasionó la aparición de una categoría nueva, los expertos (peritos, tasadores) que dictaminaban si una obra era auténtica o no; y los primeros críticos de arte, para evaluar si cumplía con los estándares de calidad. 
Como una mercancía más, las obras de arte viajaban más allá de las fronteras, se exhibían en ferias especializadas en Leipzig (Alemania) o en Saint-Germain (Francia) y se celebraban las primeras subastas públicas en Amberes y en Ámsterdam. Los ingleses y franceses muy pronto imitaron a los neerlandeses en ese concepto mercantil y "elitista" del arte, al servicio de los ricos clientes, ya fueran de la nobleza o de la burguesía comerciante, y desligado casi por completo de las clases populares o campesinas.


"Los usureros" (1540) de Marinus Van Reymerswaal 

A medida que el capitalismo iba avanzando, el artista se fue quedando cada vez más solo, los antiguos gremios fueron desapareciendo, así como los viejos maestros de los que se aprendía el oficio de pintor o escultor. En su lugar aparecieron las Academias y Escuelas de Bellas Artes, impulsadas por las monarquías absolutistas y sostenidas más tarde por los regímenes revolucionarios, que practicaban el nepotismo y la dictadura del estilo, dispensando los encargos oficiales a aquellos que se amoldaban más a su presunto clasicismo. La rebelión contra estas Academias y más tarde los Salones, que se inició con el Romanticismo, llevó a un mayor individualismo de los artistas, que así reivindicaban su genio, pero también a una situación de mayor vulnerabilidad y precariedad en lo económico.
En los aledaños del mundo del arte, los llamados "marchantes" descubrieron que podían hacer un pingüe negocio aprovechándose de los artistas, que por lo general no suelen prestar mucha atención a las cosas  prácticas de la vida, revendiendo sus obras adquiridas a muy bajo coste a los coleccionistas, galeristas y a las casas de subastas, como la famosa Christie's de Londres, fundada en 1766. Aunque muchos artistas se asociaron entorno a determinados estilos y tendencias, algunos tan significativos como la Hermandad Prerrafaelita o el "Arts & Crafts" de William Morris, al final no se pudo evitar que, tarde o temprano, casi todos sucumbieran ante el poder del dinero y de aquellos que se especializaban en mercadear con los frutos de su trabajo.
Por otra parte el comercio del arte va a experimentar una gran transformación, al aparecer un grupo de poderosas dinastías de marchantes, casi todas ellas de origen alsaciano, y establecidas principalmente en Francia y Alemania, y más tarde en Inglaterra y los Estados Unidos. Cabe mencionar aquí a Nathan Wildenstein, fundador de una famosa saga/tribu de marchantes, quien va a cambiar su antiguo negocio familiar de tratante de ganado y caballos por el de galerista de arte y antigüedades, especializándose al principio en las piezas del siglo XVIII, muy solicitadas por los "nuevos ricos" que querían darse pisto de aristócratas. Pronto abrió una casa en Nueva York, consiguiendo captar la atención de una clientela rica y ansiosa por adquirir valiosas piezas de arte europeo. Su hijo Georges ampliaría el negocio con obras de las vanguardias y de la Escuela de París, antes de colaborar con los alemanes en el llamado "expolio nazi". En los últimos años la familia ha tenido sus problemas con el fisco en Francia y los EEUU, y uno de sus descendientes contrajo matrimonio con Jocelyn Wildenstein, la famosa "mujer gato", célebre influencer que se ha gastado millones en cirugías estéticas y modificaciones corporales varias.
Otra poderosa saga de marchantes judíos establecida en Londres fue la fundada por Joseph Joel Duveen, quien compraba cuadros de Rembrandt y de Vermeer a los  terratenientes de la aristocracia arruinados por la crisis de los precios agrícolas de 1880, para revendérselos luego a millonarios americanos esnobs, como Benjamín Altman o a J.P. Morgan y otros "barones ladrones" que querían alcanzar el estatus de la aristocracia europea, a precios exorbitantes. Parecidas prácticas se gastaba Asher Wetheimer (excelentemente retratado por Singer Sargent), quien comerciaba con arte ruso adquirido a la nobleza en apuros de aquel país, en los tiempos de la revolución bolchevique.
También en Europa, ricachones como los Camondo, los Rothschild, los Ephrussis, los Cahen d'Anvers y los Reinachs, invertían cada vez más dinero en ostentosas obras de arte para festejar su reciente ascenso social, y se convirtieron en coleccionistas compulsivos. Un ejemplo es el opulento castillo que se mandó construir James de Rothschild en Ferrières, un precedente del Xanadú de Ciudadano Kane, que algunos contemporáneos consideraban ya una muestra del mal gusto y de la rapacidad de esta familia contra el patrimonio francés.

Litografía de A. Paul Weber


En sus comienzos, el arte moderno no interesaba a estos grupos de comerciantes y financieros, ya que veían arriesgado invertir en cosas que sólo podían interesar a un público muy minoritario y entendido. Las antigüedades y las obras académicas parecían valores más seguros en el mercado. Pero esto va a cambiar con la irrupción de los impresionistas y la intervención de dos comerciantes franceses que decidieron jugarse el tipo y hacer inversiones de riesgo con su pintura, Paul Durand-Ruel y Ambroise Vollard. El éxito que tuvieron apostando por el arte de los impresionistas animó a otros marchantes, más interesados y menos escrupulosos, que aparecieron a continuación. Quizás la presión de ciertos marchantes con un origen étnico muy preciso ocasionó que la mayoría de los pintores impresionistas (con Degas, Renoir y su amigo Durand-Ruel a la cabeza) se posicionaran en el caso Dreyfus en el bando de los antidreyfusards; es una hipótesis que no se debería de descartar.
El caso es que muy pronto iban a surgir como hongos multitud de estilos y movimientos novedosos y "de vanguardia", impulsados por otros marchantes, deseosos de crear un mercado lucrativo a base de ordeñar la vaca del arte moderno. Cuanto más extravagantes fueran las propuestas, y cuanta más producción de obras hubiera, tanto mejor para el negocio; así comenzaron las celebérrimas Vanguardias de comienzos de siglo XX, como un caso en gran medida de pura especulación y una operación mercantil, algo que resulta muy evidente con el llamado Expresionismo alemán. En París había aparecido poco antes el Fauvismo, un estilo en el que no existían apenas reglas, y la pintura se resolvía a base de brochazos y contrastes violentos de color. Parecía que todo podía valer en arte (como se ve, el concepto no es tan nuevo, pese a lo que afirman youtubers como Avelina Lésper Antonio García Villarán). Viendo que la cosa podía funcionar también en Alemania, marchantes como los Oppenheimer o los Thanhausser se dedicaron a promover a los artistas rebeldes que practicaban un estilo similar en su país, como los agrupados en "Die Brücke". El término "Expressionismus" lo acuñó el escritor Kurt Hiller y la argumentación teórica corrió a cargo del crítico Herwarth Walden. Muy pronto se les abrieron las puertas de las galerías más prestigiosas de Alemania, como la Arnold de Dresde y la Fritz Gurlitt de Berlín. Casi por entonces otro marchante francés, Daniel-Henry Kahnweiler promocionaba un nuevo estilo en base a teorías estéticas bastante abstrusas, el cubismo, e inventaba todo un mito de arte moderno: el del "genio" Pablo Picasso.

Fotograma de "Los amantes de Montparnasse" (1958)


Pero no a todos los artistas  bohemios les iría tan bien. Siguiendo la estela de Van Gogh, algunos como Modigliani se convertirían en "malditos" en vida y proporcionarían pingües beneficios con sus obras a los marchantes después de muertos. Esto se narra magistralmente en la película "Montparnasse 19" (1958) de Max Ophils (terminada por Jacques Becker). Basándose en una anécdota real sucedida después del fallecimiento del pintor, encarnado en la película por el actor Gérard Philipe, vemos como un marchante sin escrúpulos llamado Morel (interpretado por Lino Ventura) ocasiona la ruina del artista para, una vez muerto prematuramente, negociar con su mujer Jeanne la compra de todos sus cuadros a bajo precio. Inolvidable escena es en la que vemos al marchante siguiendo de noche con su bastón al pintor tuberculoso y alcoholizado por las brumosas calles de París cercanas al Sena, como un buitre detrás de la carroña. Sin duda que a muchos otros artistas en aquellos tiempos de gran frenesí vanguardista les sucedieron cosas parecidas, para provecho de los que mercadeaban con sus obras.
Entre tanto, los estilos se iban sucediendo unos a otros a ritmo vertiginoso : abstracción, constructivismo, surrealismo, etc.; y aparecían nuevos "mecenas". Más que el auge de los fascismos, como se ha dicho, fue el Crack del 29 lo que terminó con esta primera oleada especulativa del arte moderno.
Después del entreacto que supuso en Europa la Segunda Guerra Mundial, volveremos a encontrarnos en el nuevo escenario neoyorkino con personajes como el coleccionista y "filántropo" Solomon Guggenheim o los Rockefeller, grandes impulsores junto a la CIA del llamado "expresionismo abstracto". El marchante Leo Castelli (cuyo verdadero nombre era Leo Krausz) fue, por su parte, el "descubridor" de Andy Warhol y del Pop Art. Otro marchante, Louis K. Meisel, inventó el último pelotazo artístico: el Hiperrealismo...


"El conocedor" de Norman Rockwell

Y así hemos ido llegando hasta nuestros días. en el que el "arte contemporáneo" es un fantástico negocio y una gigantesca tomadura de pelo, que sigue moviendo grandes cantidades de dinero, como se ha podido ver en ferias como la pasada de Arco. Las grandes entidades financieras y los grandes fondos de inversión como BlackRock atesoran grandes fondos  en sus colecciones y fundaciones artísticas. Les interesa sobre todo, como a los filantrópicos coleccionistas del pasado, el distintivo social y su posible aval en tiempos de crisis. Existen entidades intermediarias como Art Capital o Art Finance Patners (fundada por Andrew C. Rose, exempleado de City Bank) que operan como modernos marchantes. Especulan con el arte, actuando como puente entre el capital bancario y los agentes en demanda de auxilio... como siempre, se siguen aprovechando de las crisis para aumentar su margen de beneficios. 
Las cosas son así en estos tiempos de tardocapitalismo, en el que el poder financiero, con sus inversiones, decide qué es arte y qué no lo es. Tal vez no tendría por qué ser malo esto del todo, pues el mundo artístico es extraño a veces y no siempre avanza de forma rectilínea, y como en la Holanda del siglo XVII, el comercio y la banca pudieran dar un nuevo impulso a las Bellas Artes... Pero estamos viendo que sucede justo lo contrario. Algo no funciona bien en la compleja maquinaria del Mercado capitalista, porque la producción de basura se incrementa de día en día.  
Piero Manzoni "Merda d'artista" (1961)

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